Partida Rol por web

Descubrir que con el de Sabastida habianse esfumado los víveres fue un golpe duro, más aún por la escasez a la que los obligaban los pueblerinos, no dispuestos a compartir parte de sus despensas a cambio de buena plata.

Diégue disimuló un gruñido. Ahora encontrarle era más necesidad que otra cosa, pues de otro modos se arriesgaban a desfallecer en los caminos.

Cuando se menciona la batida en los alrededores del pueblo te das cuenta de que la gente se pone nerviosa, te da la impresión de que esconden algo. Por algún motivo no les hace la menor gracia que busquéis en su pueblo.
 

Comienza la batida... entre los cinco os separáis bastantes varas para cubrir más terreno entre todos, pero sin perderos de vista por lo que pueda pasar. Los aldeanos no os proporcionan la más mínima ayuda más allá de haberos vendido algo de comida. Os despiden con una inclinación de cabeza y siguen a lo suyo, que por cierto, no sabes muy bien qué es lo "suyo".

Andurreaba con el arco en la mano siniestra, con una flecha soprepuesta sobre la cuerda y la curva central con la diestra, apuntando a tierra. Cualesquier precaución era poca.
 

Aprovechando la batida, acerqueme a mi señor para informarle de la mala disposición que había adivinado en las miradas de los pueblerinos.

- Mi señor, credo que aquestos de la Navata ocultan algo, que no quieren contaros. Muchas veces en mi profesión he visto a los hombres ocultar cosas, y estos son de los que callan mucho más de lo que hablan.

Más nos valdría andar prevenidos con esta cuestión.

Bueno, por lo menos dejamos ese extraño lugar y sobre todo a esas extrañas gentes...

Fue don Jaume el que dio la voz de alarma

- ¡ALTO! ¡AQUÍ HAY HUELLAS!

Ose señaló un lugar embarrado en el que había varias huellas de pisadas que avanzaban hacia delante, pero que se perdían al seguir avanzando hacia una zona de arbustos. Rebuscásteis entre los arbustos y encontrásteis un trozo de tela del mismo color que la camisa de Joan, no podía ser una coincidencia.

Ahora no había huellas pero continuásteis más o menos de frente, bastante más cerca unos de otros hasta que divisásteis un río no muy ancho pero tampoco un riachuelo y anduvísteis pegados a él teniéndolo como referencia hasta que vísteis una cabaña poco más allá.

Habíais dado un poco de vuelta y calculásteis que la cabaña en realidad no estaba tan lejos del pueblo como podía parecer en un principio.

Sin duda que ha venido por aquí -referí a mis compañeros agarrando bien el arco-. Quizá se haya ocultado en esa cabaña*. A lo mejor está huyendo de algo, señores... Et no lo averiguaremos si no vamos hacia allá y vemos qué diantres ocurre aquí...

Era sumo extraño que un hombre que no había venido por aquí (al menos que supiéramos) marchara sólo en mitad de la noche. Quizá alentado por algo que vió, escuchó o simplemente por hacer de vientre (quién sabe...) habría salido de la choza y habíase perdido hasta aquí, de momento hasta el rastro de la tela de su camisa. Y aquel río no era como para ahogarse, cuanto menos para arrastrar a un volumen como con el que contaba el de Sebastida...

¿Qué podía hacer aquella cabaña por allí? tal vez los del pueblo la utilizaran de despensa, o ahí viviera un habitante non grato. Como fuera, si era posible que el de Sabastida hubiera pasado por allí tenían que averiguarlo.

Bloqueó el paso a los demás con el brazo, para detenerles antes de acercarse más a la cabaña. - Je ir silencieux com autre máis , espiar la ventana, demás vigilar. - esperó a que alguien (o ninguno) se ofreciese a acompañarle y después, ballesta en mano, se acercó hacia la cabaña, agachado y evitando hacer ruido.

Me detengo ante la advertencia de Diègue, - no te preocupes, la acción os la dejo a vosotros, una pobre mujer como yo, sólo os estorbaría- le hago un gesto para que siga adelante. 

Yo me quedo algo atrás, pero sin perderles de vista, atenta a lo que pueda ver.

Asentíle yo también al francés cuando díjonos que quedáramos allí.

- Marchad tranquilo, Diegue, que nosotros os guardamos las espaldas para que nadie os coja por sorpresa. Que si tengo que entrar yo ahí sin ser oído, lo llevamos claro.

Entre tanto, observé en derredor fijándome en la vegetación que nos rodeaba, por si pudiera extraer de ella algún componente útil para mis prácticas.

Véis cómo el francés se acerca a la casa en completo silencio y sin hacer ningún ruido en el camino. Es realmente impresionante que un pendenciero como ése ande de una manera como aquella. Pero el caso es que llega a la única ventana y véis cómo se asoma muy despacio...

Lo único que encuentrás de interés son ortigas, te pueden valer para sopa normal y corriente que dicen que alivia las molestias en el estómago y que también alimenta.

Te asomas y ves en una esquina un bulto tapado con una manta, tiene forma humana y te parece que puede ser tu amigo. Lo que te llama la atención es que en el centro de la estancia, sentado en una silla, hay un hombre armado con un palo de frente a la puerta, como si la vigilase. Piensas que han secuestrado a tu amigo, sólo echas una miradita rápida para no ser visto.

Me agaché a recoger unas ortigas que mis ojos revelaron a tiempo. Un remedio natural muy valioso, al que podría sacarle uso si alguna vez parábamos en una aldea el tiempo necesario para fazer unas monedas. Eso sí, cuideme bien de agarrarlas a contrapelo, que no me fuesen a picar las hojas cuando lo hacía.

Tensé el arco et mantúve la posición aquesta, de batalla, dirigida hacia la puerta de la cabaña. Si alguien osara salir de malas maneras o Diègue estuviera en peligro por quién estuviera allí adentro, bien veríase privado de hacello, que no dudaría en ensartarle una flecha a quien fuera.
 

El francés estaba tentado de disparar un proyectil por la ventana y asaltar la casa con su ocupante herido, pero se contuvo. Otros podrían oírle gritar, y además, ni siquiera estaban tan seguros de lo que ocurriera la noche anterior para ir ensartando a cualquiera que se cruzara en su camino, pero tampoco pensaba irse sin más. Para estar seguro, dio la vuelta alrededor de la casa, buscando otra entrada*...

La casa, aunque de mejor calidad que por ejemplo en la que habíais dormido aquella noche, no dejaba de tener las dimensiones de una pequeña choza. No había más entrada que la principal, un hombre con un palo y un bulto, nada más.