Partida Rol por web

Parecía imposible colarse en la casa sin ser visto, pero si había algo bueno en su situación era que no parecía posible que hubiera más compinches en la cabaña.

Se aseguró de que la ballesta estaba cargada y se dirigió hacia la puerta principal con cuidado. Una vez allí hizo un gesto con la mano hacia los demás para que se acercaran, porque a continuación abrió la puerta de una patada* y casi gritó - ne bougez pas! - al "guardia" apostado en el interior mientras le apuntaba con la ballesta.

Si el desdichado cometiera la imprudencia de realizar un movimiento malintencionado el francés no tendría reparos en dispararle a la pierna para que no pudiera moverse^[1]

Véis cómo el francés rodea la cabaña y luego vuelve a la entrada principal. Le véis sacar la ballesta, prepararla y cómo os hace un gesto para que os acerquéis hasta donde está.

Yo os cubro desde la distancia -anuncié a mis compañeros-. Será mejor que alguien vaya: vigilaré también el alrededor por si se acercan problemas. Venga, no dejemos a Diègue solo -espeté-. La noche comenzaba a turbarme en demasía. No me daba nada de buena espina el suceso del de Sebastida. No dudaba de las intenciones de los lugareños (pues intuía yo que sospechaban de ellos por algo), mas que los tormentos hasta ahora, tras volver a Aragón, no habían sido pocos.

Si hace ese gesto, entiendo que es seguro, aún así observo a mis compañeros, en especial a Jaume.

No pienso ir sola...

Comprendí, al ver al francés gesticular, que algo extraño debía de suceder en la cabaña. No era yo hombre de grandes gestas, mas, viendo la poca disposición de quienes rodeábanme, pensé que tal vez pudiere ayudar en algo al de Moreau. Así pues, con la venia de mi señor (al que siempre pedía opinión), saqué el coltell, et dispúseme a acercarme.

- El francés necesitará alguna ayuda, mi señor. Permitid que se la preste.

Apercibome de los movimientos que acaecen a lo mío alrededor: Algo ha visto el Marino en la cabaña que reclama nuestro auxilio; Valentí tensa su arco y la gitana se echa un costado mientras Khaled sugiere un avance mientras blande su cuchillo.

Asiento al sarraceno, exigiéndole riguroso silencio con el índice sellándome el morro; me sitúo a su zaga, desenvainando mi espadón.

Asentí a mi señor cuando pidió silencio, aunque no era yo sigiloso como las serpientes, ¡ni por asomo! Mas, lo poco que había de esto, lo saqué, y aferrando el mi coltell avancé hacia el francés. En verdad, si nada le había sorprendido, es porque nada debía de haber allí dentro... o eso me decía yo, mientras trochaba ramas con mis andares de pato cojo. Que Allah me guardase.

Vísteis cómo sin esperar al resto, el francés abrió la puerta de la cabaña con el brazo izquierdo de forma muy rápida y antes de que la puerta abriese del todo, ya había colocado las dos manos sobre su ballesta y disparaba el dardo al interior de la vivienda...

El virote debió restallar a muchas varas a la redonda. Un sonido limpio y perfecto, que se internó en el interior de la vivienda, sin que ninguno de los que estábamos fuera pudiera percatarse de la razón de su disparo. Abrí los ojos y tragué saliva, esperando unos ínfimos instantes que algo o alguien saliera de allí para así asestarle la correspondiente flecha que ya tenía preparada. Empero que aquesto no fue lo que sucedió, y no tuve más remedio que actuar. Corrí entonces con la flecha dispuesta y apuntando a tierra hasta la entrada donde Diègue debía estar observando algo importante como para disparar. Intenté ponerme en un ángulo similar al suyo cuando entró, para así poder vislumbrar el interior y proceder de igual forma si así correspondiese.

¡Maldición! -pensé-. ¡Algo hay ahí!

Disgustome sobremanera tener que asaltar desta manera: A ciegas, sin ton ni son y sin saber cual enemigo afrontábamos mas el pivotazo del de Moreau no dejaba lugar a dudas.

- San Jorge! - Mis brazos, fuertes como el roble, enarbolan a crucífera mientras me precipito hacia la entrada de la barraca, en pos a ignoto adversario.

Claro estaba que ya no había ocasión para el sigilo (como si la hubiese habido, con semejante compañía). Cuando mi señor entonó el grito de guerra, supe que no había ya cuartel, y arrugáronseme las tripas de pensar en las innumerables heridas que había visto en mi vida, por no hablar de las sufridas, entre ellas la horrible cicatriz que me cruzaba la cara, por la que me había ganado el irónico sobrenombre de el guapo. Fuera como fuese, ya no había vuelta atrás, aunque bien valía dejar por delante a mi señor (que era honor suyo encabezar la carga, y porqué no decirlo, más apropiada la suya armadura que el mi pellejo para recibir los golpes). Así pues, cediéndole tales honores, púseme en segunda línea, coltell en mano, y dejando mi destino en manos de Allah.

-¡ahivadios!, - exclamé al ver la acción del franchute. 

Cuando veo que todos avanzan, comienzo a andar detrás, sin dejar de mirar en todas direcciones, no fuese que nos sorprendieran por algún lado. Instintivamente agarro mi "talismán de la suerte" que llevo al cuello con una mano y aprieto fuertemente la empuñadura de mi cuchillo con la otra.

La saeta se clava en el pie izquierdo del hombre con tanta fuerza que traspasa hueso y músculos y le deja literalmente clavado al suelo. El campesino lanza un grito de dolor y suelta el garrote que cae hacia un lado. El tipo se agacha e instintivamente trata de levantar el pie que tiene clavado, con tan mala fortuna que el movimiento hace que el pie se le desclave, haciéndose un verdadero estropicio. La saeta le desgarra completamente el pie y la sangre sale a chorros, quedando el pie completamente destrozado de por vida.

El hombre mira al suelo y al ver su pie se desmaya hacia delante, justo en el momento en el que Valentí asoma por la puerta con el resto detrás.

Se trata de una pequeña choza en la que hay un campesino tirado bocaabajo con el pie izquierdo destrozado, un garrote a un paso de él y un bulto en una de las esquinas de la choza.

Os quedáis parados un momento hasta que se escucha un gemido procedente del bulto. Hay alguien tapado con mantas o con un saco o algo del estilo.

Entro en la diminuta cabaña de pastoreo. Cual exhalación; mandoble en ristra. Fugaz ojeada que me permite discernir el grave estropicio ocasionado por el Diègue al lugareño, a quien ensartóle la pezuña con el piso de severo virotazo!

Dedico un breve vistazo de reconocimiento ante el prodigio del de Moreau: "Que San Huberto te conserve el tino buen Pirata!" antes de considerar el escenario:

"Campesinos secuestrando gentes: ¿Qué clase de Reino es aqueste que gobierna Pere El Cerimoniós?"

Horrorosa conjetura me devana los sesos mientras, con sumo cuidado, la punta del montante descubre el bulto confiando hallar al maltrecho Sabastida!

El francés contenía la respiración. Ahora incluso sentía algo de lástima por el pobre diablo, mas él se lo había buscado ignorando su amenaza. Con un gesto de cabeza saludó a sus compañeros y dio paso al caballero al interior de la estancia, el suelo ahora cubierto de sangre carmesí.

Mientras don Jaume retiraba la tela que oculta a la figura tendida en el suelo Diégie recargó la ballesta con parsimonia aparentando mirar hacia los alrededores, aunque de reojo echaba miradas al bulto de la cabaña, aún con preocupación.

Tras el saetazo, llegamos al lugar en que Diegue había andado explorando, para ver a un hombre maltrecho en el suelo y un fardo oculto en el fondo de la sala. Tal vez aquel hombre, al que el francés había desgraciado, pudiera saber algo que nos interesare.

- Mi señor - dije a Jaume - si me lo permitís, trataré a aqueste hombre, para que no muera, y con ello pueda decirnos quién es y qué sabe del de Sabastida.

Aguardé con cierta impaciencia al beneplácito del de Ferriol, deseando que tomase presta decisión, pues de otro modo desangraríase el hombre.

¡Très bien! -le dije a Diègue cuando ví que había reaccionado. Y esque en estando con él había aprendido, aunque no muchas, algunas expresiones de su idioma-. Me quedé en la puerta, vigilando el entorno, puesto que el caballero de Montesa entró raudo al chozo, seguido de su siervo y luego se acercó la buena de Agneta. Preferí quedarme en el exterior, vigilando aún con mi arco preparado el exterior; mas que no dejaba de echarle de reojo miradas adentro, observando cuán destrozado hallábase aquel pie, y también un poco horrorizado por los gritos del bulto.

¡Es un niño! ¡O un cachorro! Sacad lo que queira que haya allí, amigos -les dije intrigado y nervioso-.

Al ver tremendo desaguisado en el pie del hombre, no puedo evitar apartar la cara,- bufff, si sobrevive, ese no andará derecho de nuevo. 

Me quedo fuera de la cabaña junto a la puerta, alerta por si hubiera amigos del campesino herido. Pero sin perder ojo a lo que maese Jaume está a punto de descubrir con la punta de su espada.

Resultó que lo que asomó bajo las mantas no fue otra cosa que el poco agraciado rostro de Joan totalmente magullado, aunque no tenía rictus de haber sufrido. Un rápido examen bastó para determinar que estaba inconsciente, quizás agotado al extremo, no se sabía en tan poco tiempo.

El campesino no corría peligro, aunque por lo que Khaled pudo ver iba a perder el pie con toda seguridad. Tampoco podía hacer mucho salvo parar la hemorragia, que tampoco era preocupante en estos momentos. Siempre y cuando Jaume diese su permiso claro.

Escuchásteis un griterío ahí afuera.