Partida Rol por web

Dragones, Dioses y Dígitos

Capítulo 1. Hojas Rojas.

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03/07/2018, 23:00
Sylvia Ul del Sylvanus

Sylvia y Galand abandonaron la caravana.

La princesa no era más fuerte ni tenía más aguante que Hoja Verde, pero sí era más rápida y sus sentidos eran más agudos. Aún así, la princesa utilizó su pequeño Espía de Luz a intervalos, intentando mantener la pista del batallón y los Inquisidores. Al hacerlo, sin embargo, debía mantenerse cogida de la mano de Galand, y dejarse guiar por él mientras corrían. Era eso, o parar, o terminar tropezándose o golpeándose contra un árbol, pues la hechicera no podía ver con sus propios ojos u escuchar mientras observaba a través de su conjuro.

El elfo hizo lo posible para intentar guiarla, evitando las zonas con ramas caídas y guiándola a base de tirones de brazo y apretones de mano, pero resultó imposible evitar que, alguna que otra vez, la mujer trastabillase y perdiese el equilibrio. Aunque la mayoría de las veces consiguió mantenerse en pie, alguna vez tuvo que levantarse tras apoyarse en una rodilla y las manos.

Si no fuese porque Sylvia utilizaba su conjuro para ganar ventaja, Galand hubiera sido un impedimento para ella. Simplemente la princesa podía cubrir más distancias en menos tiempo. Pero dado que el batallón debía mantenerse al ritmo del más lento, y llevaban armadura, fue fácil pasarlos de largo rápidamente.

Hubo dos individuos, sin embargo, que tardaron más tiempo en superar, y ambos fueron descubiertos más tarde, pues se habían acercado a la caravana desde otra posición. Según Sylvia, el primero era un joven rubio, aún visiblemente joven y poco más que un adolescente, cargando una Legislador a la espalda en forma de Espada Bastarda. Era más rápido que el paso de Galand, y a su alrededor había matrices psíquicas, pero fue incapaces de seguirles la pista el tiempo suficiente.

El segundo, sin embargo, era a todas luces un Alto Inquisidor. Su velocidad corriendo estaba al límite de lo que un humano podía alcanzar sin despertar el Ki. Sylvia reconoció al hombre, con un peso cercano a los cien kilos de puro músculo y más de dos metros de altura, como Marchosias Lostaroth, el guerrero más poderoso de la Inquisición, sin contar al mismísimo Romeo. Por lo poco que Sylvia sabía, tmbién conocido como El Señor de las Masacres, era considerado tan volátil y peligroso que la Iglesia sólo soltaba el perro ante una amenaza real: Como Sylvia. A sus caderas cargaba un arma conocida como Platinum, uno de los Legisladores originales, capaz de desplegarse en dos filos de una mano.

Poco a poco, Marchosias les recortó distancia. Tras ganar suficiente distancia con el batallón y el hechicero mentalista, la única forma de perder de vista al Alto Inquisidor fue idea de Sylvia y su experiencia estando en la lista negra de la Inquisición. Galand aminoraría el paso para hacer su rastro menos visible, y Sylvia haría su rastro obvio. Con su velocidad, sería capaz de de ganar el tiempo suficiente para que Galand estuviese fuera de peligro. Entonces, Sylvia se escondería con sus dotes de rastreadora y eludiría el conflicto con el hombre. Aunque en un uno contra uno tenía posibilidades reales de ganar, la Sylvain no tenía interés en arriesgarse ni en combatir si podía eludir el conflicto.

* * * *

Galand viajó sólo durante días, sin saber que había sido de la princesa. Sylvia propuso que se encontrasen en la cordillera costera al sur de Busselton, la próxima ciudad, ya en la región de Phaion, camino de Markusias. Sólo el nombre de la ciudad a la que en última instancia se dirigían atormentaba a Galand con dudas sobre si Sylvia había conseguido eludir al Alto Inquisidor.

Pero lo hizo. Días más tarde, Galand se estaba acercando a la cordillera, intentando mantenerse lo más cerca de la costa posible. Una pequeña esfera blanca, igual al Espía de Luz de Sylvia días antes, bajó del cielo y comenzó a revolotear alrededor del elfo, hasta que comenzó a avanzar a ras del suelo, jugando a ir demasiado rápido y detenerse para dar tiempo al elfo a seguirle el paso.

Poco después, Galand observó cómo le había guiado hacia un enjuto lago justo bajo la cordillera, alimentado por una pequeña cascada que bajaba por la misma antes de perderse en un riachuelo hacia el mar, kilómetros al sur. Sylvia descansaba en el agua, con su aspecto real y su melena roja esparcida en un abanico sobre el agua, con los ojos cerrados. Considerando que en el agua también flotaban numerosas hojas de otoño, no dejaba de ser una visión tan bella como armoniosa. Algo propio, considerando la naturaleza de los Sylvain.

La pequeña esfera de luz revoloteó en círculos en el aire antes de abandonar la hierba y flotar sobre el lago, acercándose lentamente a la princesa. Era difícil saber si simplemente estaba divirtiéndose o estaba invitando al elfo, cubierto en sudor seco, a adentrarse en el agua.

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09/07/2018, 23:18
Galand Ul Del Verdantis

Los días posteriores a la persecución se antojaron largos y angustiosos para el elfo. Galand viajó, adoptando una identidad completamente distinta a la del bardo Alain, con la esperanza de difuminar aún más su rastro. El elfo tomó la apariencia de un viejo viajero delgado y encorvado. Con paso apresurado, seguía su camino en dirección a Markusias.

Durante aquel tiempo, Galand tuvo tiempo de reflexionar sobre el conflicto que acababa de evitar. Luchar contra los Inquisidores siempre le devolvía un amargo sabor a la boca. Ellos le habían quitado tanto durante su vida… Y aun así apenas le quedaba voluntad de luchar contra ellos. Ya se había desquitado en su momento. Ahora quedaba… nada.

Sin embargo, aquello le hizo dudar de su propio poder. Galand había alcanzado una habilidad y pericia con la magia capaces de rivalizar con la mayoría de los mortales de Gaia. Pero con el tiempo había comenzado a rehuir los conflictos y a centrarse únicamente en mejorar su arte. ¿Se estaría oxidando? ¿Estaría preparado para plantar cara por Sylvia cuando hubiese que luchar de verdad?

Sylvia… Galand esperaba con todo su corazón que la princesa perdida estuviese a salvo. Por eso, cuando vio su Espía de Luz revoloteando a su alrededor, esbozó una amplia sonrisa mientras suspiraba de alivio.

- Estás viva… - musitó, para que sólo la esfera luminosa pudiese escucharle.

Siguiéndole el juego, pero recuperando el serio semblante, Galand siguió al Espía de Luz a través de césped, tierra, roca y bosque.

Cuando alcanzó el pequeño lago bajo la cordillera, el elfo pudo ver a su princesa flotando en el agua. Aquella visión lo emocionó de una forma extraña y sobrecogedora. La imagen no era solo de increíble belleza, sino que devolvía a Galand las esperanzas que había ido perdiendo durante los días anteriores.

El Espía de Luz voló hacia Sylvia, volando a ras del agua. Galand aceptó la invitación sin dudar. Mientras se acercaba al lago, el cuerpo de Galand recuperó su forma original. El disfraz hilado con magia comenzó a desvanecerse, como una nube de luciérnagas multicolor. Galand reveló un aspecto sombrío y despeinado, fruto de la ansiedad previa. Su cabello, rubio platino, apenas contenido por una coleta medio deshecha, caía sobre sus hombros y espalda sin ton ni son. A pesar de la poca necesidad que tenía de dormir, había ojeras bajo sus ojos, pues no había podido encontrar el verdadero descanso hasta aquel momento.

Antes de poner un pie en el agua, Galand dejó en la orilla su bolsa y su cinto, salvando sus pertenencias del frío y húmedo beso del agua. Avanzó sin detenerse, hundiéndose bajo la superficie del lago hasta que llegó junto a la princesa.

- Creí… - comenzó a decir, con un nudo en la garganta - que me había quedado solo, otra vez - puntualizó con tristeza -. Pero estás aquí, a salvo.

Galand respiró fuertemente, tratando de recuperar el aliento perdido y de contener sus emociones.

En aquel momento el elfo sintió ganas de flotar en el agua junto a Sylvia, de relajarse durante unos minutos y dejar que sus problemas lo abandonasen.

Pero, ¿tenían tiempo para ello?

- ¿Estamos seguros, en este lugar? - preguntó, sin bajar la guardia.

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11/07/2018, 23:22
Sylvia Ul del Sylvanus

Sylvia se sumergió en el agua, dándole a su cabello el aspecto de una medusa, antes de emerger. Su piel era de un pálido rosado, con pequeñas pecas decorando el rostro, particularmente las mejillas. Sus labios gruesos pero cerrados. Su cabello, apelmazado, tenía un tono más oscuro empapado en agua, más granate que fuego.

De los Inquisidores, sí— comentó mirando brevemente al cielo—. No tenían a nadie especializado en rastrear. Creo que sólo me han seguido desde el Bosque de l'Ark. Seguramente por culpa de algún noble resentido— se encogió de hombros—. Peinaron las rutas de viaje y descubrieron mi tapadera. Habiendo usando a mercenarios mundanos y soldados, creo que fue algo improvisado con los Inquisidores a mano en la zona.

Negó con la cabeza, abriendo sus ojos esmeralda para mirar a los de Gael.

Salvo Marchosias. No es mi primer encuentro con él, pero que pueda perseguirnos no lo hace un buen bateador— sonrió, acercándose a Galand—. ¿Tanto te alegras de verme?

Colocó sus manos, con largos dedos, sobre los hombros del espadachín. Las palmas de sus manos estaban curtidas, pero sus dorsos seguían siendo los de una princesa.

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16/07/2018, 23:24
Galand Ul Del Verdantis

Galand asintió, todavía serio, cuando Sylvia le contó sus sospechas. Tenía sentido que los Inquisidores persiguiesen a la elfa, siguiendo el rastro de sus incursiones. El hecho de haber estado a punto de enfrentarse a Marchosias todavía le hacía sentir a Galand cierta incomodidad.

Pero estaban a salvo, los dos reunidos de nuevo.

Galand no pudo evitar apreciar la belleza de Sylvia. Al ver a la elfa emerger del agua casi le dio un vuelco el corazón. Y cuando posó las manos sobre sus hombros y sus miradas se cruzaron, Galand pudo sentir el rubor en sus mejillas, como si fuese un crío.

Pero ya no era el niño que vagaba por el taller y se enamoraba con facilidad.

Por eso, ante la pregunta de Sylvia, decidió esgrimir una leve sonrisa de alivio.

- Me alegro de que nos hayamos podido reencontrar, sanos y salvos - dijo con sinceridad mientras rodeaba el torso de Sylvia con los brazos, atrayéndola hacia sí para darle un cálido abrazo.

Nada más, nada menos.

Durante aquellos últimos días el Eru Pelegrí de Galand se había ido sintiendo cada vez más pesado en el bolsillo de su pecho.

Si algún día tenía que volver a ver a Ilviel, el elfo debía hacerlo con la consciencia tranquila.

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16/07/2018, 23:37
Akio Takeshi

Sylvia recibió con afecto el abrazo del elfo, y durante el resto del viaje se abstuvo de mostrar formas de afecto más íntimas que el mismo. La joven siguió afectiva, jovial y motivada, viajando junto con el elfo por pequeños senderos rocosos de la montaña. Con su energía y perfeccionada capacidad anímica para conservarla, la joven saltaba entre rocas y bailaba por el camino. Incluso corrió junto a Galand, en un duelo de espadas mientras avanzaban.

Si antes no le había quedado claro al herrero, ahora lo sabía. Sylvia era ligeramente más diestra que él en la ofensiva, pero a diferencia de el elfo, su habilidad para atacar y protegerse era pareja, haciéndola una defensora bastante más hábil que el elfo. Por supuesto, ella no parecía gozar de ningún tipo de habilidad de combate especial, más allá del Don.


Fue un viaje agradable. Una vez llegaron a su ciudad de destino, Sylvia partió a cumplir con sus pequeños quehaceres para con su amiga Anna y ciertos recados más. Lo mismo hizo Galand, tratando de poner sus cosas en orden. Tras dormir a pierna suelta durante unas tres horas -más que suficiente para alguien como él-, de asear su forma y asegurarse de que todo estaba en orden, partió a ver a Akio Takeshi, a quien no había visto desde que le entregó la katana.

¡Mi artesano favorito!— respondió Takeshi tras ver al elfo, en su aspecto de hombre entrado en años, adentrarse en su hogar.

Tras pasar el jardín y cruzar el doble portón de la mansión, la vivienda era lo que podías esperar. Numerosas armas decorando las paredes, particularmente katanas y otras armas de origen oriental, pero parecían mera exposición. Había máscaras, vasijas y ciertas obras de orfebrería. El suelo era de madera lisa, como las escaleras ligeramente curvadas que daban al segundo piso.

Takeshi llevaba un kimono negro, con el cabello recogido en una cola de caballo, y cargaba la katana que Galand había creado en su funda, que por si sola costaba más que una katana mundana.

Anna, le presento al artífice de esta maravilla— dijo desenfundando la katana con un gesto rápido, y tendiéndole el mango a la mujer a su lado—. Te presento a Anna. Anna Never— añadió señalando con educación a la joven, mirando a Galand—. Anna es una noble y pudiente aventurera nacida y criada en Abel, en el corazón del imperio— del cual Phaion se había independizado con su gremio de mercenarios—, pero tiene buenas relaciones con algunos de mis compañeros, y ha demostrado ser tan encantadora como inteligente para su temprana edad. Anna, le presento a Alexei Ortoff.

- Tiradas (1)
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16/07/2018, 23:56
Anna Never

Anna no era una joven cualquiera.

Aionense, su largo cabello, de color plateado, estaba recogido en un elegante moño y mostraba una pequeña raíz de color castaño, señal de que ese era su color real, pigmentos y tinturas a un lado. Era bella, pero también una adolescente. De enjuta estatura y peso, era varias cabezas más pequeña que aquellos dos hombres. Claramente, no era una adulta, sino más bien apenas una adolescente. Poco más que una niña, incluso.

Y aún así, la joven rezumaba inteligencia, talento y estilo, así como aquel particular Encanto que sólo unas pocas personas como Sylvia podían desprender. La joven sonrió de forma afable, haciendo que el corazón de Galand sonriese al mismo tiempo.

Llevaba lo que parecía el relieve de una espada bastarda cargada a la espalda, vendada en trapos blancos, y era sorprendente siquiera que pudiera cargarla, aún más sin dar señales de esfuerzo, pues aunque parecía saludable y en buena forma física, seguía siendo una joven. Debía medir poco menos de metro cuarenta, haciendo que la Espada Bastarda, bajo las vendas, cubriese toda la parte trasera de su cuerpo, desde los pies hasta un mango que sobresalía un poco más allá de la cabeza.

Iba vestida con una levita blanca, así como pantalones y camisa a juego. Finalmente, unas botas y un echarpe negros terminaban de conjuntarla. A su cadera llevaba una funda de katana, la cual también contrastaba con su tamaño.

Una obra de arte incomparable, sin lugar a dudas, Señor Takeshi— respondió la joven con una voz confiada pero afectuosa—. Una diría que demasiado perfecta para haber sido fabricada por un mortal— añadió mirando a Galand de forma juguetona, pero a la vez desafiante—. Pero claro...— devolvió la katana a Takeshi—, una termina por aceptarlo.

Desenvainó su propia katana. Con un mango de bronce, plata y oro, su filo era de Elektra, como el de Akio. Y sorprendentemente, su calidad era la misma. Superior a cualquier obra de arte excepcional, pero inferior a armas de auténtica leyenda.

La joven tendió el mango a Galand, ante la mandíbula entreabierta de Akio, claramente asombrado y desconcertado ante cómo aquella niña poseía semejante obra de forja.

Un placer conocer a alguien de su talento y renombre, Artesano— profirió la joven con una amplia sonrisa.

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23/07/2018, 15:04
Galand Ul Del Verdantis

Tras separarse de Sylvia, Galand se sintió un tanto desorientado. ¿Qué había venido a hacer a Markhusias?

Oh, cierto. Poner en orden todos sus asuntos.

Usando su magia, el elfo modificó la apariencia de su cuerpo. Como un velo de luciérnagas, pequeñas luces doradas lo envolvieron y se posaron sobre su piel. Poco a poco, Galand adoptó la forma de Alexei Ortoff, el viejo herrero dalense.

Vestía unos pantalones oscuros y una camisa clara. Las botas de viaje, prácticas y nada engalanadas, le llegaban hasta la mitad de las pantorrillas. Los pantalones estaban coronados por un grueso cinturón marrón de hebilla plateada. En la misma bolsa de viaje que había llevado como Bardo, llevaba los tesoros de los que no se separaba nunca. El viejo y corriente estoque también pendía de su cinto, repiqueteando rítmicamente a medida que andaba.

Galand pasó por su taller, a comprobar que todo estuviese en su sitio. Normalmente no tenía problemas, pues su establecimiento era respetado en la ciudad. Tampoco guardaba nada de demasiado valor en su interior, ya que acostumbraba a dejar todo aquello en su cabaña de la montaña o a llevarlo consigo.

De hecho, sus mayores tesoros se encontraban escondidos en su alma. Sus diez filos. Cada uno era, no solo una obra de artesanía exquisita, sino una historia, un recuerdo. Hacía tiempo que el elfo no tenía necesidad de desatar todo su poder.

Pero con los tiempos que se avecinaban… quizá haría falta en un futuro próximo.

Tras pasar por su taller, Galand se dirigió a ver a Akio. Una vez se encontró en el interior de la mansión, Galand dejó a un lado sus pertenencias y su arma, y se dispuso a acercarse a su anfitrión. Se sorprendió al ver allí a aquella niña.

Su aspecto le llamaba la atención, sobre todo por la gran espada bastarda que parecía llevar cargada a la espalda. ¡Era casi tan alta como ella! ¿Por qué la llevaba? ¿La transportaba sin más? No podía ser el arma de aquella muchacha, ¿o quizá la podía blandir de algún modo?

Aquellas preguntas y muchas más se agolparon en la mente de Galand hasta que Akio le presentó a la niña.

- ¿Anne? – preguntó en voz alta, aunque suave.

Su subconsciente lo había traicionado, tan ensimismado como estaba en preguntarse por el origen de tan singular mujer.

- Es un nombre encantador – salvó como pudo mientras hacía una elegante reverencia, reconociendo su estatus de noble abelense -. Es un honor conoceros. Yo solo soy un mero herrero, un artesano.

Ese nombre le sonaba de algo. ¿Se lo había dicho Sylvia? ¿No tenía que ver Sylvia a una amiga llamada Anne?

Galand no tuvo tiempo de seguir indagando, pues Anne pasó a elogiar la katana que había forjado para Akio meses atrás. El comentario respecto a la mortalidad del fabricante le pareció a Galand especialmente divertido.

- Es lo que tiene una larga vida de experiencia, mi señora – respondió con una suave risa -. Acabas pudiendo hacer cosas que jamás habrías podido siquiera soñar en tu juventud.

Entonces, la muchacha desenvainó su propia katana. A Galand casi se le cayó la mandíbula al suelo al verla. Era una obra exquisita, digna de su propio trabajo. Una espada como aquella, igual que la de Akio, podría costar una fortuna, y gran esfuerzo para ser fabricada.

Aquella niña no era cualquier persona. Tenía que ser alguien excepcional, una persona bendecida por el destino de algún modo.

Aún sorprendido aunque no boquiabierto, Galand aceptó la katana que le ofrecía Anne y la examinó de cerca.

- Un trabajo exquisito, sin duda – admiró mientras evaluaba hoja, filo, peso y equilibrio de forma metódica.

Una vez hubo terminado de admirar el filo, Galand se lo devolvió a la joven.

- Si me permite preguntar, ¿podría saber quién ha forjado esta obra de arte? – preguntó, genuinamente interesado -. ¿O es quizá una reliquia familiar? ¿Estaría quizá interesada en obtener un filo similar al de Takeshi-dono?

Con la excusa de buscar trabajo, Galand quería profundizar algo más en el motivo que había llevado a aquella joven a ir a ver a Akio. Y, de paso, descubrir algo más acerca de la misteriosa joven que – creía Galand – debía de ser la amiga de Sylvia.

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23/07/2018, 22:23
Anna Never

Anna Never sonrió de forma amplia y jovial. Parecía una joven inocente, bienintencionada y prometedora, pero sin demasiada experiencia en la vida. Y aún así, decir eso era mentir en cierto modo. La muchacha hacía gala de una confianza, etiqueta y habilidad social muy superior a la normal para su edad. De hecho, había algo en ella que resultaba inspirador, de un modo similar a líderes como el propio Nérelas insuflaban liderazgo, seguridad y confianza. Sin embargo, era notoriamente más encantadora que el príncipe de los perdidos, de un modo que recordaba más a Sylvia. Si se trataba de la misma persona de la que la princesa había hablado, era visible porqué eran amigas pese a la diferencia de edad.

Anna Never— confirmó la joven con una pequeña reverencia cortés y voz alegre—. Entiendo que no queráis pecar de modestia, buen Artesano, pero creo que de mero herrero no tenéis nada. El Señor Takeshi no le hubiera confiado semejante trabajo en dicho caso— apuntó señalando a la katana del mercader.

Ante el interés de Galand por su propia arma, la joven sonrió de oreja a oreja.

Esta katana fue forjada por los herreros que equipan a los mismísimos Caballeros del Cielo de su Emperatriz, Alexei Ortoff— respondió con tanto como orgullo como satisfacción—. Una mezcla de talento, el material adecuado y tiempo. Debo confesar que es una de mis posesiones más queridas, y soy consciente de lo afortunada que soy de poder portar una. Se lo debo todo a mi familia.

La joven mostraba un claro orgullo hacia el imperio. Si efectivamente era una joven noble, no era de esperarse menos. Sin embargo, el hecho de que viajase sin escolta y con semejantes armas daba mucho que imaginar. Posiblemente, si se cubriese la boca y nariz con el echarpe que llevaba alrededor del cuello podría pasar por una mujer enjuta, pero no dejaba de parecer temerariamente peligroso.

Era difícil de decir, pero con la experiencia e intelecto de Galand, el hechicero calculaba que su desarrollo debía equipararse en cierto modo al del propio Akio, pese a la diferencia de edad. Sus dotes de liderazgo, desde luego, sólo rivalizaban con las del propio príncipe de los perdidos entre aquellos que Galand había conocido hasta la fecha.

Estaría interesada en hablar de trabajo, confío en que sería una buena adición al Sacro Santo Imperio de Abel, especialmente considerando la tensión con Argos— asintió con una breve y escueta referencia—. Si le parece apropiado, puedo invitarle a comer a uno de los restaurantes más distinguidos de la ciudad. ¿Mañana mismo sería conveniente?

Akio permaneció en un segundo plano. Parecía interesado en lo que pasaba, pero claramente había pasado de tratar asuntos comerciales con una aprendiz enviada por la nobleza de Abel a, bueno... observar cómo dicha joven portaba un acero de caridad inverosímil, algo que a él le había costado años poder comprar. Aún así, no parecía tener problema alguno con el interés de Anna en las labores del herrero. A fin de cuentas, Akio era un mercader, y su poder no residía tanto en un ejército como en relaciones diplomáticas, tratados comerciales y otras simbiosis.

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02/08/2018, 19:12
Galand Ul Del Verdantis

Galand había quedado embelesado por la radiante presencia de Anna. Mientras le devolvía la katana, el elfo asentía a medida que la joven explicaba el origen de semejante arma.

La Orden del Cielo.

Era una organización que no le era desconocida a Galand, pero con la que apenas había tenido contacto. Eran la fuerza de élite del Imperio, y entre sus miembros se encontraban algunos de los humanos más poderosos y habilidosos de los que había oído hablar.

También le pareció extraño que una mujer de su estatus viajase por sí misma, y cargando con semejantes armas. Algo en ella no era común. De hecho, Anna le parecía bastante excepcional.

- Por supuesto - aceptó a la propuesta de la joven, aunque tras una leve pausa -. Será un placer para mí reunirme con vos - dijo elegantemente mientras ofrecía una pequeña reverencia.

Galand no se sentía especialmente deseoso de vender sus habilidades al mejor postor, sino que en aquel momento era movido por la irresistible curiosidad que despertaba en él aquella muchacha.

La invitación de quedar para comer el día siguiente, sin embargo, llevaba a Galand a pensar que había interrumpido algún tipo de reunión. Quizá sería lo mejor no abusar más de la hospitalidad de Akio.

Y, aun así, Galand no podía dejar de pensar en la joven y en la maravillosa katana que portaba consigo.

- Supongo que seréis capaz de blandir de forma excelente tamaña obra de arte, si la portáis con vos - sugirió con una leve sonrisa.

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03/08/2018, 01:36
Anna Never

Anna retrocedió un par de pasos y desenvainó la katana. En medio del salón, como respuesta a la suposición de Galand, la joven comenzó a "danzar" con la katana, componiendo con sorprendente gracia y arte lo que claramente eran golpes marciales de corte oriental, algo que no pasó inadvertido a los ojos de Akio. Desde abanicos en área con la katana de forma ofensiva, hasta una serie de cortes en cadena a su alrededor, cerca del cuerpo, como defensa de múltiples atacantes mientras giraba sobre si misma.

Después, lanzó la katana al aire, con un pequeño giro en espiral, y saltó sobre si misma hacia atrás, recogiendo el arma por el mango mientras se agazapaba en el suelo antes de saltar hacia delante y, con impulso, realizar un barrido en círculos con el arma en medio de aquella antesala. Siguió moviendo la katana un poco más, aunque se centró en seguir el compás de unos movimientos de baile que, aunque de carácter elegante, eran bastante más animados que los característicos de un baile cortés. La joven estaba claramente instruida en la danza, pero aún más en la guerra.

Sorprendentemente, Anna parecía realizar semejantes proezas sin ningún esfuerzo, como si fuesen parte de una exhibición que podía repetir en cualquier momento, cual artista o feriante, y el despliegue de estilo a su alrededor era cautivador, con un compás de sus ropajes y el cabello que recordaban a un elemental de aire.

Al acabar, la joven esbozó una reverencia mientras enfundaba la katana.

Le veré mañana a mediodía en El Colmo de Abastos— solicitó de forma amable, educada y casi humilde pero sin perder el tono superior de un noble—. La mesa estará reservada a mi nombre.


Despliegue de Anna:
Ataque y Defensa: Absurdo.
Acrobacias y Trucos de Manos: Fácil.
Baile: Medio.
Estilo: Muy Difícil.

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03/08/2018, 02:02
Akio Takeshi

Tras ello, Akio mantuvo una breve reunión con Galand. El mercader y líder del gremio había mostrado ser un hombre honorable y de confianza, que había pagado a plazos y de forma regular la forja de su armamento, asegurándose de llevar no sólo un seguimiento del trabajo, sino de conocer mejor a su herrero sin atosigarle. A la entrega del arma liberó una generosa suma de dinero, pero a conveniencia de Galand firmó un contrato legal por el cual recogería el resto del pago a su vuelta.

Era demasiado dinero para cargar encima o esconder en la forja sin dividirlo.

Akio abrió una pequeña cámara acorazada y sacó el resto del dinero en escudos de oro. El mercader se había encargado en persona de convertir algunos lingotes de oro en monedas corrientes, algo que naturalmente le había llevado algo de tiempo, aprovechando las "vacaciones" del herrero. Agradeció de nuevo a Galand su excelente trabajo, y casi como un buen amigo sin olvidar su desigualdad social, estrechó la mano del herrero y le pidió que volviese a aparecer por ahí.

No parecía particularmente preocupado por Anna Never, cautivado como Galand por el buen trato y honestidad inocente de la joven, aunque podía apreciarse una mezcla de condescendencia, propia de su edad y experiencia, con algo de envidia por la habilidad marcial de la joven a su temprana edad, así como su propia arma. Quizá Akio juzgaba que Anna no se había esforzado aún lo bastante a su edad como para "merecerla", o quizá simplemente hubiese deseado que su propia familia lo hubiese tratado de forma distinta. Quizá era un problema político, dado que Akio era la cabeza más visible de la independencia de Phaion, mientras que Anna representaba a la nobleza del Imperio.

Sea como fuere, no puso problemas y parecía satisfecho tanto con la visita de la joven como su trato comercial con Galand y el tiempo que había pasado junto a él. Pero aquella noche Galand dormió solo, y no pudo evitar plantearse en cómo había pasado sus últimos días con Sylvia, y si la joven simplemente era afectuosa por tratar con un Sylvain que no la odiaba, o si realmente sentía por él algo más que un afecto amistoso. ¿E Ilviel?

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03/08/2018, 02:04
Anna Never

El Colmo de Abastos era un restaurante elegante en la zona adinerada de la ciudad. Sólo la nobleza y la burguesía adinerada comía ahí, pero el lugar representaba más un lugar donde comer a diario que un sitio donde celebrar un evento de gran relevancia o una reunión importante. Literalmente, era un comedero cotidiano para aquellos con abundancia económica y estatus elevado.

Los precios eran elevados, y la comida, fresca y de calidad. La decoración era elegante, pero nada excesivamente pomposo, y dentro de lo cortés tenía un corte informal. Había cuadros de ilustres mercaderes en las paredes, incluyendo uno del propio Akio y los otro cuatro líderes del gremio, cuyo sexo era diverso. Había frutas y verduras expuestos en contenedores, así como vinos, cremas y mermeladas tras vitrinas y barriles de alcohol. Las mesas eran de madera tratada, pero las sillas estaban recubiertas de tela y disponían de apoyabrazos.

Anna vestía de forma muy similar. Llevaba otra camisa blanca, aunque tenía un cuello distinto. Llevaba echarpe al cuello, similar a una bufanda, pero era ligeramente grisáceo. Su cabello estaba recogido en la frente, y llevaba el cabello blanco liso y suelto a sus espaldas, con la raíz castaña oscura visible en medio de la cabeza. Llevaba, sin embargo, la misma levita, y el arma envuelta en vendas que recordaba a una Espada Bastarda descansaba apoyada contra la espalda de la silla. La katana descansaba a un lado de la misma.

En otro establecimiento sería imposible cargar armas. Sin embargo, aquello no eran armas, eran complementos de estética en cierto modo, y Anna no había reservado su asiento dentro del establecimiento, sino en la terraza de fuera. Aunque había una valla de madera pintada de blanco, y el suelo era de madera, desde ahí se podía ver la calle unos pocos metros más adelante.

Galand reconoció a un par de nobles de baja cuna que habían conseguido sus estoques en la forja del elfo. Los cargaban orgullosos, pues eran buenas obras, pero nada remotamente tan excepcional como las armas que El Espadachín era capaz de forjar. Un par de guardias, discretos en una esquina de la terraza, cargaban espadas largas tan funcionales y eficaces como aquellos estoques, aunque con un acabado menos elegante y refinado.

— Alexei Ortoff, si no recuerdo mal— saludó la pequeña noble, extendiendo su mano para indicar al herrero que tomase asiento y, a la vez, besase con formalidad su mano, lo cual era tanto una formalidad como una concesión, a su manera—. Por lo poco que he podido investigar, es usted— Anna no tenía ninguna necesidad de tratar a Alexei de usted, aunque por su temprana edad, quizá se viera tentada a hacerlo por educación— el mejor herrero de Markusias. Y aún así, tiene tendencia a desaparecer sin dejar rastro de tanto en cuando.

Sonrió ampliamente, echándose hacia atrás para descansar en el asiento. Por su tamaño, casi parecía que se hundiese en él, como una niña en el pomposo asiento de un ricachón adulto.

No le culpo. Tiene el oro para hacerlo, y cualquiera querría un descanso. Pero ama su trabajo. Según me dijo Akio, pasó seis meses trabajando únicamente en su filo a tiempo completo— alzó un dedo, dirigiéndolo de forma ligeramente descortés hacia Galand—. Y aún así, no conozco de ningún herrero corriente que pueda forjar una katana así. Quizá Akio no se haya percatado de eso pese a su propia habilidad, pero yo sí. ¿Quién es usted realmente, Alexei Ortoff? Todo herrero capaz de semejante proeza tiene un pasado, y como mínimo, un mentor y conocimientos más allá de la plebe.

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11/08/2018, 00:08
Galand Ul Del Verdantis

La habilidad de Anna sorprendió y maravilló a Galand, que no había visto a un ser humano tan habilidoso en mucho tiempo. Aquello sumado a la edad de la joven hizo que Alexei se sonrojase levemente a causa de la vergüenza.

Él tenía más de doscientos años y poseía unos niveles de poder y habilidad impresionantes, sin duda. Pero aquella niña, que ni siquiera llegaría a las tres décadas de vida - ¡y puede que ni siquiera a las dos! - ya tenía un nivel de poder similar al que había alcanzado él tras el centenar de años.

Si aquello seguía así… ¿hasta dónde llegaría la joven Anna? ¿Cuál era su límite?

Galand se encontró a sí mismo cavilando sobre la misteriosa noble abelense mientras otra parte de él conversaba con Akio, agradeciendo el pago por su encargo.

Cielos, ¿qué haría con tanto dinero? La verdad era que no lo necesitaba, simplemente trabajaba por pasión. A pesar de la enorme calidad de las piezas que creaba, el elfo no sentía la necesidad de vivir una vida lujosa. Guardaba todo su dinero, repartido entre sus distintos “hogares”, para tener algo en caso de que se presentase una verdadera necesidad.

Aquella noche, un nuevo pensamiento invadió su mente. Sylvia, la princesa perdida. Se comportaba de una forma bastante afectuosa con él, quizá demasiado. Mientras se removía en la cama, Galand apretó con fuerza el Eru Pelegrí que llevaba siempre en el bolsillo del pecho. ¿Qué significaba aquello para Ilviel? ¿Y para él? ¿Tenía él sentimientos románticos con la princesa?

A pesar de su avanzada edad, Galand todavía se sentía como un niño en algunos aspectos. En aquel momento, el elfo echó de menos a sus padres. Apenas recordaba ya los momentos en que su vida había sido normal, en que Madre y Padre habían estado ahí para él, para ayudarle, enseñarle y reconfortarle.

Galand se encontró a sí mismo añorando la seguridad de aquel armario de herramientas. Pequeño y oscuro, pero con una rendija de luz para no estar completamente a ciegas. Recordó con ternura cómo su madre gritaba su nombre, llamándolo por el taller, pasando por delante del armario y no abriéndolo - aún a sabiendas de que él se encontraba en su interior. Ella esperaba a que el pequeño elfo saliese de su escondite, y se hacía la sorprendida.

Aquel recuerdo, aunque amargo en aquel momento, le dio a Galand la paz que necesitaba para dormir, con una sonrisa en el rostro.

********

Para su cita con Anne, Galand decidió vestir de forma algo más ornamentada, más formal. Cambió el clásico atuendo humilde de Alexei por camisa y traje. Su nueva ropa no era excesivamente ostentosa, pues Galand tampoco gustaba de exhibir su riqueza, pero sí lo suficientemente apropiada para la ocasión.

Anduvo por el interior del local, observando con curiosidad a la nobleza y burguesía humanas, presentándose en aquel lugar para comer y pasar el rato. Justo tal y como harían los humanos más pobres, pero pagando diez o veinte veces el precio.

Aquel lugar no le disgustaba al elfo, pero le divertía el paralelismo que trazaba con su propia raza. Los elfos también tenían nobles, y división de clases. Quizá no eran tan diferentes después de todo…

Galand encontró a Anna sentada en la terraza, con sus armas reposando junto a su silla. Galand seguía intrigado por el gran mandoble recubierto de tela, aunque pensó que si la muchacha lo llevaba oculto de aquella manera debía de ser por algo. Sería demasiado indiscreto preguntar por él, aunque su instinto de herrero le decía que se encontraba frente a una pieza formidable.

Tras besar la mano de la joven, siguiendo las normas del protocolo humano, Galand tomó asiento y escuchó a su anfitriona mientras asentía educadamente.

- Corriente… - dijo Galand mientras una sonrisa asomaba en su rostro -. Así es, mi señora. Un herrero corriente no podría haber forjado aquel filo.

No tenía sentido negarlo. Un humano normal jamás habría podido alcanzar aquel grado de perfección.

Galand se recostó en su silla, divertido por la curiosidad que mostraba la joven. Él, de algún modo, se sentía impelido a complacer sus deseos. Quizá era porque él también quería saber más de ella, o porque se encontraba maravillado por su imponente presencia.

- Solo soy un hombre, mi señora. Pero veo las Espadas. Sus filos, sus hojas, incluso sus empuñaduras y pomos. Escucho las Espadas. Su vibración, la dulce canción del metal al entrechocar. Leo sus historias, y las colecciono. Las forjo porque las amo, y porque es aquello que mejor se me da en esta vida.

Y porque es lo único que me queda.

- En el pasado tuve mentores, mis padres - confesó -. Ellos me enseñaron gran parte de lo que sé, pero… El resto tuve que aprenderlo por mí mismo. Durante toda mi vida he viajado por este mundo, conociendo a otros artesanos, averiguando sus secretos. Trabajando distintos materiales y practicando muchas técnicas. Desde Varja hasta el Nuevo Continente, he visto cómo trabajan el acero en todos esos lugares.

Al hablar de aquel tema, los ojos de Galand tenían un brillo propio. La vejez que trataba de aparentar con su conjuro se desvanecía, pues su cuerpo era inundado de vigor y pasión. Para la joven Anna quizá parecería que el viejo Alexei rejuvenecía al hablar de la forja.

- Ahora me limito a compartir lo que sé. Acepto el dinero, pero porque conozco el valor de mi trabajo. Por vuestras palabras, sin embargo, parece que no soy el primer herrero no corriente que conocéis… - planteó con una sonrisa.

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11/08/2018, 22:19
Anna Never

Uno de los mozos tomó nota de la comida y bebida. Anna ordenó un simple zumo de frutas, con una sonrisa aniñada, junto con pollo asado y un revuelto de verdura. Nada ostentoso, desde luego, aunque pidió tras Galand.

La joven sonreía, satisfecha y visiblemente ilusionada, ante la explicación del hombre sobre su historia, su pasión y su propia curiosidad.

— Ha visto mucho mundo, por lo que veo— comentó la joven con una intriga sugerente—. Vive su oficio con increíble pasión, Alexei— dijo llamándolo por el nombre, pese al trato formal, dada su posición de poder pese a su temprana edad—. Tanta que pensaría que se ha criado en Varja, si no fuese por su rostro— compuso una sonrisa afable, en relación a la fachada de Galand—. Supongo que soy la primera mocosa— acentuó con autocrítica— que veis con mi... talento.

Nuevamente, Anna tenía la presencia de una princesa, las habilidades sociales de un rey y capacidades de combate que encajarían mejor en el cuerpo de un general veterano o un Caballero del Quinto o Sexto Cielo. Era algo suave, elegante, pero notoriamente visible. El mozo que les atendió claramente veía en Anna como la joven atractiva de su ciudad, ya no por su físico, sino su manto de confianza y el mecer de sus cabellos. Y desde luego, tenía más encanto y palabra que cualquier jefe que aquel mozo pudiese tener.

— Digamos que mi educación siempre ha sido tomada en cuenta con extrema seriedad— compuso con una sonrisa ligeramente amarga—. Y por razones obvias dado mi talento con la katana, sé bastante más sobre armas que cualquier joven de mi edad— había una leve melancolía en ello, pero invisible ante cualquiera que no hubiese perdido a toda su familia, su hogar, y la mayoría de su raza—. He visto por mí misma la forja de Abel, y las armas de los Caballeros del Cielo. Algunos de nuestros herreros tienen la suficiente instrucción marcial como para haber conectado con su yo interior— a juzgar por sus palabras, intentaba usar un eufemismo—. Y en esos casos, queremos que nuestros forjadores aprendan a transgredir sus limitaciones naturales.

Anna soltó una pequeña risa, tan luminosa y juvenil como comprometedora. Negó con la cabeza, divertida por sus propias palabras.

Aún así, entiendo que tardó seis meses en forjar la katana, Alexei, y estaba seguro de si mismo al hacerlo— la joven se inclinó ligeramente, haciendo una pausa tensa para emocionar a Galand mientras bebía zumo morado—. Nuestros herreros, con esos materiales, tardan lo mismo en hacer una espada larga, y en ocasiones su trabajo sigue siendo totalmente increíble, pero nada en comparación con una calidad tan excepcional que parece— enfatizó la palabra parece, a sabiendas, quizá por experiencia, de que con suerte cualquiera podía forjar una espada larga así— desafiar lo posible.

La joven se cruzó de brazos, apoyando los codos en la mesa con seriedad, y miró a Galand a los ojos con una confianza demoledora para venir de poco más que una niña.

— Quiero comprobar su talento. Y llevarle conmigo a Abel. Si realmente es el mejor herrero que he visto, y no un timador o un buen artesano con un golpe de suerte, quiero que instruya a los demás y cree espadas para el Cielo— entiéndase los Caballeros del Cielo— y otros altos cargos militares. Simplemente dígame qué quiere. Que vivirá mejor y más seguro que aquí ya se lo garantizo.

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19/08/2018, 18:32
Galand Ul Del Verdantis

Galand escuchó la respuesta de la joven Anne con sumo interés. La muchacha no debía de ser una noble corriente, pues contaba con una educación, entrenamiento y experiencia dignos de una persona de la máxima importancia.

Mientras asentía levemente con la cabeza, haciendo entender a la joven que seguía su conversación, Galand se preguntaba qué tipo de casa noble instruiría tan minuciosamente a una joven. ¿Quizá estaba destinada a formar parte de la Orden del Cielo? Aquella joven podría formar parte de la guardia real de la Emperatriz sin problema, con unos cuantos años más…

Cuando la conversación volvió al cauce de la forja, Galand desechó sus elucubraciones para centrarse únicamente en lo que Anne le planteaba.

Anne era consciente de que sus habilidades eran, sin duda, inhumanas. Cualquier persona con buen ojo para las armas y la experiencia suficiente podría deducir que la habilidad de Galand sobrepasaba los límites de los meros mortales. El elfo sonrió con soberbia al escuchar aquello de “fuera de lo posible”.

Entonces vino su oferta.

- ¿Crear espadas para el Cielo? - preguntó Galand, sorprendido.

La verdad era que el Artesano de Espadas se imaginaba una oferta típica de una casa noble. Crear armas maravillosas para sus miembros más selectos. Armar a su guardia personal. Quizá una nueva katana de igual calidad para la joven Anne.

Pero no, ella le ofrecía forjar armas para el ejército del Imperio.

¿Quién podría tener la autoridad para otorgar semejante cargo? No una noble cualquiera. ¿Quizá en su familia había un Señor de la Guerra? Debía de tener lazos directos con el gobierno para permitirse tal ofrecimiento.

La sorpresa inicial fue rápidamente sobrevenida por unos instantes de duda.

¿Qué quería realmente Galand, el elfo? ¿Trabajar para los humanos? ¿Transmitirles sus conocimientos? ¿Armar a sus ejércitos con refinados filos élficos?

Aquello le causaba sentimientos encontrados. Por una parte, podría “retirarse”. Tras los muros de Abel seguramente tan solo tendría que preocuparse de forjar y de vivir. A sus doscientos cincuenta años de edad, aquella perspectiva no le resultaba desalentadora.

Por otro lado, estaba Sylvia. El Príncipe. La misión que se había impuesto de detener aquella locura que traería destrucción al mundo. No podía quedarse de brazos cruzados mientras aquello sucedía, ¿verdad?

- Su oferta es tentadora, mi señora - admitió Galand mientras apoyaba los codos sobre la mesa, entrelazando los dedos frente a su mentón -. La perspectiva de una vida tranquila, forjando espadas en Abel, me resulta de lo más atractiva. Podría dedicarme a mi pasión, durante mucho tiempo… - dijo con melancolía. Ojalá su vida hubiese sido así desde el principio.

Galand ni siquiera pareció darse cuenta de la cláusula en la que debía demostrar que no era un timador o simplemente un suertudo. Su mente ya vagaba por otros senderos. Tampoco cuestionó el origen de aquella oferta. Aunque sentía una gran curiosidad por conocer los vínculos que tenía aquella joven con el Imperio, había otros asuntos más apremiantes en aquel momento.

- Pero ahora mismo no puedo aceptar. Debo encargarme de unos asuntos de extrema importancia. Para mí, al menos… - confesó con una triste sonrisa, sin dar mucha más información -. Lamento no poder darle detalles, pues es un asunto personal.

Si no hubiese conocido a Sylvia de camino a Markusias, Galand seguramente habría aceptado aquella oferta. Habría pedido una pequeña granja, un lugar donde estar tranquilo. Habría pedido poder inspeccionar las mejores obras entre las armas del ejército, pues amaba conocer nuevos filos y aprender sus historias.

Al elfo le daba cierta rabia no tener ninguna aspiración más alta que vivir una vida tranquila. Las pocas aventuras que había vivido habían sido fruto de la necesidad, de las circunstancias. Si por él fuera, seguiría en aquel luminoso taller en Sylvania, al borde de los jardines flotantes…

- Pero una vez termine, me gustaría que, si la oferta siguiese en pie, emprender ese viaje. Ir a Abel, demostrarle mi habilidad y, quién sabe, quizá encontrar un lugar donde vivir tranquilo.

Galand dio un sorbo del vino afrutado que había pedido. Tenía la garganta reseca, y se encontraba algo turbado. En ocasiones pensaba demasiado, recordaba demasiado. Quizá lo que necesitaba en realidad era que un hechicero jugase con su memoria, borrar todo lo doloroso…

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19/08/2018, 23:27
Anna Never

Anna aceptó. Escribió a mano una dirección en Abel, dentro de la zona real de la ciudad, que correspondía con el despacho de una suerte secretario, bibliotecario, escribano o notario, a juzgar por su vago cargo.

Albus Van Horsman
Maestro de Archivos
4º Despacho, 3er Piso
Biblioteca de Arkángel
Sacro Santo Imperio de Abel

La joven negó que compartiese apellido con el tal Albus, pero afirmó que se trataba de alguien de confianza, y leal a su puesto de trabajo. A Galand el Apellido "Van Horsman" le resultaba familiar, como si alguien conocido o importante proviniese de ese árbol familiar, pero no sabía exactamente los detalles. Con su saber de Historia, le sonaba que pertenecía a algún altísimo cargo militar del Imperio, pero era incapaz de ubicarlo en ese momento, o de estar siquiera seguro de ese dato. Aún así, también le sonaba haber escuchado ese nombre entre sus conocimientos de Ocultismo, pero no sabía cuándo, dónde, o si era importante o la misma familia.

La comida transcurrió sin mayores incidentes. Anna no presionó a Alexei sobre sus quehaceres, o su vida, pero se mostró algo reservada al hablar de la suya propia. Sin hacer alardes, quedó claro que su familia era gente pudiente, importante y bien conectada en Arkángel, con lazos entretejidos con el gobierno de la Emperatriz a nivel mercantil, político y militar, aunque estos dos últimos prácticamente iban siempre de la mano.

Su oferta para forjar armas de la Orden del Cielo parecía real, y duradera. Tanto así, que la joven pasó parte de la comida explicando detalles menores como la Forja Imperial de Arkángel, diseñada originalmente por el Señor de la Guerra de los principados del imperio del viejo continente, y "perfeccionada" posteriormente por sus herreros. Pasó tiempo vendiéndole a Alexei cómo sería su local de trabajo, cuántos herreros podían trabajar, y qué acomodado estilo de vida podría disfrutar el hombre.

Preguntó cuánto tiempo estimaba Alexei que tardaría en "encargarse de sus asuntos", pero no presionó al respecto. Pasó el resto de la comida contando pequeñas anécdotas sobre las relaciones comerciales del Imperio con Phaion, las tensiones con Argos y la Alianza de Azur, y, cuando se daba cuenta de que estaba siendo demasiado política, intentaba hablar de insignificancias como la comida que disfrutaban, o bromear desde el respeto sobre la reacción de Takeshi al verla "bailar" con aquella katana. Contó alguna pequeña anécdota relacionada con su propio entrenamiento marcial, y algún combate aislado en el que se había metido en sus viajes por intentar ayudar a otros.

Claramente, Anna estaba muy orgullosa de su esfuerzo por aprender a combatir, y su sentido del humor no dejaba de ser, aunque algo maduro para su edad, el de una joven. Muy lejos del de Galand.

- Tiradas (1)
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20/08/2018, 11:23
Maestro

Esa misma tarde, Galand retornó a su forja. Tenía que decidir qué hacer con el dinero restante, aquel que Akio Takeshi amablemente había custodiado durante el retiro espiritual del Slyvain a las montañas, pero que ahora descansaba entre los bienes materiales del herrero, y no en forma de papel.

Tenía que rehacer su equipaje, cambiando mudas de ropa, cargando raciones de comida, y decidiendo si iba a dejar o llevar algo más en su aventura. ¿Iba a abandonar el Laúd en Markusias? ¿Estaba allí escondido alguno de sus dos grimorios de magia? ¿Seguiría cargando un estoque, u otra arma?

Pronto se encontraría con Sylvia, y no sabía lo que esperar de su encuentro con ella en la ciudad, pues no la había visto desde que llegaron a la ciudad. Su relación había sido tensa, pasional, y por el momento, efímera. Casi parecía un sueño, si no fuese porque iban a reemprender juntos su cruzada ¿contra? el Príncipe de Los Perdidos.

Sin embargo, un cliente llamó a la puerta.

Un hombre mayor, entrado en años pero aún en plena forma, cruzó el umbral. Su imponente estatura y complexión llamaba la atención. Cubierto por un grueso abrigo de piel, vestía debajo una armadura completa y cargaba una espada bastarda a su espalda. Su cabello, grisáceo y relativamente limpio, nada fuera de lo común con su imagen de guerrero más preocupado por amedrentar con su presencia que por causar una buena impresión.

Galand recordó cómo aquel hombre, curiosamente, encajaba con la descripción del Inquisidor que comandaba a los 50 mercenarios y 10 soldados, en las lindes de aquel bosque, noches atrás. Y efectivamente, aquel hombre llevaba un colgante con una cruz de plata, estilizada con el aspecto de la afilada cruz de la Inquisición.

El hombre, al pasar, hizo pasar junto a él a un niño, rubio y con grandes ojos grandes, visiblemente cansado. Aunque claramente era más grande que él, el joven casi arrastraba tras de si una Espada Bastarda, simple y sin aparentemente nada especial o reseñable en ella. Si salvamos, claro, el hecho de que la espada pesaría poco más de lo que pesaba aquel retaco, que también portaba una cruz de plata al cuello.

Pese al visible esfuerzo y cansancio, el niño sonreía como si se encontrase en una panadería llena de dulces.

— Muy buenas, Herrero— saludó el Inquisidor con formalidad, inclinándose ligeramente mientras se llevaba una mano al pecho—. Como veréis, el joven y yo estamos muy lejos de casa. Los Estados Episcopales— se explicó con una sonrisa afable, pero a la vez amarga—. Su primera escapada del convento, y mi trabajo, nos han traído aquí por capricho del destino— continuó—. Acabamos de llegar a la ciudad tras un largo viaje y necesitamos un buen descanso, así que espero no robarle mucho tiempo, pero— señaló al niño— esta fue la única forma de mantener su sonrisa durante el viaje. El joven Ace— posó su enorme mano sobre su pequeño hombro— querría un arma más... manejable.

Aquel Maestro en Armas dudó al elegir la palabra con que describir el arma, pese a que, claramente, debía tener una amplia experiencia con ellas.

— He preguntado a un par de comerciantes que parecían buenos a mi humilde juicio, y— abarcó las manos con la forja—. Ambos coincidían en que la forja de un tal Alexei Ortoff era la forja que quería visitar— sonrió de forma afable, intentando mostrar amabilidad, pero sólo le daba un aire más inquietante—. Sé que es un encargo inusual, pero, aún a costa de que el arma esté desequilibrada y no tenga un agarre sólido, ¿podría fabricar una espada bastarda más liviana para el joven?

Eso significaría que, con un agarre normal por la empuñadura, la defensa sería fácil de quebrar, el filo fácil de desviar. Además, sería más fácil dañar o partir el arma, literalmente. Sin embargo, era posible. Poco práctico para un espadachín tradicional, pero posible. Considerando la legendaria capacidad de Galand para la forja... era una petición asequible antes de que abandonase la ciudad, si es que decidía aceptar el encargo.

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04/09/2018, 22:29
Galand Ul Del Verdantis

Cuando Galand regresó a su forja, tras el encuentro con Anna, tan solo quería descansar. Aquellos últimos días habían estado cargados de emociones y sorpresas. Ahora, lo que más le apetecía al elfo era sentarse y reflexionar.

Por alguna razón, preparar su equipaje le resultaba de lo más relajante. Durante ese rato podía pensar en nimiedades como en qué diablos iba a hacer con semejante cantidad de dinero.

En aquel momento lamentó no haber dedicado sus estudios arcanos a la magia más corriente. Seguramente habría podido encontrar algún tipo de solución a sus problemas de dinero como una “bolsa infinita” en la que pudiese echarlo todo sin problema.

Pero en su momento había aprendido magia para combatir, para liberar al pueblo elfo de sus enemigos.

Y en aquello se había quedado.

Galand era un artista. Pero su arte resultaba ser la guerra, la lucha.

Resoplando, metió varias de sus posesiones más preciadas en su bolsa de viaje. Sus dos grimorios, el broche contenedor de su madre. El Eru Pelegrí lo guardó en el bolsillo de su pecho, siempre cerca del corazón. No sabía cuándo regresaría a casa, así que no tenía sentido dejar atrás sus herramientas más preciadas.

Sus filos lo acompañaban siempre, embebidos en lo más profundo de su alma, listos para materializarse frente a él cuando los necesitase. ¿En cuanto al dinero? Bueno, podía dejar una parte aquí y llevarse otra consigo. Seguramente les esperaba un viaje duro por delante, no estaba de más llevar encima algo de oro.

Mientras se encontraba cavilando sobre su futuro más cercano, un cliente llamó a la puerta de su forja.

Más molesto que sorprendido, Galand se dirigió a la puerta y la abrió. Sus nuevos clientes, sin embargo, sí que lo dejaron patidifuso.

Un Inquisidor, ni más ni menos.

En el pasado, Galand se había sentido increíblemente contrariado cada vez que veía a uno de los suyos. Espada en mano, había corrido a darles muerte sin dudar, empleando cantidades de poder excesivas y demasiado llamativas.

El sino de Kaiel todavía pesaba en el elfo como una enorme losa de granito, pero tras los años su odio se había desvanecido, en parte.

Al elfo le parecía repugnante que aquel hombre, por afable y educado que pudiese parecer, llevase consigo a una criatura apenas capaz de enarbolar un arma. Los niños no estaban hechos para la guerra ni para la sangre.

Los niños debían ser niños. No debían blandir armas contra los demás, ni presenciarlo. Ni ver cómo su ciudad era destruida por la codicia y la ignorancia de una especie inferior, ni tener que dejar atrás a su madre para…

“¡PAM!”

Galand había dado un manotazo sobre su mostrador, de forma espontánea, con tal de salvarse a sí mismo de aquel tren de pensamiento.

- Es un encargo inusual, sin duda - se apresuró a decir, incorporándose a la conversación como si no hubiese estado medio distraído durante unos largos y angustiosos segundos -. No solo en naturaleza, sino en cliente - observó mientras dirigía su mirada hacia el niño.

Inevitablemente, el rubio cabello y grandes ojos del chaval recordaron al elfo a su propio hijo.

- Jamás he tenido problema en forjar aceros para hombres y mujeres capaces de blandirlos. Humildes u ornamentados. Largos, cortos, rectos y curvos. Pesados como un mandoble, o ligeros como un estoque. Pero forjar un arma para un niño… me parece insólito, mi señor - dijo con un tono neutro, carente de emoción alguna - a pesar de que, en su interior, Galand estaba en aquel momento en plena ebullición.

Las espadas se usaban para matar, aquello era innegable. Pero darle un acero a un niño inquisidor le dolía especialmente al elfo.

- ¿Por qué debe un niño blandir una espada? - preguntó al Inquisidor, desafiante.

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04/09/2018, 23:07
Maestro

El Inquisidor asintió con solemnidad, agachando la cabeza en lo que casi parecía una diminuta reverencia.

— En efecto, es un pedido inusual— concedió la montaña—. El joven Ace— posó una pesada y gran mano sobre uno de los pequeños hombros del joven— perdió a sus padres hace no mucho. Su instinto guerrero como hombre, y justiciero como creyente en la fe cristiana, le llaman al deber de la inquisición— explicó el hombre, mirando al joven con lo parecía cierto orgullo, aunque también frialdad—. No espero del joven que derrame sangre durante mucho tiempo, pero es mi deber enseñarlo desde hoy para que no corra el mismo destino que su familia, y para evitar que otros lo sufran.

El hombre agarró la espada bastarda de Ace, dejándola con cuidado en el suelo. Agarró con una mano al joven por la parte trasera de los muslos y lo cargó a un costado del pecho. En aquella posición destacaba el tamaño del Inquisidor, pero también realzaba la inocencia del pequeño.

— Como podrá suponer, el filo que le pido no sería muy eficiente en combate— se justificó el hombre, pues ciertamente era fácil de desbalancear—. Pero servirá para entrenar mientras su cuerpo crece. Aún así— miró a Ace con gravedad— he estado entrenando personalmente a Ace, y puedo asegurarle que ningún ratero le vencería en combate singular. Ace tiene un talento natural, y es su deseo poner su habilidad al servicio de las gentes de Gaia.

Aquel discurso tendría sentido frente a los humanos mundanos de Gaia. La Inquisición era una orden santa, religiosa, y dedicada a proteger a Gaia y sus habitantes del mal. Brujas, Demonios y otros cuentos para no dormir. Su propia actividad podría considerarse más bien "decorativa" para muchos, pues dichos seres para no dormir, no existían. Pero si lo hacían... la Inquisición eran los paladines de brillante armadura encargados de proteger a las gentes de dicho mal.

Por supuesto, la realidad que Galand vivía era una muy distinta. En donde Inquisidores manipulados desde pequeños erradicaban sin criterio todo aquello que no era humano. Incluyendo a su propio hijo.

Era notable apuntar que el joven Ace asintió con la cabeza tras el discurso de maestro. Pero Galand tenía una inteligencia prodigiosa, y un talento marcial parejo, lo cual le permitían pensar formas alternativas en la que aquel filo podría ser empleado en combate real. Lo único que debía hacer, era tomar el punto de agarre, aquel que absorbía la fuerza de los impactos, centrado al comienzo del propio filo en lugar de en el mango. Aunque ello requería de habilidades sobrenaturales, por supuesto, y aquel niño no parecía poseer el Don.

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10/09/2018, 13:37
Galand Ul Del Verdantis

La imagen del Inquisidor tomando en brazos al niño conmovió en cierto modo a Galand. En todos los bandos había padres e hijos, maestros y aprendices. Todo el mundo había sido niño en algún momento, todos habían sido, aunque fuese por un corto periodo de tiempo, inocentes.

“El mismo destino que su familia”

Mientras el Inquisidor elogiaba al pequeño, Galand caviló sobre el número de personas que habrían muerto a manos del hombre. Y de las que morirían a manos del pequeño una vez se hiciese mayor.

Los nuestros, sin embargo, también habían matado a los suyos.

¿Cuándo comenzó aquel ciclo? ¿Cuándo terminaría? Si el odio no se cortaba por lo sano, la espiral de sangre jamás se detendría. Galand, que ya no tenía nada que perder, pensó sobre aquel asunto con la sangre especialmente fría.

No podía enemistarse en aquel momento con la Inquisición. No, al menos, en su actual tapadera. Aquellos clientes habían venido buscando a un habilidoso herrero humano, que no tendría por qué estar en contra de darles lo que querían, siempre que pudiesen pagarlo.

Con el tiempo, podría irse a Abel a forjar acero para la Orden del Cielo. Seguían siendo humanos, pero a los ojos del elfo era mejor que hacer espadas para cualquier otra organización.

Los Perdidos estaban comandados por Nérelas, y no buscaban precisamente la paz. Samael, aunque podía tener buenas intenciones en apariencia, estaba comandado por un misterioso consejo con agendas desconocidas.

Quizá aquella era la mejor alternativa.

Hasta el momento, debía seguir forjando espadas, las que fuesen necesarias.

- Forjaré el arma, para que el pequeño pueda aprender a defenderse, así como a aquellos que no puedan defenderse por sí mismos. Volved en una hora.