Partida Rol por web

El sacerdote corre como alma que lleva el diablo y quién sabe si no será realidad más que metáfora. A pesar de todo corres algo más rápido que él y acortas las distancias, como hace el ahora descubierto Seluku que está prácticamente a tu lado.

Sabiendo de aproximidad de los templos y del riesgo que actuar en esa zona de la ciudad supone trato de rebasar al sacerdote mientras para cortarle el paso haci lo templos mientras mi leal siervo Seleku cerca su huída por la dirección en la que venimos.

De aquí no escaparás...

Pongo los pies en polvorosa de manera más rapida mientras espero perderlos o lograr llegar hasta los templos. Me empiezo a preparar para todo y en ese instante pasa por mi mente Almab recuerda que tienes una daga con que defenderte

El sacerdote demuestra o bien ser un consumado atleta o bien tener alguna capacidad, pues trata de poner pies en polvorosa de manera bastante efectiva. No obstante, calculando sus movimientos y dirección, te desvías ligeramente por las calles que tan bien conoces y avanzas a toda prisa esquivando ánforas y desechos, corriendo y saltando por estrechas callejuelas que te sitúan ni más ni menos que en ante el propio sacerdote. Tras él viene Seluku, daga en mano.

Con una mueca dibujada en el rostro sorprendo al desdichado e ingenuo sacerdote, no importa cuan rápido sea, no sabe a lo que se enfrenta y no tendrá oportunidad de comprobarlo.

Eres mío...

Con una velocidad inusitada cargo con mi daga hacia el cuerpo del munafiqum buscando realizar un golpe certero que inflinja en su cuerpo muerto un gran daño, describo un arco con mi preciada daga para segar su maldita existencia. Mis músculos se tensan al máximo para que el golpe produzca un impacto atroz.
Notando como la sangre trabaja bajo las capas de tela y piel, al nivel de mi musculatura mis extremidades y torso aumentan de volumen, percibo con claridad como la flexibilidad de mis manos y la fuerza que imprimo al golpe pueden dejar sin sentido a cualquiera que me este observando...

En un momento dado, en tu larga carrera, pierdes de vista a tu perseguidor contertúleo, pero no así el perseguidor original, en la mano del cual, además, ahora brilla el metal de una daga.

Corres, corres hacia tu salvación en los templos. Ya aparecen entre las casas cuando las callejuelas de la ciudad te permiten correr directamente hacia ellos, pero repentinamente, surgiendo a velocidad sobrenatural de entre las callejuelas hacia las que te dirigías aparece el hombre de la cervecería.

Lees en el brillo de sus ojos la expresión "eres mío" y la daga de cobre que portaba en su mano dibuja un arco a velocidad imposible al que acompaña su carga hacia ti, antes de que puedas siquiera reaccionar.

La daga se clava en tu costado provocándote una herida menos mortífera de lo que hubieras imaginado. Entonces notas el segundo golpe. El segundo perseguidor ha llegado hasta ti, daga en mano, pero la carrera le impide hacer correctamente su trabajo y el arma atraviesa tu ropa, pero no llega más que a arañarte ligeramente el costado. "El diablo protege a los suyos", dicen. No es probable que pueda hacerlo mucho más si la situación prosigue así.

El sacerdote es mucho más escurridizo de lo que uno podría imaginarse. A pesar de tu velocidad acierta a hacerse a un lado, quebrando su carrera con un extraño paso lateral que te resulta desconcertador. Pese a ello aciertas a herirle, pero menos profundamente de lo deseable. Un hombre normal yacería ahora a tus pies. El sacerdote no lo es.

Seluku llega a la carrera, su rostro encendido por el esfuerzo y, falto absolutamente de todo aliento, trata de ensartar a su perseguido. Su daga se clava en las ropas del sacerdote, atravesándolas, pero no logra penetrar en órganos vitales, emergiendo el arma de entre las ropas sólo con un hilillo de sangre en su filo.

Digo fuertemente "defiendeme" alguno de los 2 tendra que ceder, así podré pelear con uno. Saco mi daga de entre mis ropas, me preparo y ataco a quien no cayo en el efecto de presencia. Mando el dagazo hacia el corazón, si lo acierto no saco la daga para así dejar paralizado a ese sujeto.

-¡¡Defiendeme!! -dice con fuerza el sacerdote. En ese mismo momento notas la necesidad de obedecer a alguien de tan alto cargo, mediador entre los dioses y los hombres. Su voz imperiosa impele a tu mente a seguir su mandato, porque el mismo acto de provenir de sus sacro-santos labios le da legitimidad. Por supuesto, la parte racional de tu mente batalla contra dicha idea y dudas sólo unos segundos, liberándote del abrazo de sus poderes por pura fuerza de voluntad(1). Para tu horror, Seluku no ha sido tan fuerte como tú y al tratar de volver a encarar al sacerdote, el anciano-asesino niega con la cabeza, advirtiéndote que no debes hacer eso... Entonces el sacerdote salta sobre ti, atacándote con una daga que acaba de sacar de entre sus vestiduras.

No muestres piedad, no muestres clemencia no muestres debilidad...
Palabras a fuego grabdas durante años de dura existencia, resquebrajadas por una neva forma de vida, algo que hacía bueno los defectos de la vida, enfocándolos en una lucha por un bien mayor, erradicar esa maldita lacra, la estirpe de Khayyin.

Las necias palabras del sacerdote caen en saco roto, pues no es la primera vez que una prueba así se ponía frente a mi, todavía recordaba el combate contra mi compañero de armas, contra mi igual en el Alamut, el mismo que me invistió de la gracia y camadería de todo mi amado clan, cualquier intento de dominio no surtiría efecto en mi férrea determinación...

Mi brazo describe un nuevo arco en el aire esgrimiendo mi arma como si de una extremidad más se tratase aplicando la fuerza del movimiento para detener el golpe...

El intento de asesino plantado ante ti duda una fracción de segundo, pero la determinación surge en su rostro de entre la incertidumbre causada por tu presencia y tus palabras. Para su consternación el viejo envuelto en pesadas ropas que te seguía y ha tratado de ensartarte (fallidamente) con su daga, se pone de tu lado, negando con la cabeza, advirtiéndole sin palabras a tu enemig que no debe intentar herirte. Entonces te adelantas presuroso con la daga recién extraida de entre tus ropas y atacas al asesino. Un ruido metálico restallante es todo lo que obtienes como resultado. Acaba de desviar tu hoja con cierta facilidad.

El sacerdote ha proyectado su golpe directamente hacia tu corazón, de eso estás seguro. Por fortuna eres un hábil combatiente y no te ha costado demasiado esfuerzo desviar su golpe, haciéndolo completamente inofensivo, rasgando sólo el aire de tu costado. Su rostro y sus movimientos denotan cierta frialdad, cierto odio primario, a la vez que cierta desesperación...

Fácil, demasiado fácil pequeña rata, estás perdido si no tienes nada más...

Casi relamiendome por el momento en el que mi daga penetre en su carne descargo un certero golpe sobre su cuerpo, seguramente el definitivo antes de mi suculento banquete...es justo en ese momento cuando me doy cuenta de que la ansiedad me juega una mala pasada, mi golpe se desvía bastante del punto deseado.

¡¡¡Pero que....!!!

Para tu sorpresa, cuando comenzabas a trazar el golpe que debería acabar con tu enemigo, Seluku, tu viejo amigo y compañero, hasta hace escasos segundos fiel ghoul, se interpone en su trayectoria, daga en mano y tu golpe es desviado con gran efectividad.

-No me obligues a atacarte, viejo amigo...

Para tu sorpresa, cuando comenzabas a apartarte del nuevo golpe de tu asesino, el viejo, afectado por tu presencia, se interpone en su trayectoria, daga en mano, desviándolo con gran efectividad.

-No me obligues a atacarte, viejo amigo... -le dice a tu asesino.

Una sonrisa surca mis labios...

- Deberías haber aprendido de mis enseñanzas....- digo a seleku

Justo en ese momento suelto una atroz patada al viejo de rojo lanzándolo contra el sacerdote.