Partida Rol por web

Thomas, una vez hubo recogido su paracaídas, se acercó a la posición del austriaco. Así como había aterrizado, era un milagro que no se hubiera matado. Lo mínimo que le podía haber sucedido era una leve torcedura de tobillo, como parecía que era lo que se había hecho. Fuera como fuera, debían salir de ahí. No sabían si habían sido avistados desde tierra durante el lanzamiento y si ya se había enviado a alguna patrulla alemana en su búsqueda, por ello era necesario que se movieran rápido y Klaus en aquellas condiciones, iba a ser difícil.

- Trataría de ayudarle con eso, Velvet.  - Dijo su nombre en clave con algo de sorna. - Pero prefiero esperar a la doctora. Para eso la tenemos, ¿verdad?

Alzó la vista esperando ver caer a Marlowe del cielo, pero en cambio vio como el aeroplano viraba en el cielo buscando de nuevo el punto de lanzamiento. La doctora parecía indecisa, algo normal entre la población civil, no obstante, aquella indecisión podía poner el serio peligro la misión y Penwater, aunque no lo manifestaba, estaba realmente preocupado.

La voz de Die Walküre sonaba con un acento bastante poco germano en opinión de Klaus. A decir verdad, recordaba al acento de Arizona del que hacía gala el noble cabo Penwater. El austríaco había pasado del aspaviento a la sosegada resignación. ¡Parecía estar echando una siesta! Su pose era digna de estudio, allí tumbado en mitad de la hierba con las manos entrecruzadas a la altura del ombligo y con una apacible sonrisa. Apacible sonrisa que no desapareció ante la visión del cabo Penwater, una versión sin duda más masculina de la valquiria que había de conducir a Klaus al Valhalla.

Una lástima. Habría que esperar a otra ocasión.

-Thunder-, replicó muy cortés Von Heizinger alzando su ya legendario dedo matizador. Por desgracia, no llegaba a introducirlo en el ojo glauco de Penwater, pero su malvada intención ahí quedó. -Velvet... Thun-Der, lieben Freünd. La creatividad del artista debe ser respetada incluso tras su inevitable final, ¿no le parece? Y, por cierto, alabo su juicio. Creo que he sufrido una inoportuna torcedura de tobillo. Nada demasiado preocupante, pero noto una creciente hinchazón en el pie y no me gustaría que usted tuviera que cargar conmigo. ¡Jijijijiji!-. Dijo aquello como si su mayor interés fuera en ir a cuestas del amerrikaner. Humor puramente austríaco, sin duda.

-¿Dónde está un profesional de la medicina cuando se le necesita?-, inquirió muy sonriente incorporándose y comprobando su pie malherido. -¿Sabe qué sería muy divertido? ¿Imagina que nuestra sufrida doctora británica se lastima al caer? ¡Jijijiji! ¡Vaya dos patas para un banco! ¡JIAJIAJIAAA!-. Interrumpió su carcajada con un gesto de verdadera preocupación. -Se dice así en United Kingdom, ¿ja? Bueno, lo verdaderamente drrramático del asunto sería que habría de elegir con quién de los dos cargarrr hasta Krupna... Y yo me lo he pedido primero, ¿ja? ¡Jijijijijijijijijijiji! ¡Deberrrría verse la cara, Penwaterrrr! ¡No se preocupe, hombre! ¡Confiemos en nuestra doctora!-.

Se recostó con dificultad en el tronco del cedro, se alisó la chaqueta y comprobó que aunque conservaba el armamento, el casco se le había caído a varios metros tras el trompazo. Señaló el casco y miró con sonrisa de niño travieso al cabo.

-¿Sería tan amable, Penwaterrrr?-. Esperó a que el soldado le hiciese el favor y aprovechó para compartir con él un pensamiento que circulaba por su mente mientras veía a Emil vomitar el desayuno. El joven había aterrizado condenadamente bien. Klaus anotó mentalmente que podía ser un gran activo para la operación. Un activo... encubierto.

-Oiga, Penwaterrrr, ¿sabe por qué esta misión solo cuenta con un militar titulado entre sus filas? No sé, estoy confuso. ¿Es práctica habitual en operaciones de tanta relevancia?

Como solía ocurrir con Von Heizinger, uno no sabía si estaba iniciando una conversación cordial y aparentemente inofensiva o, por el contrario, estaba descargando una inmensa presión sobre Penwater, a saber con qué finalidad.

Tras aquella sempiterna sonrisa torcida, enigmático e impredecible hombrecillo era el austríaco.

- Thunder... Velvet Thunder... - Negó con la cabeza y tomó aire. - Lo que sea... 

Volvió a dirigir la mirada al cielo. Estaba realmente preocupado por Fräulin Marlow. Meneó la cabeza, sorprendido por haberla denominado así, en alemán. Con Heizinger empezaba a hacer estragos en él.

- Esperemos que nada le suceda a la señorita Marlowe. - Respondió muy serio. - No es algo con lo que bromear...

Aquel tipo no tenía escrúpulos. Le daba igual todo y evidentemente tampoco tenía vergüenza ajena por los comentarios que hacía. Sin duda tenía muy buen concepto de si mismo y una gran autoestima. 

- No suelo participar en operaciones de este calibre. - Respondió a su última pregunta. - Pero no, no creo que sea habitual enviar un setenta u cinco por cien de civiles en una misión bélica o de espionaje. No se qué buscan exactamente de nosotros, pero pronto puede que empecemos a entenderlo.

- Parece que nuestra doctora no se ha atrevido a saltar - sentenció Emil, entre risas mientras se acercaba al pintoresco dúo que formaban Penwater y Heizinger. Por la soberbia con la que hablaba, cualquier diría que acababa de decorar el suelo con el almuerzo -. Una pena. Era una compañía agradable - el joven lanza una divertida mirada al austriaco, tendido en el suelo -. Mejorando lo presente, por supuesto.

Con una carcajada, Emil recoge el casco de Heizinger y se lo pone en la testa al Thunder Velvet - No queremos más accidentes, ¿eh?

Eleanor Marlowe no era una mujer especialmente asustadiza, pero notaba su corazón galopar en el pecho como jamás lo había hecho anteriormente. El viento le agitaba el pelo mientras la adrenalina corría desenfrenada por sus venas. Una extraña mezcla de miedo y excitación se había apoderado de ella que observaba con fascinación a sus compañeros desaparecer en el vacío. 

El comentario de Emil le arrancó una sonrisa y un nuevo sentimiento brotó de manera espontánea. El desafío había sido lanzado. El guante había sido arrojado. Ahora le tocaba a ella recogerlo... Con decisión se dirigió hacia la rampa y con una pequeña carrera final saltó. Mientras caía la doctora no pudo dejar de examinar la reacción de su cuerpo ante semejante experiencia. El pulso, la sensación en el estómago, el rugido en sus oídos, el vértigo. Maravillada, no pudo evitar soltar una carcajada. Desde las alturas observó a Heinrich vomitando en el prado y a su amigo Klaus tirado en el suelo. Su instinto se activó de inmediato. 

Con una elegancia inusitada la doctora aterrizó en el césped, se libró del paracaídas y corrió hacia el austríaco. - Perdonen el retraso, caballeros. No todos los días tiene una la oportunidad de saltar en paracaídas... - El intenso rubor de sus mejillas y el brillo de sus ojos no dejaban lugar a dudas de lo mucho que había disfrutado aquella mujer de la caída. - Klaus, ¿qué ha pasado? ¿Se encuentra bien? Déjeme ver ese pie... Señor Penwater, ¿sería usted tan amable de encargarse de mi paracaídas mientras atiendo a nuestro erudito predilecto? - Con decisión la doctora tomó el pie del austríaco y le quitó la bota. Un agujero acusador empezaba a asomar en el calcetín de Klaus. La doctora palpó el pie con extrema pericia y lo vendó con rapidez, colocando el calcetín y  la bota de nuevo en su lugar. - Es solo una torcedura. Se pondrá bien, amigo mío... Debo admitir que es todo un prodigio de la probabilidad. Un único árbol y el muy bellaco va a chocarse contra usted... Bienvenido a Checoslovaquia, querido...  - Eleanor tendió la mano al hombre para ayudarle a levantarse.

- Por cierto, Emil, creo que se ha olvidado el desayuno por aquella zona... Tenga cuidado. Sería una verdadera pena que los alemanes nos descubrieran siguiendo su rastro... - La doctora observó con una sonrisa y un gesto un tanto pícaro al alemán mientras ayudaba a Von Heizinger a sacudirse la ropa. 

Emil apenas había acabado de hablar cuando la doctora aterrizó y, seguidamente, trató al austriaco. Al parecer la mujer tenía más agallas de las que aparentaba. Y, como Emil comprobó a continuación, también tenía una lengua muy afilada.

- So lustig... - aunque el joven no perdió la sonrisa, un ligero rubor le subió a la frente - Si están todos listos, creo que deberíamos salir de campo a abierto - dijo mientras miraba a su alrededor intentando ubicarse, sin éxito -.  Le seguimos, cabo. 

- Enseguida... - Le dijo a Marlowe cuando le pidió que fuera a recoger su paracaídas.

Mientras recogía el paracaídas de la doctora, Emil sugirió ponerse en marcha cuanto antes. Thomas estaba a punto de responderle cuando sintió algo, un presentimiento, algo no estaba bien...

Cuando finalmente la señorita Marlowe se lanza del aeroplano, el A38 Whitley se apresura en desaparecer de la zona. Ha estado sobrevolando el territorio más de lo necesario y, aunque no lleva la escarapela británica por ninguna parte, puede que alguien lo haya visto si estaba por la zona. No os queda otra que cruzar los dedos muy fuerte para esperar que no haya sido así. Al fin y al cabo, cruzar dedos no gana guerras, pero algo hará.

Klaus von Heizinger está de suerte. Siempre está de suerte. Se podría decir que, literalmente, le ha caído una doctora del cielo para curarle el pie. Ya pudiendo caminar, parece sentirse prácticamente como nuevo. Lo mismo puede decirse de Sidewinder, que adopta de nuevo la compostura, como si nada hubiera pasado, instando al americano a que dirija la marcha.

Cuando Penwater parece estar a punto de tomar el liderazgo, se detiene en seco, frunciendo el ceño y ladeando la cabeza. Estáis rodeados de árboles. Aunque el follaje no es lo suficientemente denso como para impediros aterrizar, sí hay muchos arbustos y mucha maleza a vuestro alrededor. Eso puede jugar a vuestro favor, pero...

Pero, no muy lejos de vuestra posición, los arbustos empiezan a moverse. Aunque parece alguien —o algo— bastante sigiloso, el cabo Penwater está lo suficientemente acostumbrado a la naturaleza como para darse cuenta de ello. Parece que estáis en medio de su trayectoria. O, por lo menos, bastante cerca.

Por supuesto, solo un fino oído vienés —si es que alguno de vosotros lo tuviera—, podría diferenciar los ladridos de un pastor alemán de entre los graznidos de los faisanes que empiezan a despertarse y comunicarse entre ellos en las copas de los árboles. Buenos días a todos, un día más en el Protectorado del Reich, parecen decirse, ajenos a lo que ocurre en esta parte del mundo.

Maldito Klaus Von Heizinger... ¡Qué suerte tenía el risueño e inquietante -si bien mentalmente equilibrado- austríaco!

-Et voilá! ¡Visto está que Fraülein Marlowe no llega ni pronto ni tarde, sino justo cuando se la necesita! ¡Jiiiiiiijijijijijijiiiii!-. El austríaco agradeció con un breve y tenue aplauso al dispuesto Emil que le acercase su casco -una patraña de bacía de barbero, por cierto- y dio varias palmadas en el suelo ante la proximidad de la británica.

-Doctora, temo decirle que este cedro me ha golpeado con saña en el tobillo durante mi, por lo demás, excepcional maniobra de aterrizaje. Aguardo impaciente su diagnóstico, si bien me permito comentarle que el cabo Penwaterrrr y yo hemos diseñado un astuto plan de contingencia para el imprrrrobable caso de que usted no pueda obra su magia sanadora, ¿ja? De modo sucinto diré que el cabo se ha ofrecido gentilmente a ser mi porteador y yo ejerceré la función de plataforma de observación y artillería mientras el avispado Emil guía nuestro camino... ¡Hacia la victorrrria! ¡Jiiiiiijijijijiji!-. El tipo no perdía el ánimo fácilmente, eso por descontado. Sin duda, era un austríaco de pura cepa.

Además de austríaco, Von Heizinger tenía el ingenio muy vivo. Quizás por eso percibió el divertido detalle de que la doctora, única hembra acreditada en aquella camada de lobos, despertaba tanta admiración -incluso, una patente Faszination- como respeto entre sus compañeros. Todo un acierto del bueno de Morty. ¡Quién iba a decirlo viendo el gusto con el que el inglés elegía sus trajes!

Fue entonces cuando su agudo oído entrenado en los mejores auditorios de Viena captó de modo inequívoco un ladrido entre un barullo ocasionado por lo que sin duda eran faisanes a la fuga. Klaus se puso serio como el inicio de un monólogo en un entierro.

-Was is...? Ein Deutscher Schäferhund! ¡Se aproxima una patrulla alemana, lieben Freunds!-, advirtió más emocionado que nervioso. Juraría que Penwater se había dado cuenta también, aunque claro, no con tanta precisión a la hora de identificar al can.

Eso sólo se podía alcanzar siendo vienés.

-  ¡Rápido, debemos ocultarnos! - Les dijo Penwater a sus compañeros con evidentes prisas. 

Si en aquella zona había patrullas alemanas, sin duda  les harían preguntas y de momento no tenían esa coartada necesaria como para poder responderla con cierto éxito. Además, si había una patrulla, muy ciegos y muy sordos tendrían que haber estado como para ignorar al A38 Whitley.

Agarró su navaja, si tenía que defenderse lo haría con ella a no ser que fuera imprescindible utilizar una arma de fuego, en ese caso tenía colgando de su cuello la ametralladora, pero esperaba que con el sigilo fuera suficiente como para salir airosos de  aquella comprometida situación.