Partida Rol por web

Por un momento la doctora Marlowe se quedó paralizada ante la exclamación de Klaus. ¡Una patrulla alemana! La broma que había hecho a Emil parecía de repente extrañamente premonitoria... Sin embargo, esa parálisis duró apenas un instante. Eleanor era una mujer resolutiva y no iba a permitir que un puñado de soldados enemigos pudieran desbaratar su misión antes siquiera de que hubiera comenzado. Apenas el americano pudo sugerir que debían esconderse cuando la buena doctora ya había desaparecido en un arbusto. Un lugar inmejorable para esta ocultación de emergencia... - pensó súbitamente y camuflada entre las ramas floridas comenzó a hacerle señas al señor Von Heizinger, que la observaba un tanto estupefacto, para que se uniera a ella. 

En cuanto el cabo Penwater, alias Tommy Gun, puso en práctica su extraña técnica de camuflaje y se mimetizó con los arbustos, Klaus fue raudo a prevenir a la doctora Marlowe, alias Deathblade, de que se acercaba una patrulla con, al menos, un avieso Deutscher Schäferhund. ¡PERO LA DOCTORA SE HABÍA VOLATILIZADO!

-Mein Gott! ¡Sí que son escurridizos estos británicos!-, musitó muy sorprendido al tiempo de escuchar a la inglesa chiflarle a varios metros de distancia, refugiada tras la espesura. ¿¡Pero cómo se había escondido con esa velocidad!?

Confuso, se giró buscando a Heinrich, alias Sidewindeeerrrrr.

-¡Emil! ¡Cuerpo a tierra!-, susurró a su más jovial compañero que, como buen germano, aguardaba el peligro incólume.

El austríaco, al que aún le dolía el pie, se dejó caer al suelo como si sus piernas fueran de gelatina y su tronco fuese el de un viscoso ofidio. Fue una imagen inquietante, sin duda. Tan inquietante que una mente creativa habría concluido que más que un Velvet Thunder, era un auténtico Liquid Snake. Con todo, Klaus agarró con firmeza su poco fiable rifle británico de saldo, cortesía del rátido de Morty; se ajustó el plato de sopa que tenía por casco y reptó hacia la maleza, cerca de la doctora, no fuera que por mano del Teufel le hiriesen de nuevo y precisase de su talento en la medicina.

Por el camino, cayó en la cuenta de que si todo se iba al traste, siempre tendría ocasión de probar a la desesperada su muy depurada técnica emulando el aullido de un lobo. Había leído en algún libro esotérico de baratillo que los lobos, una vez comienzan a aullar, ya no pueden parar. ¡Es como una adicción para ellos! Klaus se preguntaba si sería aplicable a los cánidos, en general. No obstante, concluyó que su curiosidad podía esperar una ocasión bastante menos comprometida.

Quizás algún día, con un caniche...

Emil no oyó ningún ruido, pero en cuánto oyó la advertencia del cabo y vio a sus compañeros esconderse entre la maleza, el joven se escondió de una carrera tras el primer árbol que pilló.

- Verdammte... - con la espalda contra el árbol, Emil sacó la pistola, preparado para volarle la tapa de los sesos al primer desgraciado que se le acercase más de la cuenta.

De una manera o de otra, todos conseguís esconderos entre la naturaleza de la vista de cualquier transeunte indiscreto. Pocos segundos más tarde, ya todos oís los ineludibles ladridos de perro. Oís, además, el creciente jadeo de una persona corriendo por el bosque, cada vez más fuerte.

¡Bang! Un disparo. Los faisanes se vuelven locos, huyendo en desbandada. El eco del disparo resuena, sosteniéndose en el tiempo durante varios segundos, como gustándose. Un hombre moreno, sucio y que viste un pantalón tejano y una camisa que presumiblemente fue blanca en algún momento, irrumpe apresuradamente en el pequeño claro en el que os encontráis, parece que se le vaya a salir el corazón por la boca.

Mira hacia atrás, esperando haber despistado a quienquiera que vaya tras su pista. Sin dejar de correr, mira hacia atrás y resbala irremediablemente con el charco de vómito que ha dejado ahí Heinrich minutos atrás. Sakra, sakra, sakra..., maldice por lo bajo tras caer de bruces contra el suelo, tratando de levantarse. Cuando hinca la rodilla en el suelo para seguir con su huida, un fiero pastor alemán de unos 35 kilos se abalanza sobre él, inmovilizándolo al momento y tratando de cerrar la mandíbula sobre su cuello. Una espesa baba cae sobre el pecho del hombre, quien se revuelve inútilmente.

El desconocido frunce el ceño, aprieta la mandíbula y gira la cabeza a un lado en un intento por separar todo lo posible tan preciada parte de su cuerpo de ese violento animal. Abre los ojos un momento y cruza su desesperada mirada con uno de vosotros. Es una mirada llena de desesperación pero a la vez determinación. Una mirada que refleja el instinto primitivo de supervivencia del ser humano, cuando la adrenalina se abre paso para asegurar la existencia del ser humano.

— Pomoc, pomoc... —suplica el extraño-. ¡Hilfe, Hilfe, ayuda! —intenta en alemán e incluso en inglés—.

Mientras tanto, podéis distinguir unas voces a lo lejos hablando en alemán, en la misma dirección por donde han entrado el hombre y el perro al claro.

— ¡Hilda ha encontrado a esa rata! ¡Por aquí!

Ver el miedo y la súplica en esa mirada provocó que algo se rompiera en su interior. Su primer impulso fue el de salir ahí afuera, ametrallar a aquel pastor alemán y salvar la vida de ese condenado. Enseguida supo que haciendo aquello se pondría en peligro y lo que era peor, no solo a él, sino también a sus compañeros y a la misión. Qué aquel animal acabara con el sufrimiento de aquel joven era en definitiva lo mejor que le podía pasar. 

- ¡Qué mierda! - Dijo entre dientes. 

Sólo esperaba que una vez el perro hubiera acabado con aquel desgraciado, no se girara hacia ellos. Sabía que los perros entrenados para seguir rastros no se conformaban tras encontrar el primero de ellos, sino que una vez interceptado el primero de los blancos, seguiría buscando. 

Armando con su cuchillo esperó lo peor. Si finalmente el animal se giraba hacia él, trataría de defenderse con la navaja, pues un solo disparó desvelaría su posición y eso, sin duda alguna, sería un contratiempo difícil de superar.

Emil vio como aquél pobre desgraciado cruzaba miradas con el cabo y suplicaba por su vida. Eso iba a ser problemático. Cuando el joven ya se estaba preparando para salir por patas, observó con incredulidad como Penwater se mantenía firme, agarrando su cuchillo. Lo estaba pasando mal, sí. Pero había aguantado el tipo.

Cuando Penwater cruzó la mirada con Emil mientras se preparaba para lo que pudiese suceder, el alemán le regaló una sádica sonrisa al americano, como si le felicitase por su actuación.

Klaus no era un hombre excesivamente violento. A decir verdad, sólo sufría ocasionales brotes psicóticos en los que la destrucción total de su oponente era el único bálsamo para sus nervios. Pero, en líneas generales, era un tipo bastante calmado que jamás perdía la sonrisa torcida que le caracterizaba y se conformaba con una aniquilación de tipo verbal. No física.

Al austríaco aquella pobre alma que estaba a punto de ser engullida por el Deutscher Schäferhund le pareció una prueba de resiliencia para el equipo. Dejarle morir contribuiría a que pasasen desapercibidos. O al menos, les daba una oportunidad ya que la perra parecía ahora excitada en su labor de cazadora, tarea en la que, por cierto, parecía muy eficiente. 

De otro lado, Von Heizinger, que pensaba a gran velocidad, consideraba que dejar morir a aquel tipo era una oportunidad perdida. Apostaría a que el tipo tenía relación con la Resistencia y que podría ayudarles en su tarea una vez llegasen a Krupna. ¡Diablos! ¡Si hasta estaban relativamente cerca de allí!

Así las cosas, Klaus hizo lo que mejor sabía hacer.

SER UN AUSTRÍACO. PORQUE UN AUSTRÍACO JAMÁS SE TOMA UNA SITUACIÓN EN SERIO, POR MUY DESESPERADA QUE SEA.

Haciendo gala de su habilidad innata en la lengua de los signos, indicó a Penwater pasándose un pulgar por el cuello que acabase con Hilda, que él le cubría. No podía explicar al amerrikaner la magnitud de su plan, pero resultaba ser que Klaus, sin ser militar titulado, era un buen estratega. ¡Y resulta que Hilda les había brindado la oportunidad única de preparar una emboscada! Así que el austríaco se asomó con el Enfield entre la maleza y aguardó a otear a los alemanes para iniciar el ataque. 

-Fraülein Marlowe, ¿está usted ahí?-, inquirió en voz baja, buscando a su alrededor a la sigilosa doctora. -Si está, aguarde a mi señal y abra fuego contra el primer natsi. Póngase a cubierto, bitte. ¡Emil! ¿Qué tal andas de puntería, muchacho?-. Klaus iba muy en serio. ¿Acaso sabía disparar aquel hombrecillo tan extravagante?

Emil perdió la sonrisa de la que hacía gala de un plumazo. ¿De verdad pensaban ponerse en peligro por aquél desgraciado que, probablemente, ya estuviese tieso? La faceta heroica del austriaco ya no le hacia tanta gracia a Emil.

Aún así, su oportunidad de huir se había esfumado. La patrulla ya estaba demasiado cerca: lo abatirían. Sin contestar a Heizinger (ahora mismo lo que deseaba era pegarle un tiro) preparó su arma por si las cosas se iban de madre.

Momentos después, uno, dos, tres y hasta cuatro rubios alemanes irrumpen en el claro. ¿Cuanta gente hace falta para capturar a un pobre diablo a la fuga? La cruz cosida en el bolsillo izquierdo del pecho de su uniforme les identifica indudablemente como parte del Heer de la Wehrmacht —el ejército de tierra de las Fuerzas Armadas Alemanas—.

El que parece el líder del escuadrón se adelanta un poco más, portando en la mano una Parabellum 1908, conocida en el ejército como Luger. Hace un sonido a la perra para que pare. Está bien entrenada para inmovilizar al enemigo hasta que llegue su dueño a asestar el golpe final. Esta se aparta y el soldado le asesta una fuerte patada en el costado al hombre tendido en el suelo, que se retuerce de dolor. Hilda se sienta sobre sus cuartos traseros, jadeando y con la lengua fuera, satisfecha por el trabajo bien hecho.

Detrás, los otros tres alemanes portan sendos rifles de cerrojo Mauser 98 apuntando también hacia el hombre, asegurando cualquier intento de fuga. Han atrapado a ese cabrón.

— ¡Habla! —grita el alemán al checo a la fuga—. ¿De quién era ese avión negro que volaba por aquí? ¿Venían a buscarte? ¿A traer más rebeldes? —¡Bam! Otro puntapié, el hombre escupe sangre, pero no dice ni una palabra—. Nos lo vas a contar todo, muchacho. Te vienes con nosotros —dice haciendo una señal a uno de sus subordinados.

Uno de los soldados del rifle baja el arma, se la echa al hombro y saca unas esposas. Clava su rodilla en la espalda del checo, coge sus brazos y le esposa sin ningún cuidado, claramente cortando la circulación de sus muñecas. En ese momento, vuelve a mirar hacia donde está Penwater, tratando de encontrar una mirada de complicidad, una ayuda.

Hilda comienza a olfatear interesadamente el vómito de Heinrich y a seguir su rastro, que se pierde entre la maleza. Cuando la perra se acerca lo suficiente al lugar donde se esconden, el líder le chista para que deje lo que está haciendo. La pastora alemana se sienta de nuevo, justo delante de los dos espías. Cualquier movimiento podría ser fatal.

Desde su posición, la doctora Marlowe observó a aquel hombre desesperado correr al límite de sus fuerzas. Su querido padre era una gran aficionado de la caza. El hombre no había tenido hijos y su hija menor intentaba siempre suplir esa carencia. Eleanor lo había acompañado en algunas ocasiones, de ahí su pericia para disparar, y, aunque nunca había logrado encontrar la satisfacción en abatir a un animal, era capaz de distinguir una presa cuando la veía. 

Cuando era pequeña, Eleanor Marlowe había vivido la Gran Guerra junto a su padre. Los adultos no hablaban de otra cosa. La Guerra invadía cada comedor, cada conversación, cada resquicio de la vida. Finalmente, el temido momento llegó. Las bombas cayeron sobre Londres. Su padre, un patriota y un humanista, inculcó en aquella niña una idea que arraigó profundamente en su ser: el incalculable valor de la vida humana. No hacía demasiado tiempo que Alemania había sido enemiga  de Inglaterra. No lo bastante como para que la imagen de injusticia y de maldad implantada en aquella niña pequeña se mitigara. La historia siempre se repite. Mi padre tenía razón... - pensó con amargura la joven tras escuchar las palabras del soldado. No podía permitir que mataran a aquel hombre y mucho menos cuando los buscaban a ellos... Además, si era un miembro de la Resistencia su supervivencia podía ser vital para el éxito de su misión... 

Sonrió al comprender que no era la única que pensaba hacer algo al respecto. Era tranquilizador tener la certeza de que había alguien en aquel equipo que no la dejaría tirada en una situación de necesidad... Eleanor puso en su punto de mira a uno de los soldados que apuntaban con su rifle al checo y disparó. El pulso le tembló un poco. Nunca había matado a nadie antes. Jamás pensó que llegaría a hacerlo. Iba en contra del primero de sus juramentos, pero era consciente de que para cumplir el más reciente de ellos debería hacer sacrificios. Debía encontrar a Jack... Una lágrima cayó por la mejilla de aquella mujer extraordinaria. Para bien o para mal, Eleanor Marlowe acababa de entrar en guerra...

Todo dio un vuelco en unos brevísimos instantes. Los perseguidores de aquel desgraciado se salieron a la luz revelando que les buscaban a ellos y acusaban a aquel hombre al que perseguían de ser colaborador suyo. No le conocían, pero si era miembro de la resistencia era una opción inmejorable para contactar con ellos de forma rápida y eficaz. 

Además, tenían a aquellos alemanes a tiro y no podían desperdiciar la oportunidad que les brindaba su privilegiada posición. Era el momento de abrir fuego y acabar con el enemigo sin que tan siquiera éste pudiera responder al fuego enemigo. 

Sin más, Penwater abrió fuego. Sus balas impactaron contra uno de los alemanes. Sin duda le había dado y Marlowe parecía que había hecho lo propio sobre otro de ellos. Si Emil y Velvet tenían la misma puntería, el problema estaría solucionado.

Aunque le sorprendió la rapidez y la rabia con la que reaccionaron a la aparición de los nazis en el claro Deathblade y Tommy Gun, -Amerrikaners... Les chiflan los tiroteos-, Klaus mantuvo cierta calma y cambió de postura, sentándose y cruzando las piernas. Acto seguido sostuvo firme el Enfield estabilizando el cañón en el intersticio entre el antebrazo y el bíceps de su brazo izquierdo mientras se abrazaba el codo del brazo derecho. Postura de tirador de manual. De cazador nato. Respiró hondo, relajado, fijó la mira en el alemán que echaba mano al Mauser ante la descarga sorpresiva de Penwater y en un imperceptible murmullo, dijo:

-Auf Wiedersehen, Natsi-.

El Enfield escupió una bocanada de fuego, expulsando el proyectil a unas trescientas yardas, algo más de la mitad de su alcance efectivo. En opinión de Klaus, el sonido no fue lo suficientemente atronador, no tan amenazador como el Mauser alemán, pero el rifle hizo su trabajo, sin duda.

En silencio, con fría determinación, desplazó la mira hacia el siguiente alemán equipado con Mauser y preparó otra descarga. Tenía que reconocerle al Enfield la ventaja de ser un rifle tipo "bolt action" capaz de hacer 30 disparos por minuto en manos de un tirador entrenado.

¡Mierda, mierda, mierda!

Por un momento de verdad había pensado que se habían librado. ¿Por qué puñetas había abierto fuego Marlowe? Ya era tarde para echarse atrás.

Sin salir de la cobertura que le proporcionaba el árbol tras el cual se ocultaba, Emil asomó la pistola para disparar prácticamente a ciegas al grupo enemigo. Para sorpresa de nadie, la bala se perdió en el bosque, sin pasar ni siquiera cerca de ninguno de sus recientes enemigos.

Por suerte, los compañeros del joven tenían mejor puntería. O mejor temperamento.

Sin que ninguno de los nazis lo espere, el tembloroso dedo de Deathblade aprieta el gatillo con decisión. De una forma que probablemente a ella le resulte muy dramática, el percutor de su rifle golpea con fuerza el pistón, disparando una bala que impacta directamente en el abdomen de uno de los soldados¹ de la brigada más retrasados. Suelta un alarido de dolor y clava una rodilla en el suelo, pero no suelta el rifle. Le han entrenado para no mostrar debilidad y eso es lo que piensa hacer. Trata de devolver el disparo, pero la bala impacta a escasos centímetros de su atacante y se clava en un tronco. ¡Por qué poco!

Antes incluso de que el soldado grite, Hilda se levanta de un respingo, totalmente en guardia, sobresaltada por el sonido del disparo. Ladra con furia hacia la posición de la doctora, apartándose de Penwater y lanzándose hacia Marlowe, quien consigue moverse lo suficientemente rápido como para recibir un simple arañazo del animal.

Con línea de visión, Tommygun acierta un tiro limpio al otro soldado. Le alcanza en el muslo y flaquea, pero parece más entero que el primero. Este también responde con otro disparo hacia la maleza, que acierta de lleno en el americano.

El disparo de Velvet alcanza en el hombro del soldado sobre el fugitivo y lo desestabiliza lo suficiente como para que el checo empiece a correr, huyendo y derribando a su captor. El líder del escuadrón no se lo piensa y le dispara por la espalda. Aunque lo tiene muy cerca, apenas le roza en un brazo y el hombre, maniatado, se pierde apresuradamente entre la maleza. Le perdéis de vista.

Heinrich observa la escena maldiciendo para sí por no disparar pero, por otro lado, sin ser todavía detectado.

Heizinger espira y contrae el abdomen, manteniendo el pulso firme. ¡Bang! Como un rayo, impacta en la cabeza del primer soldado. Thunder Velvet. Su cuerpo sin vida se desploma contra el suelo, causando la primera baja en territorio del Protektorat.

— ¡Nein! —grita el oficial, dirigiendo la mirada hacia su subordinado caído—. ¡Hilda, no dejes escapar a ese malnacido! ¡A cubierto, nos ha tendido una emboscada! ¡Disparad a matar! ¡A matar, he dicho!

Segundo disparo. Primera sangre.

Austria 2.

Rest of the World 0.

Sí. Las muertes con disparo en el cráneo de un nazi valen doble. Aquí y en cualquier campo de batalla.

El combate se recrudeció. Marlowe resistía como una Walküre el envite de la terrible Hilda. A Penwater parecía que se le estaba nublando la vista en el intercambio de fuego. Menos mal que era un profesional y a buen seguro se cobraría revancha a continuación. Y en lo que se refería a Emil... Bueno, había disparado al suelo. Habría visto algún insecto advenedizo tratar de atacarle la suela de las botas, a buen seguro. Nada que recriminarle.

Klaus, alias VELVET THUNDERRRR, apuntó ahora al avieso alemán que quería abatir al amerrikaner. El austríaco, imbuido por el espíritu belicista que alberga todo corazón teutónico, trató de alentar a sus camaradas con una improvisada bravata que recitó, y no por casualidad, en un francés, digamos, creativo.

-Liberté, egalité et fraternité, natsis du merdeeee!!! Omelette du frômage aussi! FEU, MON AMIS!!! FEUUUUUURRRGHH-AKKK!!!-. Acabó con un grito algo gangoso porque con la emoción abrió mucho la boca y le entró algún bichejo volador en el gaznate. Tosió, escupió y se concentró en su siguiente disparo.

El astuto austríaco parecía tener grabado a fuego el Arte de la Guerra de Sun Tzu y pretendía llevar la guerra psicológica ya no sólo al enemigo... ¡TAMBIÉN A SUS ALIADOS! Y es que nadie lo sabía, pero tras decir "Liberté", Klaus se inventó el francés. Como tenía cierto don para el teatro, le sonó bien lo que dijo y eso bastaba para su desmedido ego.

Fijo que "Omelette du frômage" sumía en la absoluta confusión al oficial nazi. ¡JA!

Aquello dolía horrores. Era como si una alimaña le hubiera mordido y ese mordisco quemaba y el quemazón iba en aumento. En cualquier otro momento se hubiera tirado al suelo para quejarse de forma lastimosa mientras trataba de averiguar el alcance de sus heridas, pero no en ese momento. La adrenalina fruto del tiroteo no se lo permitió, debía seguir luchando por su vida y eso hizo.

Penwater apuntó de nuevo al soldado al que ya había herido en la pierna y disparó sin pensárselo demasiado. Si no lograba acabar con él igual sería el alemán que acabaría con su vida. Por suerte la bala salí precisa del cañón de su arma en dirección a su objetivo e hizo diana. Sólo esperaba que fuera suficiente para derribarle y dejarle fuera de combate.

- ¡Cuidado con el perro! -  Le advirtió a Marlowe, aunque ya tenía encima a Hilda.