Partida Rol por web

Los tres os mantenéis con el arma en alto amenazando a unos críos. Por edad, podrían ser vuestros hijos, maldita sea. Sin embargo, no parecen muy intimidados. El que se ha abalanzado sobre Velvet se encuentra ahora de pie a escasos metros de él, también con el cuchillo en alto.

 Jitka, ¿qué le ocurrió a Dominik y a los otros niños en realidad? Lo que sea que les infectara no proviene del castillo ¿no es cierto? No queremos haceros daño, pero tenéis que parar. Ahora.

—¡A saber de dónde saca ese doctor el líquido negro! —espeta Jitka—. Pero basta de cháchara, no saldréis de aquí —amenaza—.

La tensión se palpa en el ambiente y nadie se atreve a hacer el primer movimiento, solo un loco lo haría. Pero cualquiera que conozca a Klaus von Heizinger está más que loco. Está putoloco. Tal es así que, obviando al niño de metro setenta y cinco junto a él, aprieta el gatillo con satisfacción y la detonación de la pólvora resuena en la caverna y en todo el bosque.

Los pájaros se despiertan y huyen desbandados y los sesos y la sangre de Jitka se desparraman por la pared de la cueva. La sangre de la muchacha, rojo oscuro, parece muy líquida, casi agua comparado con el petróleo derramado por Dominik un minuto atrás. Su cuerpo sin vida cae a plomo en el suelo. La Cabra parece sonreír ante el vertimiento de sangre.

El que fuera el sacrificio a la Cabra se encontraba abalanzándose sobre el otro chaval, aún con la cabeza envuelta en esa manta. Cuando suena el disparo, se gira de repente y se paraliza unos instantes. Movido por el sonido, lanza una especie de gruñido y corre hacia vosotros.

Gabek tiene los ojos como platos. Está totalmente blanco y al grito de ¡Hijo de puta! acuchilla al austríaco en el costado con su rudimentaria arma. Fuera, el campamento parece haberse despertado y se oye revuelo.

Aquello llevaba toda la pinta de convertirse en un festival de tiros y vísceras, algo que a buen seguro consolaba a la entidad ultraterrena que anidaba en el bosque y a la que adoraban aquellos sectarios alevines.

Klaus encajó la puñalada con dignidad.

-¡IIIIIIIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAARRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRGGGGGGGGGGHHHHHHHHH!-.

Más o menos.

Aquello escocía como una estancia en el Purgatorio, pero por suerte el austríaco había desplazado sus órganos internos para evitar males mayores -secreta técnica milenaria de las artes marciales que había dominado tras leer el arcano tomo Tai To Yoshi-. O eso creía él. En realidad, alguien ahí arriba parecía velar por él. Al menos, de momento.

Movido por la venganza, Klaus contraatacó con un rastrero disparo que fue a parar al pie del chaval y añadió su toque personal: un dedazo en el ojo totalmente gratuito.

Eleanor estaba dolorida, la garganta le ardía y las manos le temblaban un poco. La situación se estaba deteriorando rápidamente y, a pesar de saber que aquellos jóvenes estaban perturbados, se veía incapaz de dispararles a sangre fría. No obstante, las palabras de sus compañeros terminaron por confirmar lo inevitable. Si no se rendían aquello sería un baño de sangre. 

- Por favor, por favor... Jitka... Bajad las armas... - Más que como una exigencia aquellas palabras surgieron de su dolorida garganta como una petición desesperada. Aquello no estaba bien. Una cosa era matar nazis y otra muy distinta matar a civiles menores de edad. Por muy locos que estuvieran...  Era médico, por amor de Dios. Había consagrado su vida a salvar a otros,  había hecho un juramento. Debía de haber alguna manera de ayudar a aquellos niños...

Entonces el tiempo pareció acelerarse y la tragedia se cernió con alas de cuervo sobre aquel bosque maldito. La joven Jitka firmó su sentencia de muerte y Heizinger la ejecutó. Los sesos de la muchacha se esparcieron como gotas de rocío en la oscuridad. Uno de los chicos se abalanzó sobre su compañero y lo apuñaló. ¿Lo había matado? Fue un acto reflejo. Ni siquiera lo pensó. Eleanor apuntó su arma hacia aquel muchacho y disparó. El sonido del disparo resonó en sus oídos con fuerza y la sobresaltó. Había disparado contra un niño... Sin saber a qué aferrarse miró a su alrededor intentando encontrar un sentido a aquella locura mientras la angustia se instalaba en su estómago. 

Penwater hubiera querido que en el último instante Jikta y sus secuaces recapacitaran, pero no había sido así. No reaccionaron coml esperaba a sus amenazas. Estaba claro que aquellos niños no temían a la muerte y que estaban demasiado perturbados como para entrar en razón. Supo entonces que de no haber despertado en mitad de la noche, nunca hubieran salido con vida de aquel campamento. Dominik, de alguna forma, les había salvado. 

Entonces comenzó e tiroteo con un gran disparo por parte de Klaus. No se podía negar que tenía una puntería excelente. Pensó entonces Thomas, que aquel grupo de psicópatas de metro y medio, al quedar descabezados, depondrian su actitud. Nada más lejos de la realidad. 

Fue Marlowe quien le sorprendió al ejecutar un nuevo disparo tras un segundo de Velvet Thunder. Uno de los jóvenes, el que se había abalanzado precisamente sobre el austriaco, empezaba a parecer un colador, por lo que Tommy Gun decidió disparar al tercero en discordia, el otro joven alto y grandote. Esperaba que con ese disparo quedara abatido, pues estaba todavía el hecho de que Dominik había vuelto a tomarla con ellos. 

Emil no pestañea cuando la cabeza de Jitka revienta: se veía venir.

El joven observa como una serie de ataque se suceden. Sí se sorprende al ver que la doctora es quién lanza el siguiente ataque, seguida diligentemente de Penwater. Viendo que sus compañeros centran sus disparos en los guardaespaldas de la difunta, Emil apunta al joven endemoniado que corre hacia ellos con desesperación. Solo dedica un segundo a pensar en la ironía de que, para salvar al chico al que se disponía a disparar, estuviesen a punto de acribillar a unos huérfanos.

La bala, que salió disparada de la Luger, impacta en el hombro del chaval, haciendo que éste se tambalee un poco.

Rápido es el segundo disparo que se sucede en la caverna, dirigido al inestable Gabek. Heizinger le dispara ruinmente al pie, desestabilizando al chaval y haciendo caer su cuchillo. Seguidamente, la bala de Marlowe le sorprende en el hombro y cae de culo. Tendido en el suelo y echando mano de su cuchillo con el brazo no disparado, trata de clavarlo, él también, en el pie del austríaco. El pulso le tiembla y, en cualquier caso, no lo consigue y suelta un gruñido de frustración.

Otro disparo más de Penwater a Aleksander, el otro acompañante de Jitka, algo más alejado y recomponiéndose debido al previo ataque de Dominik. Aleksander recibe un buen disparo en el muslo, pero se las apaña para devolver un furioso flechazo al americano, que esquiva de milagro y choca contra la pared de la cueva.

Por otro lado, Dominik recibe el disparo en el hombro y sigue corriendo como si nada ocurriese. Aún con la cara tapada y las manos atadas, se revuelve y, volviéndose loco por todos los disparos realizados, se abalanza como sobre Marlowe, propinándole un cabezazo en el estómago. Es un saco de violencia y su garganta sigue sangrando ese petróleo. Parece totalmente ido, parece... un zombie.

Dominik estaba completamente loco, eso era algo evidente, pues aún amarrado y con una tela sobre la cabeza que le impedía ver con normalidad, cargó de cabeza contra Marlowe sin contemplaciones. Penwater pensó en dispararle, pero luego pensó que sería más peligroso el chico del arco. ¡Al fin y al cabo Dominik estaba atado!

Un nuevo disparo salió del arma del soldado impactando contra el arquero. Una nueva herida se abrió en el pecho del chico que empezó a sangrar de forma abundante. ¿Lo habría matado? Una parte de él quería haberle matado, así ya no haría más daño a nadie, pero por otra parte... ¡Era un niño!

- ¡Aguante Marlowe! - Le gritó Penwater. - ¡Ya voy!

Emil maldice entre dientes al ver que su disparo no hace que ese niño zombi se ralentice siquiera, abalanzándose sobre la doctora. Deberían haber dejado que le rajasen la garganta cuando tuvieron oportunidad. Ya podrían estar de camino a cualquier otro sitio si esos idiotas...

El siguiente disparo saca al joven de su ensimismamiento. Penwater acababa de acertar en el pecho a uno de los chicos de Jitka. ¿Se lo habría cargado?

- Se le da bien esto de disparar a críos, cabo - dijo Emil mientras apuntaba su arma contra el chaval que parecía empeñado en marcar sus uñas en el cuello de Marlowe -. ¿Seguro que no lo ha hecho antes?

Soltando una risotada, el contrabandista apretó el gatillo, acertando esta vez en la pierna de Dominik.

A Klaus no le gustaban los niños.

¡Qué digo! ¡Odiaba a los niños!

¡Especialmente a los psicópatas!

Le recordaban a él de pequeñito, solo que mucho menos sofisticados y con un oído claramente subdesarrollado a causa de no escuchar a Mozart en la hora del desayuno.

Sííí... Los odiaba, porque si había algo que Klaus von Heizinger no toleraba nada bien era no ser único. ¡Y aquellos malditos niños formando su cultito adorador de la Cabra Negra en pleno bosque checoeslovaco empezaban a sacarle de quicio! ¿¡Cómo podían esos pigmeos desnutridos tener un culto propio!? ¿Quién llevaba la logística en aquella patraña de comuna tercermundista? ¿Eh? ¿Eh? ¿¡EH!?

No era para nada justo. ¡Klaus llevaba años estudiando lo oculto! ¡Tratando de rasgar el Velo de la Ignorancia! ¡Transitando la senda del misterio en soledad con la única guía de Howard Phillip Lovecraft, Robert E. Howard y Robert W. Chambers! Tenía la mente más que dispuesta para contemplar la auténtica realidad, para contactar con los entes más allá del tiempo y el espacio. Para ser custodio de secretos y gran maestro de su propia logia. Oh, sí. Klaus von Heizinger estaba preparado para todo ello... ¡Y para más aún! Y sin embargo, aquellos molestos parásitos se interponían en su camino a la gloria...

Amartilló el arma mientras apretaba los dientes, sus ojos glaucos brillando de rabia.

Maldito padre Andrej.

Maldito General Moravek.

Malditos natsis.

¡Maldito Morty!

Apuntó de nuevo al niñato que insistentemente -y cansinamente- se centraba en atacarle como si le debiese dinero y volvió a dispararle a quemarropa en el torso.

¡BLAM! ¡BLAM! ¡BLAM!

¡Encima que le había liberado del yugo opresor de esa arpía de Jitka Milos!

-Desagradecido hijo de una hiena... ¡Muere, perturbado vástago del caos! ¡MUEREEEEE!-.

Mientras miraba a su alrededor una sensación de irrealidad empezó a apoderarse de Eleanor. Los sonidos parecían atenuados. Sus movimientos ralentizados. Nada de aquello tenía ningún sentido. Soldados nazis. Niños psicópatas. Sacrificios. Cultos satánicos. Infecciones de origen desconocido. ¿Qué demonios estaban haciendo allí? ¿Cómo había degenerado su misión en aquella espiral de violencia sin sentido? Le había disparado a un joven, apenas un niño. Y lo supo. Morirían todos allí, en aquel rincón perdido y olvidado. Sus huesos reposarían eternamente en aquel bosque maldito como una advertencia demasiado tardía para los incautos, como un testimonio de su fracaso...

Entonces lo vio. Dominik, aún atado y con una manta en la cabeza, corría hacia ella como una grotesca parodia de sí mismo. El golpe brutal la sacó tan bruscamente de su ensoñación que mientras caía al suelo casi pudo sentir las garras de la realidad penetrar su piel. El ruido ensordecedor de los disparos perforó sus oídos, la adrenalina volvió a insuflar nueva vida a sus miembros. Desde el suelo y en un intento desesperado por salvar su vida la doctora disparó a la amenaza que se cernía sobre ella con la implacable determinación de la locura. 

Tras el disparo de Penwater, el arquero queda tendido en el suelo, sin vida. No ocurre lo mismo con Gabek, que parece muy debilitado pero aún respira. Sin embargo, no parece tener fuerzas como para levantarse.

Heinrich dispara en la pierna a Dominik, que flaquea y retrocede un poco de la posición de Marlowe. Es entonces cuando esta ve la oportunidad para disparar a bocajarro a Dominik en la cabeza a través de la manta. Finalmente cae de bruces, inmóvil. Un lento y espeso charco de sangre negra se esparce por el escarpado suelo de la caverna. Probablemente, la cirujana respira hondo, aliviada.

El eco de los sucesivos disparos todavía queda suspendido en el aire, debilitándose por momentos. Tal vez sean vuestros tímpanos, todavía pitando por tan agresivas explosiones. Por un momento, se hace el silencio en la cueva más allá de los gritos del exterior. Estáis ante tres cadáveres y medio de críos y el tributo del culto, observando.

En la puerta de la cueva hay dos chavales con lanzas de madera erguidas, esperando a que salgáis. El jaleo de fuera se intensifica cuando una voz infantil grita:

—¡Vienen los alemanes! ¡Vienen los alemanes!

- ¡Alemanes! - Excalmó Penwater. - ¡Lo que faltaba!

Miró a sus camaradas. No iba a defender aquel campamento después de lo visto. Tratar de dar un sentido a lo que hacían aquellos niños perversos en aquel campamento era imposible para él. Además, ¿podía ser peor lo que pretendían hacer los nazis con Europa a lo que estaban haciendo en aquel lugar maldito? La respuesta era obvia, no. No había mucha diferencia, pero casi prefería a los nazis. Al menos no jugaban con poderes oscuros. O no de forma tan visible al menos.

- No guardéis las armas todavía. - Les dijo en inglés. - Intentemos salir por las buenas. Si los chicos de la puerta tratan de impedirlo... - Lanzó una mirada a su arma y se encogió de hombros. 

Acto seguido cambio el cargador de su pistola y la escondió. Agarró entonces su equipaje y se armó con su fusil dispuesto a usarlo en el caso de que no quedara más remedio. 

- ¿Nos vamos? - Dijo dispuesto a emprender la marcha.

Los oídos le pitaban y el fogonazo del disparo aún parecía perdurar en su retina. Eleanor se sentó, aturdida y con un nudo en el estómago. Con dificultad se puso en pie y se palpó la cara con cuidado. Sentía un dolor punzante en la sien derecha y quería asegurarse de que todo estaba bien. Desde luego entre las heridas del cuello y las de la cara estaba bastante magullada, pero viva al fin y al cabo. Al menor por ahora... Los gritos del exterior alertaron a la doctora de que se aproximaba una patrulla nazi. Iban de mal en peor... 

- Debemos salir de aquí y rápido... Estoy herida, pero puedo correr. ¿Klaus, cómo se encuentra? ¿Alguien más está herido? -  Eleanor hablaba en voz baja mientras recogía sus cosas con precipitación y se dirigía a la salida dispuesta a dejar atrás para siempre aquel campamento infernal y todo lo que en el había vivido en él. 

Con el último crío abatido, Emil recarga su Luger. No la guarda, pues es consciente de que pronto va a volver a utilizarla.

- Buen disparo, doctora - exclama Emil, sonriente, observando el agujero en la manta, ahora negra por la sangre, que ha provocado el disparo de Marlowe -. ¡Y eso que esta diana era más pequeña de lo habitual! Si con esto no nos hemos ganado una medalla...

El joven se para un momento a sopesar la reacción de la doctora ante lo que acababa de suceder. El cabo parecía tener la suficiente sangre fría como para, al menos, ocultar sus sentimientos respecto a lo que acababan de hacer. Y era evidente que a Heizinger se la resbalaba. Pero a la doctora... esto tenía que haberle afectad, ¿no?

Encogiéndose de hombros, Emil se dispuso a seguir a Penwater, con el arma lista y con pasos silenciosos.

En capítulos anteriores...

@Marlowe: ¿Klaus, cómo se encuentra?

El austríaco se palpó el costillar, zona en la que sentía un lacerante ardor tras la puñalada del joven guardaespaldas de Jitka Milos, y su mano cobró un tono rojo oscuro.

-Esssstoy biennn...-, siseó con los ojos clavados en su moribundo adversario en aquella escaramuza. El risueño y otrora indulgente Klaus von Heizinger había desaparecido. En su lugar, un tipo de mirada gélida y rostro esculpido en piedra parecía devanarse los sesos concibiendo una muerte lo suficientemente satisfactoria y memorable para su agresor. Notaba su diestra fundirse con el acero de la empuñadura de la pistola, y un pensamiento revoloteaba insistente en su mente.

Demasiado rápida. Demasiado rápida. Demasiado rápida.

-Avancen, Kameradin... Yo les sigo... Pero antes...-. Klaus tomó una de las ramas en la que ardía débilmente una de las ascuas que una vez fue una hoguera y se acercó al joven Gabek.

-¿Entiendes mi idioma, niño?-, preguntó en alemán. -Es irrelevante. Hablaré por los dos, ¿te parrrese? Ahora es cuando tú dices: "Ja, Herr Heizinger". Es geht. No lo comento muy a menudo porque, en fin, no hay demasiada gente con mi nivel intelectual como tú bien comprenderás, perrro... ¿Sabes que es la locura? ¿Hmm? La locura, lieben Freund, es hacer lo mismo... una y otra vez, esperando que algo... algo, por insignificante que sea... cambie-, Klaus agitó lentamente la rama en llamas mientras alzaba las cejas. En sus ojos azules brillaba la llama de la devastación. -Eso es la pura locura. Eso es lo que nos conecta. A ti y a mí. Sin rencores, ¿ja? Por lo poco que he visto aquí, en este bosque, estáis innncreíblemente trastornados, ¿eh? ¡Jijijijiji! Sois muy dados a sacrificar gente a mayor gloria de vuestra preciada Cabra Negra, aguardando el cambio... Pero este nunca llega, ¿verdad? "Nein, Herr Heizinger. ¡Estamos desamparados! ¡Que alguien llame al padre Andrej! ¡Él sabrá qué hacer!". Oh, pero deberías regocijarte, pues ahora conozco vuestro secreto... ¿Y sabes qué? Está a salvo conmigo...

Klaus se acercó al espantapájaros y le prendió fuego.

-Seguro que no habéis probado a haserrr esto, ¿ja? ¡Jijijijiji! Oh, pero no dejaremos que esos natsis averigüen qué ha pasado aquí... Deberías preguntarte, "¿Qué podría pasar esta vez, Herr Heizinger?"-, inquirió mirando de soslayo a Gabek esbozando por primera vez en un buen rato su icónica y escalofriante sonrisa torcida. -Bueno, a desir verdad, tú no vas a averiguarlo.

Le apuntó a la cabeza.

-Lo haré yo por los dos, ¿ja? Sin rencores-. 

¡BLAM!

El austríaco siguió entonces a sus compañeros dejando tras de sí dos cadáveres con su firma y con la prueba indeleble de que su vida entre tomos dedicados a lo esotérico y a las ciencias ocultas había valido la pena.

Ahora lo sabía. El Velo existía. Y podía ser rasgado.