Partida Rol por web

Las palabras de Hypatia y su medio hermano Ischyros no lograron nada, la princesa seguía avanzando decidida a marcharse, probablemente para regresar pronto con mas hombres, no solo para ejecutarlos a ellos si no también al pobre carcelero que se había atrevido a retarla y que ahora parecía sollozar de miedo ante la ineludible situación que se presentaba en su destino. Akintos tuvo mas suerte, y por unos breves segundos la princesa se detuvo mirando firmemente hacia ellos, sobre todo Akintos, aunque su cara mostraba mas desconcierto e incredulidad que aceptación o confirmación. Para aquellas alturas, probablemente para aquella princesa, todos ellos o eran una banda de viles y mentirosos asesinos Micenos que harían cualquier cosa o dirían cualquier cosa para salvar su vida y terminar con la de ella y su familia, o bien era un grupo de pobres desquiciados que acabaron cayendo allí por error.

Nada se pudo hacer para remediar las cosas, y mientras el carcelero se derrumba junto a un pilar algo lejos de las celdas en las que se encontraban los héroes, la princesa de Asine se marchaba de nuevo por el mismo lugar por el que antes había llegado; y así, todo quedo de nuevo en aquel infranqueable silencio de la soledad en aquellas prisiones, que tentativamente a la larga podrían costarles la vida. Ya todo quedaba en su ingenio o en lo que pudiese hacer la sacerdotisa de Hera.

Las horas allí dentro pasaron rápidamente y pronto el sol empezó a acercarse al ocaso mientras que el cielo se nublaba propiciando la preponderancia de las tinieblas. Y en aquella prisión, la oscuridad ya reinaba mientras el carcelero parecía encontrarse ausente, quizá dormitando en algún lado. En la lejanía, una luz tintineaba señal de que algún guardia deambulaba vigilando a otros posibles prisioneros.

Era difícil saber que pasaría, y para aquellas alturas ya era preocupante al no tener noticias de Ifianasa, quizá, su mejor opción ahora sería seguir la propuesta de Ebalo. Y esto no por que Ifianasa no pudiese cumplir su objetivo, o por que escapar peleando fuese la opción mas sensata, si no por el simple hecho de la noche, la cual podría brindarles una ayuda inesperada y aun así, era un gran riesgo que tomar, sobre todo, si tenían que rescatar a la sacerdotisa y capturar a la princesa.

Unos pasos trémulos se escucharon con cierta suavidad por el pasillo que recorría sus celdas, pero no había suficiente luz que les permitiese ver si alguien se acercaba. En las tinieblas, una horrible y larga serpiente pareció surgir de entre los muros para deslizarse por el humedo piso del pasillo hasta desvanecerse en la oscuridad por donde habían escuchado los pasos. Una anciana de aspecto fino y recio surgió ante ellos en ese entonces, acercándose apoyada en su viejo bastón. La serpiente se hallaba ahora enrollada en el bastón y la cabeza de la misma descansaba en la fina mano de la anciana de túnica purpura y cabellos oscuros cenizos.

-¿Que hacen aquí?- preguntó la anciana con cierta curiosidad, que no lograba expresarse del todo en su rostro en las tinieblas de la prisión. -¿Que buscan en este lugar?- preguntó de nuevo esperando una respuesta.

El general respondió en el acto, saliendo de las sombras del fondo de la celda.

- No estamos aquí por propia voluntad, anciana, hemos sido detenidos como espías micenos. La realidad es que nuestra misión simplemente consistía en entregar una carta.

- ¿Y vos? ¿Cómo habéis podido llegar hasta aquí y sortear los carceleros? - La aparición de la anciana hacía sospechar al general de algún tipo de trampa. Era imposible que una anciana normal pudiera simplemente llegar hasta ellos. El general había visto lo suficiente durante el viaje como para saber que los dioses, de alguna manera, estaban involucrados en su historía.

- ¿Quien sois? - Spyridon se aproximó a las rejas para observarla mejor.

- Iris - contestó Atreo, con una intuición. Alguien a quien hacían caso las serpientes tenía que ser una sacerdotisa o enviada de los Dioses. 

- Iris, venimos a entregar una carta, pero aunque lo escrito en la carta es cierto, es algo secundario para nosotros ahora mismo. A mitad de camino nos ha iluminado Hera, ella es quién nos envía ahora, la propia Diosa Hera, pues la princesa debe realizar una decisiva tarea, según los designios de la Diosa. Veníamos a escoltarla, pues así nos lo ha ordenado la Diosa. Ningún daño sufrirá de nuestras manos. Lo juro. Hera nos ha indicado que debíamos preguntar por vos. - dijo, con verdadero fervor en la voz. Ya no sólo porque realmente la Diosa Hera se lo había ordenado así, si no que él mismo estaba bajo el influjo de la hermosura de ella, y no permitiría, por nada del mundo, que a ella le ocurriera algo. Se la jugaba a una carta, pero intuía que aquella anciana debía ser Iris....si no...¿por qué los dioses la habrían llevado hasta ellos, como parecía opinar también el General, extrañado por su presencia?. 

Probablemente el General le castigaría duramente después, por hablar demasiado, pero habló con valor y verdad, y haría todo lo que pudiera para salvar las vidas de los demás. 

La princesa se va sin escuchar a nadie y el tiempo pasa. Y parece pasar más despacio de lo que realmente le gustaría. No hay perspectivas para ellos de salir de ahí y la noche ya está cayendo. Se siente cansada y con los ánimos por el suelo. Lo que parece seguro es que de momento no van a morir, aunque nunca se sabe si han aplazado la ejecución para el amanecer. Y es que aunque intenta pensar en cosas más animadas, estar sentada en el suelo de una mazmorra oscura y húmeda no ayuda.

Pero el silencio se rompe con la aparición de una mujer. Le presta la atención justa, pero no se encuentra con ánimos de hablar. Otros pueden hacerlo por ella.

Talios no entendía el arrebato de sinceridad de Atreo con aquella completa desconocida, que bien podría ser una agente encubierta del rey de Asine, para sacarles información sin que se dieran cuenta, por lo que agarrando de forma encolerizada los barrotes, le espetó a su compañero que se encontraba en otra celda:

-¡¿Pero qué demonios haces?¡ ¡¿por qué cuentas todo eso a una desconocida?! -dijo bastante incrédulo y creyendo que eso sólo podía complicar su situación- ¿no crees que diciendo tales cosas sin motivo sólo nos haces quedar como unos locos? -expuso sin entender como aquel muchacho no era capaz de oírse desde fuera- si Hera hubiese querido que lo clamáramos a los cuatro vientos se nos habría aparecido en medio de la ciudad... -concluyó con la voz un poco más baja y esperando que el inexperto Atreo cerrara la boca de una vez y dejara de empeorar las cosas.

Acto seguido, miró a Spirydon esperando que le diese la orden para derrumbar aquella puerta, aquel era un momento perfecto, con sólo una indefensa anciana entre su huida y ellos, y con los calabozos relativamente vacíos...

Spyridon le hizo un seña con la mano: "calma".

Si la cosa se ponía mal, confiaba en la fuerza de su compañero junto con la suya propia para tirar abajo los barrotes, pero no iba a hacerlo con una desconocida delante.

Por otra parte tuvo que dar la razón a su compañero y recriminar a Atreo.

- ¿Alguien más quiere seguir poniendo en peligro nuestra misión? - No comprendía como le contaban todo a esa señora que no conocían de nada.

La verdad es que la princesa ni siquiera se inmutó con lo que dije y simplemente se marchó, dejándonos con las palabras en la boca y, en mi caso, con el corazón en la mano. Realmente no esperaba que se diese vuelta y me hablase, pero tenía que intentarlo.

Devastado por dejar de verla, retrocedí hasta el fondo de mi celda y me desplomé, apoyado en la pared. Simplemente no sabía que hacer y no me importaba demasiado que el mundo lo notara.

Ahora, de pronto, llega una anciana con serpientes y nos pregunta por nuestras intenciones. Entonces, después de un poco de diálogos, Atreo le cuenta todo lo que sabemos. Al parecer al resto del grupo no le gusta demasiado aquello pero veo en mi hermano que está seguro de que es lo correcto y eso me basta para apoyarle. Me pongo de pie y pongo una mano en su hombro, haciéndole saber que estoy con él y no creo que esté poniendo en peligro la misión. Bueno, no más en peligro de lo que está actualmente.

Lykaios había presenciado en silencio como todo iba de mal en peor y no pudo evitar sentirse mal por el pobre carcelero que ahora parecía que iba a morir solo por obedecer las órdenes del rey sobre las de la princesa.

Si tenían que llevarse a la princesa de vuelta no sería un viaje de placer.

Lo que si le impresió fue, al anochecer, cuando apareció esa señora acompañada de la serpiente. ¿Quien era para poder entrar ahí? ¿Quien era para tener domada un animal como ese?

La situación iba de mal en peor.

-Creo que deberíamos determinar quién nos representa, porque como sigamos hablando todos y contando todo de buenas a primeras no vamos a durar mucho -fue más un pensamiento en voz alta que un comentario en sí mismo, pero ahora mismo Lykaios veía cada vez menos posible el poder salir de allí.

La anciana escuchó las palabras de Spyridon de buena gana, e iba a hablar cuando Atreo, con gran entusiasmo, se apresuró a expresar su sentir, seguro de que aquella anciana, quien el creía era la propia diosa Iris, era su salvación; un sentir que indicaba solo una cosa, que la diosa Hera había acudido a ellos.

Si bien Ischyros intento apoyarle, para su desgracia, no solo Talios y otros desaprobaron su accionar, incluyendo al propio general Spyridon, sino que, a su vez, la anciana parecía de inicio, no darle la razón con la sonrisa desaprobatoria que expresaba en su rostro.

-Entonces seguís a la diosa Hera, lamentable- expresó la anciana volviendo a un tono serio en su rostro. -Iris no se encuentra aquí, y dudo que se atreva a aparecerse. Si quieren salir de aquí con vida, tendrán que confiar en mí. Yo puedo sacarlos de aquí- la anciana era consciente de que no había respondido a las palabras de Spyridon, por lo que de inmediato se presentó, aunque a su manera.

-¿Quién soy?, soy su única esperanza de sobrevivir a los días que están por venir, soy la única esperanza de salvar a ese sombre que con tanto esfuerzo intentan salvar- y girándose a Ebalo, Talios y Anatolius continuó, -soy su única esperanza de conseguir gloria y riqueza inimaginables que les harán sentirse dioses sobre la faz de la tierra-.

-Sola hay una cosa que les pido a cambio. Dejad la senda que tienen marcada, dejad la senda que les ha impuesto Hera y seguidme a mí- Sentenció la anciana esperando en silencio por la respuesta de los allí presentes.

Se levanta con un poco de dificultad pues está cansada y con la humedad que hay se está resintiendo del resfriado que aun no ha dejado atrás. Esa anciana no le gusta ni un pelo y tampoco la actitud con la que se presenta. Hay algo oculto en ella que seguramente sea oscuro y peligroso. Y por mucho que quiera salvar a su padre, no puede hacerlo siguiendo la senda de esa anciana, si es que es una anciana realmente.

-No - dice con voz firme.

Al menos, con toda la firmeza que puede reunir.

-No aceptaré las palabras de aquel que se presente entre las sombras de la noche, con mentiras y engaños. Ocultado quién es e intentando convencernos de seguir un camino incierto, dando la espalda a los dioses. Yo no seguiré tu camino, anciana. Así me muera en esta mazmorra húmeda y fría o a manos de un dorio resentido.

-Bien. Morirás entonces si ese es tu deseo- le respondía la anciana a Hypatia. -Pero los demás, puedo darles lo que deseen, pidan y recibirán, sigan mi senda y podrán pedir. Rechácenme y seguramente morirán-.

-No me presento entre las sombras, el sol aún no se esconde, son las nubes y la luna que se acerca las que esconden mis pasos- habló mientras fuertes ladridos y aullidos de perros empezaron a esparcirse en torno a la ciudad. -Soy la señora de la luna oscura. Soy la única que está de su lado. Seguid un bando lleno de luz y truenos, y solos seréis usados como viles peones. Seguid el otro lleno de oscuridad, venganza y odio y solo conseguiréis que su carne se pudra lentamente mientras agonizáis en dolor. Pero si me seguid a mí, lo tendrán todo-.

Miro a Atreo sorprendido por su acto de atolondramiento mientras meneo negativamente la cabeza, parece mentira que haya alguien con ganas de destacar más que él, es, hasta insultante. La que acaba de llegar de forma tan dramática es sin duda una diosa, como después revela. Siempre hay que admirar su puesta en escena, Ebalo tiene mucho que aprender pero lo intentará.

Se coloca junto a su querida Hypatia, incluso le pone una mano sobre los hombros juntándose a ella, con los ojos fijos en esa nueva aparición que habla sólo de recompensas y de promesas vacías. Casi seguro. Y hace fuerza con la dispuesta joven que siempre toma la palabra con tanto criterio.

-Por supuesto que el Sol no se esconde, ante la oscuridad, Apolo siempre responde, NO HAY SOMBRA QUE SU LUZ NO AHONDE- en ese momento, con la mano libre, saca la daga que tenía escondida de forma teatral, la sostiene en alto y pide la bendición de su dios, haciendo que comience a brillar con fuerza, destruyendo la oscuridad, alejando con su cálida luz las préfidas sombras, desterrando a la oscura luna a su lejano hogar.

El guerrero comprobó para su desgracia, que todo lo dicho por Atreo había sido un tremendo error, pues ahora esa anciana que parecía ser alguien sumamente poderoso, una diosa quizás; sabía de todos sus progresos, por lo que si quisiera, podría frustrar sus planes con suma facilidad... "Maldito descerebrado de Atreo, ahora todos pagaremos por su inexperiencia..." pensó Talios a la vez que negaba furioso para sí.

La propuesta de aquella anciana, sonaba bastante atractiva, él se había comprometido a ayudar a esa familia, pero dada la actual situación, cualquier alternativa de salir con vida, parecía atractiva.

No obstante, antes de decir algo de lo que pudiera arrepentirse, esperó a ver qué decía su hermano, pues al fin y al cabo, las decisiones son cosa suya; y no quería decepcionar a nadie hablando de aquellos temas que azotaban la duda en su mente. Así pues, optó por cierta mesura, a la vez que aprovechaba para averiguar algo más acerca de aquel ente diciendo:

-¿Por qué habríamos de creerte anciana? y aunque tu propuesta fuera sincera, ¿por qué hacéis dicho ofrecimiento a un grupo como nosotros? está claro que pedís algo más, pues de lo contrario, se lo propondríais a cualquier otro grupo de guerreros, que incluso estuvieran más capacitados que nosotros... -expuso poniendo bastante en entredicho las intenciones de aquella mujer, el gigante veneraba la verdad, y no conseguirían influir en él con esos tejemanejes ocultos.

No obstante, al escuchar como aquella deidad despreciaba el poder de los truenos, símbolo de su adorado Zeus, Talios respondió sin duda alguna en su corazón:

-¡Aquel que está en contra de Zeus está en contra mía! no tenéis nada más que hablar conmigo- concluyó de forma tajante.

No le gusta esa mujer y espera que los demás vean la maldad que rezuma de ella, y es que los dioses pueden ser malvados y crueles... y esa anciana no es una excepción. Pero se mantiene firme a pesar de su afirmación de que morirá allí. Prefiere morir siguiendo la senda correcta que vivir entre las sombras de un camino impreciso y, seguramente, lleno de engaños. 

Nota una mano en su hombro, como dando su apoyo, y mira a su lado. Se encuentra a Ebalo que por un momento ha parecido interesado en la oferta aunque ahora saca su daga, a saber donde la tenía oculta, e invoca el poder de Apolo para intentar enfrentar a esa anciana de lengua ponzoñosa y viperina.

Y Talios, medio convencido en un primer momento, parece que también le da la espalda a la anciana al hablar mal del Padre de los Dioses.

Spyridon no es muy entendido en dioses, pero la referencia a la señora de la luna oscura es suficiente para él. Las tres diosas de la luna, Artemis, Selene y... Hécate. La señora es peligrosa, pero eso no significa que sea esencialmente malvada. No es ni buena ni mala, pero puede ser muy cruel si se le ofende.

Es como el dios al que Spyridon sigue. Ares es la guerra y la guerra, desde su punto de vista, no es ni buena ni mala. Spyridon ha luchado en las suficientes como para saber que, a veces, lo que creemos una lucha justa se convierte en una cruel masacre.

Hera les ha ayudado y viajan con una sacerdotisa de Hera. No pueden traicionarla sin más, pero Spyridon está dispuesto a escuchar a los dioses... cualquier Dios. Y Hécate es poderosa, muy poderosa.

- Señora, nos honras con tu presencia. - El general hablaba muy despacio, le preocupaba tanto la reacción de la diosa como la de sus hombres. - La diosa Hera nos ayudó en el pasado y por ello nos sentimos en la obligación de corresponder y seguir la senda que nos ha trazado.

- Las rivalidades entre los dioses es algo que supera la comprensión de unos pobres mortales. Nosotros simplemente nos vemos envueltos en el devenir de los acontecimientos.

- Ayudádnos si podéis y eso os situará en la misma posición que la diosa Hera, os estaremos agradecidos. Llegando el momento, seguiremos el sendero trazado por los dioses, pero si podemos elegir lo haremos con los dioses que nos ayuden.

- No podemos comprometernos a nada más. 

Spyridon miró seriamente a todo su grupo, esperaba que nadie ofendiera a Hécate. Tenerla en contra sería algo muy peligroso.

Si la visita de la princesa había sido sorprendente y turbadora, la divina visita que estábamos recibiendo en este momento era muy superior. Una vez mas nuestras palabras son en parte nuestra perdición, una mala costumbre a la que cada vez estábamos cayendo mas a menudo, yo incluido. Desvelábamos demasiado, aunque ene este caso había valido para sacar algo de información a nuestra interlocutora, por ahora la enviada de Hera no estaría con nosotros.

Cada uno de nosotros tenía que decidir si el ofrecimiento que nos hacía Hecate era o no sincero y aunque lo fuese debíamos decidir si era adecuado ponernos en contra de Hera. Así una vez mas cada uno fue imponiendo su criterio y dando su punto de vista en este nuevo entuerto. Aunque para mi estaba clara, otros podían ser mas políticos en este caso y esquivar la petición de esta diosa. Por ahora el silencio sería mi escudo, amenos que se solicitase mi opinión.

Akintos no podía creer lo que presenciaba. El grupo se encontraba no solamente intentando seguir los designios de Hera, sino en medio de una lucha política entre olímpicos. En su corazón Atreo había hablado como él mismo, si se hubiese atrevido fente a aquella extraña presencia.
Defintivamente no entendía los reproches de los demás, quien se paraba frente a ellos era divinidad, y sabía infinitamente más que ellos; no buscaba información que pudiesemos proporcionarle, buscaba nuestros corazones.

Con el rostro hundido entre dos barrotes, los nudillos blancos apresando aquellas poderosas barras de hierro su mente y su corazón se debatían en una extraña lucha...
¿Qué hacer? Hera los había bendecido y guiado, los había elevado de su existencia de meros mortales... aunque no fuese la diosa de su entera devoción, era la esposa de su señor el tormentoso Zeus y tenía su corazón ahora.
Hécate... si las palabras de su mentor era acertadas, pues no era experto en dioses ni formado sacerdotalmente, podía estar enfrentada completamente con Hera, y evidentemente lo estaba con Zeus. Es cierto que no era necesariamente malvada, pero tampoco debían cambiar su bandera según como soplasen los vientos.

¿Lealtad a su mentor o Lealtad a Hera? una era más antigua que la otra, pero la segunda se debía a un ser mucho más trascendete y poderoso.

Se puso de pie, asintiendo a lo que dijese Spyridon. Temía en el fondo estar traicionando a la madre olímpica, pero tenía fe en que con algo de astucia podrían soportar las pruebas y cumplir con ambas.

Ebalo, fiel a su carácter e ideales se apresuro a usar los poderes que le otorgaba la sangre de los dioses que fluía en ellos para hacer que su daga brillase con gran intensidad, encegueciendo a todo aquel que le mirase fijamente.

-Me confunden de nuevo, y entiendo su mortal ignorancia, por lo que seré compasiva y afectuosa con ustedes aclarándoles quien soy yo, y perdonándoles un intento tan tonto por hacerme daño. No soy Erebo, dios primordial de la oscuridad, ni su hermana Nyx, diosa de la noche. Y ante ellos, ese simple acto no habría servido de nada, la oscuridad es un poder procedente de un dios primordial, no puedes detenerla con la débil antorcha de un dios insignificante como Apolo- Exclamó la anciana mientras que a su vez palabras extrañas surgían de su boca, y sus manos parecían danzar generando una tenue oscuridad, que con el paso de los segundos se izo mas plena y lo envolvió todo. La daga de Ebalo había quedado negra, como si una tela fina y poderosa lo cubriera y a su vez, no dejará salir la luz; pero no solo eso, también la luz del exterior había menguado pues las nubes en el cielo se habían cerrado por completo, tal como si una tormenta estuviera por caer desde los cielos.

Afuera, los aullidos de los perros se incrementaron hasta un grado que empezaban a causar terror en los oídos de cualquiera que los escuchase de cerca. -Yo soy Hécate-, exclamo la anciana mostrandose por primera vez y solo por unos breves instantes, tal como realmente era.

-La diosa ancestral de las lejanas y misteriosas tierras salvajes, soy la diosa de la brujería y la hechicería, señora de la luna oscura y las encrucijadas. Y ahora les presento una ultima oportunidad para enfrentar esta encrucijada. Hinquen su rodilla en el suelo y júrenme incondicional lealtad y yo seré con ustedes y ustedes conmigo. Rechacenme y tengan por certeza que cuando los dioses choquen entre si y la humanidad se desangre por ellos, yo misma me aseguraré de que ustedes recuerden este momento-.

El rostro de la anciana solo monstró desaprobación, no parecía contenta. -No soy una mensajera del Olimpo ni el Inframundo, no vengo a negociar con ustedes. Vengo a ofrecerles ser míos, seguir mi senda a toda costa. Rechazadme y no me olvidareís, rechazadme y sereis traicionados por aquellos a quienes ahora intentan jurar letaltad, rechazadme y sin duda alguna morireis. No quiero mas palabras, quiero su vida, quiero su juramento-.