Partida Rol por web

El jonio sonrió cuando vio caer a aquella enorme criatura, sin duda habían hecho un gran trabajo y si seguían así podrían demostrar su valía.

Así pues, con el ánimo levantado, se dispuso a invocar el poder del rayo sobre su letal arma, pues un reciente temblor, que casi lo derriba, le indicó que algo mucho más grande se aproximaba, la prueba de verdad se avecina...

- ¡ Esto ha sido demasiado fácil ! - gritó Spyridon al ver caer a la bestia. Era del todo incomprensible que El Rey uniera el destino de una de sus hijas a someter a una criatura así.

- ¡ Ocupemos los puestos que teníamos asignados y todo el mundo alerta ! 

Las aguas estaban muy agitadas, quizás las crías del centollo estaban huyendo pero el experimentado general prefería no dejar nada al azar ni celebrar una prematura victoria.

Ver caer a esa bestia fue algo ligeramente gratificante, aunque algo en su interior le decía que eso no iba a terminar bien, y es que no había ni terminado. Las burbujas que comenzaron a surgir en el mar le hicieron estremecerse, pero las palabras de Spyridon le devolvieron al momento en el que estaba.

No iba a ponerse en primera fila, pero si podía intentaría establecer una segunda línea, por lo que avanzó todo lo que pudiera hasta situarse detrás de Ischyros, pero situado a su flanco izquierdo, para no estorbarle en caso de que se tuviera que mover.

Es una flecha cargada de energía la que impacta en la criatura, sus patas fallan y cae levantando pequeñas nubes de arena a nuestro alrededor. Pero el peligro no ha terminado y sus patas se preparan para volver a alzarse, aunque no estuviese convencido en matarla, no podía dejar que hiciese daño a mis compañeros. Impulso la lanza contra el cuerpo tendido y siento como la carne de la criatura cede, un estertor recorre el cuerpo del crustáceo, giro el asta y la libero del ahora cadáver de nuestro enemigo.

- Creo que pudimos hacerlo de otra manera.

Por lo que podía ver desde mi posición, solo pequeños crustáceos quedaban como enemigos, pero estaba equivocado ya que algo parecía estarse removiendo en el interior del mar. Algo grandioso estaba por salir, y mis compañeros, ya se preparaban para enfrentarse a ello ... yo no podía ser menos. Como decía el general, debíamos recordar el plan que habíamos trazado la noche anterior, y según lo acordado avanzo para tomar una posición de apoyo. 

Ebalo, atento, desde el principio del combate, a las burbujas que salen del agua y como esta se trasformó en las pequeñas criaturas que vienen en socorro del centollo gigante, pone cara de sorpresa al ver como se vuelven a reunir en masa, subiendo algo desde las profundidades mucho más grande.

A su espalda el enemigo cae definitivamente sin posibilidad de levantarse. Es lo mejor, que no se nos junten los problemas. Ébalo piensa resarcirse de su huída anterior y se sigue abriendo hacia la derecha, para enfrentarse al “pequeño” crustáceo que avanza por ese lado y estar en buena posición para cuando salga el verdadero desafío.

La caída de la criatura resultó un alivio por que empezaba a notar el cansancio. Cada vez costaba lanzar los conjuros otorgados por la diosa Atenea y, a pesar de que aun quedaban centollos, de tamaño más pequeño, no podía dejar de pensar en que aun no había acabado todo. 

La zona este de la playa ya estaba cubierta por Hypatia y los mastines pero notaba que hacía falta reforzar un poco ese lado:-General, Hypatia! Me coloco vuestro lado para reforzar esta zona.-les dije a pesar de que no hacía falta levantar mucho la voz, estábamos lo suficientemente cerca como para hablar en un tono normal. 

El viento empezaba a soplar fuerte hacia la costa mientras que el mar parecia embrabecerse. El centollo gigante había caido y la situación hacia pensar a muchos de los lugareños que las acciones de los heroes micenos habían acrescentado la ira de Poseidon quien ahora intentaría castigarlos en persona. Si la presencia del centollo no aullentó a muchos cuando llego a la playa, los crecientes acontecimientos si lo estaban haciendo sobre todo en los presentes en la playa. Por su parte, los noble, protegidos en la cima de la acropolis por el relieve y mas de un centenar de tropas, perecian confiados en que nada les sucederia, y estaban mas preocupados por el decepcionante espectaculo que por el mero hecho de haberse librado de la aparente bestia.

-Carkginius- gritó una voz desde las cercanias a los héroes sin que estos lograran identificar su procedencia de momento. -Allí viene- exclamó, -ahí sobre las olas- aclaró extendiendo su fragil brazo hacia el mar ante el claro desconcierto de los micenos. Los gritos que les alertaban provenian de una figura delgada y menuda que se encontraba subida a lo alto de la palmera en la playa, refugiada bajo su follaje.

Sus ropas y su singular cabello, dejaron pronto en claro de quien se trataba. Era la princesa Ava, la mas pequeña de las hijas del rey Karsten, y a su vez, aparentemente, la más problemática. Y es que, si algo le pasaba a la princesa estando ellos en la playa, era poco probable de que les perdonase la vida. Tenían claramente una nueva tarea, la cual era proteger a la princesa a toda costa.

La pregunta de como era que la princesa había llegado hasta allí, de momento carecia de importancia, algo muy grande se acercaba hacia ellos.

Desde las profundidades de las aguas en las costas de Asine, en los extremos al sur de la Argolida, se libraba una batalla, que, con el pasar de los años, sería narrada a lo largo de toda la Helade, con la leyenda de Carakginius y los doce de Micenas.

Al ver a aquel inmenso ser de tez oscura que salia desde las aguas frente a la playa que avanzaba hacia ellos, fue claro para todos que aquel centollo gigante que habían derrotado antes no era Carakginius, si no quizá solo una cria o un pariente lejano, poco sabía realmente de aquella criatura como para hacer suposiciones. Lo unico cierto es que la batalla real, apenas empezaba.

Midiendo casi siete metros de largo sin extender sus inmenzas tenazas y cerca de cuatro metros de altura, la gigantesca bestia que surcaba las costas era un centollo realmente gigante, digno de las historias que habían escuchado de él. Aquella criatura de tenazas tan grandes como el centollogigante que llacia en la costa, mostraba unos malevolos ojos rojisos que no sobresalian de su cuerpo y una exoarmadura de aspecto fiero que lo hacia ver mas intimidante. Aquella bestia si parecia ser capaz de derrotar a los mejores guerreros de Asine, entre los cuales se encontraba el ahora difunto enamorado de la princesa Melani.

Tal como imaginaba, una criatura de proporciones mucho mayores emerge del agua, en medio de un gran remolino muy violento. La bestia es mucho mayor de lo que esperaba, con una armadura inmensa y al parecer impenetrable. Miro aquellas tenazas, probablemente capaces de desmembrar a cualquiera con solo un movimiento.

Sus ojos rojos y furiosos se fijan en nosotros, tanto que siento como el valor me abandona. Mis piernas tiemblan y no puedo contener las ganas de huir. No me doy cuenta cuando ya estoy alejándome del campo de batalla, sin siquiera pensar en lo que estoy haciendo.

Los peores temores de Talios se hicieron realidad, de las profundidades de las aguas del mar emergió aquel enorme crustáceo, sin duda su compostura no estaba preparada para evitar sorprenderse ante colosal criatura, por lo que aunque consiguió evitar salir corriendo presa del terror, seguía sintiéndose intimidado por su enemigo, algo a lo que el gigante no estaba acostumbrado...

No obstante, quizás fomentado por la enormidad del combate que se presentaba y al ver a la indefensa princesa, una ligera idea empezó a formarse en la mente del ateniense.

Se escucha una voz entre las palmeras de la playa. Una de las princesas, la más joven, da el aviso sobre el Carakginius. La respuesta a qué hace la princesa en ese lugar de batalla, tendrá que ser respondida luego. Eso solo les da más problemas de los que ya tienen. Y ese ahora también hay que proteger a la princesa mientras intentan defenderse de esa enorme criatura que ahora surge de los mares.

Si con el centollo anterior ya echó a correr, con el Carakginius no será menos. Por muy valiente que sea, debe reconocer que ni en 1000 años ni con la ayuda de los dioses conseguiría traspasar con sus flechas la gran armadura de esa bestia mitológica. El miedo se vuelve a apoderar de ella y hace que pierda la convicción que ha reinado en el combate anterior, aunque poco haya hecho.

Ella a correr sin pensarlo.

Ni la criatura que estaba ensartando, ni los gritos de la pícara princesa pudieron distraer a Akintos... su mente y su corazón luchaban en ese momento con terrible frenesí: la primera le decía que debía tomar distancia de aquella mole asesina e imparabale, el segundo lo compelía a quedarse a cumplir la palabra empeñada y no abandonar a quienes dependían de él.

Aquellos ojos rojos desafiantes parecían concentrar la ira profunda del señor de los siete mares, el combate recién había empezado y el escudero no podía asegurar qué haría.

Tragó saliva lentamente, intentó afirmarse a su dori y su aspis para evitar que sus piernas lo llevasen lejos de allí. Rechinó los dientes, balbuceó algo sin sentido cuando se percató de que algunos corrían.

Estaba solo, se sentía pequeño, frente a un titán de los mares.

A pesar de todo aquello, no podía flaquear, no podía quedar como un cobarde ante el rey de Asine, había empeñado su palabra de luchar con el mostruo que aterrorizaba la ciudad... y allí estaba.

Afirmó su escudo y tomó distancia, perforando a su enemigo mientras mantenía la vista en aquella temible montaña que surgía de los mares.

Mientras apuntaba a una de las crías, la más cercana, su corazón casi dio un vuelco al escuchar aquella voz femenina desconocida. Al poco se dieron cuenta que provenía de la princesa pequeña, una de las hijas del rey, por lo que estaban pisando fango, como se solía decir en su tierra, pero no podía distraerse. Algo enorme y monstruoso salía de entre las aguas... - Carakginius. Ahora sí. - pensó el Arquero.

Aquella bestia marina era enorme, su caparazón parecía mucho más grueso que el de la primera bestia que les había atacado, así que pensó que quizá su única oportunidad de hacer algo contra aquella bestia era seguir con su idea de destrozar sus ojos. Pero no podía atacar a lo loco...y no él solo. Antes sus compañeros tenían que estar libres para poder atacar con sus poderosos mandobles a aquella monstruosidad. - Ischyros, te ayudo. - dijo, centrando toda su concentración en aquel ser. Apuntó a las partes blandas que se adivinaban y soltó la flecha. Aquel centollo era demasiado pequeño como para apuntarle a otro sitio, cuanto más con el enemigo en movimiento. Además, su caparazón sería mucho más accesible que el de su hermano mayor.

La flecha se clavó en el centollo con un chasquido muy satisfactorio.

Desvió la vista para sonreir a Ischyros, pero se quedó quieto, congelado, al ver el tamaño real de la criatura que venía hacia ellos. El mar, la arena lanzada al aire, el combate...todo ello le había distraido sin poder prestar realmente atención a lo que se le venía encima. Ahora lo veía bien, y sintió miedo, pero a pesar de ello, a pesar de que su cuerpo pedía a gritos alejarse de aquella cosa, su mente fue superior al cuerpo y no se movió del sitio, pues se debía a los suyos. Si morían, lo harían juntos. ***

Para Spyridon no era su mejor día ya que un terror inconsciente le dominaba impidiéndole actuar y forzando su huída.

La visión del segundo centollo Gigante, esta vez más grande que el anterior, pudo con mis defensas mentales y me imaginé lo peor. Sin saber cómo ni por qué un instinto primitivo se apoderó de mi cuerpo y lo obligó a salir corriendo en dirección contraria al mar. 

De las profundidades del mar una enorme criatura emergió, una criatura con nombre ... que hacía temblar y huir al mejor de los hombres, que tras su paso solo dejaba ruina y muerte. Pero era la verdadera criatura que habíamos venido a matar.

Señalo con la lanza a la criatura que sale de las aguas.- ¡Solo es una criatura del Mar!. ¡Da igual su tamaño, es mortal y se la puede matar!. Por la playa hombres y mujeres que habían enfrentado antes a la muerte retrocedían o simplemente se quedaban parados ante lo que se les venía encima. - ¡Retomad las posiciones y preparaos para combatir!.