Partida Rol por web

Asentí a Itzía. En mi interior albergaba las mismas opiniones que Anayatzin y la tal Mencía, pues la joven nativa poco podía hacer ella sola ahí abajo por sí misma ante una gran multitud.

Vayamos todos justo, claro -le dije confirmando sus palabras-. Creo que deberíamos prender un foco y salir corriendo, como bordeando la ciudad, y prender otro. Tal vez si logramos hacer esto crean que es un fuego descontrolado o un ataque enemigo... ¡Ojalá sea así! -suspiré-.

Señora, no se separe de nosotros. si sabe correr... ¡este es el momento! -le dije a la castellana-.

A diferencia de su hermana, que con justa razón consideraba la palabra "superstición" como una ofensa, Anyatzin sonrió tristemente con la comisura de los labios al oír a la castellana hablar así, desviando su mirada a Ambrosio con un breve suspiro. Él tampoco llegaba a creer demasiado en hechicería, y probablemente sería adepto a esas mismas expresiones de encontrarse junto a ellos. - Al menos - pensó con cierto consuelo - Iktán y Ambrosio están juntos. Sabía que se protegerían entre sí, y que ninguno de los dos se rendiría fácilmente.O al menos, eso creía, pues su hermano abrazando su destino le había causado cierta inquietud ineludible.

Solo tardaré lo que me lleva pronunciar el hechizo, Itzia, y podría ayudar a sacarlos de ahí sin dar batalla. - intentó tranquilizarla con una suave sonrisa - Estoy a salvo aquí. Me ocuparé de esto mientras ustedes prenden el fuego. - la instó a partir junto al fraile y a la castellana. Por supuesto, la idea de separarse de su hermana le encogía el corazón por miedo y angustia, mas sabía que de ello podía depender la vida de Iktán.

Si no puedes correr - se dirigió entonces a Mencia - Puedes quedarte conmigo. - ofreció, dado que jamás había visto moverse con demasiada velocidad a una mujer castellana. Tampoco la juzgaba por esto, ya que Anayatzin no era particularmente rápida ni ágil - Pero si puedes hacerlo, les serías de inmensa ayuda - añadió.

Finalmente, se giró hacia el fraile e Itzia.

Dense prisa y tengan cuidado. Esperaré lo que haga falta, pero si pasa mucho tiempo y no han vuelto aquí, nos reuniremos donde los pintaron de azul. - sinceramente, esperaba que aquel plan alternativo no fuera necesario, pero prefería anunciarlo antes de arriesgarse a no tenerlo.

Dicho esto, se volteó hacia el partido otra vez, atenta a los movimientos del equipo contrario. Desde aquel escondite en lo alto, cuando veía a algún hombre intentar marcar algún punto que pudiera acercar a Iktán y Ambrosio al sacrificio, lo señalaba, ladrando a continuación una frase corta e ininteligible que algunos podrían reconocer como el maleficio.

Mencía seguía con interés y horrorizada fascinación en desarrollo de aquel juego de pelota ahora que sabía lo que podía implicar ganar o perder. No sabía en qué momento se habían visto envueltos en aquel asunto y sus ojos no se apartaban de Miguel, dando un respingo cuando recibió aquel golpe. ¿Es que allí no había normas? Las voces de sus acompañantes hicieron que dejara de prestar atención al partido durante unos momentos.

Al parecer, seguirían el plan de prender un fuego para tratar de interrumpir el partido, algo que la castellana aprobó pues tampoco tenía una idea mejor para detener aquella barbaridad. Entonces, una de las chicas que al parecer permanecería en el lugar le ofreció la posibilidad de quedarse a su lado.

—Creo que no corro desde que era zagala —afirmó con una sonrisa algo culpable, al tiempo que señalaba las faldas de su vestido, quizá poco apropiadas para una carrera al igual que sus botines —Me quedaré contigo para que no estés sola —añadió mirando de reojo a la otra joven, a quien parecía no caerle demasiado bien.

Entonces, comprobó asombraba los movimientos y palabras que comenzó a hacer la joven india en dirección a los rivales. Mencía casi contenía la respiración a su lado, presenciando aquella herejía pero al mismo tiempo confiando en que sería de utilidad, intentando no molestar ni interrumpir a la hechicera. Su mirada se volvió hacia el campo de juego, esperando a ver los efectos.

Aquel maldito indio lo había cogido desprevenido, ese y todos al parecer, porque en un momento le habían dado más palos que a una estera.

Esquivó al último de milagro y renegó. 

-Hideputas indios, me cago en cristo- Y al primero que se le acercó le arreó un buen puñetazo con toda su rabia.

-Ahora seguid, que os voy a reventar, cabrones-

No tenía ni idea de jugar a aquello, pero de lo que si sabía era de pelearse y fastidiar todo lo posible. Con la tarea en mente, se puso a ello, se iban a enterar de lo que era un español cabreado.

-Voy por ellos Ambrosio, a ver cuanto puedo joderles-

A pesar de que Bernardo la apoya, frunce el ceño y aprieta los labios con preocupación cuando su hermana decide quedarse, a pesar de la sonrisa de esta. No quiere separase más, hacerlo ya les ha costado a Ambrosio e Iktan y les ha llevado a territorio enemigo, a la mismísima Uxmal, pero si hay un momento en el que el grupo deba jugar sus cartas es ahora, y quiere tener fe en el juicio de su hermana, así que asiente a Anayatzin, que también señala un punto de reunión. No está muy segura de que este sea el mejor para Bernardo y la mujer, pues podrían quedar más expuestos junto con sus diferencias con los nativos, intuye que esto acabará pronto, pues en cualquier caso, no pueden permanecer demasiado tiempo por Uxmal. No sólo los acabarían encontrando, si no que lo más seguro es que, al final del día, los dioses les dejen sin un motivo para quedarse si no hacen algo antes. - Vale. Tened cuidado vosotros también. - Se inquieta con sinceridad por las mujeres, especialmente, y a pesar del mal trato que Itzia había dado hasta ahora a la extraña de las dos, al saber que no es una buena corredora.

A continuación matiza en las distintas opciones que Bernardo explora, antes de marcharse con este. - Tiene que ser lo suficientemente grande para asustarlos y llamar su atención, pero no queremos provocar una reacción más agresiva de lo necesario. Sólo somos nosotros cuatro. - Le recuerda, y aunque fueran más, ni con todos los guerreros de Xcalunkin podrían plantar cara a Uxmal, así que cuanto menos provoquen al enemigo, mejor. No podrían enfrentarse a represalias, y muchos más que ellos cuatro podrían tener que enfrentar las consecuencias de sus decisiones. 

El partido comenzó y las cosas no lucían bien para el equipo de los Señores de la Muerte. El equipo local arremetía una y otra vez y poco a poco fue ganando terreno en el campo bajo el fiero liderazgo de Akyaabil. Éste último no cesaba de gritar órdenes a los suyos. Realmente se asemejaba, por movimientos y talento, a uno de los Héroes Gemelos, el Primer Jaguar.

Según cuenta la historia, los Dioses del Maíz eran jugadores ávidos que fueron asesinados y enterrados en la cancha por los Señores de Xibalba (el Inframundo) por molestarlos con el ruido del juego. La cabeza de uno de los dioses del maíz fue colgada de un árbol en el Inframundo, y cuando una hija del Señor del Inframundo pasó, escupió en su palma, impregnándola milagrosamente. La hija tuvo dos hijos gemelos, los Héroes Gemelos, que vengan la muerte de su padre y su tío al resucitarlos en el campo de juego. Los héroes continúan para sobrevivir a las pruebas del infierno que les presentan los dioses de la muerte, mientras que los dioses del maíz renacidos permanecen en el campo de juego para que los humanos los honren. Por lo tanto, los mayas creían que era necesario jugar el juego para su propia supervivencia. El juego de pelota brindó la oportunidad de mostrar devoción a los dioses al sacrificar reyes capturados y altos señores, o los oponentes perdedores del juego.

El equipo visitante pronto se había partido en tres islas o zonas del campo bien diferenciadas. El que se encontraba más próximo al aro del equipo local era Bembe, quien aguardaba oportunidad de demostrar su supuesto talento. Miguel custodiaba el extremo izquierdo de la cancha, aunque se veía que tenía grandes dificultades para capturar e impulsar la pelota de goma. Por fin, el castellano cambió de estrategia, y, tras varios golpes de sus rivales, tomó la iniciativa. Cuando uno de los indios del equipo local intentó embestirle por enésima vez, el extremeño eludió el placaje y con el filo del codo le propinó un golpe que hizo saltar varios dientes del indígena. El público gritó, emocionado ante aquel inédito cambio en la sagrada historia.

Por último, el partido se jugaba casi por completo en el campo local. Ambrosio demostraba un talento inaudito para un extranjero, mientras que Iktan lideraba la defensa con gran presencia de espíritu. 

El espectáculo se había dividido, de momento, en dos. Por un lado el partido sagrado mantenía cautiva la atención de los espectadores. Al mismo tiempo, la batalla campal que se sucedía por el carril del castellano Miguel, junto a los improperios en una lengua desconocida que este vociferaba, captaban casi la misma cantidad del público reunido en Uxmal. El jugador que había recibido el primer golpe permanecía tendido en el piso, pero pronto otros dos se acercaron al castellano con la intención de vengar al caído.

Finalmente el equipo local se encontraba en posición de disparo. Uno de los jugadores se zambulló y logró desviar la pelota de su almohadilla para el brazo en dirección al aro, pero, en el último momento, trastabilló con una pequeña roca, lo cual permitió que el marino Ambrosio se hiciera con el esférico. Iktan, sorprendido ante la torpeza de su rival, entorno los ojos y comenzó a otear las gradas repletas de espectadores, como buscando algo, pero pronto volvió a concentrarse en el partido.

Itzia y Bernardo descendieron de la roca y comenzaron a caminar por los límites de la ciudad, allí donde la jungla les proporcionaba cobijo. Debido al gran espectáculo que tenía lugar en la arena, las zonas aledañas más alejadas del centro estaban casi desiertas, salvo por los escasos perros que correteaban libremente.

Itzia y Bernardo descendieron de la roca y comenzaron a caminar por los límites de la ciudad, allí donde la jungla les proporcionaba cobijo. Debido al gran espectáculo que tenía lugar en la arena, las zonas aledañas más alejadas del centro estaban casi desiertas, salvo por los escasos perros que correteaban libremente.

Al parecer el efecto de la primera maldición de Anayatzin había dado en el blanco. A la joven no le pasó por alto la mirada inquisitiva que lanzó su hermano en el campo de juego cuando el jugador rival se precipitó sobre la tierra.

Tras sonreír agradecida a la castellana por su disposición a hacerle compañía, y absteniéndose por la urgencia de la materia de preguntar qué significaba "zagala", se dispuso a hacer lo necesario para inclinar la balanza a favor de Ambrosio e Iktán. Tan pronto empezó el partido, se dio cuenta de que eso no era realmente necesario, pues ambos estaban demostrando una destreza envidiable como jugadores. Sin embargo, no quiso confiarse. No era nada menos que las vidas de dos de las personas que más quería las que estaban en juego.

Cuando vio la destreza y seguridad de uno de los contrincantes para disparar en dirección al aro, supo que era momento de interferir. Un hombre con tal habilidad sería un peligroso rival, y no quería dejárselo al destino si podía ayudar. Instintivamente las palabras del maleficio escaparon de su boca, señalando con el índice a su víctima desde el punto en que se escondían de la forma más discreta y pegada a su propio cuerpo en que le fue posible para no descubrir el refugio desde el que eran espectadoras.

Su primer instinto al ver que Iktán había reconocido su maleficio fue alegrarse. Quizás, si su hermano se daba cuenta de que intentaban ayudarlo dejaría su resignación de lado. No podía concebir que Iktán aceptara su muerte con tanta facilidad, y quería que tuviera su corazón en el campo, puesto del todo en sobrevivir. Sin embargo, al instante siguiente, se dio cuenta de que si él lo había notado quizás no sería el único.

Por favor, intenta estar atenta a los alrededores también. - le pidió en una voz amable, casi en tono de disculpa, pues sabía que esa era una petición difícil si su hombre jugaba aquel partido también. Lo hubiese hecho ella si pudiera, pero ahora no podía apartar su vista del campo - No queremos que nos encuentren aquí.

Mencía tenía cierta dosis de superstición a pesar de que en su villa natal siempre había sido considerada como una mujer ilustrada para su época; por ello, cuando comprobó la inusual torpeza en el jugador rival de los españoles, de alguna manera estuvo segura de que la joven india que tenía al lado tenía algo que ver en ello, no sabía cómo ni por qué. Uno de los indios que jugaban en el equipo de Miguel parecía buscar algo en los alrededores; quizá de ahí la petición de la muchacha.

—Eso puedo hacerlo, sí —afirmó con nerviosismo pero dispuesta a ayudar y a colaborar en aquella situación aunque tan solo fuera velando porque la joven pudiera seguir con sus... hechizos con tranquilidad.

Todavía no podía entender cómo había acabado en aquella situación, pero lo único que sabía era que tenía que conseguir que Miguel saliera con vida del macabro partido para alejarse de allí y seguir en busca de las perlas. Qué lejano parecía todo aquello ahora.

A pesar saber que la gente estaba distraída con el espectáculo, del que pudieron ver parte mientras se alejan entre los límites de Uxmal, Itzia camina rápida pero inquieta de quien pueda verles y percatarse de algo raro. Después de todo, aunque el fraile vista como ellos y su piel se haya dorado por el sol, cualquiera que se fije lo suficiente sería capaz de notar las diferencias raciales entre Bernardo y los nativos.

Buscan una cabaña apartada, algo con telas y plantas, que facilite cierta expansión del fuego, y no les cuesta encontrar recursos para iniciar una chispa. Ejecutarlo sin embargo, no le resulta tan fácil. Técnica ni mentalmente, pues un fuego no es ninguna broma, y además llamará la atención. Sin embargo, a pesar de ser este su objetivo para distraer al público de los jugadores a los que pretenden rescatar, también puede exponerlos a ellos, o a Anayatzin y a la mujer. 

Toma aire antes de tomar la iniciativa, insegura esta vez, separada de cada uno de sus hermanos en territorio enemigo. La incertidumbre le resulta tremendamente pesada. - Voy a intentarlo. Por favor, vigila. - Pide preocupada al fraile, antes de comenzar, cada vez con más empeño, a buscar la chispa que podría desatarlo todo.

Contra todo pronóstico, pero enardecido viéndose ya en manos de aquellos salvajes, Ambrosio sacó fuerza y agilidad de donde no la tenía para mantener una actitud activa en el juego. Ignoró la fatiga de darse tantas carreras, empujones y codazos en torno a la zona que se suponía que debía guardar. Terrible, para su equipo, era el liderazgo que ejercía aquel indio colosal, mostrando que no era únicamente fuerte sino también astuto. Pese a ello, quizá les había subestimado y no sabía con quién iba a vérselas en aquella cancha.

La providencia quiso que el tropiezo de uno de los del otro equipo lanzara el esférico en dirección a donde Ambrosio montaba guardia. Aún a sabiendas del peso y consistencia de la pelota, pero también de lo fácil que esta botaba, arriesgose a saltar y tratar de acertar con su brazo y enviarla hacia el hueco del aro. Más, viéndose que no alcanzaba la trayectoria se movió en el aire, y sacudió un caderazo, o más bien nalgazo, a la pelota. Gran fue la sorpresa de los suyos, y no menor la propia, al ver que había acertado y por ende aventajado a su equipo. 

No pudo celebrarlo de otro modo sino dedicando un blasfemo gesto, muy a la española, al otro bando. También dedicó todo tipo de maldiciones e improperios a Akyaabil, a sus secuaces y a la madre que le parió, que por fortuna quedaron silenciados por el griterío de la grada ya que a un buen cristiano jamás deberían oírsele decir tales cosas.

Una vez llegamos a las cabañas, asentí ante la propuesta de vigilancia. Sabía que los habitantes de nuestro Cah hacían fuego para muchas tareas, e Itzia seguramente fuera más diestra que uno en conseguir uno. Entonces escuché el frotar de la joven para conseguir la chispa adecuada; sólo esperaba que lo hiciera lo antes posible, pues aquella loca idea que había salido de la cabeza de este viejo tal vez fuera un fiasco en realidad...

Ánimo Itzia... -balbuceaba para mí mientras no dejaba de mirar en todas direcciones-.

Los vítores de la multitud se dejaron oír con más fuerza: el equipo visitante había notado y nada menos que gracias al talento de uno de los extranjeros. Ambrosio había cogido el rebote del jugador rival y, con un diestro nalgaso a la pelota, logró compensar la falta de técnica con una gran precisión.

Los gestos soeces y las palabras vulgares que el marino profirió al ver como la pelota ingresaba por el hueco del aro, la continuada pelea salvaje entre Miguel y los jugadores rivales, todo sumaba para que los castellanos, representantes de los Señores de la Muerte, fueran una gran sensación tanto dentro como fuera del campo. 

El Primer Jaguar aulló salvajemente, y, tras amonestar con efusión a los suyos, se dirigió al centro del campo donde se reanudaría el partido.

—Vosotros tres, cubrid al extranjero. Tú, cubre la derecha y tú te encargaras de la retaguardia. Yo tengo un asunto que atender...

Su mirada se centró en Miguel, que continuaba haciendo estragos en los suyos. Ríos de sudor recorrían las grietas que delimitaban sus músculos cuando Akyaabil se aproximó al extremeño con gran determinación.

Las instrucciones de Akyaabil probaron ser eficaces. El equipo local comenzó a presionar más y más sin perder el control de la pelota. Si se habían comenzado a escuchar abucheos tras el gol de Ambrosio, los gritos de felicidad tras el gol de los del Mayab pronto disimularon el descontento inicial.

Alguien debió de encender un fuego en sacrificio a los dioses por aquel tanto, pues en el extremo occidental de la ciudad una columna de humo negro comenzó a ascender y ganar consistencia lentamente.

Miguel seguía fuera del partido, peleando encarnizadamente con los indígenas y ahora, enfrentándose al Primer Jaguar, quien le sacaba al menos una cabeza a todos los jugadores. Ambrosio e Iktan se vieron desbordados por la fiereza con la que el equipo de los héroes atacaba. Los codazos comenzaron a proliferar, así como las escaramuzas entre los jugadores. Se hizo pronto evidente para el marino que, de no intentar calmar las aguas entre los suyos, el partido se les escaparía, y con él, sus corazones.

Nadie parece interrumpir vuestra atenta vigilancia del partido. Incluso los escasos guardias apostados en la entrada de la ciudad charlan animadamente ante cada muestra de efusión o decepción de la audiencia.

Sin embargo, no se os ha pasado por alto las volutas de humo que comenzaron a ascender en la dirección donde Itzia y el fraile se dirigieron.

La cabaña semi derruida que se encontraba en el extremo occidental de la ciudad probó ser un excelente sacrificio a las llamas. Itzia no tuvo mayores dificultades en encender y mantener una fogata que fue creciendo rápidamente, aunque tanto para el fraile como para la joven el proceso se hizo eterno debido al estado de tensión en el que se encontraban.

Unos pocos perros se acercaron, atraídos por el calor y el crepitar de las madera al arder. Comenzaron a ladrar lastimeramente ante aquel espectáculo que pronto adquirió dimensiones irreversibles y que probablemente acabara consumiendo el pequeño grupo de árboles que, aislados del resto de la jungla, proporcionaban sombra a la cabaña ya transformada en cenizas.

Gracias - se distrajo un segundo para dedicarle una mirada tranquilizadora a la castellana, en cuyas palabras le parecía haber notado cierto deje de nerviosismo. Ella misma no se sentía particularmente confiada respecto a lo que sucedería a continuación, pero le costaba mantenerse indiferente al malestar de la mujer.

Tras celebrar con una sincera sonrisa el punto logrado por Ambrosio, que había hecho que el corazón le diera un salto ante la expectativa de que el equipo de este, Iktán y el hombre de la castellana ganara y los tres salieran de allí con vida, había cometido el error de sentir que quizás ya no necesitaban tanto del maleficio. Tan pronto como lo ejecutó, pudo sentir la debilidad de este, y la nula ayuda que sería para los extranjeros y para su propio hermano.

Lo siento - se disculpó con la mujer, pues no podía hacerlo con ellos, y no podía evitar sentirse parcialmente responsable del punto que había marcado el equipo contrario. - Lo haré mejor - se comprometió, frunciendo el ceño en señal de concentración, sin apartar la mirada del partido.

Itzia... ¡tenemos que irnos! -dije entonces al escuchar el babear de los perros que se estaban acercando-. Las llamas pronto cubrieron la cabaña. Tal vez podamos intentar hacer alguna fogata más, en algún otro lado... ¡venga, vámonoso Itzia, por favor! -le repetí-.