Partida Rol por web

Con el vaso de licor en la mano Julibert se encaminó al baño.

Hacía tiempo que Julibert no veía una bañera con patas funcional. Funcional y grande. Parecía una pieza antigua restaurada y, como tantas otras cosas en la casa, tenía pinta de ser cara. La víctima no parecía tener problemas económicos. Aparte de la bañera no había demasiado donde buscar: un armarito con espejo sobre el lavabo, los propios cajones del lavabo, una cesta de mimbre donde se tiraba la ropa para la colada y una pequeña papelera. 

Echó un vistazo dentro de la cesta y vio algunas prendas íntimas, un par de vestidos y un pantalón. En ese momento Julibert pensó que en su primer recorrido de la casa no había visto ninguna lavadora. ¿Habría un cuarto común en el edificio? Aunque, la verdad, no parecía de ese tipo de vecindario que bajase a una sala común a llevar sus trapos sucios. 

El armario de espejo descubrió una serie de potingues de maquillaje y algunos botes de pastillas. La mayoría eran de uso común, sin receta, pero había un bote de valium. ¿Podría haberse utilizado para dormir a la víctima? Lo revisó: estaba a medias. Si era de Adela tendría que haberlo pedido con receta, aunque esta gente de la tele era muy propensa a automedicarse y quizás tuviera contactos.

En los cajones tampoco había nada revelador: toallas, algunos accesorios más de higiene... todo pulcramente ordenado. 

Se detuvo un rato en el medio del baño: aquel sitio era tan normal, tan aséptico que casi parecía un decorado. Desechó aquella idea: la mujer probablemente se pasaba casi todo el día fuera de casa.

Poniendose los guantes por si alguien le miraba, dio un par de vueltas al bote de valium. Una prueba interesante, pensó, y se la guardó en el interior del bolsillo de la chaqueta. No tenia absolutamente nada que ver con el asesinato. Se dirigió al dormitorio para revisarlo también. Poco podrían sacar, a su entender, de aquella escena del crimen, y las pistas eran muy escasas. El tipo que lo habia hecho era un asesino profesional, o desde luego, no era la primera vez que lo hacía.

Pedro se dio una vuelta por la casa, ojo avizor a indicios de lo que quería saber. Detalles como un segundo cepillo de dientes o ropa de otra persona. Intuía que no iba a encontrar nada al respecto pero no estaba de más asegurarse.

Le llamó la atención la bañera, la examinó, incluso por debajo, más por curiosidad que por sospechar que tuviera relevancia para el caso. Tras darse la vuelta volvió para centrarse en el testigo.

Mientras Julibert revisaba el dormitorio Pedro se afanaba en hacerse una composición de la vida de aquella mujer. Por lo que veía todos los indicios apuntaban a que vivía sola. Es más: parecía que vivía muy poco tiempo en aquel apartamento. Todo estaba tan limpio, ordenado, tan... impersonal. Otra cosa le llamó la atención: la total carencia de fotos en todo el piso. Normalmente la gente tiene fotos de familiares, amigos... incluso los más egocéntricos tienen fotos propias decorando algún sitio de la casa. Pero allí no había nada. Nada de nada. 

Por su parte su compañero examinaba el dormitorio. Rebuscó por toda la habitación encontrándose nuevamente con esa sensación aséptica. Pero al menos esta vez tenía alguna pista válida: el motivo del asesinato no había sido el robo. En el tocador, perfectamente accesibles, había varias joyas: collares, anillos. Y no eran baratijas. Aunque no era un experto tasador Julibert había visto muchas joyas en muchos escenarios y éstas eran auténticas. También estaba el bolso de la víctima con su cartera. Revisó su interior: tarjetas de crédito y dinero en efectivo. Ochocientos cincuenta euros en billetes de cincuenta. Intactos.

De pronto algo llamó su atención. ¡Por fin! ¡Algo fuera de lugar! Se acercó a la cama y revisó el suelo encerado. Había marcas en el suelo, como si se moviera a menudo. Y no parecían marcas provocadas por el movimiento frenético de la actividad sexual, salvo que ésta moviera en semicírculo la cama. Revisó el dosel y otro hallazgo sorprendente: una pequeña palanca oculta en la cabecera. La pulsó con curiosidad. Como si se tratase de un castillo medieval la cama giró sobre una de sus patas desplazándose semicircularmente. Julibert se agachó y revisó el trozo de tarima que ahora se mostraba. Bingo. Había una especie de trampilla y, al levantarla, encontró una caja de seguridad incrustada en el suelo. El descubrimiento lo dejó desconcertado. Tenía que guardar cosas muy valiosas para ocultarlas tan bien. Había un panel digital en la superficie de su puerta.

Pedro, que venía del baño, se acercó a contemplar el descubrimiento.

- ¡La madre que la trajo! - se exclamó Pedro al ver aparecer la caja de seguridad al más puro estilo hollywoodiense. Se acercó a Julibert para echar un vistazo. Antes de tocarla, prefirió dejarla para que los de la científica buscasen huellas esas mierdas de las suyas, no creía que quien había cometido aquel crimen también hubiera tocado la caja sin guantes, pero siempre podía haber un golpe de suerte.

Julibert revisó el bolso y al sacar las tarjetas y el dinero preguntó en voz alta. -¿Qué clase de persona lleva ochocientos euros en la cartera? - ¿Iría a hacer un pago? Igual era lo que ganaba diariamente engañando a viejas ricas con sus supuestos poderes exotéricos. Aprovechó para copiar los numeros de las tarjetas de crédito. No sabia si todas las cuentas estarian realmente a su nombre y necesitaba saber qué operaciones habia hecho la mujer ultimamente, descartado el robo como motivo del crimen, una gran cantidad de posibilidades se abrian ante él.

Después miró al cama. No le sorprendió en absoluto que hubiera un mecanismo como aquel.

- ¡¿Alguien puede venir aqui y abrirme esta mierda?! - su rostro era bastante impasible, no se dejaba sorprender por cosas como aquellas, es más, le llegaban a molestar un poco. Tanta idiotez en el mundo.

Los de criminalística vinieron raudos a revisar la caja:

- Uf... esto no va a ser fácil de abrir. Vamos a necesitar al Sheldon.

Ambos detectives sabían a quien se referían: a Jesús, el informático, al que apodaban así en honor a una serie de televisión* en la que uno de los protagonistas se comportaba como él. La mayoría de la gente solía evitarlo porque resultaba ser un tipo carente de sentido del humor, con muy poca empatía y tremendamente altivo. Pero era un genio con la tecnología y la informática forense. 

- De todos modos iremos sacando huellas.

Empezaron a realizar su labor. Dado el tipo de crimen y la urgencia con la que fueron requeridos en la escena era probable que Jesús no tardara más de media hora en plantarse en el piso, pero mientras tanto esa caja seguía siendo inaccesible.

Tendrian que esperar. No quedaba otra.

Mientras esperaban, tenía alguna cosa más que preguntar al chaval.

- Perdona, chico - dijo refiriendose al que estaba en el sofá - Tengo una nueva pregunta. ¿Recogias aqui a la señora Menéndez todos los días?

El muchacho levantó la cabeza:

- Sí. Todos los días diez minutos antes de las ocho. Y por la noche la dejaba aquí normalmente un poco antes de las diez. 

Con la caja en manos de los de la científica y el piso más o menos revisado (tomó nota mental de no haber encontrado un teléfono móvil que investigar), Pedro se centró en el asistente.

- Bueno, si no te lo han preguntado antes, alguien tendrá que hacerlo. ¿Se te ocurre de alguien que quisiera hacerle esto - dijo señalando al cadáver con un gesto casual de la mano - a Aldara?

Nunca había tenido un caso en el que le contestaran con un "¡Sí, de hecho el asesino es el mayordomo!", joder, la vida sería más fácil así. Pero la contrariedad no le impidió seguir preguntando al joven.

- Siendo el asistente, estarás más o menos al tanto de los asuntos de la víctima. - comenzó el interrogatorio mientras sacaba una libreta de notas, dispuesto a apuntar nombres o cualquier cosa de interés que saliera - ¿Sabes con quien se relacionaba y qué hacía, verdad? Amigos, socios, conocidos, negocios... - fue dando cancha al joven, dejando que se soltara.

- A lo mejor algo que te comentara que le preocupaba ultimamente en alguno de los viajes. - añadió Julibert esperando la respuesta.

- Sí, por supuesto. Aparte del trabajo en su consulta astral televisiva Adelaida realizaba consultas privadas. Esas eran las realmente importantes. Conocía a gente... poderosa. Pero no puedo darles esa información.- negó con la cabeza como si se diera cuenta de lo inoportuno que resultaba decir eso - Quiero decir: hay unos contratos de confidencialidad y esas cosas. Adelaida tenía su propia socidad limitada. Sé que pensarán que esto de la astrología es un timo pero ella, no sé como lo hacía, fallaba pocas veces. El caso es que estoy más que dispuesto a colaborar pero si debo darles alguna información al respecto de sus actividades tengo que llamar a nuestro bufete de abogados. No quisiera meterme en un lío por culpa de esto. 

Luego sopesó la pregunta sobre sus enemigos:

- Adelaida tenía sus rencillas con otros profesionales, tanto de la tele como del tema astral. Pero eran tonterías. Celos administrativos. No se tomaba esas cosas de forma apasionada y los que competían con ella, por tanto, no tenían mucho donde asirse para tenerle un verdadero rencor. Ya ni siquiera para realizar demandas, algo muy habitual en el mundillo, menos para matarla... y menos con este ensañamiento. Hasta con sus ex-maridos tenía una relación más que cordial. A veces daba la sensación de que ella estaba por encima de las pasiones vulgares, como si... no sé... como una especie  de sacerdotisa ¿saben? A mí me recordaba a una sacerdotisa egipcia.

Sin llegar a verbalizar su fastidio (¡Putos contratos de confidencialidad con un fiambre despechado en el suelo!) Pedro se preguntó si podría conseguir una orden judicial, normalmente se las veía con gente cuya confidencialidad no se basaba en contratos legales, así que no estaba muy puesto. Por un instante sopesó intentar intimidar al joven, pero desechó la idea inmediatamente. Bufete de abogados, demasiada gente presente... pero la conversación siguió fluyendo.

- ¿En qué le recordaba a una sacerdotisa? ¿Y por qué egipcia? - Aunque no venía al caso, la curiosidad de Pedro le obligaba a preguntar el porqué tanta exactitud. A veces esa curiosidad le había causado problemas pero le resultaba imposible callarla.

Después, volvió a lo que buscaba originalmente. - Ha dicho ex-maridos ¿no? ¿Podría darme sus señas y ahorrarme la búsqueda en el registro civil?- quiso ahondar el inspector, preparado para apuntar contactos con las que conversar a posteriori - Ah, y no sabrá si tenía pareja actualmente ¿verdad? ¿Amantes? ¿Y amistades? errr... ¿Adeptos? - enumeró posibilidades. De momento era un tiro a ciegas, pero quería saber de la gente a la que Adelaida habría dejado entrar en su casa.

Carmona se extrañó ante las primeras preguntas:

- Bueno... es una forma de decirlo. Quiero decir: parecía tan distante, tan mística. Como esas sacerdotisas de las películas de los 50, que encantaban a todo el mundo alrededor. 

Luego continuó por un terreno más cercano:

- Sí, claro, le daré los nombres de sus ex-maridos e incluso sus teléfonos. No tenían ninguna relación contractual así que en este caso no rompo ningún secreto profesional. La verdad es que, como digo, la relación con ellos era buena... dudo que por ahí haya nada que... bueno, ese es su trabajo, claro. Perdonen. 

Meditó la última cuestión:

- Oh, no... no me entienda mal. Adela no necesitaba seguidores. En realidad yo diría que no soportaba demasiado bien a la gente. Era distante con todo el mundo. La gente pensaba que era engreída pero es que, simplemente, yo creo que no le importaba nadie. Demonios... si me paro a pensar, pese a los años, pese a la relación diaria y continua... no sé nada de ella. Y ella, sin embargo, lo sabía todo de mí. Es como si ella viera el mundo a través de un microscopio, como si la gente fuera tan transparente que no necesitase hacer preguntas o socializar...

Montalbano había extraído una pequeña libreta de notas y había empezado a tomar notas por su cuenta. Giraba en círculos alrededor del cadáver observando cada detalle de los dibujos y la posición mientras el interrogatorio y los descubrimientos se sucedían a su alrededor. De vez en cuando acudía a alguno de sus compañeros para prestarle ayuda o presenciar en primera persona lo que habían descubierto.

Lamiéndose insistentemente la comisura de los labios el viejo sabueso había podido recopilar unas cuantas páginas de anotaciones en su pequeña libreta. Seguía observando los recovecos de las habitaciones aunque siempre pendiente del interrogatorio que Julibert y Jurado le estaban haciendo a carmona.

Aldara tomo algunas notas sobre la posición del cadáver junto con algún que otro intento de dibujo absurdo...atendía no obstante a las conversaciones que podía...una vez acabó de anotar simplemente se distraía mirando a las paredes y el suelo en la proporción que su estomago le permitiese...y miraba curiosa a Montalbano, el experimentado en sus "avances". De mometo intervernir en el interrogatorio no le resultaba ni producitivo, ni necesario debido a que no había escuchado nada que le hiciese sonar ese ligero "click" en su cabeza.

- Sin embargo, y pese a no tener enemigos, hace poco le echaron pegamento en su cerradura. ¿Cree que eso se debía exclusivamente a una trastada? Y otra cosa, usted diria que el único lugar de residencia de la señora era este, ¿verdad?

- Ah, una cosa más... - prosiguió Pedro - ¿No sabrá nada de alguna caja fuerte en la casa, ¿verdad? - A lo mejor el ayudante podía evitar la venida de Sheldon.

- Supongo que Adelaida tiene una caja fuerte. Suele manejar sumas de dinero en efectivo importantes y no hacemos ingresos todos los días.- respondió primero la última pregunta - En cuanto a otras residencias: sé que tenía un chalé en alguna zona costera de Francia pero que no lo usaba ya. Siempre decía que iba a venderlo pero nunca lo hizo, ni siquiera lo intentó. Puedo facilitarles la documentación de esa propiedad. 

Meditó sobre lo de la cerradura:

- Es cierto que le hicieron eso del pegamento pero... ¿creen que tiene algo que ver con esto? Yo... la verdad es que achacamos eso a alguna trastada de algún niño del vecindario. Los niños pequeños la llamaban 'la bruja'. Ya sabe: chiquilladas. Pero lo cierto es que tuvimos que cambiar la cerradura dos veces por culpa de eso.

En ese momento llegó Jesús 'Sheldon' Miguez, el informático. Ataviado como siempre con una arrugada camiseta blanca de alguna marca de publicidad y portando su mochila llena de chismes interrumpió la conversación: 

- ¿Dónde está el cierre electrónico?

Uno de los de la científica se asomó por el pasillo:

- Por aquí Shel... Jesús. 

El tipo desapareció por el pasillo sin deciros ni hola.