Partida Rol por web

Habían pasado tres días desde que el grupo había dejado Aguasprofundas. Un viaje tranquilo e incluso agradable si no hubiera empezado a llover a mitad de camino cuando salían de un bosque. La llovizna les había acompañado desde entonces casi de forma permanente. Suave por la mañana pero mucho más intensa e incomoda al atardecer. Habían tardado dos días en llegar y casi un día más en lograr instalar las tiendas de campaña en un alto en las colinas de Forlon, a menos de un kilómetro de donde Okkar les había dicho que estaba la entrada del Nudillo. 

-Bueno, creo que es la hora. Será mejor echar un vistazo-dijo Okkar. Y acto seguido el grupo comenzó a caminar hacia el lugar.

La colina donde se situaban ahora estaba cubierta de pizarra rota, piedras sueltas y pinos y matorrales que se agarraban con tenacidad a la cumbre barrida por el viento. La cara de la montaña se rompía bruscamente en una protrusión de piedra en forma de nudillo, que le daba el nombre. Una profunda grieta en la roca alojaba dos grandes puertas del mismo material, profusamente labradas. Una escalera de unos 3 metros de ancho , con peldaños largos y amplios subía hasta ella. Flanqueando la escalera y las puertas, en los muros de piedra inclinados, podían verse unas aspilleras. El enano paró la caminata y señaló con el dedo hacia las puertas.

-Es ahí, ese es el Nudillo-dijo.

A Hilda no le gustaba la superficie. 

Allí, caminando sin más que el cielo abierto y el campo en apariencia infinito por todas partes, la enana se encontraba tremendamente incómoda. Aunque mantuvo su personalidad enérgica y anduvo con los demás a paso ligero y con brío, estaba claro que aquel no era su lugar. Con el cielo sobre la cabeza se sentía desprotegida, al descubierto, como una hoja a la que pudiera llevarse el aire en cualquier momento. 

Tampoco le gustaba la lluvia. De hecho, era tan solo la segunda vez que la experimentaba en la vida. Cuando salieron de aquel bosque, de pronto notó humedad en la cabeza, gotas corriendo por su cuerpo. Miró hacia arriba y tardó un momento en comprender que el agua no venía de ninguna parte, solo del vacío del cielo. 

-Me cago en la madre troll-dijo poniéndole mala cara al cielo, como si con eso fuese a obligarle a dejar de llover. 

Pero no lo hizo, y seguía lloviendo mientras montaban las tiendas en la colina frente al Nudillo. Hilda refunfuñó un poco mientras la montaba, pero se le pasó en cuanto vio las puertas. Por fin una verdadera entrada enana, tallada y forjada por enanos, en el interior de sus salones de roca, donde jamás llovía. Hilda las miró extasiada, su factura era impresionante y hablaba de la prosperidad que había tenido el reino enano que allí había habido. 

Hilda se moría de ganas de ir y entrar por fin, pero no sabía qué opinaría el resto, así que se paró. 

-¿Vamos?

Ethbel estuvo en silencio la mayor parte del viaje, con la capucha bien calada para evitar la lluvia. A la enana no le gustaba estar en remojo a no ser que fuese por iniciativa propia, y además el mal tiempo dificultaba disfrutar del paisaje. Si aquellas nubes eran un presagio de lo que estaba por venir, más valía que se fuesen preparando.

Cuando llegaron a su destino, Ethbel empuñó su martillo preparada para subir las escaleras que daban acceso a la entrada. No obstante, antes de hacerlo, se quedó observando durante unos segundos aquellos magníficos portones. No pudo evitar que a su mente volvieran los recuerdos de su hogar.

La pregunta de Hilda la devolvió a la realidad.

-Lista. Tengamos cuidado con esas aspilleras, pues nunca se sabe si alguien podría estar tras ellas dispuesto a lanzar un ballestazo. ¿Llegó a cruzar esas puertas, Okkar? Si es así, podría ir delante, guiándonos hasta donde alcanzó su primera exploración.

Cuando dejaron Aguasprofundas, a Bharnus se le podía ver menos rígido. Las grandes aglomeraciones de gente, los incontables edificios pegados de manera casi ahogante, los pocos terrenos sin edificar y el ruido constante le incomodaban. El monasterio donde había pasado la mayor parte de su vida estaba rodeado de amplias zonas boscosas y bajo tierra libres del gentío; sólo unos pocos monjes, comerciantes que iban y venían, viajeros que pasaban por allí y algún que otro mensajero. 

No le extrañó que Hilda reaccionara de manera extraña ante la lluvia, pero le hizo gracia su reacción. Como muchos otros de sus congéneres, no estaba acostumbrada a ello. Varios de los monjes de la Orden también preferían la vida bajo roca, y pasaban gran parte del tiempo en amplias galerías mineras cercanas al monasterio que ellos mismos trabajaban, no para el comercio sino como actividad de meditación, ocio y búsqueda de paz. 

Durante el camino, aprovechó para escuchar las historias que contara el grupo sobre sus aventuras. Con especial interés atendía a Alrik cuando hablaba de hechos pasados e investigaciones suyas. No era propenso a hablar, pero la curiosidad guiaba su atención más que la templanza, y disfrutaba escuchando.

Ahora, frente a la primera parada de su destino, contempló las amplias puertas con ilusión. Sus ojos estaban brillantes, qué historias les contaría la propia piedra... Ante la pregunta de Hilda, miró a Okkar en busca de señal afirmativa para continuar.

-Si, llegué a entrar hasta la zona de carga de las caravanas justo a la entrada pero esas criaturas me atacaron y no pude avanzar. Para mi es prácticamente desconocido pero iré delante.

El viaje fue relativamente corto, pues las colinas Forlon estaban próximas. Además, para Alrik fue muy agradable pues le encantaba la lluvia, aunque le empañara las gafas dificultando su visión. Otros escribas e historiadores aborrecían la lluvia o las tormentas, pero el ingenioso enano hacía muchas décadas que había impermeabilizado su mochila para evitar catástrofes literarias.

Cuando montaron su campamento definitivo cerca de su lugar de destino, el Nudillo, Alrik no pudo sino cuestionarse la improbabilidad de todo esto.

—Estando estas colinas tan cerca de Aguas Profundas y su enorme tráfico de aventureros, y además ni siquiera tan lejos de nuestras ciudadelas enanas al norte en la Columna del Mundo y la Marca Argéntea, ¿cómo es que nadie había peinado esta zona y extraído ya todos los secretos de los Manoacero? Aunque ni siquiera los buscasen activamente, me refiero. Alguien ha tenido que estar por aquí buscándose la vida o explorando...

Lanzó la pregunta al aire, aunque no esperaba otra respuesta que un encogimiento de hombros por parte de Okkar.

Se pertrecharon y fueron hasta la escalera que subía hasta las grandes puertas del Nudillo, preparados para lo peor. Llevaba listas su hacha de batalla y su ballesta ligera, aseguradas con cadenas a cada lado de su cinturón, y el escudo sujeto de forma similar a un lateral de su mochila.

Ethbel advirtió con cautela sobre las aspilleras, así que Alrik embrazó el escudo y se pegó más a sus compañeros, para que pudieran avanzar formando un muro de escudos a cada lado. Parecía que Okkar se ofrecía a ir por delante, pero le interrumpió, pues no era necesario.

—Nadie tiene por qué arriesgarse a entrar ahí dentro sin saber qué nos espera —de un bolsillo grande en la parte inferior de su mochila, el anciano extrajo lo que aparentaba ser un escudo muy abombado, formado por placas hexagonales—. Dejemos que vaya mi amiguito por delante.

Con una leve presión en el hexágono central de aquel supuesto escudo, los demás pudieron escuchar el distintivo chirriar y rechinar de engranajes metálicos y otros componentes. Al disco abombado le surgieron cuatro gruesas patas articuladas así como una cabeza de dientes afilados. La tortuga metálica se irguió, llegando hasta la cintura de los enanos aproximadamente, y con un traqueteo empezó a avanzar, subiendo las escaleras.

Ethbel enarcó una ceja cuando observó a aquel pequeño bicho que sacó Alrik. Estaba más acostumbrada a ver a gnomos manipular esos ingenios mecanicos, pero bien es sabida la destreza manual y artesanal de la raza enana cuando se embarcan en cualquier área de su interés.

Tan pronco cruzaran las puertas, la enana no tenía ningún incombeniente en que la tortuga fuese delante, así es que avanzaría unos pasos por detrás, siempre alerta a cualquier sonido o movimiento que fuese capaz de percibir.

A Hilda se le salieron los ojos de las órbitas cuando vio aquella tortuga de acero desplegarse y echar a andar. Se acercó a ella de un salto y se puso a examinarla por todas partes con los mismos ojos con los que un sediento miraría una jarra de agua. 

-¡No sabía que érais herrero mágico, además de historiador! ¡Es magnífico! ¿De qué está hecho el núcleo? ¿Cuántos engranajes se necesitan para que las patas tengan suficiente giro? ¿Entiende las órdenes verbales como los golems? ¿Qué puede hacer? ¿Puede funcionar indefinidamente?

Hilda se había tirado al suelo y observaba la tortuga por todas partes, desde abajo y los laterales mientras preguntaba sin parar. 

Bharnus, que no tenía escudo, iba con el martillo de guerra preparado detrás de algún compañero que sí tuviera escudo.

Al ver la criatura mecánica, Bharnus dio un pequeño salto, no había visto nunca un aparato similar. El brillo de los ojos delataba su sorpresa y curiosidad. ¿Núcleo? ¿Engranajes? qué tipo de artesanía podía fabricar algo que pudiera moverse por sí sólo... Fascinante. 

- eres una caja de sorpresas, Alrik -soltó con un gruñido amable

Al ver a Hilda tendida en el suelo observando la tortuga mecánica, alzó la vista y agudizó los sentidos. Estaba en una posición comprometida para sufrir un ataque si alguien estuviera observándoles.

- será mejor no perder la cautela, no sabemos qué nos espera

La tortuga mecánica comenzó a subir con dificultad los escalones.

-Como habeis visto, no es tan sencillo llegar aquí y menos encontrar el nudillo que esta excavado en la roca. A menos que alguien sepa donde buscar como bien dices-contestó Okkar mientras seguían al invento mecánico hacia las puertas- y nadie buscaba algo así por que nadie recuerda ya a los Manoacero exceptuandome a mi... y a ti buen Alrik-le respondió el enano.

La tortuga llegó a las puertas de piedra y se quedó allí incapaz de abrirlas. Durante unos segundos, despues de la sorpresa incial el grupo esperó a que ocurriera algo pero el enano rompió el silencio incómodo.

-Las puertas se abren hacia fuera...-murmuró mientras avanzaba y abría la puerta con un esfuerzo. La roca crujió a medida que se movía lentamente permitiendo así el paso de la tortuga mecánica y de los enanos tras ella.

En el interior reinaba el silencio...

Martillo de guerra en mano, se colocó ligeramente por detrás de alguno que tuviera escudo, atento a todo y entró. Con la mirada Bharnus buscó antiguas fuentes de fuego en las paredes y el suelo (antorchas, lámparas en las paredes, faroles, candeleros...)

No les sorprendió nadie en las aspilleras, así que de momento empezaba bien la exploración. Ethbel agarró fuertemente la gran maza y siguió el paso de sus compañeros al interior del Nudillo.

Era como entrar en la gigantesta boca de una bestia. A la enana le tentaba encender una antorcha para ver con mayor claridad la arquitectura, pero decidió no hacerlo. Por lo pronto, confiaría en su vista natural adaptada a la oscuridad.

—A la aventura... —dijo Alrik con ánimo antes de adentrarse en la fortaleza junto con sus compañeros.

Grandes columnas, talladas en la propia montaña, soportaban el techo de esa amplia cámara. Tanto el suelo como el techo eran lisos y estaban bien nivelados, pulidos por la habilidad enana y el uso prolongado. En los muros este y oeste había dos puertas cerradas, una grande y una pequeña respectivamente. Por la habitación se podían ver esparcidas pilas de huesos antiguos, algunos bastante grandes, entremezclados con tiras de cuero putrefactas. 

Todo estaba en clama, como si no hubiese pasado nadie por allí en siglos. Los restos de antorchas que quedaban en sus bases estaban apagadas y todo permanecía en penumbra excepto por la luz que se colaba por la puerta por la que acababan de entrar. Había algo de sangre seca a unos metros de la puerta, ahí donde Okkar se había defendido pero de sus atacantes no había rastro alguno.

—Interesante... ¿quizá los seres que encontraste estaban de paso? —preguntó Alrik tras verificar la total ausencia de vida en la sala, aparte de ellos mismos.

Dejó que la tortuga metálica avanzara hacia el centro de la sala, mientras él se acercaba un poco a uno de los montones de huesos con la esperanza de identificar su origen.

El viejo enano se acercó junto a su tortuga mecánica hacia uno de los montones de huesos. Se fijó entonces que la puerta oeste no estaba cerrada del todo y así se lo señaló a sus compañeros.

-Ten cuidado...- dijo Okkar mientras caminaba lentamente por el centro de la estancia mirando a todos los lados como si se precipitase a una emboscada.

El enano comenzó a observar los huesos. Había huesos de enanos pero los más grandes seguramente pertenecieron a mulas u otros animales de carga que se usaban para transportar los materiales. Se fijó en que algunos huesos tenían marcas de cortes o estaban rotos, señal de que habían muerto de manera violenta. Los restos de cuero parecían ser restos de bridas, alforjas, ropas y otros objetos mundanos.

Analizó los huesos someramente mientras sus compañeros se movían a su alrededor, pero sacó algunas conclusiones.

—Hmmm... restos de los Manoacero y de sus animales de carga, aparentemente. No murieron de causas naturales, eso seguro.

La tortuga se encaminó por sí sola hacia la puerta entreabierta, deteniéndose a unos metros de la misma para hacer guardia.

Ethbel se acercó a uno de los pilares y lo acarició con la mano. Quería sentir el tacto de la piedra trabajada. No era una mujer especialmene devota, pero de alguna forma esos pequeños gestos le hacían sentir que su llama interior se avivaba.

Cuando Alrik mencionó su descubrimiento sobre los restos y la puerta entreabierta, la enana soltó un ligero gruñido, casi en un susurro. Su mirada se fijó en el suelo, en concreto la zona de la mancha reseca de sangre y desde ahí en dirección a la puerta oeste. Buscaba algún tipo de rastro que quizá pudiera indicarle qué cantidad de criaturas vagaban por ahí. Aunque seguramente bastaría con preguntarle directamente a Okkar.

-¿Cuántos dijo que eran los que le atacaron?-le preguntó en voz baja.

Ethbel se fijo en que que el polvo del suelo estaba removido, como si varias personas hubieran caminado por la sala. No solo en dirección a la puerta si no también pisadas que se acababan en los muros. Alrik caminaba hacia la puerta cuando de pronto Ethbel dio un gruñido. Una mano rocosa había salido de la columna agarrando su mano con fuerza sobreenana. La guerrera se apartó  y pudo ver como de la roca, como si fuera parte de ella, salía un enano. O algo parecido a un enano. Más bien parecían los restos de uno, calcificado, la piel grisácea como la roca de la que salía. Aún llevaba la ropa que debía llevar en vida antes de convertirse en lo que sea que fuera ahora. El cuerpo estaba veteado de pirita, creando motas doradas en sus ojos fríos y muertos. De su cuerpo salían pequeñas protuberancias formadas por depositos de minerales que deformaban sus cuerpos.

Hilda señaló el suelo cerca de ella, justo entre las dos enanas. Otra de esas criaturas salía de ahí... en total eran 4 que habían salido en medio de la sala. Dos en cada columna y dos directamente del suelo.