Partida Rol por web

Tras ese intenso cruce de declaraciones entre Bertrand y Nora –el uno aludiendo no de un modo muy sutil a su entallado vestido; la una aludiendo veladamente a una posible esquizofrenia paranoide-, el intercambio de tarjetas profesionales entre Emily y Mallory y con la inminente aneurisma del sufrido E.B., suena con prístina claridad el tañido de una campanilla inundando el salón.

La subasta va a comenzar.

* * * * * *

Todo el mundo toma asiento. Algunos pocos, privilegiados ellos, en las primeras filas, frente al estrado. Entre este selecto grupo, Mallory Grimes y su buena amiga Nora Loxley, guiadas por el señor Dotter y acompañadas por un algo más calmado E.B., que aprovecha cualquier desliz para sonreír a los incautos y repartir su tarjeta personal.

No es nadie, E.B. Tannenbaum…

Emily van Weyden desaparece de la vista como por arte de magia, no sin advertir a la pelirroja antes de despedirse que no perderá detalle de la velada. Quizás haya venido acompañada, porque no aprovecha la oportunidad que le brinda Bertrand de situarse en primera línea de fuego.

Los asientos, unos butacones propios de una sala de cine, son muy cómodos y la música se va apagando de modo progresivo. Seguro que la gente está tan impaciente como las dos amigas, pero lo disimulan bastante bien. Perros viejos. El que está como si nada es Bertrand. Parece que estuviese por allí matando el tiempo.

Tras el cruce de palabras de hace unos minutos, Nora y Bertrand toman esquinas contrapuestas, con Mallory y E.B. en el centro. Al abogado le ha tocado al lado del extravagante señor Dotter y no parece muy conforme, a juzgar por su sonrisilla forzada.

Bertrand tiene al lado a un tipo bastante serio de rostro sembrado de arrugas de expresión, muy trajeado y con el cabello aseado. El tipo le devuelve la mirada en cierto momento y le dedica una sonrisa cordial. La mirada dura quizás un poco más de lo habitual, pero Bertrand sabe que esa tal Emily van Weyden le ha agitado con su turgente presencia femenina y no le atribuye más valor.

Nora, por su parte, tiene a un joven afroamericano peinado con rastas recogidas a la altura de la nuca y unas gafas de sol de lentes tintadas. El tipo tiene una piel marrón oscuro, muy brillante. Viste de traje con un jersey interior de cuello alto negro del que pende una cadena de oro. Llama bastante la atención, al igual que su amiga Mallory. Da la sensación de que es más un rapero que un coleccionista freak. Parece haber asistido él solo.

Por la sala comienzan a requisarse los teléfonos móviles con un sofisticado sistema de identificación para proceder a su devolución a la salida del evento. Tal y como avisó Van Weyden, esto es bastante serio.

Tras recolectar los dispositivos, las luces empiezan a disminuir su intensidad.

E.B. carraspeó disimuladamente y frunció los labios, pensando la mejor forma de romper el hielo.

-Ahem... Dígame, señor Dotter... Eeeh... ¿Y usted eeees...?-. El abogado arqueó la ceja derecha en primer lugar, para luego entornar los ojos.

No tenía ni la más remota idea de a qué podía dedicarse Bertrand Dotter.

-Hummm... No me lo diga... ¿El organizador de este evento? ¡Jijiji!-. De nuevo esa risilla nerviosa. -¿Sabe...? Me recuerda a alguien... Pero seguramente me estoy confundiendo-, dijo agitando la mano, como pensando en voz alta.

Lo cierto es que E.B. tenía una excelente memoria para las caras. Difícilmente olvidaría un rostro tan peculiar como el de Bertrand.

-Este tío es rarísimo. ¡Tiene orejas de elfo y nariz de gnomo! ¡Y esas cejas! ¡ESAS CEJAS! ¡Parece el Grinch!-, pensaba E.B. mientras intentaba concebir una postura en la que estar cómodo durante la conversación. -No sé por qué, pero me recuerda vagamente a Mónica Lewinsky... Dios, esas dos me han infectado la mente... ¡A ver si no nos alargamos mucho en esta reunión de raritos!-.

Mallory se rio abiertamente ante el ingenio de Nora para alterar a E.B. mientras observaba los sudores fríos que parecían estar apoderándose de su abogado. Con cierto orgullo, la joven estudió a su amiga que parecía desenvolverse como pez en el agua entre aquella fauna. En el fondo, por muy excéntricos que fueran sus gustos, aquella gente no era muy distinta de cualquier otra que pudiera encontrarse en las fiestas de la alta sociedad neoyorkina. 

¿No te ha ocurrido alguna vez? ¿Estar ante un cuadro en el que tienes el riesgo real de hundirte de la cabeza a los pies si lo observas el tiempo suficiente?

- Hay ciertos tonos de negro capaces de provocar ese efecto, sí... -  Mallory había conocido exactamente la sensación a la que se refería Emily Van Weyden, pero no había sido provocada por un cuadro sino por una chica. Aileen. Hacía años que no pensaba en ella y, sin embargo, sus ojos negros se le aparecieron como un abismo. Por un instante, la joven viajó al pasado y se vio junto a Aileen en un pub oscuro. La música atronaba en sus oídos mientras ellas se movían juntas en un baile en el que sus cuerpos parecían compenetrarse y buscarse continuamente. Tal vez fuera el efecto de las drogas, pero para la Mallory adolescente aquellos ojos negros que la observaban parecían esconder los secretos del universo. Luego descubrió que lo único que ocultaban era un potencial destructivo sin precedentes. 

Con cierto aire de salir de una ensoñación profunda Mallory volvió a la realidad mientras observaba a Santana alejarse y su expectación crecía ante la inminencia del inicio de la subasta. 

Mientras se dirigían al interior de la sala, Mallory entrelazó su brazo con el de Nora y le dirigió una mirada alzando una ceja. - Al parecer resulta que tienes incluso mejor oído que trasero, querida Loxy... - Una sonrisa pícara apareció en su cara mientras le apretaba el brazo con afecto - Me ha encantado verte poner a ese tipo en su sitio. ¿De qué estaba hablando con la tal Tyris? Y lo más interesante ¿cómo lo estaba haciendo con los inhibidores de señal? - Aquel tipo, Dotter, era verdaderamente lo más extravagante de la noche, aunque esta no había hecho más que empezar. 

- ¿A qué me dedico yo? - Repitió la pregunta del abogado. - Esa es una muy buena pregunta, yo... - Se mantuvo pensativo.

No es que pareciera buscar como mentir ante aquella pregunta indiscreta, no, es que simplemente parecía realmente no saber que contestar. Se rascó la barbilla, hizo un gesto de disgusto con la cara. Parecía molesto. No por tener que desvelar su oficio, sino porqué realmente parecía costarle definir su oficio. 

- Verá, yo... - Se rascó la cabeza. - Ahora trabajo para el señor Santana. - Se encogió de hombros. - Soy como su... - Sonrió levemente. - ¿Hombre para todo? 

Entonces recordó el tema del pintor. 

- Volviendo al tema que nos ocupa. El pintor. - Cambió radicalmente de tema. - ¿Saben que se suicidó? Era muy joven cuando sucedió. Dicen que dejó una nota con los motivos. Creo que ni trascendió. Sus cuadros mostraban parte de su extravagante personalidad. - Alzó las cejas mientras miraba muy de cerca a la señorita Grimes, demasiado cerca para cumplir con lo que marcaban los cánones establecidos. -  Dicen que creó un estilo de pintura nuevo. " Místico onírico" lo llamaron los versados en la materia.

Era muy probable que el abogado decidiese tomar una baja psicológica después de la puja, pues cada vez que una de las dos muchachas abría la boca, era para decir alguna brutalidad cada vez mayor, y eso que aún estaban calentando y sin beber un par de copas, de lo contrario la situación podía volverse mucho más estrambótica de lo que ya era.

Mientras E.B se echaba a la bebida, Nora guiñó el ojo a Mallory, definitivamente eran un gran equipo, mientras la víbora, Van Weyden, hizo un comentario que a Loxley no le gustó, Grimes era una pedazo de artista, y el tono con el que le hablaba aquella furcia, fuera con buena intención o no, le desagradaba.

- Está claro que le ha fallado su información sobre los grandes artistas locales... - dijo Nora con suavidad y empatía, cuando en realidad lo que quería decir era: "Eres completamente idiota por no conocer a Mallory" -... Pero siempre se está a tiempo de rectificar y aprender... - una frase muy políticamente correcta. 

La anticuaria iba a añadir alguna frase más cuando Emily hizo un comentario que llamó toda su atención, como si le pusieran un Ferrero Rocher a un adicto al chocolate -...¿Pintor maldito?...¿Una obra maestra?... Por favor, cuénteme qué pintura es, qué representa, cuándo fue pintada, dónde... Y los misterios que van ligados a dicho arte.... Quiero saberlo TODO.... - Van Weyden había abierto la caja de Pandora y Mallory sabría, conociendo a su amiga, que precisamente esa era la obra que ella iba a querer, así hubieran puñaladas.

Nora miraba a Emily con intensidad, aunque la situación fue interrumpida porque el profesor Santana debía retirarse para comenzar la subasta, lamentando la anticuaria su marcha, sin duda podría hacerle muchos comentarios sobre aquel pintor y lo que había plasmado en el lienzo, ya casi deseaba que acabara el evento para tener juguetitos nuevos con los que investigar. Adoraba su estilo de vida.

Si Loxley tenía algo claro es que había escuchado a Dotter hablando, manteniendo una conversación con sus paradas temporales entre comentarios, no iban a convencerla de que el tipo no había hecho eso, y si no era un comunicador quizás fuera un medium... ¿Estaría hablando con muertos?... Quizás fuera un familiar que tenía cosas pendientes aún en aquel plano de existencia.... Y es que Nora, creía en todo lo imposible... Y en lo posible, menos que Tyris era similar a Emily Van Weyder, la zorra arpía guarda secretos.

Por fin comenzaba la subasta, y ya sin teléfonos móviles y bien dispuestos en las primeras filas, Nora intentó hacerse amigo del afroamericano que tenía al lado -... ¿No está emocionado?... me fascinan estas reuniones... ¿tiene usted algún interés por el arte pictórico?... - y es que deseaba saber que nadie más iba a ir por la obra del pintor maldito. Buscó con la mirada a Emily, no la vio, ojalá desapareciera y así les diera opciones para poder arrebatarle el cuadro, de buen rollo, eso sí...

Dotter por su parte daba una información sobre el cuadro que provocaba palpitaciones en la joven Loxley -... ¿Nota de suicidio?... ¿Se sabe dónde se encuentra aquel escrito?... - sería increíble poder obtenerlo para llevarlo a su tienda, por supuesto después de haber revisado una y mil veces los porqués de aquel artista

Loxley bajó la voz hacia su amiga y le confirmó lo ya dicho -... Estaba hablando con alguien, si no es por los móviles es que quizás sea espiritista, quizás haya un fantasma asociado a su alma... O no sé, ¿problemas de personalidad múltiples?... Vamos a observarle, que seguro ese tipo esconde algo....

- Supongo que la nota la tiene la policía. - Se encogió de hombros. - Eso o estará archivada en el juzgado como prueba. La verdad es que no lo sé. - Sonrió. - Veo, señorita Loxley, que le interesa lo morboso. - Asintió varias veces con la cabeza mientras la miraba fijamente. - Creo que  nos llevaremos bien. - Afirmó.

Mientras el señor Dotter se acercaba a Mallory más allá de lo que cualquier persona con un mínimo sentido del espacio personal, propio y ajeno, consideraría apropiado, la joven, lejos de retroceder permaneció en su posición, por lo que Bertrand podía observar perfectamente su propio reflejo en aquellas gafas oscuras que parecían dos pozos sin fondo. La historia del pintor maldito había llamado verdaderamente su atención, al igual que la de Nora, por lo que suponía que las dos tendrían tema de conversación e investigación para largo. Con un tono que parecía más un susurro la joven se dirigió a su excéntrico acompañante - Los artistas siempre hemos tenido una relación especial con la Muerte y  la Locura, señor Dotter. Sin ir más lejos en mi apartamento durante los años 30 un escultor llamado Robert Irwin cometió el brutal asesinato de tres personas. Supongo que es el precio de la genialidad... Dígame, Bertrand, usted no parece artista, ¿cuál es su excusa? - Esta pregunta parecía ciertamente retórica, tras la cual le dedicó una enigmática sonrisa y un ligero roce con sus dedos nacarados en la barbilla a Dotter y miró a su abogado, aprisionado por el cuerpo de Bertrand contra el asiento en su esfuerzo por acercase a ella. - ¿Cómo vas, E.B.? ¿Te diviertes? Veo que has hecho un nuevo amigo. Anímate, ya queda menos para que puedas volver a tu torre de marfil... - No sin falta de sarcasmo Mallory comprendía lo incómodo que debía de encontrarse su abogado, que ya de por sí normalmente llevaba un palo metido en el culo, ante la proximidad física de Dotter. 

- Ya veo que las grandes mentes pensamos igual... ¿De verdad crees que dentro del señor Dotter puede vivir una señora de 80 años llamada Tyris y amante de los canapés de salmón? Podríais ser grandes amigas. Estaremos vigilantes. - Mallory iba a añadir algo más relativo a la evidente relación de amor a primera vista de Nora con Emily Van Weyden cuando llegaron a sus respectivos asientos, por lo que se limitó a sonreír y ceder el paso a su amiga. Tendría que esperar... 

- Conozco la historia. - Comentó prácticamente sin cambiar el gesto. - Robert George Irwin. Mató a tres personas en pascua del 37. Verónica Gedeon, su madre y un huésped fueron asesinados ese día. A raíz de la sentencia de Irwin hubo muchos cambios legales en el tratamiento de la locura. - Asintió con la cabeza. - ¿Quien no conoce la historia? - Se encogió de hombros. - ¿Vive entonces en Turtle Bay, señorita Grimes? 

¡Claro que conocía el caso! Aunque esta vez no fue él quien se convirtió en aesino, pero estuvo presente durante los sucesos. Ese mismo años había simulado su muerte como Jospeh Bruce. Necesitaba un cambio y tuvo suerte de que su viuda, aburrida de las excentricidades de Bert, no dijera nada acerca de que el cadáver de su marido se parecía tanto a Joseph como un burro a una lata de cerveza. Bert podría simplemente haberse marchado sin más, pero... ¿Por qué hacer las cosas fáciles? 

En febrero del 37 viajó a Nueva York en como polizón en un carguero y tres semanas antes de los incidentes sucedidos en Trutle Bay, Bert se registró empezó a vivir como huésped en la misma casa donde ahora morba la señorita Grimes. Convivió con Irwin durante tres semanas y se hicieron muy amigos. Bastaron 21 días de convivencia para que el pobre Robert perdiera totalmente la cabeza. 

La noche de los asesinatos Bert no estaba en casa, pero la mente del escultor dijo basta. Para cuándo Bert regresó a su morada tras pernoctar con una meretriz ya estaba allí la policía y todo estaba acordonado. Tomó la precaución de guardar sus más preciados tensoros en un trastero que tenía alquilado unas manzanas más allá de donde pernocta a y pasó allí varias semanas hasta que todo se tranquilizó un poco...

En Capítulos anteriores...

@Bertrand:  (...) ¿Hombre para todo? 

@Mallory: ¿Cómo vas, E.B.? ¿Te diviertes? Veo que has hecho un nuevo amigo. Anímate, ya queda menos para que puedas volver a tu torre de marfil...

E.B. estaba atrapado en mitad de aquel intercambio de miradas a cual más intensa entre su representada y aquel peculiar tipo que le recordaba sospechosamente a alguien y no sabía precisar.

-¿¡Pero por qué me recuerda vagamente a Gauguin!? ¡NO TIENE SENTIDO!-, se debatía en su interior, algo extrañado de las conexiones neurales que establecía su cerebro buscando el parecido razonable de aquel individuo.

Fue entonces cuando el letrado recordó las sabias palabras de Groucho Marx mientras su vista se perdía en algún punto no determinado del techo.

-Jamás te sientes en las fiestas. ¡Nunca sabes quién podría sentarse a tu lado!-.

-He estado en situaciones mucho peores-, respondió E.B. a Mallory. –Aunque ahora mismo me cuesta recordar una sola…-. Pensó para sí. –Sobreviviré-, remató con una sonrisa claramente forzada.

Por suerte para el abogado, se acercaba el momento en el que el maestro de ceremonias tomaría la palabra y el público permanecería en un respetuoso silencio.

O eso creía él.

@Nora:  -... ¿No está emocionado?... me fascinan estas reuniones... ¿tiene usted algún interés por el arte pictórico?... -

El negro miró de soslayo a Nora por encima de las lentes de sus gafas de diseño.

-Encuentro difícil estar más emocionado que usted, señorita-. Contestó con cierta sorna mientras arqueaba una ceja. –Nah, el arte no es lo mío. Yo estoy aquí por otra cosa.

Pareció considerar apropiada una rápida presentación a pesar de lo esquivo de su respuesta.

-Marlo Kwane-, dijo ofreciéndole la mano.

Era de esa clase de personas que derrochan swagger.

Y el profesor Santana se adueñó del escenario.

Dio dos leves toques al micro para asegurarse de que estaba operativo y dirigió unas palabras a su auditorio en tono cordial y solemne. No había humor de ningún tipo en su discurso. Nadie parecía esperarlo, desde luego; lo cual dejaba entrever que aquella extraña subasta era una especie de punto de encuentro entre personalidades más bien excéntricas que tenían un sentido de la realidad algo… distorsionado.

Las dudas se disiparon cuando el profesor abrió la veda con un objeto de lo más inesperado.

-Damas y caballeros, permítanme comenzar nuestra muy especial noche con un tesoro imperecedero-, dijo Santana mirando fijamente al público asistente con sus ojos negros como el azabache.

El tipo flacucho que antes reclamó al profesor para subir al escenario volvió a aparecer tras él, esta vez sosteniendo una especie de bandeja de metacrilato sobre la que reposaba un grueso tomo con la cubierta en un azul oscuro. La depositó encima de un pilar convenientemente dispuesto sobre el estrado, al lado de Santana.

La reacción de la multitud no se hizo esperar con una creciente corriente de murmullos.

-Cultes des Goules-, pronunció en un perfecto francés un satisfecho Santana sin dejar de admirar el ejemplar. Se giró a su auditorio. –El Culto de los gules, escrito por François-Honore Balfour, Conde de Erlette. Un original, nada menos. Se sabe que fue publicado en Francia en 1703, y aunque se considera que lo fue en París, este hecho resulta algo más vago e impreciso. La Iglesia, como saben, se encargó concienzudamente de carbonizar todas las copias de este manuscrito, considerándolo una obra que rendía culto al Maligno y a la magia negra. Y así lo hizo… Salvo dieciséis copias.

Santana hizo una pausa dramática.

-En 1906 se documentó la aparición de una copia aquí mismo, en Nueva York-. Santana saboreaba la intriga aumentar en el auditorio. –Están ustedes ante esa misma copia, damas y caballeros-.

El profesor se permitió una tenue sonrisa.

-La puja comienza en 30.000 dólares-, sentenció.

En las filas intermedias de los asientos se alza una mano rechoncha y algo nerviosa.

-¡32.000 dólares!-, chilla un tipo gordo con gafas de pasta que viste completamente de negro.