Partida Rol por web

Ekarion bajó el último cuadro de Everik con cuidado y lo llevó sobre uno de los bancos antes de comenzar a recitar las palabras del conjuro que le permitiría deshacer la urdimbre mágica, pero las hebras estaban demasiado apretadas y no pudo hacer más que confirmar que Everik estaba alli.

No había tiempo que perder, miró a sus compañeros y sin avisar tocó la pintura.

En el momento en que tocó el cuadro, Ekarion desapareció de la vista de todos. El oso torció la cabeza, extrañado, y se acercó para olisquear la pintura que había depositado Ekarion en lugar seguro. Cuando su hocico tocó la pintura, despareció.

Entre tanto, Alexandar levantó la espada contra el enemigo más cercano, pero lo pensó mejor y se aproximó al enano para rebuscar entre sus pertenencias y activó todas las cargas del cinturón.

—¡Hijo, corre y toca el cuadro como ha hecho Ekarion! —le exhortó Tassabra.

Ella no podía huir mientras su hijo estaba en peligro, de modo que aunque estuviera en peligro, lanzó una lanzada con extenuación contra su oponente, volviendo a manchar su arma de pintura. Se encaró contra su oponente, para volver a partirle la mandíbula de un puñetazo si intentaba lanzar un conjuro en sus narices.

Cuando Ruru dejó el bosque celestial en el que se hallaba y regresó a ese infierno de dolor y pintura pútrida no puedo hacer más que torcer el gesto. Ojalá no hubiera regresado, pero ahora tenía una deuda con sus compañeros y consigo mismo. 

Se arrastró hacia atrás escapando del combate y decidió crear una distracción. Sus patas eran cortas y no podría llegar muy lejos sin hacer algo más que tratar de huir a la desesperada.

- ¡Mallumiganta nebulo, korvu con kaj lady min iri! - Conjuró y una espesa y oscura niebla comenzó a invadir la sala.

Ruru utilizó una técnica milenaria para emprender la huída: lanzó una bomba de humo negro y el grupo entero corrió hacia el cuadro por el que había desaparecido Ekarion. Todos aterrizaron casi en el mismo lugar de la colina, en lo alto de un páramo gris, muy similar al del día anterior. El cielo era nebulosa roja y gris de la que llovía ceniza, la vegetación era gris y la tierra estaba agrietada, por la que discurrían regueros de agua roja que bien podía ser lava. Hacía bastante calor.

El oso convocado le dio un lametón a Ruru y se desvaneció cuando el conjuro llegó a su fin.

Alexandar se puso a toser y a temblar. Todavía estaba en tensión por el shock del combate, además de ir cubierto de pies a cabeza de pintura como Tassabra. El chico se había llevado lo peor, había perdido muchísimas fuerzas y se arrastraba como un alma en pena, acorde con aquel lugar.

-Madre, ¿fue esto lo que le pasó a Martha? -preguntó en voz baja, angustiado-. ¿Es ese hombre el culpable de lo que le ha sucedido a mi hermana? 

Ekarion vislumbró algo a lo lejos y hasta allí se aproximaron todos con cautela. En todas direcciones se extendía un horizonte infinto de gris y rojo, de modo que aquello llamaba la atención de manera forzosa. A medida que se acercaban iban distinguiendo figuras y a varios metros reconocieron una figura que los perseguiría cuando tuvieran pesadillas: la de Everik Feingnángr. Sin embargo, no se movía. Y no había uno solo, sino una docena de Everiks desperdigados como estatuas dispuestas sin ningún orden. No se movían, estaban rígidos como... bueno, pues como estatuas.

Si percibieron la presencia del grupo, no lo demostraron. Estaban ahí. Quietos. Mirando al horizonte.

- ¿Estamos vivos? - Preguntó el enano. Casi no se lo creía, pero si, estaban vivos. O eso parecía. - Vivos pero al borde de la muerte... - Añadió. - ¿Y ahora qué? ¿Descansamos? - Se encogió de hombros. - Parece que esos Everiks no se mueven y no tienen pensando hacerlo por el momento...

Ciertamente, en las circunstancias en las que se encontraban, emprender cualquier investigación que pudiera derivar en un nuevo combate, era un suicidio total.

Tassabra apretó la mandíbula. No era el momento de caer en sentimentalismos, no mientras aún estaban en un peligro mortal, dentro del extraño universo del cuadro encantado.

«La magia ha arruinado estas tierras.» se dijo para si misma, sin expresar en voz alta unos pensamientos que podrían ofender a sus compañeros Cazadores, ambos lanzadores de hechizos. Mas, en su opinión, Dannan sería un lugar mejor sin magia. 

—Ya hablaremos de eso en casa —le respondió a Alkexandar.

Se apoyó en su bisarma como si fuera un bastón. Era cierto que ella estaba agotada, y que no sobrevivirían a otro enfrentamiento, pero no era menos cierto que el panorama había cambiado. Los Everiks parecían quietos, como estatuas.

—¿Qué opinas, Ekarion? —el dragón era el experto en esas cuestiones, ella estaba más perdida que un pulpo en un taller de pintura—. ¿Es seguro descansar en este sitio o deberíamos intentar salir de aquí lo más rápidamente posible?

El dragón observó las imágenes con atención, intentando distinguir alguna diferencia entre figura y figura, y finalmente recitó unas palabras en dracónico y observó con atención las figuras, dejando que la magia le hablara. Después de varios minutos en los que se movió alrededor de las figuras dejó escapar un resoplido.

- Imágenes múltiples, o al menos una versión del conjuro que desconozco, uno de estos es el Everik real pero no puedo distinguirlo a traves de la magia ni determinar una forma exacta de deshacer el conjuro, y por hoy no podré disiparlo. - miró a Ruru - ¿Tu puedes intentar disiparlo? recuerdo que tu magia es cercana a la naturaleza pero no conozco sus alcances.

- Como has dicho, mi magia procede de la naturaleza. No abarca ese campo... - Le respondió a Ruru. - Tendemos que descansar...

Ekarion sonrió ante las palabras de Ruru y asintió - Bien entonces, habrá que hacer esto de la manera más clasica - dijo sacando una perla y apoyándola sobre su frente. Unos segundos más tarde extendió las manos y lanzó cuatro misiles mágicos hacia una de las figuras. - La zona no es segura, no podremos descansar aquí.

- Golpead a las figuras, si les haceis suficiente daño desaparecerán, pero no os paseis, no sea que matemos al real. Si alguno no se cura después del golpe, es Everik.

- No creo que sea momento de golpearle a nada, Ekarion... - Le dijo al mago. - Creo, como he dicho, que debemos descansar. Hacer lo que propones puede tener consecuencias muy malas...

Miró a Tassabra. Ella era quien más necesitaba recuperarse de sus heridas. Ella y su hijo también. Así como estaban no podían enfrascarse en un nuevo combate. Ella decidía, pero desde luego, si tenían que pelear de nuevo, a él no le congerían tan fácilmente como antes. O eso esperaba.

- No lo has entendido Ruru, no se puede descansar aquí, no es seguro. - señaló alrededor - No se ni en que plano estamos, pero dudo que podamos recuperarnos durmiendo. - se encogió de hombros - Si no puedes sanarnos el veneno, entonces debemos sacar a Everik de aqui lo antes posible.

Los misiles golpearon una de las figuras, haciéndola desaparecer. Ahora quedaban once copias de Everik y, a la fuerza, una de ellas debía ser el mago de verdad.

Alexander estaba pálido y apenas podía mantenerse en pie. Miró a Ekarion y luego a su madre, con la mano sobre la empuñadura de la espada.

-Eh, ¿tenemos que pegarle? ¿De verdad?

- Si queréis puedo malgastar alguno de mis conjuros tratando de derribar las estatuas, pero no seré de utilidad si empieza un combate de verdad. - Les dijo a sus compañeros. - Aunque si podría convocar a algún aliado natural para que fuera él quien fuera dañando una a una a las estatuas. Si empezara un combate contra el Everik verdadero, siempre podría colaborar en su muerte. - Se encogió de hombros. - ¿Qué me decís?

Ekarion negó con la cabeza - No Ruru, no lo entiendes, Everik es un prisionero no nuestro enemigo, se ve que Lemaitre no es tan buen amigo después de todo. - se acerco a una de las estatuas - Intentare algo, Tass, estate atenta para retenerlo si me ataca, dudo que asi sea pero mejor prevenir. Si, como sospecho, el único que sangra es el verdadero, bastará con hacer un pinchazo, si sigue sangrando es Everik y podremos destruir al resto.

Sacó su daga y pinchó el dedo de una figura, observando el efecto.

Tassabra agarró a Ekarion por el brazo para impedirle avanzar.

—Tú quédate donde estás. La de la armadura completa soy yo. Y no malgastéis hechizos, a mi no se me acaban las lanzadas. Cubridme si esas cosas reaccionan.

Miró a su hijo.

—Estás malherido, quédate con ellos. 

- A sus órdenes capitana... - Dijo malhumorado. 

No obstante, estaba totalmente de acuerdo con la mujer. Era el momento de que se encargara ella del asunto. Su discurso iba en la misma línea que el suyo propio. No debían malgastar conjuros si podían emplear la fuerza bruta de aquella ruda dama.