Partida Rol por web

Abro los brazos, mostrando que no tengo actitud ofensiva. Vamos, chicas, me conoceis. Soy uno de los guardias del valle, y soy amigo de vuestro amo. Acerco una mano a una, para que me huela y me reconozca. Va, solo quiero ayudar a vuestro amo. 

Si me lo permiten, me sigo acercando, despacio. Si no me lo permiten, me quedaré esperando que Ithlarion reaccione. En cualquier caso, no haré ninguna acción ofensiva, y haré un gesto a Besnayä para que se quede detrás, que no se acerque. A mí puede que me reconozcan, a ella lo dudo, y podría ser muy peligroso.

Ambas perras defienden a su "hermana" y a su amo a una y dientes; y en cuanto intentas hacer el más mínimo gesto, el gruñir pasa a ser tan agresivo que ni te intentas parar. La prudencia te hace detenerte en seco, y no llegas a a probar lo de que huelan la mano.

Has desmontado, y tras dejar a los caballos la suya, te acercas andando. La escena está clara. Un alma ha partido. Lo que no sabes es si el muerto es el hombre o el animal. De todas maneras, siendo como fuere, si no se ayuda al que ha sobrevivido, morirá en breve. Y no sabes cual es cual. Al menos, por ahora.

Un alma ha partido y ya es irrecuperable, rogando con toda mi alma a Varda que haya sido la del animal me quedo donde estoy* y verifico cuál de los dos cuerpos que yacen está vivo y cuál muerto. 

—Gilúvatar, voy a implorar a Varda que me indique de quien es el alma que he sentido partir. Ruego a Tintallë que no sea la de tu amigo, pues entonces sería muy complicado que su cuerpo y su espíritu volvieran a conectar. Y después, esperemos que sus animales entiendan que sólo queremos ayudar, pues hay que apresurarse y debería acercarme hasta el herido a unos 3 metros o menos...

Dicho esto, me concentro para saber quien de los dos es el vivo y quien el muerto y cuánto le queda para que su espíritu abandone su cuerpo.

Miro a Besnayä. Yo no me acercaría, las perras están agresivas, muy agresivas. Ithlarion, si me escuchas reacciona... deja que nos acerquemos, cuéntanos qué ha pasado. Soy yo, Gilúvatar, nos conocemos. Y ella es Besnayä, una sacerdotisa. Vamos...

Sin embargo no me acerco, solo me quedo quieto, esperando que Ithlarion reaccione. Rebusco en mi mochila y miro si tengo algo de carne seca, que dejaré al alcance de los perros pero de frente a ellos, no de espaldas. No quiero que dejen de vigilar, solo ayudar en algo.

El hombre no parece hacer reacción alguna, pero los perros, incluso, tras el amago de señuelo que les presenta el luchador, sólo se enfurecen un poco más. Hay que hacer algo. El tiempo os apremia y los nervios se os crispan.

El "cesado" es la perra. El hombre está vivo … por ahora.

Miro a mi acompañante. No sé qué puedo hacer. ¿Tú no tienes algún modo de calmar a los animales?

Sin girarme a mirar a mi acompañante, comienzo a extender mi brazo derecho, mi mano cerrada en un puño. 

—No hay tiempo que perder o tu amigo morirá. Voy a dormir al animal a mi derecha, tú ocúpate que el otro no me ataque. Debo acercarme más para estabilizar a Ithlarion. Sólo necesito unos segundos, pero los animales deben estar lejos y no atacarme-aunque mi voz suena firme, no es de autoridad tiránica. Más bien busca la colaboración activa de mi compañero en igualdad de condiciones para un fin común: que el alma no abandone el cuerpo de Ithlarion.

Dicho esto me concentro y en mi puño se concentra energía en estado puro que, al abrir la mano enfocando al animal, queda liberada, atravesando rauda los escasos metros que nos separan, buscando soslayar la ya delgada línea que separa vida y muerte. Rezo a Varda porque haga efecto y me permita llegar a tiempo de salvar al hombre que yace delante mío.

¿Él es quien está en peligro? pregunto, asombrado. Pero no hay tiempo que perder, así que me preparo para detener el ataque del animal. Saco el espadón, no para usarlo contra él, sino para defenderme de su ataque anteponiéndolo y cubriendo la zona de su cabeza con la ancha espada. Sé que estos animales son cualquier cosa menos agradables perritos de compañía, así que me conviene estar atento.

- Al fin, estos perros matan orcos. Y no ayudan a matar, los matan, ellos solos. Afirmo a Besnayä para que trate de acercarse, mientras me encargo del animal que queda, buscando que no ataque a la sacerdotisa. - Vamos, solo queremos ayudaros... susurro, pero los animales, que siempre me han parecido inteligentes, esta vez no se comportan como tal.

Los mastines ladran agresivamente, y a unos tres metros o así, la Sacerdotisa cierra el puño, apuntando, como si le fuera a realizar algún gesto. Tras una palabra, musitada entre dientes el aire reverbera ante su puño cerrado. De inmediato la perra pasa de ladrido a gruñido, y luego, al final, ladra como si más que una defensa de su amo fuera un esperezo, para caer acto seguido con la cara contra el suelo. La mandíbula da un golpe seco que escucháis, a pesar de la defensa sonora que aún, a ultranza, mantiene su "hermana".

Uno de los animales ya está dormido. No puedo perder más tiempo, así que confío en los reflejos de mi compañero y avanzo hasta situarme a la distancia suficiente* para poder estabilizar al hombre que yace en el suelo. Me concentro, ignorando al animal y confiándome a la pericia de mi compañero. Extiendo las manos con las palmas hacia delante y siento como fluye la energía, desde mí hasta Ithlarion. 

La otra perra se gira, durante un instante, como si hubiera visto algo pasar por su lado, dirigido hacia su amo. Pero, tras eso, no tarda en mirar otra vez hacia el mismo lugar, o sea, hacia vosotros y seguir ladrando.

Has visto un instante de oportunidad, ya que la perra ha perdido la atención durante un instante.

Si eres lo bastante veloz, puedes intentar hacer algo... si lo estimas conveniente.

No sabes como lo sabes, pero lo sabes.

Ala, espero que lo entiendas.

O sea, el hechizo ha funcionado.

Un escalofrío me recorre entero casi al mismo tiempo en que la perra mira hacia otro lado. Ese sería el momento ideal, así que salto sobre ella para intentar aferrarla y que deje de ladrar y de amenazar a quien solo está intentando cuidar de su amo.

Mientras tanto, sigo intentando calmarla con palabras amables. Lo malo es que es un animal grande, así que podría llegar a escaparse.

No tardes mucho, Besnayä. Este animal es fuerte.

Gilú salta en un momento inoportuno, para la perra, sujetándola allá como puedo, pero, la única manera era por el morro y esta fiera, que hace fuerza como para atacar a orcos con sus armaduras básicas de cueros hervidos y tachonados, no tiene un gran rival ante las manos desnudas de un elfo. Agarrada por el cuello, su morro se zafa, y no duda esta en atacar al osado luchador, que ahora se encuentra colgado de un cuello, que aunque no se pueda escapar, tampoco lo quiere allí, y la mandíbula de aquella perra lo demuestra con un mordisco que es acompañado con el pateo de intentar retroceder. Los dientes resbalan por la armadura, que no tiene más daños que un gran babeo. No se ha mellado el metal, pero no es nada cómo aquel mejunje ni tampoco el tener atapada a la mastín enfadada, que el próximo mordisco que propine será además, cargado de odio.

Consigo evitar que la perra clave sus colmillos en mi brazo. Realmente esta armadura es fantástica. Pero la perra se mueve y ruge como una posesa, y sé que la próxima podría arrancarme el cuello. Así pues, llevo mis manos a su boca, buscando cerrarla para que no llegue a morderme, o al menos si muerde que sea mi mano y no mi cuello o alguna parte más comprometida.

Besnayä, ¿como está Ithlarion? No puedo retenerla.

Ahora que sé que Ithlarion está estable, que su alma no va a abandonar su cuerpo, me giro y extiendo mi brazo derecho con el puño cerrado hacia el animal y murmuro el mismo conjuro que para dormir a su hermana, pero más suave. Sólo quiero aturdirla brevemente para que Gilúvatar pueda atarla sin dañarla. 

—Voy a aturdirla para que no te ataque, pero no estará dormida, por si hay alguna amenaza cercana-explico antes de dejar fluir la magia.