Partida Rol por web

Y seguíanos preguntando aquel maldito soldado, ya casi estaba a punto de picar espuelas, aunque no las tuviera, al pobre animal. Encogime de hombros negando con la cabeza, al igual que había visto hacer al alemán, pero si ninguno de los dos hablábamos quizás desconfiara más aún de nosotros.

- Yo no... no so-soy de la Vi-vi-vi-villa, se-señor.

Quizás haciéndome el tartamudo tomárame por tonto y dejáranos de una vez salir de allí.

El capitán miró a su alférez girándose, y arqueó una ceja al tiempo que os volvía la vista.

Las fauces de la bestia que habíase posado delante de vos dejaban entrever la fila de diente amarillentos y probablementes no saciados de su función. Pareciera que se te iba a echar encima en cualesquier momento...

Iniciativa:

Braccio: 22.
Criatura: 15

Criatura se lanza a por tí con sus manos abiertas (Ataque con Garras) y Esquiva.

¡A quién intentáis engañar, fulano! -relató el capitán a Tomás-. No vos creo... ¡A NINGUNO! -replicó el capitán mientras su alférez tragaba algo de saliva-. Algo me ocultáis, lo sé. Et que si me volvéis a tomar por tonto os ensarto aquí "mesmo" por desacato ¿¡No seréis familia de ese tal Mauro!?

El alférez, entonces, hizo un gesto con la cabeza. Y de la primera fila de la compañía rompieron formación seis hombres, seis piqueros de lanza alargada, que hacían por lo menos de tres hombres. Fue entonces cuando rodearon el caballo, con las lanzas hacia arriba (sin hostilidad).

Decidme dónde vive ese cabrón y conservaréis la vida... -pareciera que el hombre no se andaba con chiquitas-.

Et que intenté un ataque et una parada, empero veíase que la fortuna non me sonreía...

Maldita era mi suerte. Otra vez la puta diosa fortuna, después de tendernos la mano, habíanos dado un buen corte de manga riéndose a nuestra cara. De nada iban a servir las supercherías con aquel capitán y veíame yo ensartado en una de aquellas picas. Valoré unos segundos lo mejor que pudiéramos hacer y al tal Mauro ya habíamosle ayudado bastante, ahora tocábale a él sacarse las castañas del fuego. La vida del Mauro por la mía, aquel era un buen negocio, pues de preferir prefería la mi vida, a la cual teníale yo en mucho apego.

- Lo único que sé del tal Mauro es que frecuenta una bodega en el barrio de San Ginés. Ahí supongo que podrán encontrarle. Más no puedo decirle pues sólo una vez vile yo, y por el Santísimo le digo que ésta es la verdad.

Resumen turno 2:

En tanto que le sorteaste como el magistral Quevedo un espadazo (que no hacía éste protocolos de duelos, sino embistes sucios aunque rápidos), que no lograste acertar y fue en vano; y éste por contra, intentó abrazarte, en diciéndolo suavemente, con sus afiladas garras de oso, lobo o cualesquiera animal que fuese. Sin embargo que corrió la misma suerte que tu, y que podría decirse que peor*, pues al lanzarse contra tí arañó al aire. Y lo hizo con tanta fiereza e inoportunidad que cayó de bruces al suelo. En tanto que lo hacía, pensaste que de acertar aquella cuchillada bien podrías estar contando las horas con San Pedro en las puertas del Cielo...

El capitán levantó la cabeza, estirando el cuello hacia arriba, como si tuviera ojos en su cuello y te tuviera que obsevar con ellos. Con ese aire de superioridad, gritó a su soldados.

¡Compañía! ¡¡FÓRMEN!! -ordenó, y los soldados que os rodeaban volvieron a su posición, e incluso su alférez se puso en posición de caminar, delante de todos los soldados, dispuesto a irse-. Eso ya me gusta más. ¿Véis? Así sí que podéis servír a Nuestro Señor el Rey y a la Gracia de Dios -dijo en referencia a Hans, pues ése habíale dicho que serviría a las Españas en sus tercios si por la mano pudiera-. ¡¡Idos de aquí!! -os ordenó finalmente-.

Et que entonces, como si no hubiera nuevos amaneceres y una súbita experiencia en jamelgos os hubiera iluminado, que encaminásteis a trote tendido por los caminos campestres alrededor de la Villa, huyendo de la presencia de aquella compañía de decenas de hombres en dirección este (como era vuestro plan).

* * *

Et que entonces pasarón diez minutos y vísteis ya tras vosotros el camino de Segovia, habiendo dejado la Imperial y Coronada, y a su santo Rey y sus tabernas y sus rimas y todas sus mancebías bien atrás. Durante una media hora continuásteis la cabalgada, ya no a paso tan fuerte, y que, en la distancia, dos puntos se os hacían cada vez más grandes, como dos hombres en plena arboleda dispersa.

Et que entonces, en habiendo estado Braccio de pie, espada en mano, llegó del mismo camino por el que había venido (dirección la Villa), un trote suave y constante; et cuando estuvo a la par que a su altura, que los reconoció grácilmente (y los ocupantes de la montura al italiano): ¡Tomás y Hans acudían! Sin embargo lo que vieron ambos no era cosa como para alegrarse: el de Montone andábase sin la montura (no se veía) y con su espada alzada al viento (como si ya hubiera estado combatiendo con él); en el suelo, como caída en mitad de la arboleda, un tipo de tremendas dimensiones (por decir "tipo"):

Un ser era, no hombre ni dama, de cuerpo deforme y pelo puntiagudo en algunas partes, tal que si fuera perro, lobo u osos (ni los lances de escritores podrían haberlo imaginado para sus ofensas lingüísticas); que tenía uñas y dientes más largas que un día de calor en Flandes y que era, sino fruto del demonio, de una relación de hombres terribles y mujeres indeseables...

Aún resonaba en mis oídos el grito del capitán que yo ya había clavado talones en el caballo, demasiado fuerte pareciome, pues salimos de allí tan lanzados que más bien pareciera que al pobre animal hubiérnale hubiéranle prendido fuego a la cola. Por fin nos encontrábamos en el camino directos a las joyas, aunque bien creía yo que el italiano ya encontraríase a bastante distancia de nos.

Y he ahí que lleveme tamaña sorpresa al ver, a medida que acercábamos a dos bultos en el camino, que uno de ellos era Braccio mas el otro no era su montura. Estábamos casi a su altura cuando, el miedo y la sorpresa hicieron que tirara de las riendas más fuerte de lo que yo hubiera querido, consiguiendo que nuestra propia montura a punto estuviera de lanzarnos al suelo, pues tan brusca fue su parada.

Miré con ojos desorbitados lo que enfrentábase al italiano, intentando de mala manera calmar al animal que llevábamos entre las piernas, el cual si yo hubiéralo dejado, se largaría por donde habíamos venido, y por un instante pensé que yo haríalo con él.

Desmonté todo lo rápido que pude y de mala manera para ayudar a Braccio ante aquella extraña confrontación, que ni yo sabía si lo que había delante era bestia, humano o demonio.

El sonido del empedrado al ser apisonado por los cascos de aquellas cabalgaduras fué como agua de Mayo para mis oídos. Apenas podía creer lo que veía; ¡el "caracortada" y el "manco" habían aparecido!. Quizá no estuviera todo perdido, y finalmente aquel no sería mi último día, el cual no parecía querer depararme otra cosa que no fuera una muerte dolorosa a manos de aquella bestia, la cual pretendía esparcer mis entrañas en aquel campo que haría de improvisado cementerio.

No gasté atención ni fuerza en pedir auxilio a los recién llegados, pues sabía que no hacía falta, eran hombres de cuajo ambos dos, ya me lo habían demostrado en la cárcel.

Espada en ristre lancéme nuevamente contra la bestia...

Llevaba un buen rato sermoneando al pobre Tomás, cómo nuncio delante de los que van a desposarse. Y es que me había sentido acongojado, sorprendido en demasía por haber salvado de nuevo el pellejo una vez más ante los mismísimos Tercios... pero no me había gustado tanto el hecho de que hubiese de traicionar aquel matasietes al pobre hombre que habíamos salvado. Es cierto que desde que yo perdí la mano, pareciese un siglo antes cuando habían sido solo unas pocas horas, se me agrió el carácter pareciendo un español norteño bravucón más que un alemán serio y educado, pero como bien dijo la cocinera lo que cuece, mengua, así que ya se me había pasado lo de la mala leche. El Tomás se hacía bien el mudo conmigo y probablemente el sordo, pero ya tenía yo la confianza de hablar con él de tú a tú.

Y en esas íbamos, pos el italiano, cuando nos lo topamos de frente. Digo que en esas íbamos porque la confianza entre los tres era ya tal que tanto el caracortada como yo saltamos a defender a Braccio de aquello que le perseguía. Yo intuía un bandido, pero no era eso, más bien un ser deforme y peludo, sin filosa al cinto ni ademanes de caballero.

Descendí con agilidad de un salto, y saqué con torpeza mi espadín franco, perdiendo un tiempo valioso.

— Braccio, caballero ¿haríais el honor de presentarnos? ¿Qué asuntos traes con esta... criatura? ¿Acaso una vieja novia? ¿Un mesero al que le debes oro? — y con prisa, aunque arrastrando la pierna, avancé un trecho, dispuesto a ponerme mano única junto a mis dos compañeros.

Primero hízolo Tomás, et que luego y con guasa el alemán Hans, que ambos pusiéronse a la par que el italiano, metido ya en harina y revuelo contra aquella cosa.

Iniciativas:

Braccio: 28
Tomás: 25
Hans: 15
Criatura: 14

La Criatura ataca a Hans y esquiva el primer golpe que le venga.

Que intenté un ataque directo a la testa de la bestia con afan de sacar su ojo de aquella peluda cuenca... empero erré.

Et que el segundo intento... mejor ni vos lo cuento...

La sonrisa se borró tan rápido como el cuajo al comprobar que la blanca no salía bien de su vaina. Vi las fauces de aquella bestia inmunda tan cerca de mi que no hice sino dar un paso temeroso hacia atrás, tratando de evitar su mordedura y soltando un Scheisse bien grueso y sonoro al no poder interponer a tiempo mi espada.

¡Por fin salió de su guarda la hoja afilada! Y con toda la presteza que pude pinché sobre su carne velluda a la altura del pecho, dispuesto a hacerle un nuevo orificio por el que entrasen las entendederas, que no parecía atender mucho a razones aquel simio, pues era lo que yo pensaba, orangután al menos...

Dispúseme a enfrentarme a la cosa peluda aquella, agarrando con fuerza el cutlass, mas en mi precipitación bajándome del caballo apenas rocé un solo pelo a la bestia aquella, pues bestia parecía y no humano. Tal era el ímpetu que llevaba que a punto estuve de darme de bruces contra el suelo, mas conseguí en último instante mantener el equilibrio y, esta vez sí, dirigí el mi acero contra el su pecho.

Tras levantarse por haber caído anterioremente de bruces*, la criatura levantó sus manos, enseñando unas potentes garras de bestia inmunda, y sabe Dios que bien queríalas clavar en el cuerpo del barbero-cirujano, et que no habría de reparar en el su dolor...