Partida Rol por web

La Antártida. El continente de hielo no va a seguir helado para siempre. El calentamiento global derrite su hielo y grandes bloques se desprenden desgajando la integridad del continente. A las películas les gusta hablar de monstruos milenarios que se descongelan para sorpresa de la comunidad científica. ¿Pero qué pasaría al revés? ¿Qué pasaría si los descongelados fueran los científicos en un mundo moderno extraño en el que Solomon Grundy o la Cosa del Pantano campan a sus anchas?

La carcasa de hielo se desprende mostrando el morro de un submarino atlante, antiguo pero de alta tecnología. El Abyss es un submarino científico que partió de la Atlántida para investigar la Antártida. La subida de temperaturas hasta fríos ligeramente polares sirvió para que la electrónica del Abyss reiniciara los sistemas.

La atlante Megara, científica jefe, despertó en la cápsula de hibernación. El cristal se deslizó dejándola salir. Tosió hasta vomitar líquido criogénico mientras su cuerpo trataba de habituarse de nuevo al movimiento.

¿Qué está pasando? ¿Es al fin la misión de rescate que ha venido a por nosotros?

Megara avanzó entre las cápsulas que, como sarcófagos, contenían a sus compañeros. Una a una las cápsulas se fueron abriendo, pero Megara no esperó. Avanzó hacia el puente y manejó los controles para ver por el cristal de la carlinga el exterior. Nadie. Allí no había nadie. Nadie se había preocupado por venir a salvarles. Había sido el azar o los propios ciclos del planeta los que habían liberado el submarino que el hielo atrapó tiempo atrás.

A la puta mierda.

Empezó a pulsar botones. Los motores se quejaron antes de encenderse del todo. El Abyss terminó de deshacer lo que quedaba de su prisión y volvió a surcar las profundidades como un monstruo marino entre las orcas, pequeñas en comparación. Las dejó atrás y prosiguió su viaje.

Uno de sus compañeros se acercó al puente. Megara dejó el puesto de piloto para él.

Pon rumbo a Atlantis. Vamos a ver al Rey.

Atlantis, la joya del mar. Ajenos al regreso de Megara, Orm y Vulko intercambiaban miradas... cada uno desde un lado de los barrotes. Vulko, hasta hacía poco un leal consejero, gozaba de una libertad inmerecida para un traidor. Orm, orgulloso miembro de la Familia Real, estaba atrapado en una cárcel impropia para un dignatario. Ahora Arthur era Rey. Ahora Vulko servía a Aquaman. Y a pesar de todo, sin tener más motivo para arrastrarse hasta aquel agujero más allá de buscar el perdón de Orm, Vulko se postraba de rodillas. Una falsa pose de humildad ante el preso derrocado.

Por favor, Magestad, diga algo. He sido leal durante años, págueme mis voluntariosos servicios con su atención. Entiendo porqué me considera un traidor. Bajo mi punto de vista, hice lo que tenía que hacer por mantenerle con vida. Sus ideas eran peligrosas... ¿Una guerra contra la superficie? ¡La información de nuestro servicio de inteligencia dejaba bien claro que no podíamos ganar! Superman. Flash. El Átomo. La superficie está plagada de campeones que con facilidad podían haberle matado. Majestad...

Orm no dijo nada. En lugar de comunicar mediante palabras a Vulko la ira contenida, una mirada llena de rencor fue la única respuesta lanzada. La fuerza que emanaba de los ojos negros enrojecidos en sangre del Rey de Atlantis, del verdadero monarca y no el corrupto por la superficie, unida a una visible arruga de disgusto en la comisura de los labios formada a medida que este escuchaba al traidor, bastaban para expresar el desagrado furioso que la presencia de su compañía, la que suponía de un fiel seguidor, provocaba en él.

 Los respiradores de aire habían no solo envenenado a su hermanastro, sino también habían mermado la razón del súbdito que rogaba perdón mediante excusas. El hijo de Orvax y Atlanna había sentido pena por Arthur, clavado al suelo, tomando aliento contaminado de la superficie. Qué horrible debía haber sido pasar la mayor parte de la infancia en un mundo así. 

 Sin embargo, seguía siendo un soberano justo con los suyos. Y aquel que disculpaba su fallo, aunque evocaba una cólera por las faltas cometidas, seguía siendo un atlante al que, desde la posición de autoridad suprema del reino, aun tras haber sido depuesto y aprisionado, debía proteger y ayudar.

 —¡Ellos lanzaron el primer ataque! —alegó el Amo del Océano alzando la voz—. Mi buen Vulko, ¿acaso no son los habitantes de arriba quienes han contaminado nuestros mares durante innumerables años? ¿Destruido la vida de los océanos, en muchos casos, por mero placer? Yo me limitaré a devolver los agravios del pasado, pero de una manera que haga imposible un contraataque de esos salvajes. ¡No podemos permitir que los estúpidos sueños de convivencia pacífica de mi hermano les den el tiempo para destruirnos cuando tales bárbaros deseen hacerlo!

 Marius frunció el ceño, tensó más el cuerpo y apretó los puños. Encerrado por desear proteger a su pueblo. Una cruel broma del destino.

 —Créeme, es cuestión de tiempo. Somos nosotros o ellos.

Guerra. Es lo único que escucho salir de vuestra boca, Majestad-dijo con tristeza-. Si me disculpa...

Vulko hizo una reverencia antes de irse cabizbajo. ¿Cómo resolver la problemática situación? ¿Cuál era el siguiente paso a seguir? ¿Reconciliar a los dos herederos? ¿Separar el reino en dos, dejando la fuerza militar en las manos de Arthur y convirtiendo a Orm en el administrador de su propia hacienda?

Meditabundo, el consejero nadó hasta una sala del trono vacía. ¿Vacía? No del todo. Vulko se giró al notar una mano en su hombro.

¡Megara! ¡¿Es esto posible?! ¡¿Eres tú?! Oh, te dimos por muerta. Enviamos equipos de rescate, pero nunca te encontraron. Te ves tan bien, Meg...-dijo, intentando abrazarla.

Ssssh... Quieto, galán.

Entonces... ¿no me dejaron en el hielo para que muriese?

Megara no sabía qué pensar. Su dulce noviazgo con Vulko duró lo suficiente como para saber que él no la traicionaría, pero no podía decir lo mismo del Rey Atlan, nunca fue un hermano amable.

¿Y Atlan? ¿Está fuera en alguna misión diplomática? Ponme al día.

Atlan murió. Hubo cambios. Orvax se casó con tu sobrina. Y luego... tuvieron un hijo, Orm, pero Atlanna huyó y tuvo un hijo con uno hombre de la superficie y entonces nació Arthur, que derrocó a Orm y se hizo con la corona, pero Arthur pasa más tiempo en tierra mientras que Orm se pudre en un calabozo, y...

La cara de Megara fue cambiando poco a poco mientras las sucesivas noticias la fueron golpeando. La Familia Real, su familia, había sepultado todo el legado. Megara era la miembro de la familia más anciana que quedaba con vida: ya no podía escurrir su responsabilidad para centrarse en sus investigaciones, debía guiar a los suyos... aunque a los suyos ni siquiera les conocía.

Vulko, quiero hablar con Orm.

Por lo menos será más sencillo de encontrar en una celda que a Arthur en la superficie.

Poco después, Orm volvía a recibir una visita, pero esa vez no era otra vez Vulko lloriqueando. Orm no tenía ni la menor idea de quién era la visitante ni podía imaginarse qué querría.

Hola, Orm. Es un placer conocerte. Mi nombre es Megara. Tú no me conoces, pero soy la hermana de Atlan. Eso me convierte en tu tía abuela por parte de madre.

Orm no conocía a Megara, pero su nombre le resultaba familiar de cuando estudiaba el árbol genealógico de su estirpe. En cualquier caso, Vulko no estaba presente para atestiguar que aquella mujer era quién decía ser.

¿Por qué no me hablas sobre tus políticas, sobre tu hermanastro y sobre ti?

 Orm avanzó hacia Megara con la cabeza alta, manos a la espalda y expresión severa en el rostro. A través de los barrotes, sin cejar lo más mínimo la altivez con la que se había aproximado a ella, el Amo del Océano examinó cuidadosamente a la presentada como su tía abuela materna.

 —¡Mía es la política de la guerra contra los agresores de tierra firme, mas no por agrado, sino por pura y mera supervivencia! —informó con denotada soberbia en la voz—. Hay quien me juzga como un heredero de las enseñanzas de mi padre, Orvax Marius, pero no. Yo soy un sirviente de Atlantis, no un tirano. Soy un defensor de nuestro pueblo, haya que hacer lo que haga falta por el bien de este. Desde que Atlantis existe, los moradores de la superficie nos han odiado. Yo pretendo que nos teman. ¡Ese es el deber que tengo al ser Orm Primero! ¡Los principios que defiendo y que hacen de mí quien soy!

 El antiguo monarca permaneció inmóvil, con la mirada fija en los ojos de aquella que había preguntado acerca de sus ideas de gobierno y, por último, relajó el cuerpo. Con ello, también el orgullo exhibido, predominante en él.

 —Arthur, mi hermanastro —negó con la cabeza al nombrarlo—, es un soñador entre dos mundos. Un creyente en utopías imposibles de convivencia como iguales entre la superficie y nosotros. ¿Puedes imaginarlo siquiera? Yo sí, y mucho me temo que sus convicciones nos dañen, nos lleven a una muy posible destrucción, pues ahora él es el señor del reino.

 El breve arrebato melancólico por el responsable de su encierro no duró. La debilidad, incluso en pequeñas dosis de afecto, no tenía cabida en Orm. No podía dar tal ventaja a tamaño traidor de Atlantis.

 —Arthur es un peligro.

Megara frunció el ceño. Su mente analítica aún quería saber la versión de Arthur, pero la explicación de Orm sobre él también coincidía con las palabras de Vulko. Ese Arthur no era más que un hippie con greñas que ni siquiera había intentado conocer a su Reino.

¿Y qué decir de Orm? ¿Aquel ímpetu de juventud germinaría en un soberano con experiencia? Según Vulko, no se dejaba aconsejar. Tampoco tenía las tablas de General que tenía Orvax. Y si no valía ni para estar en el trono ni al frente de un ejército, ¿de qué servía?

Megara no era la única que estaba evaluando al otro. Orm se esforzaba en recordar datos de la intrincada genealogía de la Casa Real. Recordó una estatua que guardaba algo de parecido, así que no parecía mentir sobre sus orígenes nobles. ¿No estaba desaparecida? Vulko mencionó algo alguna vez sobre que Megara era científica, o algo así.

Orm... Voy a ser todo lo objetiva e imparcial en lo que te voy a decir. Tu pugna con Arthur ha estado a punto de llevar a Atlantis a una guerra civil. Sigues teniendo tus partidarios y nada evitará que te liberen tarde o temprano. Lo que me preocupa es que volváis al punto de partida. Lo que me preocupa es que el problema se enquiste y destruya a Atlantis por dentro. Solo puede haber un Rey, y hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que ese rey no seas tú, pues Arthur ya te ha derrotado una vez y puede volver a hacerlo.

La anciana guardó silencio para evaluar la opinión de Orm al respecto. Si amaba tanto a Atlantis, ¿se apartaría de la línea sucesoria para no perjudicar su nación? Si era tan ambicioso, ¿acaso no estaría dispuesto a mentir y a fingir su renuncia con tal de que lo liberaran? Fuera cual fuera la respuesta, no había nada definitorio que Megara pudiera interpretar correctamente.

 Tras la declaración de Megara, Orm guardó un silencio sepulcral. El recordatorio de haber sido derrotado, acrecentado por la prisión en la que se hallaba encerrado, le provocaba una indignación tan potente que casi resultaba palpable. Vencido por Aquaman, quien ni le había otorgado una muerte digna. Sin embargo, reflexionó no sobre ese fracaso, sino acerca del problema de una posible guerra civil entre los bandos partidarios de ambos hermanos.

 —¿Sugieres acaso que he de ceder, de abandonar mi honorable deber con nuestras gentes? —cuestionó con una ceja arqueada—. ¿Sabes la terrible gravedad de la amenaza que supone para Atlantis ser infectada por Arthur y las ideas de este?

 Visiblemente irritado, el Amo del Océano cruzó los brazos por delante, a la altura del pecho. Autoexiliarse y abandonar el compromiso que poseía con los que eran su pueblo no era un plato de buen gusto para él. Resultaba cobarde y deshonroso debido a todo lo inculcado desde su infancia.

 —¿Una guerra que nos destruya desde dentro? —repitió más sobrio, menos guiado por el enfado. 

 El antiguo monarca, ante la posibilidad de una batalla interna por el trono cuyas principales víctimas resultarían ser atlantes, no sabía qué decidir. Palacios derruidos podían ser reconstruidos fácilmente, pero no restituidas las vidas de súbditos caídos. Quizá lo mejor era apartarse y dejar que los vasallos comprobasen lo terrible del mandato de Arthur y, cuando eso sucediera, retornar a tiempo para salvarlos demostrando que él era mejor mandatario. Un rey podía ser sustituido en poco tiempo. Un héroe, no.

 —Me niego a rechazar el compromiso de proteger Atlantis contra lo que pueda dañarlo —sentenció—, y eso incluye cualquier disputa, aunque sea una justificada por el trono. 

 Su hermanastro cometería alguna equivocación tarde o temprano. Marius estaba convencido de que la vida entre dos mundos en la que existía Curry lo llevaría a caer en errores imperdonables a los ojos de la nación atlante.

Megara estalló, harta de ver las ínfulas de Orm.

Basta ya. Eres peor que un niño. ¿Acaso vas a repetir los mismos errores que en tu frustrada guerra con la superficie? Me gustaría pensar que, para recuperar el trono, harás cosas básicas esta vez como no atacar directamente, reunir aliados, establecer alianzas... ¡Nadie se convierte en Rey solamente por mera voluntad!

La anciana se fue airada dando la vuelta al pasillo.

Pasaron las horas. Orm había tenido dos visitas hoy, más de lo normal. Había sido un día ajetreado. Seguramente nadie vendría mañana. La prisión volvía a ser una balsa de calma y silenc...

Los explosivos volaron el muro del otro lado de los barrotes precipitándolo todo. Orm seguía encerrado, pero podía ver el exterior. Un soldado con el uniforme atlante entró por el butrón en el pasillo. Llevaba una ristra de cuerdas con gancho en una mano. Miró a izquierda y derecha para asegurarse de que aún era seguro y se cuadró marcialmente para saludar a su general.

El soldado enganchó las cuerdas a los barrotes y se asomó al exterior para hacer una seña al compañero que cabalgaba un tiburón. En cuanto el escualo agitó la cola con fuerza y tiró de las cuerdas, en el otro extremo los barrotes se empezaron a doblar hacia fuera. No era suficiente, necesitaban más fuerza.

Uno de los guardias llegó desde el recodo del pasillo, pero tuvo que retroceder cuando el soldado atlante disparó fuego de cobertura desde el agujero.

 Mucho meditó Orm durante las horas en soledad. Una más que merecida venganza contra Arthur Curry, su hermanastro traidor, y el triunfo de Atlantis sobre todo enemigo, tanto interno como externo, eran pensamientos recurrentes en tales reflexiones debido a la cautividad impuesta. La factible guerra civil atlante, argumento planteado por Megara, no obstante, era un alegato novedoso y sorprendente era su aparición en las cavilaciones de Marius con una curiosa mayor importancia para él que las habituales ideas de revancha o supremacía.

 Sopesó múltiples alternativas sin cesar, negando reposo alguno con el fin de alcanzar plena claridad acerca de qué hacer y cómo actuar en el futuro.

 Por lo menos, hasta que una explosiva interrupción lo sacó del ensimismamiento en el que estaba inmerso.

 El depuesto monarca flotó tras el inesperado estallido y, cuando entró el soldado fiel al Amo del Océano, respondió a ese seguidor con un idéntico gesto al saludo lanzado por este. Podía ser un prisionero, pero no era excusa para no actuar de acuerdo con el protocolo.

 Careciendo de la potencia necesaria a la hora de arrancar los barrotes de cuajo, Orm ayudó con ello. El afán de volver a ser libre le motivaba, pero las verjas de la prisión poseían una resistencia bastante más elevada de lo pensado.

La fuerza combinada del tiburón y Orm logró que los barrotes cedieran. La cuerda arrastró una sección de enrejado sacándola de enmedio.

Piyun-piyun, payun-payun...

En el intercambio de disparos, el guardia alcanzó al rebelde y el rayo del rebelde se estrelló contra la columna de la esquina fallando por poco.

¡UGH!

El aliado de Orm se dolió de la herida, aunque parte del daño había sido absorbida por la armadura atlante. Sin pensar en su seguridad, hizo un gesto para que Orm saliera de la celda. Al asomarse, el Rey tomó ángulo para ver más abajo, a través del butrón. Un segundo rebelde leal a Orm estaba montado en el tiburón y cortó la cuerda del enrejado. Solo había una montura para escapar, pero la silla de montar del escualo tenía el tridente de Orm, que los dos soldados habían robado para él antes de venir a rescatarle.

 Orm estaba dispuesto a salir de la prisión. La ansiada libertad había llegado al fin y, con ella, también una nueva oportunidad para la revancha contra los partícipes en su encierro, en su degradación a criminal. Únicamente debía nadar lejos, dejando atrás el encarcelamiento.

 El Amo del Océano, pese a todas las circunstancias favorables para la fuga, asistió agarrando a aquel que había recibido un disparo por parte del centinela con vistas a huir al mismo tiempo los dos. Haría de escudo ante los disparos si era necesario. Un soldado leal, pensó, era un recurso valioso. Asimismo, mostrar fidelidad mutua con ese partidario a su causa, un atributo propio de un auténtico soberano, del verdadero Rey de Atlantis, le resultaba conveniente.

 —¡Nos marcharemos juntos! —enfatizó en tono hierático, buscando que tanto los rebeldes como el guardia escucharan lo que decía—.  ¡A diferencia del actual usurpador del trono, yo no abandono a mis hermanos!

 Luego del mensaje con carga dramática emitido, Marius tiró del rebelde con el objetivo de abandonar el recinto, unirse al jinete de tiburón y escapar los tres de manera conjunta.

Agarrando a su aliado por la cintura, Orm se impulsó a nado cruzando fuera del edificio. Estaban en el equivalente a una tercera planta, y Orm tuvo que descender en diagonal hacia el fondo marino en dirección al camarada del tiburón. El jinete no esperó, azuzó al marrajo para alejarse lo máximo posible. El atlante alzó el brazo con el tridente de Orm, dejándolo a la vista para que el Rey lo recogiera al adelantarle.

Orm, desde atrás, iba más rápido a pesar de la carga de su compañero. Recortaba distancias con su tridente mientras guardias de todos los flancos les disparaban con sus rifles de tecnología atlante.

Ugh...-se quejó el soldado que llevaba Orm a rastro.

El Rey miró hacia su lado. Con el casco era imposible discernir el rostro de dolor, pero la sangre brotaba dejando una estela roja en el agua que salía de la espalda del rebelde, gravemente herido.

 Orm nadó más deprisa mientras mantenía sujeto al rebelde herido y extendió la mano diestra para atrapar el tridente ofrecido por el jinete de tiburón. Al empuñar ese objeto, uno que siempre había considerado más como un cetro, un símbolo de distinción de la realeza, el Amo del Océano se sintió completo de nuevo.

 Si bien ya era libre, enarbolaba con fiereza su arma característica y contaba con la ayuda de dos fieles seguidores, al depuesto monarca del trono de Atlantis no le resultó ajeno que tanto él y sus súbditos continuaban en peligro. Los disparos de los leales a Arthur así lo constataban.

 Los guardias del que Marius consideraba usurpador y hermanastro traidor osaban abrir fuego con completa impunidad contra quien los había dirigido no muy atrás en el pasado. Tal atrevimiento debía recibir reprimenda, pues terrible crimen era el ataque a un miembro del linaje real. Incluso a pesar de no haber sido alcanzado por los tiradores, ese ademán agresivo conllevaba un castigo ejemplar sino la muerte.

 Pero Orm contuvo la furia. En lugar de desatar su cólera entre los soldados que intentaban acertarles, alimentando incluso un mayor resentimiento hacia Aquaman al responsabilizarlo de los actos de los centinelas, decidió proseguir con la huida. 

 Era prioritario salvar la vida del soldado que le había ayudado a fugarse de la celda y abandonar Atlantis lo antes posible. 

Orm miró atrás y pudo ver cómo los guardias alcanzaban al jinete. El olor de la sangre agitó a la montura, y las sacudidas del tiburón hicieron que la sangre se extendiera formando una nube. El jinete lo aprovechó para huir y nadar entre unos edificios. Tal vez podría escapar, pero los soldados podrían lograr rastrearle por la sangre.

Orm seguía cargando con su otro leal soldado, nadando a toda velocidad en dirección a las afueras de Atlantis. Había dejado a los guardias atrás, pero dos nuevos centinelas estaban apostados en una atalaya de vigilancia unida por un arco de piedra al arrecife. Solo tenían que pasar esa barrera y...

Fiuuuu, fiuuu...

Uno de los disparos alcanzó a Orm, haciéndole perder velocidad por un instante. Nadó hasta ubicarse bajo el arco. Estaban perdidos, en cuanto salieran de allí les dispararían. Entonces el rebelde apuntó hacia un banco de peces. Su brazo temblaba y Orm le ayudó a mantenerlo recto. La muñequera del soldado disparó aire, que formó un haz de burbujas hasta el banco de peces, haciéndoles torcer el rumbo, revolver el agua y llamar la atención de los guardias. Eso sirvió de distracción para que ellos dos pudieran escapar.

Ese haz de aire no forma parte del equipamiento reglamentario de los soldados atlantes. ¿Quién era su rescatador? Se alejaron a toda velocidad y, cuando ya estuvieron a salvo, el rebelde forcejeó intentando que Orm le soltara. Se quitó el casco...

 ¡Maldito botarate! El plan era que escaparas tú solo. ¿Por qué tenías que llevarme contigo? ¡Casi lo estropeas todo!

 Durante un momento, Orm pareció sentir regocijo al estar alejado de amenazas inmediatas. Mas no le duró demasiado la dicha, pues el reproche por las acciones realizadas durante la fuga distaba de cualquiera de las palabras aguardadas por él.

 El destituido gobernante clavó una fría mirada en su liberadora, quien resultaba ser Megara. Comprendía en parte la reacción debida a las complicaciones acaecidas en el plan de la hermana de Atlan, pero el Amo del Océano estaba dispuesto a no dejarse avasallar.

 —¿Cuál habría sido el mensaje que estaría ahora en los labios del guardia que te atacó si no hubiese pagado gentileza con gentileza? Arthur, en el caso de haber huido yo de forma egoísta, mediante sus lacayos, no tardaría en divulgar entre el pueblo de Atlantis una propaganda sobre mi cobardía, acerca de la exclusiva importancia que elijo darme por encima de los demás y de cómo escojo eludir los deberes de deuda hasta para con los todavía leales a mi persona. 

 Así pues, justificada la iniciativa de asistencia llevada a cabo con ella, Orm examinó la herida de Megara sin tocarla.

 —¿Cómo te encuentras? —sin dejar tiempo para responder esa primera cuestión, preguntó al instante:—. ¿Por qué me has sacado de prisión?

Jujuju... Eres igualito que tu padre-el tono de Megara se movía entre el compadreo y la condescendencia-. Me pondré bien, solo déjame descansar ugh... un rato. Te lo explicaré todo...

¿Recuerdas lo que te dije cuando te visité en la cárcel? Te dije que tenías partidarios que tratarían de liberarte. No es verdad. No tienes ningún partidario. Perdiste el respeto de tus seguidores cuando vieron a un simple mestizo como Arthur derrotarte. No puedes construir un relato sobre la otredad cuando ven al Otro, al terrestre, perdonarte la vida. Digamos que eso desmoronó la idea propagandística de esos "bárbaros en la superficie" de los que los atlantes teníamos que defendernos. Incluso aunque recuperes el trono, ningún ejército te seguirá para conquistar al enemigo. El enemigo ha dejado de ser enemigo desde el momento en el que pudieron ponerle un rostro: Arthur.

Soy científica. Mi decisión sobre quién sería mejor soberano de Atlantis depende de la observación y del análisis. He de poner a prueba a los candidatos y en base a sus aptitudes tomar una decisión. Arthur no estaba en la ciudad, así que empecé por ti. Lo que debes demostrarme, lo que te debes demostrar a ti mismo, es si puedes ser un buen soberano ahora que tu hegemonía y tu discurso han sido desplazados. Por eso te liberé. Quiero verte brillar. Quiero una Atlantis con un dignatario, valga la redundancia, digno. El camino que sigas a partir de ahora formará parte de tu leyenda. Puedes seguir siendo el villano de la historia de Arthur o puedes forjar un nuevo relato. Un relato que haga olvidar tu fracaso. Un relato sobre el príncipe destronado que viajó por el mundo y se hizo a sí mismo, que regresó triunfante y derrocó al malvado usurpador Arthur.

Y para eso, el primer paso era liberarte. No esperaba que me llevaras contigo, la verdad. Los científicos somos meros observadores, nunca debemos interferir con nuestro experimento.