Partida Rol por web

El mundo de los ladrones

Relatos

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07/10/2011, 10:39
zjordi

—Y ahora, Ran-tu, ¿qué historia quieres oír?
—Cuéntanos la historia de nuestra ciudad —gorjeó el niño, olvidada de momento su fingida sofisticación.
Hakiem hizo una mueca, pero los otros niños saltaron y aplaudieron entusiasmados. Al contrario que Hakiem, nunca se cansaban de oír aquel relato.
—Muy bien —suspiró Hakiem—. ¡Haced sitio aquí!
Barrió bruscamente el bosque de pequeñas piernas que tenía delante, dejando libre un pequeño espacio en el suelo, que alisó con la mano. Con rápidos y muy ensayados golpes, dibujó la parte sur del continente y formó la cordillera de montañas norte-sur.
—La historia empieza aquí, en lo que en su tiempo fue el reino de Ilsig, al este de las Montañas de la Reina.
—...que los rankanos llaman las Montañas del Fin del Mundo... —proporcionó un arrapiezo.
—...y los hombres de las montañas llaman Gunder-pah... —contribuyó otro.
Hakiem se echó hacia atrás sobre sus talones y se rascó con aire ausente.
—Quizá —dijo— los jóvenes caballeros deseen contar la historia mientras Hakiem escucha.
—No, no quieren —insistió Ran-tu—. Callaos, todos. ¡Es mi historia! Dejemos que Hakiem la cuente.
Hakiem aguardó hasta que se hubo restablecido de nuevo el silencio, luego asintió altivamente a Ran-tu y prosiguió:
—Temerosos de ser invadidos por el entonces joven Imperio rankano del otro lado de las montañas, formaron una alianza con las tribus de las montañas para proteger el único paso conocido que las cruzaba.
Hizo una pausa para trazar una línea sobre su mapa, indicando el paso.
—Y resultó que sus temores se vieron realizados. Los rankanos volvieron sus ejércitos hacia Ilsig, de modo que se vieron obligados a enviar sus propias tropas al paso para ayudar a los hombres de las montañas en defensa del reino.
Alzó esperanzado la vista y extendió una mano cuando un comerciante se detuvo a escuchar, pero el hombre sacudió la cabeza y siguió su camino.
—Mientras los ejércitos estaban fuera —prosiguió, ceñudo—, hubo un levantamiento de esclavos en Ilsig. Sirvientes, galeotes, gladiadores, todos unidos en un esfuerzo por derribar las cadenas de la esclavitud. Desgraciadamente, ay...
Hizo una pausa, y alzó dramáticamente las manos.
—...los ejércitos de Ilsig regresaron pronto de su campaña en las montañas y pusieron fin rápidamente al levantamiento. Los supervivientes huyeron al sur..., hacia aquí..., a lo largo de la costa.
Señaló el camino con los dedos.
—El reino aguardó un tiempo, esperando que los esclavos errantes regresaran por voluntad propia. Cuando no lo hicieron, fueron enviadas tropas de caballería para atraparlos y traerlos de vuelta. Alcanzaron a los esclavos aquí, obligándoles a retroceder a las montañas, y se libró una cruenta batalla. Los esclavos vencieron, y la caballería fue destruida.
Señaló un punto en la porción sur de la cadena montañosa.
—¿No vas a contarnos la batalla? —interrumpió Ran-tu.
—Es una historia en sí misma..., requiere pago aparte. —Hakiem sonrió.
El niño se mordió el labio y no dijo nada más.
—En el transcurso de su batalla con la caballería, los esclavos descubrieron un paso a través de las montañas que les permitió entrar en este verde valle lleno de caza y donde las cosechas brotaban abundantes del suelo. Lo llamaron Santuario.
—Pero el valle no es verde —interrumpió sarcástica-mente un mozalbete.
—Eso se debe a que los esclavos eran estúpidos y agotaron la tierra — contraatacó otro.
—¡Mi papá fue granjero, y él nunca agotó la tierra! —argumentó un tercero.
—Entonces, ¿cómo es que tuvo que trasladarse a la ciudad cuando la arena se apoderó de su granja? —dijo rápidamente el segundo.
—¡Quiero oír mi historia! —ladró Ran-tu, irguiéndose bruscamente ante ellos.
El grupo guardó silencio.
—El joven caballero de aquí ha expuesto correctamente los hechos —sonrió Hakiem, señalando con el dedo al segundo niño—. Pero eso llevó tiempo. Oh, sí, mucho tiempo. A medida que los esclavos agotaban las tierras al norte, fueron trasladándose más hacia el sur, hasta que alcanzaron el punto donde hoy se alza la ciudad. Ahí tropezaron con un grupo de pescadores nativos, y entre la pesca y la agricultura consiguieron sobrevivir en paz y tranquilidad.
—Cosa que no duró mucho —bufó Ran-tu, olvidando momentáneamente sus anteriores palabras.
—No —admitió Hakiem—. Los dioses no lo quisieron así. Rumores del descubrimiento de oro y plata alcanzaron el reino de Ilsig y trajeron intrusos a nuestra tranquilidad. Primero aventureros, y finalmente una flota del propio reino, partieron a la conquista de la ciudad, y la situaron de nuevo bajo el control del reino. La única mosca en el vino de la victoria del reino fue que aquel día la mayor parte de la flota de pesca estaba fuera cuando llegaron y, al darse cuenta del destino de la ciudad, buscó refugio en la Isla de los Carroñeros para formar el núcleo del Cabo de los Piratas, que hasta hoy atosiga a las naves.
La esposa de un pescador pasó junto a ellos, echó una mirada al suelo y, reconociendo el mapa, sonrió y arrojó dos monedas de cobre a Hakiem. Éste las atrapó limpiamente, dando un codazo a un niño que intentó interceptarlas, y las guardó en su bolsa.
—Que las bendiciones caigan sobre tu casa, señora —exclamó tras su benefactora.
—¿Qué hay del Imperio? —urgió Ran-tu, temeroso de perder su historia.
—¿Qué? Oh, sí. Parece que uno de los aventureros fue hacia el norte en busca del mítico oro, encontró un paso a través del Civa, y finalmente llegó al Imperio rankano. Más tarde, su nieto, hoy general del Imperio, halló los diarios de su antepasado. Condujo una fuerza hacia el sur a través de la antigua ruta de su abuelo y recapturó la ciudad. Utilizándola como base, lanzó un ataque naval en
torno al cabo y finalmente capturó todo el reino de Ilsig, convirtiéndolo para siempre en parte del Imperio.
—Que es donde estamos hoy —escupió amargamente uno de los arrapiezos.
—No exactamente —corrigió Hakiem, con su impaciencia por terminar cediendo terreno ante su integridad como narrador—. Aunque el reino se rindió, por alguna razón los hombres de las montañas siguieron resistiéndose a los intentos del Imperio de utilizar el Gran Paso. Fue entonces cuando se establecieron las rutas de las caravanas.
Una expresión de añoranza inundó sus ojos.
—Aquéllos fueron los días de grandeza de Santuario. Tres o cuatro caravanas a la semana, cargadas con tesoros y bienes de intercambio. No las miserables caravanas de provisiones que vemos actualmente..., sino grandes caravanas que necesitaban medio día sólo para entrar en la ciudad.
—¿Qué ocurrió? —preguntó uno de los asombrados niños.
Los ojos de Hakiem se volvieron taciturnos. Escupió al suelo.
—Hace veinte años, el Imperio consiguió vencer a los hombres de las montañas. Con el Gran Paso abierto, ya no había ninguna razón para que las caravanas importantes se arriesgaran a cruzar las arenas del desierto infestadas de bandidos. Santuario se ha convertido en una burla de su pasada gloria, un refugio para la escoria que no tiene ningún otro lugar donde ir. Tened en cuenta mis palabras: algún día los ladrones superarán en número a los ciudadanos honrados, y entonces...

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07/10/2011, 11:20
zjordi

Hizo un gesto a los hombres de que se acercaran, y se reunieron en torno al mapa de Santuario colgado de la pared.
—Zalbar y yo hemos efectuado una exploración preliminar por la ciudad. Aunque este resumen debería familiarizaros con la disposición básica del terreno, deberéis explorar por vosotros mismos e informar de todas las nuevas observaciones que hagáis. ¿Zalbar?
El más alto de los soldados avanzó un paso y barrió el mapa con la mano.
—Los ladrones de Santuario flotan con el viento como la basura que son — empezó.
—¡Zalbar! —regañó el Príncipe—. Limítate a dar el informe, sin comentarios u opiniones.
—Sí, Vuestra Alteza —respondió el hombre, inclinando ligeramente la cabeza—. Pero hay un esquema aquí que sigue a los vientos desde el este.
—Los valores de las propiedades cambian de acuerdo con los olores — informó Kadakithis—. Puedes decir eso sin necesidad de referirte a la gente como basura. Siguen siendo ciudadanos del imperio.
Zalbar asintió y se volvió una vez más hacia el mapa.
—Las zonas de menor criminalidad están aquí, a lo largo del borde oriental de la ciudad [barrio de los Joyeros y Procesional]—anunció con un gesto—. Aquí están las mansiones más ricas, las posadas y los templos, que poseen sus propias defensas y medidas de seguridad. Al oeste de ellas, la ciudad consiste predominantemente en artesanos y obreros especializados [barrio Oeste]. El crimen en esta zona raras veces excede del hurto insignificante.
El hombre hizo una pausa para mirar al Príncipe antes de proseguir.
—Una vez cruzas la Procesional, sin embargo, las cosas se vuelven claramente peores. Los comerciantes compiten entre sí para ver quién exhibe la más amplia selección de mercancías robadas o ilegales. Gran parte de esas mercancías les son proporcionadas por contrabandistas que utilizaban abiertamente los muelles para descargar sus naves. Lo que no es comprado por los  comerciantes es vendido directamente en el Bazar.
La expresión de Zalbar se endureció apreciablemente cuando señaló la siguiente zona.
—Aquí hay una maraña de calles conocida simplemente como el Laberinto. Todo el mundo está de acuerdo en que es la peor parte de la ciudad. El asesinato y el robo a mano armada son sucesos comunes día y noche en el Laberinto, y la mayor parte de los ciudadanos honrados temen poner el pie aquí sin una escolta armada. Ha llamado nuestra atención el hecho de que ninguno de los guardias de la guarnición local entra nunca en esta zona, aunque ignoramos si es por simple miedo o porque han sido sobornados...
El príncipe carraspeó ruidosamente. Zalbar hizo una mueca y pasó a otra zona.
—Fuera de los muros, hacia el norte de la ciudad, hay un conglomerado de burdeles y casas de juego [la calle de las Linternas rojas]. Se informa de pocos crímenes en esta zona, aunque creemos que es debido a la reluctancia por parte de sus habitantes a tratar con las autoridades antes que a una falta de actividad criminal. En la parte más occidental de la ciudad hay una barriada de barracas habitada por mendigos y otros desechos, conocida como Barlovento. De todos los ciudadanos que hemos encontrado hasta ahora, ellos parecen ser los más inofensivos.