Partida Rol por web

Año de 1368 del Calendario Cristiano. (770 de la Hégira). Safar (segundo año del año musulmán).
Barrio del Haxariz, en la alcazaba Gigina (centro de Granada).

Tú, venido de una familia humilde, eres es un estudioso de las letras al servicio de Benahatín, un sabio conocido en toda la ciudad, el cual te ha acogido para ser, de momento su recadero. Tu verdadera intención es la aprender la forma de sus bebedizos mágicos, pues todo el mundo asegura de él que es también un mago. También se cuenta en toda Granada que comparte correspondencia con ilustrados nobles, incluso de los reinos cristianos (hasta del mismísimo rey Pedro I de Castilla...). Quedaste con él a mediatarde, cerca de una de las mezquitas de la ciudad.

-¡Salam aleikum, Talib! -te dijo tu nuevo maestro-. ¿Cómo estás? Veo que ya estás dispuesto a seguir mis enseñanzas, más bien lo poco que puedo enseñarte... -Benahatin era un tipo anciano, muy viejo, cuya edad era indeterminada, pero seguro que rondaba más de la cincuentena-. ¿Estás preparado? -te preguntó-.

-¡Wa alaikum assalam, maestro! - Respondió Talib mientras realizaba torpemente una especie de reverencia. Tras ello, nervioso, se quedó mirando al suelo, intentando parecer lo más servicial y humilde posible. Esta era la oportunidad para Talib, posiblemente la única, de salir de la pobreza, pero necesitaría para ello jugar lo mejor posible sus cartas y conseguir de una manera u otra los conocimientos mágicos de su maestro.

Después esperó hasta que Benahatín le hiciera su pregunta. No queriendo parecer un completo ignorante, Talib soltó lo que había estudiado en la Madrasa - La tinta del sabio es más sagrada que la sangre del mártir- y tras una pausa añadió para intentar halagar a Benahatín – así que es un grandísimo honor que un sabio como Benahatín me tome a su servicio. Ordene, y el humilde Talib obedecerá - .

- Bien bien, joven... -te decía Benahatín mientras extendía su brazo por tu hombro y te dirigía para comenzar a andar-. Caminemos un poco -añadió-, ¿te acuerdas de los asuntos de importancia que te comenté? Me llevan fuera de la ciudad, pero por un par de días, únicamente. Y marcho ahora mismo. Asi que, buen Talib, tu tarea antes de conocer ciertos secretos será algo simple, pero a la vez importantísimo. 

Benahatín se paró en seco, se giró hacia tí, y bajo sus ropajes blanquecinos y grises sacó una llave de acero oscura, muy gastada por los años.

-Es la llave de mi casa, justo detrás de ésta mezquita -te dijo-. Ya sabes dónde está. Durante mi ausencia, dirígete a mi estudio y ordena allí todos mis libros, legajos, tinteros y archivos. Y que esté todo preparado para mi vuelta, lo cual supondrá tu iniciación...

El día que conociste a Benahatín (más bien que te presentaste ante él), supiste que su hogar no era sino un edificio en pleno barrio del Haxariz, en zona humilde donde las hubiera. Tal arquitectura se componía de dos plantas: la inferior era su hogar y vivienda, y la parte superior, a la que se accedía por unas escaleras interiores, era su estudio. Allí debía escribir a todos esos nobles de los que todo el mundo rumoreaba sobre él.

-Confío en tí. ¿Alguna pregunta? La caravana con la que viajo espera junto a la muralla.

A Talib le brillaban los ojos mientras ponía las manos en forma de cuenco para que su maestro depositara en ellas la llave de su casa. El ordenar los libros y legajos le daría una oportunidad de poder curiosearlo todo e intentar descubrir la forma de sus bebedizos mágicos.

-El humilde Talib se encargará de que su casa esté impoluta y sus libros y legajos ordenados a su vuelta - le contestó Talib, mientras pensaba rápidamente qué preguntarle para no parece excesivamente estúpido ni ansioso por librarse de su maestro y acceder a su conocimiento prohibido. Se quedó con la boca abierta un instante pensando qué preguntar pero finalmente se dijo a si mismo que mejor no preguntar, no fuera que su Maestro descubriera sus intenciones, por lo que lo despidió de la manera más diplomática posible. - Que la mano de Allah guíe tus pasos y te proteja en el viaje y te traiga a salvo a Granada lo antes posible, Maestro.

Benahatín no dijo nada ante tu bendición, tan sólo se limitó a asentir y sonreír, y luego se perdió por las calles del rabat. Por tu parte marchaste a tu hogar, y decidiste que a la mañana siguiente irías al hogar del filósofo, pues sabías dónde vivía (¿quién no lo sabía en toda Granada?). Esa noche dormiste contento, parecía que las cosas comenzaban a irte un poco mejor.

* * *

Al día siguiente, el día amaneció soleado, como de costumbre en la ciudad. Te encaminaste contento a la casa de Benahatín, con la llave guardada a buen recaudo. Una vez allí, abriste el portón de madera y accediste a su hogar. Encontraste una vivienda compuesta por una única sala: un jergón a un lado, una cocina de lumbre al otro, y una mesa con silla. Varios cojines sobre una gran alfombra y una mesita baja con motivos florales soportaba un pequeño juego de tazas de té. Las paredes eran gruesas, por lo que hacía fresquito en esa vivienda. También había unas escaleras de piedra en forma de L, bastante toscas, que se elevaban al piso de arriba, hacia el estudio del mago. Entonces las tomaste.

Una vez en la planta superior se disponía otra sala diáfana. Entonces tus ojos se maravillaron y sorprendieron a la vez. En aquel lugar el mago era, seguramente, donde se carteaba con las personalidades de todos los ámbitos, incluso mas allá del reino granadino. Y todo estaba revuelto: había libros apilados desde el suelo hasta casi el techo, colocados en varias torres; numerosos cálamos de pluma para escribir se agolpaban en una vitrina, junto a tinteros de reserva; decenas de legajos de dibujos y otros textos  se encontraban esparcidos sobre la mesa, por doquier; y finalmente entendiste que... tu nuevo maestro era un desordenado.

Finalmente tras todos estos años la suerte parecía sonreir a Talib. Lo que pensaba que iba a tardar meses en conseguir, acceso a la forma de los bebedizos mágicos estaba allí, en esa sala, delante de sus ojos. Sólo tenía que encontrarla...

Sin embargo por ser meticuloso Talib empezó por la planta inferior. Fue inspeccionando palmo a palmo la sala inferior a la vez que lo debaja todo lo más pulcro posible. Mientras barría el suelo iba golpeando el suelo por si había alguna baldosa suelta que ocultara algo, mientras limpiaba el jergón de pulgas y piojos tanteaba si no hubiera algo escondido en él, mientras palmeaba los cojines para darles su forma original y expulsar el polvo inspeccionaba que no hubiera nada dentro del relleno, mientras limpiaba la lumbre y quitaba la ceniza, veía que no hubiera nada a medio quemar que fuera interesante... y así hizo con el resto de utensilios de la planta inferior, de manera concienzuda.

Una vez acabó con la planta inferior y la dejó toda reluciente y totalmente inspeccionada, subió a la superior, donde esperaba encontrar el tesoro que estaba buscando, inspeccionando legajos y libros para intentar averiguar en cuál de esos se encontraría la forma que buscaba.

Durante tu estancia en la planta inferior (la vivienda), no había nada de valor (al menos no encontraste nada que hiciera merecerlo). El suelo de piedra bien dispuesta no dejaba lugar a desbarajustes, y parecía que la lumbre no había quemado más que maderos para la comida. Una vez arriba, la cosa se hizo menos pesada, pero tal vez más complicada: No podías tirar todos y cada uno de los legajos viejos e inservibles. Irremediablemente, te pusiste a discernir las cartas*, pero no lograste comprender la caligrafía empleada en la mayoría de ellas (eso sí, algunas de las misivas contenían sellos, coronas y emblemas que distaban mucho de ser del Reino de Granada). Mientras estabas revisando los libros, deshaciendo sus torres para limpiarlos y ordenarlos, otras tareas similares, encontraste bajo los legajos de papel, encima de la mesa, un brillante anillo de oro sujeto a una cadena plateada de eslabones circulares. Era muy bello.

En cuanto Talib vio el anillo se imaginó empeñándolo para conseguir algún dinero con el que comprar ropas de calidad o darse algún otro lujo con el que llevaba años esperando, pero en seguida desechó la idea. Sería muy fácil rastrearle y entonces debería abandonar su ciudad natal de Granada, de la que no había salido nunca.

Entonces empezó a fantasear. ¿Y si era mágico? Talib despejó la mesa de legajos y libros e incluso los cálamos no siguieron mejor suerte que irse al suelo, para que poder ver el anillo en todo su esplendor. Lo observó desde un lado y desde el otro, buscó inscripciones e intentó recordar de leyendas o de magia que usara un anillo similar.

Una vez que despejaste la mesa llena de legajos, tinteros y cálamos, tomaste el anillo. Al mirarlo trataste de recordar algún tipo de leyenda. Las tenías realmente frescas, pues habías leído aquí y allá algunos cuentos, chismes, artículos y versos sobre jinetes de frontera, tesoros maravillosos, seres extraños y maldiciones varias. Sin embargo, a nada de eso te recordó el anillo, pese a lo extremadamente bello que te parecía.Pese a tu interés en la magia, tampoco lograste determinar si cotenía alguna propiedad mágica, a priori, o si era capaz de invocarla.

Por ello, que no hiciste sino ponerte el anillo en uno de tus dedos, extrayéndole previamente la bella cadena que lo sujetaba. Fue entonces cuando ocurrió. Y aquel hecho pareció atormentarte desde entonces. La preciada talla dorada comenzó a calentarse al rojo vivo en tu dedo, como si lo hubieran sacado de una forja candente hacía un instante. Lo curioso era que no quemaba, ¡estaba frío!, y por ende no sufriste daño alguno. Después el anillo comenzó a brillar, y delante de tí, en medio del estudio, apareció como de la nada una figura humanoide y siniestra: cuernos en la frente, nariz ganchuda y patas de macho cabrío. Jamás habías visto nada igual. Ese ser no era humano y jadeaba mirándote con rabia. Entonces se abalanzó contra tí con sus propias manos.

Talib no estaba preparado para lo que sucedió en ese momento. Todos sus sueños de un obediente sirviente que le concedería tres deseos, o que el anillo le permitiría pasearse invisible por Granada para que pudiera ir a visitar el palacio real y coger allí todo lo que quisiera se vieron truncados cuando ese horrible ser se materializó.

- Fuera,  Iblis (demonio) - le gritó, mientras con su daga pinchaba a la bestia en el estómago. - No me hagas enfadar - le dijo esperando, con pocas esperanzas ahuyentar a la bestia con sus palabras.

Turno 1:

Pese a que no lo viste venir, sacaste tu cuchillo con premura, y te abalanzaste sobre aquel endiablado y caprino ser. El caso es que lograste clavar el filo en su vientre peludo:

Daño: 7 (sin protección): 7 puntos de daño.

Por su parte, el ser, una vez que el filo estuvo fuera de su vientre, no hizo ademán de detenerse, sino que con los puños cerrados comenzó a golpearte lo mejor que pudo. Te golpeó el pecho y una pierna:

Daño1: 9 (-2 por ropas gruesas): 7 puntos de daño.
Daño2: 4 (-2 por ropas gruesas) (/2 por pierna): 1 punto de daño.

Talib recibió dos enormes golpetazos uno en el pecho que le dejó casi sin aliento y con las costillas muy magulladas, tanto que casi ni sintió el puñetazo en la pierna.

Herido, quería huir por piernas del sitio, pero eso acabaría con cualquier oportunidad de conseguir lo que había venido a buscar. Por ello, muy nervioso, siguió hablando con el monstruo a pesar de la inutilidad de lo mismo - ¡Atrás, te he dicho!. ¡Cuidado que soy muy peligroso! - mientras le hundía de nuevo la daga en su peludo pecho.

Turno 2:

Volviste a adelantarte al terrible ser. Éste te atacaba sin preocuparse de sus propias consecuencias, y aunque su estómago sangraba un líquido negruzco y viscoso, siguió en su empeño. Por tu parte volviste a introducir medio palmo de acero en la criatura, esta vez a la altura del pecho:

Daño: 5 (sin protección): 5 puntos de daño.

Acto seguido, éste volvio a descargar dos puñetazos sobre tí. El primero fue interceptado por tu cuchillo, pero el segundo logró acertarte en el pecho*, aunque no fue realmente dañino:

Daño: 1 (-2 por ropas gruesas) (bonus a la mitad): sin daños**.

Pese a tus amenazas y advertencias, la criatura no reaccionaba. Dudaste si se componía de raciocinio alguno, pues no cesaba en su empeño de herirte. Ésta continuaba sangrando.

Talib miraba a un lado y a otro aterrorizado mientras seguía lanzándole cuchilladas al horrendo ser mientras se juraba a si mismo nunca más ponerse un anillo que se encontrara.

Turno 3:

Comenzaste a forcejear con la criatura, tratando de incrustarle de nuevo el cuchillo. En el lance, lograste clavarle el cuchillo en la barbilla, haciendo que éste se internarse en su cabeza en un tramo. La criatura no tuvo más tiempo de hacer nada, pues cayó directamente al suelo, sangrante por varios sitios:

Daño: 6 (sin protección) (x2 en cabeza): 12 puntos de daño

La criatura se desplomó, manchando de sangre todo el estudio e impregnando con su fétido líquido los legajos y algunos libros que allí había. NI siquiera le dio tiempo a atacarte, como pretendía hacer. Quedaste allí, de pie, aun resoplando, con el pequeño filo en la mano manchado. El anillo seguía en tu mano, y habías luchado con él. Ahora no brillaba, no refulgía y no ocurría nada. Eso sí, continuaba, claro está, mostrando su gran belleza dorada.

Tras ver caer a la monstruosidad al suelo, Talib siguió apuñalándola con saña en el suelo hasta que se aseguró de que no se iba a levantar nunca más.

Desde el suelo, se tentó a si mismo y sus heridas. La herida de la pierna parecía muy leve, y la del pecho bastante más seria, pero con sus habilidades tampoco podía hacer mucho más.

Entonces vio todo el estropicio que había causado. Seguía teniendo el anilo agarrado, el que soltó a le vez que soltaba un pequeño grito, y empezó a pensar qué hacer a partir de entonces.

Lo primero fue empezar a a apartar los legajos de la sangre del monstruo, e intentar alisar los que se habían arrugado por la pelea. A patadas movió al monstruo hasta una esquina y con un trapo y agua fue sacando las manchas de agua que habían quedado.

Ya tendría tiempo después para idear un plan para sacar al cuerpo de la habitación y enterrarlo o esconderlo en algún lugar abandonado.

Aquel cuerpo rechoncho y sin vida parecía causarte problemas incluso después de muerto. La criatura seguía allí, con sus patas caprinas, realmente una visión desconcertante. Te habías cerciorado de ello, y ahora no pensabas sino en tu nuevo maestro; más bien en deshacer todo el entuerto que allí se habia producido (aunque no había sido realmente culpa tuya, claro está). Tras soltar el anillo y exhalar un pequeño grito, justo antes de ordenar aquí y allá algunos legajos para que no se mancharan de sangre, escuchaste algo.

Alguien estaba en el piso de abajo.

Talib se puso a leer entre los legajos y los libros hasta que halló lecturas muy interesantes. Estaba sumergido en ellas, cuando de repente escuchó un sonido que venía de abajo, por lo que cogió lo que estaba leyendo y se escondió tras la puerta con su daga desenfundada, a la vez que escuchaba para averiguar si el causante del ruido subía por las escaleras.

Talib se juró a si mismo que si salía de esta, iba a ser muuucho más precavido en el futuro.

Enfrascado te hallabas ahora, por momentos, en los libros y legajos. Hierbas, historias, pócimas sobre grasa animal, religión... Tu maestro parecía querer contener todo tipo de saber entre esos muros. Eso sí, encontraste un pequeño sobrecito de piel, anudado con un fina cuerda sobre un botón, donde guardaba algunas cartas. Tras sacar alguna, comprendiste que éstas eran correspondencia del mismísimo rey Pedro I, rey cristiano apodado por muchos de los propios cristianos como "el Cruel". El caso es que los rumores sobre Benahatín parecían ser ciertos (al menos en parte), pues tras leer las misivas comprendiste que ambos se apreciaban, y así mantenían una estrecha relación de aprecio: el rey le planteaba asuntos de estado, y Benahatín le respondía a sus peticiones de con sus consejos.

Cuando escuchaste algo de ruido abajo, no pudiste discernir si traía consigo peligro o no, o si tan siquiera subía por las escaleras. Lo cierto es que fue un ruido puntual.