Partida Rol por web

Me levanto tan asqueado, que no puedo soportar aquel lugar. Cojo de la despensa algo más de comida, para comer una vez haya limpiado aquello, pero ahora el asco se antepone a mi hambre. Meto los cuerpos de los orcos en una esquina (lejos del cuerpo de Grumal, para que no se mezclen en el fuego) y quemo la casa. Es una lástima quemar una casa, pero hay que purificar el ambiente. Además, por un momento me acuerdo de que el maldito elfo dijo que a ellos les convenía un beórnida allí. Como si este lugar estuviera a su servicio!

Mientras la casa arde, me aproximo al lugar por el que se fueron los elfos. Y miro al camino que cogieron. ¿Dónde habrán ido, elfos y orcos?  Me arrodillo en el suelo y, con la palma de la mano en el suelo, recito unas palabras antiguas y secretas, que activan un hechizo para intentar saber a donde va a parar aquel camino.

Los elfos han seguido el rastro de los orcos. Estos se dirigían hacia el bosque, pero no directamente. Van con una vertiente sur pronunciada. Además, han de ser como 10 ó 12. Armados, pesadamente acorazados. Con al menos dos carros de gruesas ruedas que se calan profundamente en el suelo, y parece que también corren bastante.

El camino en si se adentra al bosque. A los Salones del Rey Elfo, pero aquellos no siguen precisamente esa ruta.

Cuando te pones en pie ves que al lado de la casa, el granero, y las cuadras aledañas empiezan a arder también. Las llamas tendrán como 12 ó 15 metros de alto.

Mierda! No esperaba que el fuego se extendiera por toda la granja. Quizás no debería haberme dejado llevar por mi rabia. Compruebo alrededor de la granja que está esta situada lo suficientemente lejos de los árboles y del bosque, y que el incendio no se extenderá más allá de la granja. Si hace falta, con mi hacha corto algun arbol suelto para hacer un cortafuegos y contener el incendio en la granja, donde los hombres ya habiamos alterado el paisaje.

El incendio está lejos de lo que es bosque bosque. A unos kilómetros.

Cerca hay dos bosquecillos. Unas pequeñas arboredas. Una de ellas no lo sabes por lo lejos que la tienes, pero el otro son castaños ... y puede que algún tipo de árbol más. No tienes nada que hacer. El fuego "purificador" destruirá todo lo que "agarre".

Miro al fuego avergonzado! Me acogen como un vigilante y lo primero que hago es crear un incendio que no puedo controlar. Malditos sean los orcos, que han condenado este lugar con su violencia inmunda! Malditos los elfos, con su altivez y su desprecio han encendido mi ánimo más allá de lo conveniente. Y maldito yo, que no me preocupe de crear el cortafuegos antes de encender el fuego. Me arrodillo en el suelo y musito unas palabras de consuelo para la tierra. Miro al cielo y me consuelo pensando que la lluvia ha sido abundante y la humedad impedirá que el fuego se expanda demasiado. 

Aquí ya no me queda más a hacer. Los orcos han ido hacia las tierras de los elfos. ¡Que se encargen ellos! Miro hacia el norte y, cogiendo todas mis cosas, sigo mi camino hacia el norte en busca de un compañero.

31 Enero 1700 T.E. 11:00. Despejado. -4ºC y viento leve. En la distancia se ven lomas y montes de las Montañas Grises. Nieve hasta las rodillas. Ya bien entrado a los estrechos de las Montañas Grises.

En estos días has encontrado granjas abandonadas. Un par de asentamientos humanos, pero de otras culturas destruidos y los restos de una caravana enana. También destrozado. De entre los restos, poco más que maderas quemadas, huesos y herrumbre. En algunos casos, para ver que habías encontrado te tocó escarbar en la nieve.

La verdad es que algunas castañas tardías (alguna incluso con gusano) y lo que sacaste del Hermano Grumal, te han tenido en pie, pero empiezas a deseas comer algo más consistente. El cuerpo te pide carne...o algo que pese en tu barriga. Empiezas a pensar que los enanos pueden solucionar esto. No es que quieras comer enano, sino uno de sus platos, con su pan, su cerveza, su carne asada, sus estofados. Se te hace la boca agua ...

Ya estás cerca. Tienes que empezar a pensar como hacerte con tu "gatito".

En la distancia ves humo. Ya en las montañas. Estarás como a unas buenas horas desde allí. Son valles muy ámplios y llanos. Tal vez sean nubes, pero es muy constante y sube hasta cierta altura y luego rompe hacia el este de una manera brusca.

Está todo bastante desolado. No has encontrado ni a nada ni nadie desde la "Granja Incendiada". Sabes que la peste ha hecho estragos, pero también sabes que hacia el oeste se abre un reino malvado. Que allí rige un brujo que hay gente que dice que es un fantasma y mata con su mirada. Este lugar es un cuello de botella y un paso, para ir del Bosque Negro hasta el Reino de Angmar. Una zona peligrosa, y te extraña que patrullas al servicio de un bando u otro no hubieran hecho presencia. Ni si quiera has encontrado huellas suyas, ni de las caravanas de los enanos, ni nada; ni nadie.

Ha sido un mes de caminata casi incesable, pero ya veo ante mi las montañas donde encontraré a un compañero y me convertiré, finalmente, en un vigilante completo. Por fín. El invierno es frío aquí y mi cuerpo agradecerá si encuentro un hogar enano en el que me vendan algo de comida caliente y quizás una noche en un refugio mejor, espero que las monedas de los gondorianos me abran alguna puerta. Así que me dirigo hacía donde veo lo que espero que sea el humo de un hogar amigable. Sin embargo, camino con cuidado y en silencio, intentando pasar desapercibido, sobre todo una vez me acerque al lugar de donde sale el humo, prefiero descubrir que esconde el humo antes de que me encuentren a mí. Mientras camino, me fijo en las montañas buscando no solo alguna pista sobre la identidad de los causantes del humo sino también la presencia de rastros animales, especialmente de Leones de las Nieves o de sus presas.

31 Enero 1700 T.E. 13:30. Despejado. -3ºC y viento en aumento. Se empiezan a ver nubes en la distancia. Nieve hasta las rodillas. Estribaciones de las Montañas Grises.

Sigues sin encontrar huellas de animales, ni de nada más. Ni si quiera rastros, como heces, maderas rohidas ni nada. Ni aves. Es como si la vida animal se hubiera apartado de allí. Te vas acercando y parece la entrada de una mina. Se ve barro, como el que queda tras pisotear y pisotear, pero el humo sale del suelo. Como si la montaña fuera una casa y dentro de la mina vivieran.

Estás a escasos 100 metros, y no ves más que la zona de trabajo, montones de tierra y nieve, que supones tapan tierra, de las extracciones de la mina.

El silencio lo embarga todo, y lo único que escuchas es que el viento se empieza a mover ... demasiado para tu gusto. Has pasado frio estas noches. Has tenido que dormir en cuevas, has tenido que dormir entre montones de nieve y has tenido que dormir en una casa llena de muerte. Necesitabas un descanso.

Demasiada nieve para quedarse fuera, me digo. Y me dispongo a entrar en la cueva. Camino con cuidado y con mi cayado en la mano (me aseguro que la hacha cuelga de la mochila de manera que pueda acceder a ella facilmente si la cosa se complica, pero no la quiero llevar en la mano, voy en son de paz). Justo antes de entrar en la cueva, miro al cielo y saludo con mi mirada (Aprovecha para descargar ahora) y voy hacia dentro, atento a ver que tipo de "gente" me encuentro aquí.

Tras varios pasos empiezas a darte cuenta de que no ves.

Fuera se está nublando y cada vez hay menos luz, y el sol invernal no es precisamente el más amable de todo el año.

Huy! No puedo seguir así, apenas puedo ver a mi alrededor y no sé si hay algún agujero o algún impedimento. Me preparo una antorcha con unas ramas y hago un poco de fuego para encenderla. Debi haber cogido antorchas antes de salir de viaje. Si ya esta demasiado oscuro para hacerlo o no encuentro ningúna rama adecuada, vuelvo un poco atrás a por lo que me haga falta.

Al final terminas saliendo, pero al llegar a fuera, tres soldados enanos te están esperando. Dos de ellos portan mayas, escudos y mazas. El tercero está cruzado de brazos, pero tiene a sus pies un escudo como los de los otros, y un maza parecida, pero esta última culega de su cinto.

- ¿Qué buscas hombre? Su voz, en oestrón, suena rasposa, agresiva y distante. Acusadora y por supuesto, parecen listo para el combate.

Por fin encuentro a los habitantes. Pero, ¿así?  Encontrar a los soldados con su tono agresivo me preocupa, yo quería llegar en buenos términos. Pero es normal que se defiendan, supongo. Por lo tanto, intento hablar con voz amistosa y mostrandome amable, deseando que mi poca experiencia con enanos no me haga decir nada inconveniente.

¡Saludos, enanos amigos de la roca! Mi nombre es Borgvir y soy un viajero, errante por estas montañas. No soy enemigo vuestro, ni de los enanos, y no les deseo ningún mal. Viajaba por estas tierras, en este frio invierno, cuando me he encontrado con vuestra cueva y el humo me ha indicado que estaba habitada, y caldeada. Si me lo permitís, solo quisiera poder acogerme a su hospitalidad y poder refugiarme bajo su techo del frío que está y de la tormenta que viene. ¿Que decís? ¿Amigos?

Mi tono es amistoso y quiero evitar el conflicto, pero no puedo evitar ver que los enanos estan armados y no son tan amistosos. Así que me preparó para un posible conflicto. No cogo mi hacha aun, para no mostarme violento, pero me preparo para cogerla rápidamente tan pronto como vea que algún de los enanos coge su arma o se mueve hacia mí con aspecto de ir a atacar.

El líder de estos te ordena. - Si es así, depón tu actitud y arroja tus armas al suelo. Si te rindes ahora, entenderemos que tus palabas acompañan a tus actos, si no, obraremos en consecuencia. Era una amenaza en toda regla, y estaban en su derecho, al proteger su "CASA", pero los enanos tampoco tenían interés alguno en pelear, pero sabías que era una raza recelosa de lo suyo.

Entiendo la desconfianza de los enanos, no es que yo sea mucho más confiado que ellos. La idea de quedarme desarmado con tres enanos armados frente a mí no me gusta, pero he sido yo el que ha venido a su casa y me corresponde actuar con humildad.

Tranquilos, amigos. Dejaré mis armas. Me agacho lentamente y dejo en el suelo mi hacha, el cayado y la daga que llevo colgando del cinturón (la daga élfica esta bien guardada en la bolsa y no se ve, pues no la uso como propia). Pongo un momento las palmas de mi mano en el suelo, pidiendo mentalmente ayuda a la propia tierra. Me levanto y sigo hablando. Como he dicho, no les pretendo ningún mal. No quería ofenderles por ir armado, espero que entiendan que uno debe ir protegido cuando se mueve por las tierras salvajes. Sin embargo, estoy seguro que su hogar será un lugar seguro. Si me permiten visitarlo en son de paz.

Uno de los enanos, cuando te retiras hace por acercarse.

- Sepárate. Ordena este enano en aproximación. Obedeces y tras intentar dar un par de pasos hacia atrás te tambaleas al tropezar con piedras. Arrastras los pies y los enanos se ponen tensos. El líder ordena algo en su rasposa lengua y el que venía a por tus cosas, mucho más nervioso que antes inicia otra vez la aproximación. toma las armas y las pone bajo el brazo en el que porta la suya. Se retira como un pajarito que ha robado un grano de maíz. El jefe embraza el escudo, pero se lo pone en la espalda. El armado camina delante. El jefe a tu lado, y el otro cierra la marcha. - Vámos ordenan otra vez. No suenan amables, pero tampoco agresivos. Y cuando lo empiezas a acompañar te pregunta: - Eres un Guardián. ¿Verdad? Intenta bajar la voz, pero solo para parecer discreto, ya que no le sale especialmente "discreto".

Dejo que los enanos me guien y me fijo mucho en por donde caminan, y voy con cuidado para no tropezar en la oscuridad con las piedras otra vez.

Sí, lo soy. Contesto al enano en voz baja. ¿Por qué?

Perdonad mi lentitud, les digo a los soldados en voz alta, al ver que caminan con mucha más seguridad que yo, pero no puedo ver bien es esta oscuridad.
 

Vais saliendo de la mina.

- Ya me parecía a mi. Te comenta el jefe. Ese colgante, te lo señala, es algo importante, pero .. ¿Y tú gato?¿Dónde lo has dejado? Mira en todas direcciones, esperando que le saltara en cualquier momento.

Los enanos andar con firmeza. Al salir dan un extraño rodeo, y hay una entrad de cueva, pero adornada, con puertas e incluso macetas. Ahora ya ves de donde sale el humo. Es como que tienen la casa en un lado y la mina en otro. Cercana, pero separada.

No hace falta que busques, amigo. Viajo sólo hoy. La suspicacia no ha dado un buen comienzo, así que me decido por la sinceridad. De hecho, esa es una de las razones que me traen a estas montañas. Vengo buscando un compañero.

Me quedo mirando yo mismo el colgante, y sonrío. Y sí. Es importante, como guardián protego a estas tierras,  a mi pueblo, y a todos los seres vivos que habitamos en paz. A vosotros también, si lo necesitáis.

Al ver que la puerta adornada, sonrío y comento con amabilidad. Creo que me había equivocado de lugar, cuando buscaba vuestra puerta para llamaros y presentarme. Bonito hogar, amigo ...
 

A los enanos la palabra amigo siempre les ha encantado. Pero abusar es otra cosa. - Borggovir, Guardián. Soy Boggovir. Se presentó.

Nada más abrir, te llegó un aroma a cerveza fermentada que te picaba los ojos. Además, el lugar, como una casa, pero bajo tierra, forrada en madera, y con piedras vista de hermosos tallados, también olía a cocina, olía a tabaco y olía a mucha gente reunida. No era una ciudad bajo tierra. Eran salas y salones, habitaciones y cuartos con funciones. Era una casa. Un hogar.

El enano con tus armas entró en una sala que tenía unas runas grabadas y digamos que lanzó las cosas dentro. Era una de las primeras habitaciones, en la que además no entraste, y los guardias de la casa hacían su trabajo justo allí. Al pasar por delante, no estaba iluminada, pero parecía una armería. Los soldados y el líder también dejaron sus "trastos" allí.

Te señaló un cuartito justo enfrente. Era como un vestuario de piscinas, y había botas y herramientas colocadas en sitios ... en los que parecía que cada uno tenía su dueño. - Deja por allí tus cosas y sígueme. Es hora de comer. Nada más dejar las cosas te invito a seguirle. - Por ser tu primera visita, estás invitado Guardián. Se frotó las manos con ansia y felicidad, como para espantar un frio, que no tenía y añadió: - Vamos a comer.