Partida Rol por web

Le habías dejado la bolsa de dinero de tu amigo a tu amante. Era ... una ayuda para que se pudiera ocupar de si misma.

Las cuatro pertenencias de tu amigo estaban a buen recaudo entre las tuyas. La verdad es que era un pobre desgraciado. Lo erais todos. Ahora ... habías demostrado tu valía, una vez más, Hrothgar Ednew, el Señor de los Rufianes de Conúl Uld. Buhr Wildu estaba cerca. Tan cerca que desde un pueblo, al otro, se podía ver el resplandor de luces sobre la loma de la colina. Tenías que llegar antes de que las primeras luces hicieran sobra de verdad sobre el suelo.

Te echaste un poncho por encima, única posesión distintiva de tu última victima. Abrigaba, pero lo mejor es que te protegería del tiempo, ya que estaba cubierto y olía como si en breve fuera a descargar. - Las sombras no se verían en el suelo en un día plomizo.

No tardaste demasiado y Conúl Uld era una ciudad que concentraba demasiada gente, sobre todo de la calaña que a ti no te gustaba. La tuya. Conocías el camino perfectamente, pero esta prenda sería un disimulo. Y no solo esto. Tenías demasiados enemigos aquí, y el propio señor de los rateros, Allit "El ágil", tu maestro en tus primeros días aquí, es uno de ellos. Lugarteniente del propio Señor de lo Rufianes. Habían llegado a tus oídos que este te quería muerto, y una forma de "graduar" a los nuevos reclutas era que le trajeran tu cabeza. Estabas en territorio hostil, y no solo eso, sabías que aquí las ratas de las alcantarillas eran tus mejores amigos.

La llegada a la sala fue húmeda. Hacía pocos segundos que había empezado el chaparrón, pero te había pillado oculto en el callejón. Incluso unas ratas peleaba por un desperdicios que parecía el resto de una pierna. - Maldito Allit. El fracaso se pagaba de una única manera. Podías morir en la misión, podías morir en la sala. Tú habías cumplido, pero algo te decía que tenían las mismas intenciones contigo, como si hubieras sido tu el "soplón". Era tu mejor amigo, y sin escrúpulos habías terminado con su vida. Era lo mandado. Jamás habías cuestionado las órdenes. Ahora ... no solo las cuestionabas ... ahora te estabas pensando ... como salir de esta.

La sala estaba fría, oscura y húmeda. Al menos 30 personas, ceca de las paredes, compartían unos alargados bancos. Sabías que eran aprendices, rufianes a la espera de órdenes y alguna de sus juguetes. Mujeres que usaban como divertimento. Te recordaron a las compañeras de Alina. A ella no. Ella era diferente. Una mujer con clase. Lo más cercano de lo que podías decir: "tu mujer". Tú única moneda. Una vieja moneda enana de mithiril golpeteaba tu pierna en el bolsillo derecho. Era más dinero de lo que muchos de estos verían en mucho tiempo. Incluso la mayoría no sería capaz de ver tanto dinero sin antes verter toda su sangre por el suelo. El empedrado era duro. Parecían adoquines de una gran ciudad, pero eran ingratos e incómodos. Lo peor para correr. La sala, de unos 20 metros de fondo y la mitad de ancho estaba divido en tres. El centro, de entrada al fondo, de unos 10 metros, y los laterales de unos 5. La verdad es que la separación sólo eran unos pilares, y no demasiado gruesos. Fue un antiguo granero de un tipo rico que "hubo de ceder" este edificio como centro de operaciones y trono de "tu jefe". Al fondo, una tarima, que no dejaban de ser unas cajas de madera tenían una mesa y tres sillas. Una, la central, vacía. La de la derecha estaba el principal contrincante, Allit, y en la izquierda un señor viejo, barbudo y cheposo. En la mesa, en la parte más cercana estaba Hrothgar, apoyado en la mesa, y tapando el montó de papeles que sobre ella descansaban. Tu entrada hizo que todos los ruidos y conversaciones cesaran. Sólo el cripetear de una gran hoguera central se escuchaba. Lo guardias, dos viejos conocidos, que tenían ... "media ostia" cerraron las puertas. Dos grandes hojas de roble remachadas, no para darle mejor consistencia, sino para reparar daños antiguos, cerraban bastante mal. Por debajo se podía ver la calle y el chapotear de la lluvia. Entre ellas también.

El Señor de los rufianes desatendió la mesa, se giró hacia tí y apoyó, dejando su peso sobre esta cruzando sus largas piernas. Era un tipo alto y fuerte. Sabías que había combatido en varias batallas antes de ... "organizar" esta panda de matones. Un antiguo soldado gondoriano. Un desertor. También sabías que había roto el cuello a más de un díscolo con sus manos desnudas, y a más de una mujer por no ser "especialmente complaciente". No osarías enfrentarte a él así como así, y además Allit ... era peor aún. Tus pasos se acercaban hacia la solitaria y enorme hoguera, que te calentaba el rostro y humeaba hasta un espacio abierto en el techo.

Olía a humo, sudor, comida y miedo.

- Pasa hombre pasa. Un gesto de su brazo te invitaba hasta la mesa. - Tengo novedades para ti. Su voz era poderosa. A muchos amilanaba, pero a ti era el único que te daba confianza. Era el único "trigo limpio" que había en esa sala. O por lo menos para ti era el único. - ¿Quién será el barbudo? Te sonaba, ya que se parecía a unos de los señores comerciales de la ciudad. No sabías a ciencia cierta quién era. Eran todos muy parecidos.

1 Enero 1700 T.E. Conúl Uld. 06:23 "Sala de los Rufianes". LLuvioso y plomizo. Sin viento. 11ºC.

- Pasa hombre pasa. Un gesto de su brazo te invitaba hasta la mesa. - Tengo novedades para ti. Era la típica invitación de cuando tenía una misión preparada. Era justo lo que deseabas, algo para salir pronto de allí. Considerabas, hasta cierto punto, un amigo en el fornido tipo de barba rubia, pero no eras capaz de fiarte de ninguno de los demás. Tenía cicatrices para demostrarlo.

Tus pasos estaban casi a la mitad. Llegando a la gran hoguera.

Respeto. En su mundo eso era lo principal.

Al abrir la puerta y entrar en la gran sala, el silencio se impuso durante un breve instante. Para Raban eso era señal de respeto, y temor. Temor a que no tendría ningún escrúpulo en tomar una cerveza con cualquiera de ellos y luego cortarle la garganta sin piedad de ningún tipo. 

Sabía que más de uno tendría ganas de acabar con su vida. Mientras solo fuera eso no le preocupaba.

Avanzó por la sala lentamente, tenso, esperando cualquier movimiento fuera de lugar. No esperaba que nadie se atreviera allí a la vista de todos. Se aproximó al final de la sala donde estaban los cabecillas.

Observó a Allit, apenas una leve mirada. Lo quería muerto y posiblemente era el que había dado la orden de matar a Sadok, y quizás la suya propia. No terminaba de comprender como su anterior mentor había llegado a esto. Raban sabía que Sadok era estúpido, pero no tanto como para dar el soplo. No se cuestionó más, Sadok había muerto y le había ahorrado la tortura, no había más que hacer.

El único al que realmente Raban respetaba era a Hrothgar. Hasta ahora se había comportado con honor y sin ambigüedades. Era un antiguo soldado y eso se notaba. Raban nunca se cuestionó las razones que tuvo para desertar. Conocía las guerras, pero había tenido la suerte de no estar en ninguna. No era algo que le gustaría probar y comprendía que alguien decidiera dejar aquello. Lo único que Raban se cuestionaba acerca de Hrothgar era su historia acerca de que sus compañeros habían muerto en el campo de batalla y que quedando el solo, decidió desertar.

Permaneció en silencio mientras sus pasos le acercaban a la mesa donde Hrothgar le esperaba. Una misión era lo mejor que podía esperar en estos momentos. Un poco de acción le vendría muy bien.

- Hola Hrothgar, dime que tienes para mi. - No se molestó en anunciar que ayer había despachado a Sadok, el consejo tenía suficientes oídos como para saberlo casi al instante de haberse producido.

El hombretón no se molestó en presentar al resto. Igual porque esperaba que ya los conocieras, igual porque era algo que no tenías que saber.

Algunos de los ruidos generales, habituales y normales en aquella sala empezaban a surgir. Empezaban a ignorarte. Se recuperaba la normalidad. - Lo ideal para que no se viera una flecha ni se escuchara el sonido del esfuerzo del que lanza una daga. Ya no sabías si la normalidad era mejor o peor.

- Tengo esta carta para que se la entregues a una mujer. Te lo entrega de manera que sólo tú puedes leer el nombre. No pudiste leer el nombre, pero te fue sospechoso. La guardaste bajo tu peto, contacto con tu piel. Estaba caliente y aún notabas la temperatura del lacre. No quemaba, pero ... estaba calentito. Notaste que hizo Hrothgar una mueca y como la hizo él, tú no. Fue incentivo y entretenimiento suficiente. Se alegró. Notaste perfectamente que se sentía orgulloso de lo que acababas de hacer. - Ve atrás. Se refería a la parte trasera de ese "cuartel" en el que había unos almacenes y unas cuadras. Las conocías bastante, sobre todo el almacén. El tráfico de "suministros" y otros objetos ilegales, inmorales o restringidos era una especialidad y una rutina allí. - El Gran Percherón te ayudará a cumplir con tu viaje. Te señaló un mapa. Había que penetrar en el bosque por el camino que partía desde allí. Estaba justo al otro lado y había un extraño y enmarañado árbol. Era una mezcla entre un roble y una casa. - Allí entregarás las "alforjas" había sonado extraño, y para ti eso quería decir que lo que en las alforjas hubiera era la mercancía para entregar. - Tendrás otro caballo como montura para el viaje. El Gran Percherón fue un antiguo caballo de guerra entrenado, pero parece que las heridas sufridas y la edad, ya no le permitían ser el Caballo de Guerra que fue. Era grande y fuerte, pero ya no era lo rápido que fue en su día ni lo poderoso que otrora demostró en los campos de batalla.

El viejo señor allí sentado te miró a los ojos. Alzó la cara lentamente y eso fue lo que te llamó la atención. Durante un instante pareció que sus ojos brillaron como un gato. Sentías como si te hubieran metido una invisible mano por la garganta y estuviera hurgando en tu interior. Incluso sentías angustia y la sensación, no solo era desagradable, sino que además era la primera vez que la sentías.

A Raban no le hizo ni la más mínima gracia el viejo que estaba sentado en la tarima, le daba mucha grima. Desconfiaba de todo lo que oliera a magia.

Su mujer murió por la peste cuando no llevaban ni un año de matrimonio. En su cultura lo normal era casarse muy joven y apenas tenían 15 años. Raban ya era excepcionalmente fuerte y diestro en aquella época y aunque el resto del pequeño poblado les ayudó,  él fue el que prácticamente solo construyó la pequeña casa en los árboles. Fue feliz un tiempo, pero a los pocos meses ella enfermó de peste, muriendo poco después. Raban tuvo que desmantelar la construcción que había llevado a cabo con tanto amor y quemarla. Su recuerdo, a pesar del poco tiempo juntos, aún le perseguía de vez en cuando. Su desesperación fue lo que le hizo abandonar su lugar natal, jamás había regresado. Ahora, sus visitas a Alina aliviaban de vez en cuando la soledad de su corazón.

Divagaba, quizás por la mirada que le mantenía el viejo. Raban desconfiaba de la magia, no le gustaba, no ayudó a su mujer ni alivió su sufrimiento. No eran pobres pero no tenían dinero, no recibieron ayuda. En el fondo odiaba la magia.

Contuvo sus sentimientos lo mejor que pudo. Un asiento en el estrado era algo muy serio y Raban era inteligente, el viejo tendría que ser alguien importante y por tanto merecía su respeto. Le inclinó ligeramente la cabeza a modo de saludo, no les habían presentado por lo que no tenía que saber quien era. Raban no se metía en lo que no le importaba.

Con un saludo más genérico salió en dirección a los establos. Una vez allí se aseguró que estaba solo, no quería interrupciones ni sorpresas, Raban siempre se tomaba las cosas profesionalmente, en serio.

Estudió detenidamente el mapa. No era una ruta que se hubiera usado anteriormente, al menos que él lo recordase, pero no esperaba perderse. Dio una suave palmada en el lomo del viejo percherón. Era un caballo con historia y a Raban le gustaba el animal, lo consideraba un "veterano" de guerra.

El otro caballo ya estaba preparado. Se acomodó en la silla y sin más dilación tomó su ruta hacia el bosque. Una entrega más, de muchas. No esperaba problemas ni complicaciones.

1 Enero 1700 T.E. Conúl Uld. 06:41 Parte de atrás de la "Sala de los Rufianes". Salida de las cuadras y almacenes. Llueve. Sin viento. 11ºC.

En cuanto caíste, te diste cuenta que la carta era para tu "amante"; si es que le podía llamar así. Tu protegida ... tú ... lo que fuera ella. Jamás vendría a tu mente lo de: "Tu puta" y castigarías a quién osara siquiera pensarlo ya que para ti era: "tu mujer". Para ti no era una puta....era otra cosa, aunque no os hubierais casado.

Saliste sin percatarte de que dos hombres te esperaban en las cuadras, y realmente los esquívaste inocentemente. La suerte te había acompañado, pero no había dado la montura dos pasos y una mano tiró de ti y caíste de espaldas al suelo.

Caíste en la cuenta y caíste del caballo. Más bien, te tiraron. Tu alerta hizo que rodases y no te hicieras más daño del que sentías en el orgullo por ir tan despistado. Sabías que eso te podía costar la vida esa reducción de alerta, así que la reactivaste en automático. Miraste hacia arriba, y veías la cola del percherón, que atado a una soga, seguía al de monta. Te rodeaban dos hombres que no conocías. Ambos te tenían a su merced. Estabas tumbado, boca arriba, sin armas empuñadas. Podrían ser rivales, de otras bandas, podrían ser secuaces de Allit, aún en prácticas o ... muchos otros ... idiotas todos, pero a pesar de lo que fueran, tendría ahora que pelear por tu vida.

El barro te hacía que rodar fuera complicado. Estabas pegajoso y mojado. Pesado. El agua te golpeteaba en la cara impidiendo ver cómodamente.

La caída no le había producido ningún daño más allá de su autoestima, la habían pillado desprevenido. Posiblemente se había despistado al ver el nombre de Alina en el sobre que debía entregar...

Pero eso podía esperar, estaba en el suelo tumbado de espaldas, por lo que no podía desenvainar, y con dos sicarios listos para acabar con su vida. Pero Raban estaba muy lejos de sentirse indefenso.

Se revolvió con rapidez en el suelo, lanzando un par de patadas a las piernas de sus adversarios. Raban en ese aspecto era un feroz luchador cuerpo a cuerpo.

Ambos se acercaban hacia ti, con una sonrisa de suficiencia en el rostro. Se hacían vencedores y eso les dio una confianza exacerbada. Exceso de confianza, lo llamarías tú. Levantas el pandero del barro en un acto de osadía y tus tacones golpean en el pecho de ambos, haciendo que lo dos den un par de pasos atrás. Los has desorientado y te estás poniendo en pie y mientras te levantas, extraes tu arma de la vaina donde la guardabas.

Agradeces que la ducha deje de caer sobre tu rostro. Ya puedes ver mejor, pero el barro, agua y mugre que te ha embadurnado por la caída es algo que no te deja moverte como desearías.

Turno 2 Por iniciativas

Había conseguido sorprender a los atacantes y echarlos hacia atrás con sus patadas a la vez que se levantaba y sacaba una de sus espadas de la espalda.

- Confesad quién os envía y es posible que salgáis de aquí con vida. - bramó Raban mientras atacaba con su espada a uno de los secuaces, esperando que al ver su ataque el otro se rindiera.

Se abalanzan sobre ti, realizando sendos ataques. Los dos impactan y una extraña sensación de dolor sube por tus brazos. El de tu derecha, con la mano que empuñas tu arma, golpea algo mejor, pero el otro, simplemente es el impacto que el escudo para, y con esas, sufres el golpe, pero nada ... digno de mención.

Con sus dos armas ya en la mano, Cleon sonrió a sus oponentes. Era una sonrisa que no iba a presagiar nada bueno. Pensaba que podría obtener algo de información de ellos, pero seguramente no eran más que unos sicarios contratados para matarle.

Nada nuevo bajo el sol.

Se concentró. Dos oponentes, pero él tenía dos armas y, lo mejor de todo, sabía usarlas.

Atacó a ambos contendientes, dando un brutal golpe al primero con su espada si bien al segundo, con el arma recién desenvainada fue mucho más suave.

No sale.

¿Puede ser que uno de tus puntos de historial no se usara?