Partida Rol por web

12 de septiembre de 1916. Medianoche.

Cuatro figuras se movían lentamente por la tierra de nadie ubicada entre el frente alemán y la zona francesa, en este caso defendida por uno de los regimientos británicos. De hecho las cuatro figuras que se arrastran por el barro, usando los pozos formados por los disparos de los proyectiles como refugio, eran de esta nacionalidad. Al contrario que los cientos de cadáveres de ambos bandos que sembraban aquella zona que quedaba entre ambos frentes la misión de estos cuatro hombres no era llegar a la alambrada enemiga sino desviarse de forma lateral buscando una salida ubicada en una pequeña colina que no tenía valor estratégico pero que les permitiría alcanzar el otro lado de las líneas para cumplir una misión de infiltración y espionaje.

Mientras se deslizaban intentando evitar que un mal movimiento los delatase y un francotirador o un mortero terminase con sus vidas recordaban la reunión con el capitán Owen en su cuartel de las trincheras que dejaban atrás...

Unas horas antes...

Se vieron sorprendidos al ser convocados a la trinchera del sargento Owen. Habían regresado a la segunda línea un par de días antes y esperaban tener tiempo al menos de descansar un poco antes de volver a la primera. Descansar entre el barro, las ratas y los piojos, pero descansar. De hecho, aunque no deberían, albergaban la esperanza de que aquella llamada pudiera significar un permiso para ir a la reserva. Seguirían estando en el campo de batalla, pero en la línea más lejana donde podrían incluso lavarse y quitarse una ropa que llevaban puesta desde hacía más semanas de las que podían recordar.

Pero cuando los cuatro vieron que los conducían a la cueva excavada en la tierra que servía de oficina para el adjunto del oficial, donde una amplia mesa sostenía un mapa con posiciones, cualquier esperanza de descanso se desvaneció. Lo extraño fue que el sargento retirase al operador de radio para quedar a solas con los soldados. También resultaba raro que si les iban a dar órdenes no hubiera ningún oficial superior.

—Señores, me han requerido que escoja a cuatro de mis hombres para una misión peligrosa. Me hubiera gustado solicitar voluntarios pero dado el secretismo con el que me ha sido trasladado el asunto he tenido que tomar yo la decisión de escoger, entre los más capaces, a quienes se encontrasen en mejor forma física y anímica.

Como buenos soldados mantuvieron una posición estoica, de espera.

—Descansen señores. Sé que es una putada. Acaban de regresar de primera línea y ahora los mando de vuelta. Pero no a la trinchera sino más allá. Tranquilos: no tendrán que ir a las alambradas enemigas sino a este punto.

Señaló una colina situada al oeste, en la zona conocida como 'tierra de nadie' que se ubicaba entre ambos frentes.

—Es un punto por el que podrán cruzar hasta alcanzar la carretera tras la línea enemiga. Su objetivo es esta mansión en la campiña. Según información que ha llegado a los altos mandos ahí se ha establecido una unidad del mando alemán que tiene en su poder información sobre una nueva tecnología que quieren usar en el campo de batalla. Habrán escuchado los rumores de que nosotros mismos desplegaremos un armamento nuevo en unos días: los tanques¹. Es cierto. Y nuestro alto mando tiene miedo a que, de alguna manera, los espías alemanes hayan podido averiguar nuestra baza y se hayan adelantado a ella. Por eso es importante saber que es lo que sucede en esa mansión y que es lo que saben. Por eso sólo irán cuatro de ustedes. Saldrán esta misma noche. Imagino que tendrán preguntas. Estoy aquí para resolverlas y darles la equipación que necesiten.

Walter se apoyó en la roca a su espalda, disimuladamente. Estaba cansado, esa era la verdad, y lo que estaba exponiendo el sargento Owen era exactamente lo contrario a lo que habría querido escuchar. Una misión, infiltrarse. ¿Infiltrarse? ¿Escogidos? ¿Ellos cuatro...?

Con el rabillo del ojo miró a los otros tres "elegidos". Los dos Henrys, y Lapham. No es que se conocieran demasiado, pero claro, ya se sabía, las trincheras unían. ¿Cómo se lo estaban tomando ellos...?

Devolvió la atención al sargento. Y a la misión. Era pura y simplemente de espionaje. Debían llegar hasta una mansión donde el mando alemán podía estar ocultando algo importante, quizá incluso robado de los propios británicos. Y enterarse de todo...

Se rascó la cabeza. Esta noche. Esta noche. ¿Preguntas...? Esperó a que las hicieran ellos.

Henry se había alegrado de unos días de descanso, en los que podría retomar fuerzas para volver con renovadas energías al frente y defender los intereses de su país en aquella guerra tan brutal. Su desilusión, al darse cuenta de que la inesperada reunión con el sargento Owen tenía que ver con algún tipo de misión que los alejaría de la pequeña tregua que se habían ganado, no duró más que unos pocos segundos. Supuso que todo aquel secretismo indicaba la enorme importancia de aquella acción y se imaginó que, de tener éxito, bien podía ser un paso decisivo hacía la victoria.

Tal vez tuviera razón con su teoría, o tal vez no, pero en su posición de descanso su pecho se hinchó varios centímetros sintiendo el orgullo por haber sido elegido. Al ver el lugar en el mapa dónde iban a infiltrarse, supuso que sus conocimientos de francés ganados durante su estancia en Bélgica podrían haber sido la razón para que su nombre estuviera entre los cuatro seleccionados. Pensó que esto no tenía que ser un problema, sino más bien una oportunidad de demostrar su valía.

Cuando el sargento abrió la ronda de preguntas, Henry se dirigió a él, dándose así también a conocer.

– Señor, con su permiso. – Esperó a la apenas perceptible señal de su superior, permitiéndole intervenir–. Supongo que solo debemos de informarle únicamente a usted, pero… ¿Tenemos algún contacto en la zona? Si la misión es tan peligrosa como aparenta, ¿cómo haremos para hacerle llegar informaciones de nuestro progreso?

A James no le sorprendió que los mandasen de vuelta para el frente. El hecho de que Owen requiriese la presencia de los cuatro, evidenciaba que tenía una misión. Posiblemente de infiltración, peligrosa y deseperada. No esperaba menos. Daba igual que lo endulzara con palabras amables como pidiendo disculpas por lo que venía a continuación. Así que se presentó pulcramente vestido y luego de un saludo se puso firme hasta que le dieron la orden de descasnar.

Atendió al "briefing" con máximo interés. 

-...y necesitaremos contar con alguien que hable alemán, supongo-añadió a lo dicho por Tandey-.

—Según consta en su expediente el señor Tandey habla con fluidez el francés pero también tiene lo conocimientos de alemán¹ necesarios para esta misión. No contamos con personal fiable al otro lado de las líneas. Sabemos que hay franceses que se han quedado atrapados y que realizan un peligroso doble juego contra los invasores alemanes... pero por su seguridad les diría que cuenten como que están solos.

Se dirigió hacia una caja que había al fondo de la cual procedía un inconfundible arrullo provocado por pájaros.

—Esta será su comunicación.

Palomas mensajeras. Parecía un mal chiste.

—Sé lo que están pensando: suena desesperado. Y lo es. Pero es lo que tenemos. En cuanto obtengan cualquier información fiable deben liberar a uno o varios de estos animales y confiar en que lleguen a nosotros. Evidentemente las posibilidades son bajas, por lo que en realidad confío en que alguno de ustedes regrese. Esta misión es secreta en cuanto a su partida, pero en cuanto obtengan información de lo que sucede en esa mansión espero que la traigan de vuelta de alguna manera. No duden en transmitir la información obtenida a las unidades de primera línea en cuanto la obtengan para que, en caso de que les pasase algo, llegase a nosotros. De usar las palomas les recomiendo que las dejen en el exterior de la mansión para que no les delate su ruido. Luego si las envían de una en una o todas a la vez... me temo que dicha acción quedará a su criterio.

El gesto grave del general se relajó un poco mientras sacaba una botella de brandy. Era una bebida de calidad, no el vino peleón que bebía la tropa².

—Nos quedan unas horas caballeros. Y quiero que se relajen. Pidan el material que necesiten: armas, granadas, equipo diverso... lo que crean que puedan necesitar. Pero piensen que su objetivo se basa más en el subterfugio que en el ataque frontal.

Medianoche.

Ya podían ver la alambrada enemiga. Ese era el punto donde debían desviarse hacia el sudeste hasta encontrar la colina de los muertos. El nombre era un localismo anterior a la guerra cuyo origen resultaba desconocido para los ingleses, aunque no era excesivamente alentador. El caso es que por allí podrían pasar para alcanzar los caminos hacia el norte y su destino, más allá del frente enemigo.

Colgadas de una de las mochilas, medio dormidas, las palomas aleteaban cuando su caja golpeaba contra las paredes de lodo de los hoyos que estaban cruzando aquellos bravos soldados.

A pesar de no encontrarse en medio de una refriega, la tensión y el miedo a ser descubiertos eran algo incluso más palpable. Unos compañeros invisibles y no deseados, pero presentes a cada paso. Hasta ahora habían logrado llegar bastante lejos sin demasiadas complicaciones, aunque había supuesto un gran esfuerzo tanto físico como psíquico, y aquella colina se presentaba como un último obstáculo antes de llegar a su destino.

– Tal vez lo mejor será que nos separemos en dos grupos. Aunque las posibilidades de que nos descubran son reducidas, si tuviéramos mala suerte y lo hicieran, terminaríamos la misión casi antes de empezarla. –comentó a sus tres compañeros su opinión –. Hasta la mitad de la colina tenemos suficientes objetos para ocultarnos y deberíamos de poder avanzar despacio pero seguro. Cada grupo por un lado.

Esperaba no equivocarse y poder aprovechar las formaciones rocosas y los numerosos arbustos para pasar desapercibidos. Con los uniformes manchados por el barro de los agujeros por los que se habían tenido que mover, en numerosas ocasiones arrastrándose, tendrían un buen camuflaje en la penumbra de la noche.

Señaló con el dedo a la zona que quedaba a su derecha, indicando que él iría por allí, y esperó a la reacción de sus compañeros.

Lapham aguzaba la vista en la oscuridad intentando distinguir algo. Sus ojillos grises apenas podían distinguir grupos de sombras. Era imposible consultar el escueto mapa que les habían proporcionado para la misión así que no quedaba otra que guiarse por su propia intuición. Apenas estaba apunto de empezar lo que realmente era la misión y ya estaba agotado. La ropa húmeda y manchada de barro se le pegoteaba al cuerpo impidiéndole moverse con soltura. 

Tandey parecía tenerlo claro. Lo cierto es que el plan de avance tenía sus pros y sus contras, pero a falta de un plan mejor, el joven soldado asintió y señaló hacia la izquierda, indicando que él encabezaría el avance por el otro de los posibles accesos que llevarían hacia la colina. Avanzó con cautela, ligeramente agachado y con paso ligero, intentando hacer el menor ruido posible.

Aquello no era peor que las trincheras embarradas en las que habían estado hasta entonces. Iban andando encogidos, silenciosos, pero hasta ahora no habían tenido ningún contratiempo. Ni enemigos, ni accidentes graves... nada con lo que no se hubieran encontrado ya: barro, resbalones, golpes con alguna roca o rama. La noche sin luna en parte ayudaba, tanto a que no les vieran como a las incómodas sorpresas de andar a oscuras por terreno desconocido.

Él se había ocupado de la caja de las palomas, lo había hecho con gusto. Las sentía a su espalda revolotear, o intentarlo, de vez en cuando. Procuraba que sus pasos fueran estables, no quería que se intranquilizaran, pero no siempre lo conseguía. 

Ah, ahí estaba, la alambrada. Debían desviarse, y Tandey había propuesto hacer dos parejas. Se encogió de hombros, vale, nada que objetar.

-Te sigo, Tandey, voy detrás de ti.

Por la derecha había dicho, y a la izquierda se abrió paso agazapado Lapham, Bradford iba a la cola, en silencio.

Miró más adelante, hacia el sudoeste. ¿Porqué diablos le llamarían la Colina de los Muertos? No es que fuera supersticioso... ¿no...? Por si acaso, se persignó discretamente, rápidamente.

Se desplegaron con cuidado. Por la izquierda avanzaron Tandey y Butler, por la derecha Lapham y Bradford. En ningún momento quitaron el ojo de las alambradas que, más que verse, se adivinaban en la oscuridad reinante. La tensión se notaba en cada movimiento, siempre a la espera del fatídico ruido de disparo que acompañaría a una bala que podría segar sus vidas. Pero no fue así. Tal como Tandey había augurado alcanzaron la mitad de la subida y pudieron ponerse a cubierto entre los árboles.

Mientras se reagrupaban para continuar el ascenso vieron losas de piedra esparcidas por el suelo embarrado. La colina, como todo aquel frente, estaba castigada por los grandes socavones provocados por la artillería. Pero las explosiones, aparte de horadar la piedra, había lanzado por los aires lo que parecían lápidas y piedras muy antiguas. Tanto que algunas tenían inscripciones en un idioma de símbolos que los ingleses no identificaron como latín, sino que más bien se parecía al gaélico del norte de bretaña. Quizás de ahí viniera el nombre de la colina: 'colina de los muertos antiguos'. Un viejo cementerio prehistórico que ahora había sido desenterrado por la barbarie humana.

Fue entonces, a medio ascenso, cuando escucharon el ruido de movimiento un poco más arriba en la colina, tras unas rocas que se habían visto desplazadas por una explosión de morteros. El movimiento era de alguien o algo grande que se movía chapoteando entre el barro. ¿Alemanes? ¿Animales salvajes? Fuera lo que fuera significaba un problema.

Bradford era un tipo callado, desde que recibiera las ordenes apenas había dicho nada, no se había quejado de las condiciones, de las palomas, o de la falta de descanso, en su lugar había aprovechado la mayor cantidad de tiempo para descansar y hacer acopio de fuerzas.

Alemanes, proyectos secretos, lo unico que le tenía que importarle era ir a donde debía, hacer lo que le pedía y matar a tantos hijos de puta como le exigieran, a fin de cuentas ese era su oficio. Y dios sabía que los alemanes eran los hijos de puta que estaban aliados con el diablo y por tanto ellos, estaban aliados con el lado de los ángeles.

Al final llegó el momento de partir y salvo unas breves despedidas de sus hombres no hubo mucho más que decir, se marcho con su equipo(fusil, bayoneta, pistola, cuchillo, pala, raciones, cantimplora, cuerdas, máscara de gas y alicates para el alambre de espino), lo mas molesto era la adición de las putas palomas, a una mala tendrían comida extra.

Pero ahora estaba en aquel sitio, en la tierra, embadurnado en barro, arrastrando se metódicamente como tantas otras veces. Alguien propuso separarse, Bradford asintió y siguió su devenir lento y seguro, sin tomar riesgos y atento a su alrededor, se detuvo al lado de un matorral teniendo cuidado de no pisar una mina, para inspeccionar el terreno alrededor, algo distante de sus camaradas, pudo escuchar aquel sonido de alguien montando un ruido considerable en contraste con el silencio sepulcral de la noche en aquel campo santo y profanado en que se hallaban. 

Hecho mano al cuchillo pues si debía combatir no quería disparar para atraer atenciones innecesarias.

Al escuchar el ruido, James se echó cuerpo a tierra. De nuevo el contacto con la tierra húmeda le enfrió el cuerpo. El barro se pegaba a su cuerpo mientras avanzaba hasta una posición desde la que pudiera observar con discreción a aquel que se acercaba, tras una losa que aún quedaba en pie. Echó mano de su cuchillo pensando que en esa situación, un disparo se oiría en la distancia delatando su posición.

Aquel ruido de algo grande chapoteando no le gustó nada, nada en absoluto. Sobre todo porque estaban en un Camposanto, viejo o no, aquello eran lápidas, y debajo las lápidas había tumbas... y no le gustaban nada las tumbas. No es que no hubiera visto muertos, cadáveres a montones, eso era la guerra. Pero... tumbas antiguas, de lápidas misteriosas... 

Y no soy supersticioso. No, no lo soy. Se persignó por segunda vez, rápido, discreto. 

Las palomas, a su espalda, parecía que se hubieran calmado. Había hecho un cuerpo a tierra suave, sin brusquedad, el barro lo ponía fácil. Agudizó el oído, muy atento, tan inmóvil como pudo. 

Los animales nocturnos habían aprendido a ser silenciosos para sobrevivir, así que el soldado tuvo claro que aquellos ruidos solo podían venir de seres humanos. Lo que no estaba tan claro era su disposición, si eran amigos o enemigos, y lo último que pretendía era acercarse a comprobarlo.

Instintivamente hizo como su compañero y se tiro al suelo, dejando que la oscuridad, los matorrales y el barro en sus ropas y rostro hicieran el resto para ocultarle de posibles miradas curiosas.

Pasados unos pocos segundos se atrevió a levantar algo la cabeza y echar un vistazo al lugar de donde había venido el sonido.

La unidad se aproximó con un movimiento de pinza rodeando las rocas y el hoyo. Si hubiera luz de luna probablemente se podría reflejar en el filo de los cuchillos pero la oscuridad que atravesaban facilitaba la tarea de emboscar a quien estuviera allí entre el barro. Porque por el ruido ya tenían claro que tenía que ser una persona. Eran movimientos metódicos, lentos, como si arrastrase algo.

Cuando llegaron al borde de las piedras se asomaron con cuidado. Los cuchillos prestos, las miradas escudriñando en la oscuridad reinante. Entonces lo vieron: era un hombre, no cabía duda. Encorvado y medio desnudo veían su espalda chepuda, vellosa, mientras arrastraba un cadáver por el agujero. ¿Un asaltador de cadáveres? Todos conocían a gente con la suficiente falta de escrúpulos como para rebuscar las pertenencias de los que habían caído en combate. Pero se movía de una manera rara, casi nerviosa. Entonces se dieron cuenta de lo que estaba haciendo aquel individuo: ¡estaba mordisqueando el cadáver de un soldado alemán! Aunque no podían ver su rostro, oculto por la postura, era el movimiento que podría hacer un perro que desgarrase un trozo de carne lanzada por su amo. ¿Qué clase de situación podría llevar a alguien a realizar semejante atrocidad?¹

Lapham intentaba aguzar la vista para dar sentido a lo que estaba viendo. Pero el problema no estaba en su vista. No había duda de que la guerra sacaba a relucir las pasiones más bajas en aquellas personas que sufrían sus efectos, pero no esperaba que el canibalismo fuese una de ellas. Aunque, hay que decirlo, la necesidad podía llevar a los más desesperados a prácticas tales como esa. Sin embargo, la de aquella persona encorvada y deforme, no parecía la actitud de una persona desesperada que hacía algo horrendo para sobrevivir. la avidez y la entrega que dedicaba a su tarea se le hacían insorportables de contemplar, aún cuando quien las sufría era un soldado enemigo.

Decidido a acabar con aquella escena lo antes posible, se arrastró entre las sombras y cuando estuvo lo suficientemente cerca, se levantó e intentó rebanarle el cuello.

¿Qué... qué está... haciendo?

No lo dijo, lo pensó, pero sus propias palabras se clavaban en su estómago como cuchillos. Sabía de sobras lo que estaba haciendo ese... ¿hombre? Su aspecto era de otra cosa, y Walter no pudo abstraerse de su espalda encorvada, gibosa, de la piel recubierta de pelo como si de una bestia se tratara. 

No soy supersticioso...

Puede, pero las leyendas que abundaban en su pueblo danzaban ante sus ojos mientras aquella cosa arrancaba pedazos de carne de un soldado, de un soldado alemán, sí, pero un hombre al fin y al cabo, y se las comía.

De pronto, y antes de que él pudiera siquiera procesar lo que estaba viendo, menos reaccionar, al otro lado de la pinza que habían formado al avanzar en parejas, Lapham se escurrió entre las sombras, y atacó.

Ése fue el detonante, no podían dejar que luchara solo, no sabían a qué diablos se enfrentaban. Así que saltó sobre el animal, no se preocupó de no hacer ruido, no era ya necesario.

Sus compañeros comenzaron a acercarse a ese maldito canibal. Probablemente dieran buena cuenta de él Henry optó por quedarse tirado, a cubierto cubriendo con su fusil por si ese caballero que disfrutaba del picnic tuviera algunos otros compañeros. Avanzó hasta el próximo obstáculo, desde donde tendría buena visibilidad de lo que los rodeaba y cogió el fusil, barriendo con la mirilla la escena buscando al resto de la escuadra del aleman degenerado.

La guerra era capaz de sacar lo mejor, pero, sobre todo, también lo peor de la gente y Henry ya había visto suficientes cosas extrañas como para no sorprenderse por esa escena de canibalismo. Bien es cierto que no pudo reprimir una sensación de repugnancia y asco, que hizo que se le revolviera el estómago, pero no sintió extrañeza. Lo que estaba haciendo ese hombre se podía explicar con una terrible hambruna y la locura de los horrores de la guerra. Por mucha aversión que le producía aquella persona, Henry no quería ejercer de juez y verdugo de sus miserias y prefería esperar un poco a que terminara con su repulsivo banquete.

Cuando se quiso dar cuenta, James ya había saltado en dirección de aquel individuo sin hacer ruido alguno. Henry pudo ver un segundo el brillo de la luna en su cuchillo y ya no le quedó duda de sus intenciones. Y como sí su compañero hubiera activado algún tipo de resorte, una sombra a su izquierda se movió con la rapidez y precisión de la que solo un soldado ingles podía hacer gala. Y Henry tuvo claro que aquel pobre diablo ya no tenía escapatoria. Mentalmente se santiguó, pidiendo descanso por su alma, sacó casi instintivamente su revolver, para dar cobertura a sus amigos, y desde su posición buscó señales de posibles compañeros de aquel desgraciado.