Verás Morz. Apuesto a que somos más compasivos que Laern. Él es fuerte, un hombre sabio, y sus decisiones se acatan sin dudar. Si dice que estarás muerto en un instante... lo estarás. Si dice que te soltemos, así lo haremos. Si es verdad "que no sabes nada" no digas más, abrígate con el fuego que vamos a preparar.
Si tienes algo que decir te daremos la oportuniad que te expreses sin miedo, sin espadas, ni magia amenazante.
No dije nada más. No quería presionar más al mediano.
Ante las palabras de Anioz y Laern apenas si levanto los ojos, estoy mirando fijamente al grandullón y vigilándole con mucha atención. Pero cuando empieza a ser evidente que está desvanecido voy mirando a uno y otro. Sobre todo a Anioz.
¿Tu caballo? No sabía que esta era una misión de rescate para salvar a tu montura de la terrible opresión del enorme ladrón. Bfff, atrápalo tú mismo.
Viendo ya atado al huidizo bandido me relajo un poco y recupero mi hacha arrojadiza. Miro sus heridas atentamente, no soy médico pero he visto otras veces heridas y podré hacerme una idea de si le van a provocar la muerte a menos que se le cure. También curioseo entre sus cosas por si hubiera algo que pudiera ser relevante.
Desde mi posición agachada alzo la mirada hacia Laern. ¿Este será de los que hablan o de los que callan?
El enorme mercenario estaba sangrando considerablemente por los brazos, pero su gran constitución daba a entender que no corría peligro su vida, aunque cortar una hemorragia sin duda ayudaría a que recuperara el conocimiento antes.
Tras un rápido vistazo Görg encuentra una bolsa pequeñita llena de monedas, el arma del grandullón que no era otra cosa que una espada gigante, descomunal.
El mariscal escupe al suelo.
-Por ahora no parece tener elección... Pero espero que sea de los que hablen. Llevémoslo con los otros, dudo que se crean que nos ha dicho nada en ese estado.
Lo coge por los hombros e intenta arrastrarlo hacia su montura.
-Görg, ¡ayúdame con las piernas, que pesa más que un saco de piedras! ¡Por todos los dioses!
Comienza a bufar y a ponerse rojo como un tomate, pese a que no es para nada un alfeñique.
A mi me parece que de los que corren.
Subo a mi montura, contento por no haberla perdido.
No tiene sentido dejar que se desangre.
Anioz, Laern y Görg regresan con el grupo, todos van a lomos de su caballo y traen consigo al gigante.
Los mercenarios atados tragan saliva al ver cómo ha sido tan fácilmente cazado. Morz mira para otro lado al ver al mariscal y el espía no pierde detalle de nada.
Por otro lado el elfo Elladan llega con algo de leña justo en ese preciso momento.
Comienza a apilar la leña y le deja la tarea de encenderlo a Zarek, mientras él continúa con los preparativos del campamento a la intemperie.
¿Que gran criatura traéis? Mi enhorabuena. -dije antes de encender una lumbre. Ahora permitidme hacer un fuego con el que calentarnos.
En esos momentos comencé a crear chispas con mis manos...
Máster, hace falta que haga una magia para un simple fuego?
Todos formáis un pequeño círculo alrededor del pequeño fuego que acaba de encender Zarek, los mercenarios parecen estar asustados, mientras que Morz sigue enfadado.
Zarek: No es necesario, puedes crear fuego sin problema cuando quieras.
Una vez que disponemos de un acogedor fuego miro uno por uno a mis compañeros. A la elfa Ireth que tan certera ha sido con el arco y tan bien nos ha conducido durante largo trecho junto a Elladan. Ambos tan acostumbrados a la noche que parecen poco molestos por la oscuridad que nos rodea. Miro al capitán Anioz y al mago Zarek, diestro en la llama. Miro finalmente a Laern, tan decidido.
Mi mirada es muda pero transmite sin ningún genero de duda la pregunta que me pasa por la mente desde hace ya un buen rato.
¿Y ahora qué?
Laern se había cansado de esperar a que los otros desgraciados comenzaran a cantar o el gigantón se despertara. Se levanta y le propina un patadón a un borde de la hoguera, arrojando ascuas sobre los sorprendidos cautivos (los dos mercenarios, no el espía y el hobbit).
-¡Huart Mildor!
Sólo dice eso mientras aprieta el puño lanzándoles una mirada cargada de odio.
-¿Dónde está esa sabandija de vuestro jefe?
Uno traga saliva y con mirada asustadiza habla.
Es él.
Dice en voz baja mirando al gigante.
Laern se queda mirando al coloso inconsciente. Lo cierto es que la parecía más bien el bruto del grupo. Pero nadie dijo nunca que escribir su propio nombre en varias casas con la sangre de un pueblo asesinado fuera inteligente.
-¿Para quién trabajáis, escoria?
Y termina sus palabras escupiéndole a la cara al que ha hablado.
El hombre intenta esquivar el escupitajo del mariscal, pero no tiene tantos reflejos como para eso, así que su brazo recibe el impacto.
Trabajábamos para él, pero dado que ya no creo que nos pague hemos dejado de hacerlo. Les contaré todo lo que quieran saber y yo sepa a cambio de nuestra libertad.
El mercenario mantenía ahora un gesto serio con los ojos puestos en los del mariscal.
Ratas...
Mientras Laern sonsaca la informacion a los prisioneros observo la situacion desde la distancia y bajo el calor del fuego.
Ireth sonrió ante las palabras del mercenario. Sonrió, pero fue una sonrisa fría, calculadora. El mercenario estaba mal de la cabeza si creía que podría negociar con el mariscal.
Desde donde se encontraba, sin levantar la voz, se dirigió al maleante parlanchín. -Pides mucho mercenario para no tener nada con que negociar. Creo que mejor sueltas ahora la lengua, tal vez así no desates la ira del mariscal y te permita vivir. Si tu relato es bueno, y convincente... no creas que vales más que un cobre para nosotros así que esfuérzate si quieres vivir.- Su voz no denotaba emoción que delatara qué pensaba la elfa en realidad.
El apestoso hombre que miraba atentamente al mariscal se vio sorprendido por la intervención de la elfa, pero rápidamente devolvió la fría mirada de esta.
Esa es nuestra oferta, además... no valemos nada para ustedes, no les importará dejarnos marchar a cambio de información.
Este mantenía la compostura, pero su compañero no parecía tan convencido, o eso aparentaba un leve tembleque en su pie.
Miré al mercenario al que acusaban.
Ejem..., -carraspeaba a propósito, para que todos lo oyeran. Mientras tanto, había cogido una rama del suelo y movía sin apenas ganas y sin razón el palo entre las llamas del fuego, escarbando en la base de la llama... Mi mirada estaba perdida en el fuego. Luego, sin mover el cuerpo, y tras escuchar a mis compañeros y el lider, devolví la vista al mercenario.
Acto seguido, me levanté en un imprevisto. Estaba muy alterado, esta situación se alagarba demasiado...y ese nombre... el tal "Mildor"...
¿¿¡¡No entendiste nada de lo que ha dicho Laern!!?? -grité mientras cogía con mi propia mano, (inmune por supuesto al fuego), una gran brasa de la hoguera para ponérsela en la cara de aquel tipo.
¡Habla! -continué. NO estás en posición de negociar, tu muerte sería la más leve de nuestra afrenta... pues aún no conoces qué es el dolor..., -dije acercando mucho más la brasa a su cara.- ¿...quieres experimentar qué es sufrir de verdad, bastardo? ¡Habla!
Parecía mirar la brasa candente y sudar, mientras yo la aguantaba sin titubear. Su cara comenzó a humedecerse...
Mierda.
Me levanto en cuanto el mago le coloca la brasa ardiendo en la cara al preso.
No soy partidario de la tortura y no ahí honor en hacer sufrir a un hombre desarmado.
¡Joder, Zarek!
Hasta donde se soy el moralista, ¿No?
Me refiero a que si yo soy el moralista, por mi historia supongo que si, pero decidme si me alejo mucho de mi comportamiento habitual.
¡Joder, Zarek! ... escuché
¿Joder, ¿qué!!? -repliqué. Estos tipos nos vigilan, espían, atacan y ¡¡encima se rien de nosotros!! -dije mirando a Anioz. Sin duda suplicarán que les atravesemos con un filo para acabar con su vida cuando sus vientres comienzen a arder. ¡Hablad, por vuestra vida!
Yo no soy moralista.. jaja... Zarek es un poquito especial (XD)