Partida Rol por web

El combate del puente era un puro caos. Los leales intentaban retirarse, y los amotinados les perseguían espada en mano. Los tiros tumbaron a varios, pero Ezio falló en su disparo al capitán, matando a uno de sus soldados que pasaba justo por delante suya en ese momento.

Más certera fue la piedra de Martín, que esta vez le dió al capitán en la cabeza. Sonó entonces el tiro de Luciano, y entre ambos consiguieron hacerle dos heridas muy bellacas, que provocaron que se retirara renqueando hacia la formación de picas. Afortunadamente, no estaban solos en el combate, pues el campamento era un caos de tiros que iban y venían, y ya se aprestaban antorchas y se veían picas. Si aguantaban un poco más, sería cosa hecha.

No fueron menester más de dos disparos para terminar esa locura. Dos disparos que le entraron por los pechos al preboste, muy seguro de si. El primero apenas atravesó su cuera, pero el segundo le hirió de bastante gravedad, perforándole un pulmón. El tipo perdió la respiración y cayó al suelo por el empuje de las balas. Sus corchetes se miraron los unos a los otros, sin saber muy bien si intervenir o no.

Moritz, de mientras, sacó de dudas a los indecisos, cortándole el brazo a uno de los alabarderos con un golpe de montante, que lo hizo chillar como un cerdo. Fue entonces cuando apareció Ferreira con unos piqueros del cuerpo de guardia, y las astas se abatieron sobre los traidores.

-Teneos en nombre del rey -dijo.

Y sus armas besaron el suelo. Entonces, controlada la situación el campamento, tuvieron ocasión de escuchar los lejanos tiros que venían del puente colgante. El italiano se batía con el capitán y los suyos. Y había que poner fin a aquella locura.

Volver a sentir el montante en sus manos me hacía sentir vivo, y los gritos del mutilado me sonaban a música celestial con su coro de querubines.

Todo acabó pronto, aunque de lejos se oía que aún había jarana.

Me apresto a aparecer junto a Ferreira, por si ordena ir hacia el sonido de disparos y dar escarmiento de perros traidores. Los oficiales se acostumbran a acordar de las caras de los hombres que tienen cerca, y quiero ser uno de ellos. Ya llevo arrastrando bastanet miseria desde aquel desatino con el sargento y no tengo muy claro que el cerco continue con semejante caos entre la tropa y los mandos. A mí, con mi mentalidad germana, toda la situación se me antoja una majadería mayúscula.

Listo y dispuesto parra lo que mandarr, eselensia.

Anuncio, limpiando la sangre del montante con un trapo, que lanzo a un lado.

Me froto la cara con la manga. me pican los ojos por el azufre de los disparos.

Maldita sea... ¿Qué hago aquí? Debería estar tranquilamente en el campamento, cuidando de las cosas de mi compadre, entre jarra y jarra de vino... Vino... Qué sed tengo, pardiez... Mierda de guerra.

Intento ver entre la humareda como se desenvuelve el combate y espero a ver un blanco claro para disparar con mi pistola contra la primera sombra que se mueva por el puente.

Eh... No soy un héroe... Sólo un pobre desgraciado que no quiere morir, esperando hacer algo de fortuna con esto...

Lo que me recuerda los bulbos. Miro a mi alrededor, analizando la posibilidad de hacerme con algunos bulbos en medio de todo este follón.

Perot se lanza adelante, sacando su pistola y disparando de nuevo a Foces. ¡Falla! No importa, desenvaina su espada. Hoy derramara su sangre aunque le revienten por ello.

Pues no hizo falta ni que llegara a las manos. Un par de disparos, la intervención de Ferreira, y los bastardos que vinieron a por nosotros bajaron las armas mas dóciles que un cordero. No llegue a atacar a ese punto. No era honor atacar a un hombre desarmado, y bastante honor había perdido ya en las últimas semanas.

Es entonces cuando vuelvo con el resto, pues me alejé unos metros en pos de buscar a los alabarderos que nos querían sorprender por la espalda.

- Un servidor hace lo que se le mande - añado, una vez allí, deseoso de hendir acero en carnes y desfogarme de la injusticia que han echado sobre las mías.

Cuando se disponia a arrojarse sobre Foces un par de disparos le dejaron bien servido para el infierno o eso creyo en un primer momento que visto mas de cerca aun respiraba.

-Duro el hideputa, pero no le va a valer con la soga.

Como observara que Fereira tenia controlada la situacion le presto un poco mas de atencion retirandole las armas para que no hiciera uso de ellas quedandose con su pistola aun cargada.

Luego se dirigio a uno de los soldados leales que por alli habia.

-Atadle bien y restañar sus heridas, habra una hermosa fiesta en su honor que podra verla desde mas arriba que nosotros. No le dejeis morir, no merece hacerlo como un buen soldado

A continuacion se acerco a Ferreira mientras el sonido de los disparos de la lejania resonban.

Se quito el sombrero saludando cortesemente.

-Gracias por su ayuda señor alferez, parece que la situacion esta controlada, con su permiso creo que deberiamos ir a socorrer al otro grupo de leales antes que, por ayudarnos, los aplasten. Designe un grupo para vigilar a los prisioneros y con su venia ire a terminar el trabajo con el resto. Que todavia hay cuentas que saldar, con el rey, desde luego, pero sobretodo conmigo.

Los soldados reales se batían en retirada por el puente, donde se había formado un cuello de botella y los más atrasados tenían que valerse de acero para salvar sus cuellos.

El capitán de la Rosa, como siempre, se mantenía apartado de la primera línea, ya fuera porque era un cobarde, como por las dos pedradas recibidas y que le habían golpeado en el pecho y en la testa respectivamente. Sin embargo el muy ruin no cejaba en su intento de acabar con los leales y quizás una vez estuvieran todos muertos recuperar sus bulbos y echarles el muerto encima a los finados o bien huir con el botín. Sucio traidor.

El muchacho apretó los dientes con odio y cargo una piedra más en la honda, la giró un par de veces y esperó a ver un hueco entre las filas de soldados que se interponían entre él y el capitán. Soltó la piedra en el momento preciso y ésta voló con precisión golpeando al capitán con un chasquido. Al final, a pesar de haber tenido que dejar las dos pistolas en la tienda de Ferreira el muchacho estaba haciendo un buen trabajo. Ojalá así se redimiera a los ojos del cabo y de la escuadra.

¿Atarle? Vilaplana no ha caminado de Cataluña a Flandes, con batallas y muertos, para arrestar a Foces. Las voces de sus hermanos claman venganza desde el infierno. Tendrán su reparación. Con un rugido de ira se lanza adelante para traspasar con su acero a ese bastardo aunque sea lo último  que haga en su vida.

Bien, parecía que nos poníamos en marcha. Solo faltaba que Ferreira diera su bendición. Velez mandó apresar a de Voces, pero el catalán muestra su disconformidad con la decisión. Aunque de por sí, el preboste no había quedado para muchos trotes, y más tarde que pronto, yo creo que pasaría al otro mundo. A pudrirse en el infierno de donde salió. Pero a lo que iba que el catalán no está de acuerdo con lo dicho, y decide tomar iniciativa y meter acero en carne. Ese asunto ya no me incumbía, o al menos no tomaría parte, pues bien era cierto que merecía morir en una soga, no como un soldado. Pero cualquiera paraba al catalán sin salir atravesado por el camino, además que creo que la ballata en la lejanía nos urge.

Espero órdenes, y espero ver que carajo le ha hecho el catalón a de Foces, finalmente. En cuanto a la batalla, a falta de mi pica, sino hay otra opción, buena será una alabarda.

Sin mediar palabra, el catalán se abalanza contra Foces, grito en pecho y ropera en mano, dispuesto a dejar bien aviado al carcelero, convertido ahora en prisionero.

No me da tiempo a reaccionar por lo sorpresivo de la acción, pero me llevo la mano al pomo del montante, a posteriori, dispuesto a ganarme el favor de Ferreira si ordena lo que sea. Miro con desagrado al catalán, mas no digo nada.

Este tipo impulsivo y agresivo es la segunda vez que nos pone en un aprieto. Por mi madre que no habrá una tercera. No le saques el ojo de encima, Karl. Una más y le separo la cabeza del tronco... Y ni se te ocurra tenerlo cerca en una refriega, Karl. Toma buena nota. Buena nota... Este catalán apesta a carne de horca.

La reaccion del catalan le pillo por sorpresa mientras cargaba su pistola y la ponia junto a la de Foces en su cinturon.

La expresion de su cara pasó de la sorpresa a la indignacion en un breve espacio de tiempo. Para calmarse termino de cargar el arma y luego se encaro con el, gesto airado, mano indisimulada en el pomo de la ropera y voz glacial.

-Señor Villaplana i Llonch, cuando doy una orden estoy acostumbrado a que se cumpla, entiendo que alli dentro se nos ha maltratado y a  su merced aun mas, pero si yo no lo ordeno aqui no se va asesinar a nadie, aunque sea el que puso los clavos a Cristo. Espero que sea la ultima vez que se desafia mi autoridad, yo no uso de prebostes.

Dio una mirada a Foces.

-En cualquier caso poco le quedaba de vida

Y miro al alferez esperando sus ordenes aunque si perder de vista al catalan.

-Mal bicho.

De una certera pedrada, el capitán cayó al suelo. ¿Muerto, inconsciente? Difícil de precisar. Los leales acababan de cruzar el puente, pero los traidores les venían detrás, atacándoles a espada y daga. Pronto se trabó el combate cuerpo a cuerpo, y allí había escoger. Agotaron munición disparando a quemarropa a llevándose a alguno por delante.

Pero los traidores eran un buen puñado, y no podían salir del abrigo del árbol si no querían ser arcabuceados. Un traidor atacó al tudesco cuando éste se disponía a desenterrar los bulbos. Los bulbos, la joya de la corona. El motivo por el cual se estaba luchando y muriendo allí.

Allí había estocadas para todos. Cerrando la distancia, llegaron los hideputas hasta ellos, descargando golpes de espada e intentando llegar a distancia para atacarles con la daga. El único perdonado fue Martín, que por mozo fue tenido por cosa cosa.

El preboste estaba más muerto que vivo. Con un tiro y una estocada, estaba tirado en el suelo, sangrando como un cerdo. Un ténue hilo de voz pedía algo, que apenas atinaron a escuchar.

-Confesión, confesión...

Más y más leales se unían a sus filas. Pronto, fueron más de 150. Más de la mitad de la compañía, descontando las bajas y a los 50 amotinados. Prendían mechas de arcabuces y mosquetes, con muchos soldados en camisa y con los arreos sobre ellas, pues se habían despertado hacía un momento.

El alférez miró a Foces, que estaba listo de papeles, y ordenó que se les despojara de sus armas.

-Don Gabriel, atienda a su solicitud.

Luego miró a Vélez.

-Vamos, señor caporal. Todavía hay hideputas a los que matar.

Y amartilló su pistola de rueda, dejándola preparada para disparar. Los hombres marcharon a paso ligero hacia el puente.

Desde luego, no fuí el único al que pilló por sorpresa el arrebato del catalán. Todo un desprecio a la orden que había dado su superior. Si Velez fuera otro, lo que acaba de hacer su soldado sería castigado. Claro que no era momento de ocuparse de esos menesteres, habíendo lo que había. Pasaba a ser una preocupación secundaria.

El preboste de Foces acaba pidiendo confesión. ¿Ahora si quiere acogerse a los brazos del Señor? Pareciera lo que me pareciera, esa era mi labor. Asi pues, cuando el trupe marcha, me acerco a mirar a de Foces de cerca. La mitad del campamento no era sitio para una confesión, así que pido que lo entren a la tienda donde estaban no hace mucho los reos. Eso en caso de que vea que lo aguantará. Si está mas muerto que vivo, no habrá tiempo para eso.
 

Vio como se le echaba encima uno de los insurrectos con las del turco y consiguio zafarse por muy poco, reponiendose con rapidez y atacando a su vez, aunque se veia torpe po la herida sufrida y cada movimiento era un suplicio.

El preboste italiano paró la estocada con elegancia, y luego efectuó la suya, aprovechando el hueco abierto. Con el ímpetu de la carga de su rival, el acero entró a través del coleto y le pasó como un cochino, de parte a parte.

-Jesús... -masculló el traidor, antes de caer al suelo a causa del dolor.