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El saco de Boom

Ambientación

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08/11/2014, 18:39
Director

Es el año 1635 y los problemas se multiplican para la monarquía hispánica. A pesar de los éxitos de la década anterior, algunos de ellos tan sonados como la toma de Breda, las cosas parecen torcerse. En América y Oriente, Holanda disputa cada vez con más fuerza el monopolio hispano-luso, habiéndose asentado en las cosas de Brasil a sangre y fuego. Las islas de las especias, como Formosa, caen en sus manos rápidamente, ante fuerzas numéricamente inferiores y faltas de todo destinadas en el confín del mundo. Hasta el Cipango parece partidario de trocar el comercio con Portugal con las Provincias Unidas, a pesar de su aislamiento.

En Europa las cosas no van tampoco muy bien. Suenan revueltas en Italia, la nobleza portuguesa está agitada y hace más de diez años que Francia disputa el estratégico paso de la Valtelina a España, que se ve obligada a trazar rutas alternativas en el El Camino Español para llegar a Flandes. La fulgurante intervención sueca en la guerra contra el Imperio está siendo contenida con éxito por el ejército del Cardenal Infante en el que será, posiblemente, uno de los últimos destellos de gloria de los ejércitos del rey católico.

En Flandes, a pesar de la muerte de Mauricio de Nasau, su hermano Federico Enrique parece dispuesto a renovar el empuje que despoje, poco a poco, de plazas estratégicas en Brabante al rey nuestro señor. Su ejército es numeroso, está curtido y tiene, cada vez más, una fe ciega en la victoria. Su armada bloquea casi por completo los accesos a estos territorios por mar, y sus fuerzas preparan nuevas ofensivas. Francia está mostrando su interés por intervenir en éste teatro de operaciones, y Richelieu, no lo oculta, ambiciona los Paises Bajos Españoles.

El ejército de la monarquía hispánica muestra signos de agotamiento. Los otrora invencibles tercios viven ahora más de su fama que de otra cosa. Una fama que es lo único que se interpone en la derrota. Desplobada Castilla, rechazada una mayor participación de otros reinos en la aportación de tropas en el famoso incidente de la Unión de Armas, cada vez más se recluta por malas artes, mediante asentistas, levantando compañías a quien pueda pagarlas, dando suplencias de hoja de servicios a capitanes petimetres que solo desean honores y prebendas. Se está quintando ya a los soldados, se recluta en las prisiones, se engancha con malas artes. A cambio, los campos se despueblan de manos útiles y las ciudades se llenan de pordioseros y pícaros. Los nobles, como siempre, no desean pegar un palo al agua, y cada vez más hombres intentan seguir la carrera de los altares para asegurarse el pan a cambio de unos rezos.

Las Españas están cansadas, agitadas, molestas. Todos saben que la situación es un polvorín, y que a los problemas externos pronto se sumarán los externos. En este incierto contexto, la campaña de Boom pueda parecer un canto de cisne, un último desafío a los holandeses. Quizá sea una locura, pero en ocasiones las locuras pueden reportar grandes beneficios.