Partida Rol por web

El Capitán miró de reojo  a Polat mientras apuntaba su escopeta galga contra su hombro. No era el arma que mejor dominaba, pero la había usado con anterioridad y confiaba en sus posibilidades.

Pudo ver un ardor sin precedentes en sus ojos, mientras sujetaba, inquieto, el fez maldito y ya se lo colocaba en su cabeza.

Observó si alguno de los degenerados acompañantes de Menkaph llevaban armas de fuego o armas blancas dentro de sus ropajes.

El nerviosismo previo a la batalla no le permitió concentrarse bien, por lo que agudizó de nuevo sus sentidos,  recordando glorias pasadas en Alsacia-Lorena *, no tan lejanas, pues el espíritu militar jamás había abandonado a Von Hartzman, a pesar de llevar algunos años sin estar en servicio activo en primera línea de fuego.

Ninguno de esos mentecatos con turbante parece tener armas de fuego.

El Capitán pudo ver desde su aventajada posición como ninguno de esos degenerados en éxtasis parecían llevar armas de fuego. Pensó que hablar con ellos no serviría de nada, y que la fuerza de sus balas sería la mejor 

Acomodó su escopeta galga en en la cintura , en cuclillas, consciente de que el dr.Polat podría utilizar el caos para destruir el fez maldito.

Simplemente gritó en turco, esperando que los "marineros" de Aram le secundaran.

-¡Ateş! *

Apuntó hacia ese canalla que habían seguido desde Londres, Menkaph, esperando que la dispersión de los pedigones también alcanzaran a alguno más..

Polat, rabiando hasta los más profundo, se puso el fez maldito sin perder de vista a su enemigo...

Truenan las armas. El escopetazo del barón va bien apuntado. Pero uno de los lacayos se sacrifica por su maestro interponiéndose. Las postas levantan surcos en su carne. 

- ¡Ladrones de criaturas!¡Dadles lo suyo!- Aram y sus muchachos se lanzan al ataque a la orden de Hartzman repartiendo cuchilladas y tiros. Estalla el pandemónium.

Vaya, no esperaba una fiesta sorpresa a mi vuelta a la capital...

Menkaph traza unos signos arcanos en el aire mientras entona unas silabas malditas. Se interrumpe cuando cruza la mirada con Polat, que se ha puesto el fez rojo.

EL profesor nota como la tela se pega a su cabeza como la boca de una lámprea. Hay dientes afilados clavándose hasta su alma. Se asoma a un abismo ululante. Recita la salmodia aprendida del Apócrifo, que se entrecuza con una plegaría a Alah.

El Capitán Von Hartzman no recuerda escena bélica tan dantesca. Ni en el sitio de Metz, Von Hartzman observó tales tropelías, tal poco respeto a la vida humana.  Entonces la guerra eran cosas de caballeros... 

Los acólitos del armenio Aram se lanzan cuáles lobos del Cáucaso sobre los degenerados sectarios.

El Capitán intentó otear que hacía la única mujer de la sala. Tenía la sensación de que podía ser la odalisca de la que habló Faranj y Demir.*

Aunque, dudaba que sería capaz de ponerle la mano encima 

Buscó posición, en la medida de lo posible, para cubrir al sacrificado Polat, y poder tener a tiro al bribón de Menkaph.  

¡Si! Confirmó el doctor cuando Menkaph reconoció la amenaza en él. ¡Aquí viene tu némesis, malvado! ¡Aquí viene...

...TU NÉMESIS!!!

Menkaph aprieta los diente al recibir el embate mental del profesor Polat... Una sensación de miedo como no había conocido en años empieza a insinuarse en su alma...

- Aprendiz insolente. Ahora pagarás por tu arrogancia.

El profesor Polat y su contrincante se han quedado paralizados mientras a su alrededor arde Troya. Entre la confusión de disparos, golpes y gritos, el capitán Hartzman divisa una hermosa dama vestida con velos de seda que desenvaina una daga de puño enjoyado y se desliza casi de rodillas buscando un objetivo...

Ajeno a cualquier otra amenaza, Polat conjuraba una y otra vez en su mente las curiosas formas geométricas que debían formar un remolino pentadimensional que se llevara con él el alma del malvado hacia alguno de los siete infiernos de Dios. El malvado intentaba lo mismo, pero en la "dirección" contraria, de modo que fuera el alma del doctor quien fuera devorada por el fez que le amenazaba siempre traidor y siempre intentando escapar a su control.

¡SI! ¡TU NÉMESIS, MALVADO!

El llamado era telepático, y los poderes de ambos feces hacían que sus palabras resonaran en las mentes de todos los que estaban ahí.

El Capitán Von Hartzman pudo ver al turco Polat maldiciendo el nombre del canalla de Menkaph. Parecían enzarzados en algo que escapaba a su comprensión.

Pero pudo observar entre la algarabía a una mujer con velos de seda, de generosa silueta, pero sus ojos irradiaban maldad.  Agazapada cuál Zulema, sirviente fiel de Ali Babá, llevaba una daga ornamentada y avanzaba tenaz hacia un objetivo indeterminado.

El Barón, guardó su escopeta en la parte de atrás de su traje, aguantando la culata con su cinturón.

Le costaría infiernos hacer frente a una  mujer, pero se sentía obligado a defender a Polat, quien parecía entonar unas sílabas extrañas. El Capitán desenvainó su sable militar, forjado en el mismo Posen (Poznán) y cubrió en posición de guardia la trayectoria hacia el historiador Kassim, de cualquier amenaza directa o velada.

Mientras la batalla de almas se libra en el plano astral, el barón se apercibe de que Nisra no dirige su hoja enjoyada contra el profesor Polat, sino contra el individuo lamentable dentro de la jaula, del que tira del pelo con ferocidad mientra se dispone a rebanarle el pescuezo.

La sangrienta batalla que ocurría a través de sus claros ojos no tenía nada de honorable. Olía a sangre y a entrañas... Aquellos enfermos sectarias se batían de todas las maneras imaginables contra los "marineros" , liderados por el bravo Aram.

El docto caballero musulmán, el dr. Polat, seguía enzarzado de una desconocida manera con Mekaph.

Entre tanto alboroto, pudo observar como la oscura odalisca se acercaba a aquel hombre enjaulado, de deplorable aspecto, catatónico, débil...

Parecía dispuesta a rebanarle el pescuezo, por una razón incierta,pero seguro que importante para esos canallas...

Al fin y al cabo, aunque maligna, era una mujer, Von Hartzman no se atrevía a empuñar un arma, blanca o de fuego, contra una mujer, por su estricta educación luterana y de alta cuna que había recibido.

Tenía su sable entre las manos, dudó por unas centésimas de segundo, no sólo Polat, si no el futuro de la civilización que ellos conocían probablemente, dependía de eso. Pero no podía cortar un miembro de una mujer sin tener remordimientos atroces.

Guardó, su sable, en su vaina, en el cinturón, del cual también colgaba su escopeta galga.

Se precipitó, corriendo hacia esa odalisca, quería reducirla, atraparla con un abrazo de oso, tal y como hizo con aquel aristócrata vienés que colapsó mentalmente en el Orient Express, se la jugaba, pues ella estaba armada, y sabía que no tendría segundas oportunidades. Pero se lanzó hacia ella, con su voluminoso, en comparación, y aún musculoso cuerpo...

Tal vez, le falló la pierna, pero tardó algo más de lo inicialmente deseado en llegar hasta ella, escurriéndose entre los cuerpos de aquellos impíos combatientes, unos por dinero, otros por fanatismo...

Pudo finalmente, sostener su brazo, el que empuñaba esa daga ornamental y con el otro brazo, intentar luxar su codo para llevarla al suelo, y reducirla poniendo su rodilla encima de su femenino cuerpo...

- ¡Suéltame perro infiel! ¡La Sangre del príncipe sellará el camino del poder y la gloria! ¡Iä Yog-Sottoth!

La odalisca se retuerce cual pérfido áspid sujetado por la cola, pero no consigue hundir su colmillo enjoyado en el decadente otomano. Brega con el barón y caen al suelo.

Es una lucha dura la que libran el heroico académico y el mendaz ocultista, pero es finalmente el primero el que se impone... Los ojos de Menkaph se desorbitan de terror al saber que su locura ya ha llevado a la arrogancia, y la arrogancia a su caída. Por un instante ha estado a punto de que una sombra tan poderosa que ensombrece el sol le prestara a tención. Ahora ese coloso oscuro le vuelve la espalda con desprecio. Menkaph cae de rodillas e intenta arrancarse el fez rojo de su cabeza como si quemara, mientras grita patéticamente.

Polat desea con todas sus fuerzas que los feces desaparezcan. Se extingan. Mueran. 

El fez de la cabeza de MEnkaph explota, destrozando su cráneo como un globo de feria. El que lleva Polat se derrite como metal fundido y quema su cuero cabelludo.

La visión de Polat se tornó borrosa. La sangre empapaba su rostro y su camisa, mezclada con restos de pelo, de piel y del horrible fez, más su sonrisa se dibujaba por debajo del borbotón rojo. Una sonrisa que poco a poco se abrió en una carcajada llena de felicidad, demente. No veía, pero notaba el vacío lleno de alivio y ligereza, y se sentía como el más dulce de los pasteles a pesar del dolor, liviano como una flor.

Gracias, Dios, el malvado ya se ha ido al infierno, gracias, gracias. Y, derrumbado por culpa de la debilidad sobre sus propias rodillas, juntó las manos y luego las abrió en cruz, con las palmas hacia arriba, mirando hacia el cielo. Algo de esa ligereza y de esa alegría se filtró por entre los restos de la resonancia del hechizo, para dar impulso a los buenos y para llenar de terror a los malvados. Sin duda los mudeyines estaban a punto de salir a sus torres -aun a deshora- a cantar en alabanza, y los niños durmientes se chupaban los labios satisfechos, y los amantes despertaban en sus lechos, uno en brazos de otro, contentos de estar el uno con el otro, dispuestos a volver a amarse una vez más.

Durante otro breve lapso de tiempo la humanidad seguiría ignorante de la verdad terrible, y podría soñar un poco más en su pequeña bola de barro con que contaban para algo en el universo frío e inmisericorde.

Mientras el Capitán bregaba con la odalisca, revolviéndose por los suelos, en medio de la escaramuza, el Barón, mientra sujetaba de la manera más caballerosa posible a Nisra, pudo ver como ese canalla de Menkaph, caía de rodillas, fuera de sí y su cabeza explotaba.

Eso debía significar que el valeroso dr.Polat había sometido a Menkaph y su fez maldito. El mismo fez de Polat se fundió sobre su cabeza, ante la incredulidad pero satisfacción de Von Hartzman. Una mirada de admiración también fue dirigida al erudito otomano, quién se jugó el el cuero y la mente para detener esa secta de degenerados fanáticos de los fezes rojos. 

-Jóvenes, maniaten a esta mujer y liberen a ese hombre, cautivo en esa jaula dijo entre esfuerzos en turco a los muchachos de Aram, los cuáles habían mostrado ser ardides en el combate.