Partida Rol por web

Chuck, a pesar de toda la vegetación que le cubría se las arregló para dejar caer su escudo al suelo, tras lo cual balanceó su hacha con toda la fuerza que fue capaz de reunir, gracias a los movimientos de cadera que había empezado con el tambor de la profesional.

No fue suficiente como para ganar suficiente balanceo, trató de aposentarse más firmemente y se dispuso a volver a intentarlo.

—¿Y si nos vamos de la tienda sin comprar nada? Es legítimo, ¿no? —sugirió Marianne, al ver el percal.

- ¡Ah no! Está lechuga me la como yo... Grmblmmfjhhhh. -

La profesional tenía mala pinta ahí agarrada por esa rama, esperaba que alguien la pudiera echar una mano.

La enredadera grande se concentró en el enano, alzó una rama y le asestó un duro golpe en las costillas. Acto seguido se enroscó en su torso y apretó hasta cortarle la respiración.

- ¡Pincha y corta, pincha y corta! - Exclamaba Lefebre mientras hincaba sus estoques en las ramas y las hojas de aquella planta tramposa que se empeñaba en abrazar a sus "collègues". 

Imaginó entonces lo bien que le sentaría un abrazo de Marianne como el que la planta le estaba dando al enano gruñón. Si demostraba coraje y hombría y se perfumaba el aliento de alguna forma, estaba casi convencido de que al final esa fogosa mujer acabaría sucumbiendo a sus encantos. Al fin y al cabo, parecía ligera de cascos. Así le gustaban a él las mujeres, facilonas y de sangre caliente.

Ylsa lanzó un grito cuando intentó liberarse de la presa.

-¡Tienes las manos más largas que un marinero borracho! -exclamó, para acto seguido soltar una serie de insultos y juramentos nada propios de alguien tan elegante como Ylsa.

La planta se dio por ofendida, soltó la presa y le asestó un tortazo en la cara a la bardo, que acabó escupiendo sangre en el suelo. Después le rodeó el cuello con una de sus largas ramas y apretó hasta asfixiarla. Ylsa se debatió entre las ramas hasta que perdió todo el aire y dejó de moverse. La planta soltó su cuerpo, que cayó en blando sobre las ramas y el agua. Ya no se movía.

Entre tanto, la pequeña planta enfurruñada se deslizó sobre las raíces agitando las ramas como un pulpo y le asestó un tortazo a Yan, aunque fue un intento más bien flojo.

—Malditas plantas, ¡habéis matado a Ylsa! —grita Yan, enfadado al ver caer inconsciente el cuerpo de la bardo.

Sin tiempo a pensar demasiado su próxima acción una de las plantas se acerca a él y le lanza un tortazo con una de sus extremidades, aunque sin efecto ninguno. Yan decide responder con la misma moneda y vengar la paliza que le acaban de dar a su compañera, agarra su espadón y lo mueve dos veces con fuerza en dirección a la planta.

Marianne se quedó blanca.

—Oh, no. No, no, no, no, no. ¡No me dejes sola!

La hechicera buscó un ángulo mejor y asió el recuerdo de las sombras, lo impulsó con un poco de magia en estado puro y conjuró un rayo que le arrebató a la planta grande las fuerzas.

Chuck se sacudió de encima toda aquella vegetación que le constreñía solo para ver como el plantón que agarraba a la profesional la espachurraba contra el suelo con unos feos golpes. Al menos su aura había hecho que no fueran tan duros. Avanzó con paso engañosamente tranquilo arrastrando los pesados pies por el agua para llegar a la parde Ylsa a la cual tocó mientras pronunciaba una palabra que lanzó una oleada de energía curativa a la vapuleada chica, quedándose a su lado para luego sacar una daga plateada de su cinto y asirla en la otra mano. Si le apresaba de nuevo esta vez le pillaría preparado.

- A por ella Mr. Sombrero, vete ablandándola, ahora voy para allá. Gramblfjhhh... -

- ¿Mr. Sombrero? - Arqueó una ceja.  - ¿Es a mí? - Se preguntó a si mismo, aunque no exteriorizó su pregunta. 

- ¡Voy a hacerme una ensalada contigo! - Gritó mientras cargaba contra aquella criatura vegetal y si estoque dio.un buen tajo hacia el tallo con la esperanza de partirlo por la mitad.

-¡Sune Bendita! -fue lo primero que exclamó Ylsa cuando abrió los ojos. Le dolía todo el cuerpo, pero aún así, se puso en pie y miró a Chuck-. ¡Gracias!

Le dio un abrazo al enano y plantó un beso en su frente. Justo después se apartó de la trayectoria de aquellas ramas poniéndose junto al marinero y canalizó una curación sobre sí misma.

La enredadera más peligrosa se había puesto pocha tras el lanzamiento de aquel rayo de Marianne, pero como el bárbaro había intentado cortarle las raíces, se enzarzó con él en una suerte de latigazos igual de pochos que ella. La otra planta enorme intentó detener al Lefebre. Le soltó un ramazo que hizo volar su sombrero, pero el bravo capitán lanzó un tajo que le quitó unas cuantas hojas. La furiosa enredadera viviente intentó golpearle, pero parecía ser más efectivo a distancia que en el cuerpo a cuerpo.

Parecía que el bárbaro se había equivocado, pues a los pocos segundos de haber caído al suelo Ylsa se vuelve a poner en pie como si nada, aunque visiblemente malherida aún.

—Bien... —murmura, contento al saber que no tendrían que cabar una tumba más tarde—. Pero eso no quiere decir que esté menos enfadado.

Y mucho menos después del inútil intercambio de golpes que mantuvieron Yan y la planta. Desde fuera seguro que parecían infantes peleándose con ramas, una imagen de seguro poco alagadora. Con toda la rabia que pudo reunir, vuelve a repetir los mismos movimientos de antes.

- ¡Mon dieu, mon chapeau! - Exclamó al ver volar su sombrero. 

Eso le cabreó sobremanera, pues no podía perderlo. Ese sombrero le había acompañado en un futuro probable al continente de Chardauka en un universo paralelo y en un tiempo indefinido pero futuro, probablemente. No obstante, en ese futuro posible, su sombrero estaría más desgastado y más salado, pero sería el mismo sombrero y eso era lo importante o quizás no. Daba bastante igual realmente...

Y Patrice pinchó a la planta y esta se hubiera quejado de tener cuervas vocales. Y volvió  a intentar pincharla, pero se despistó con el vuelo de su sombrero y falló estrepitosamente.

Chuck recibió el abrazo y el beso de la mujer con enmascarado aplomo y un gruñido - Grmbljhhggh... -, si bien miró furtivamente medio segundo alrededor para constatar que nadie prestaba atención. Luego, sintiendo un calorcillo interior y el ritmo de Ylsa aún reverberando en su cabeza, emprendió una rápida carrerilla inusualmente veloz para sus cortas piernas que le acercó al plantón más grande mientras giraba su hacha con cada vez más fuerza, para asirla en el último momento con intención de talar la planta desde su base.

- ¡Hoy toca ensaladaaaaa! - En realidad Chuck no pensaba llevarse a la boca un cagarro de ensalada, algo propio de orejas picudas, pero seguro que eso animaba a los demás a acabar con las malditas plantas. Había estado a punto de arrancar a cantar, pero eso era algo que no pasaba muy a menudo, al menos por el momento. Si Chuck empezaba a cantar, algo malo se debía avecinar.

—¡Uf! Por las sagradas trenzas de la Señora, ¡me habías asustado, Ylsa!

Marianne trajo a su mente el recuerdo de la mujer del mercado y domeñó su voluntad para inflamarlo, enviando una andanada de proyectiles mágicos contra la planta pequeña. Un trío de dardos de energía rosada surcaron la estancia y se clavaron con pavorosa fuerte en el arbóreo cuerpo de la criatura. La planta asesina se retorció y se desplomó en el suelo.

Satisfecha, le guiñó un ojo a Yan y echó a correr para ponerse junto a Ylsa y asegurarse de que estaba bien.

Con destello, el conjuro de Marianne derroto a la planta, mientras Chuck partía en dos el tronco principal de la otra. Unos segundos más tarde, los aventureros se dieron cuenta de que habían vencido y ninguna de aquellas plantas volvería a moverse. Habían vencido a unas pobres plantas que vivían tranquilamente a la sombra de aquel edificio.

Marianne se abalanzó sobre Ylsa y la sunita le dio unas palmaditas en el brazo.

-Tranqui, estoy perfectamente gracias a nuestro especialista en jardinería -comentó mirando hacia Chuck-. Pero me ha roto todos los huesos del cuerpo, qué hija de puta -dijo riéndose.

El grupo terminó de revisar la "tienda", mientras unos miraban por los alrededores, el resto podaba las raíces y los troncos, asegurándose que nada volvía a levantarse. Mientras apartaban raíces, fueron encontrando cosas, restos, probablemente, de aventureros incautos que no habían tenido tanta suerte como ellos. Entre restos de huesos astillados, ramas podridas y algas, encontraron objetos y otras pertenencias que a sus dueños ya no les resultarían de utilidad.

Lo más curioso que encontraron fueron dos pequeñas estatuas de madera de un palmo de grande. Eran dos monos, uno de ellos estaba sentado y tenía la boca abierta como si estuviese diciendo E. El otro estaba estirado y su boca estaba abierta con forma de O. Tenían las orejas muy grandes y redondas.

Entre una tabla en estado medianamente aceptable y los restos de una estantería, Chuck había improvisado una especia de caja primitiva donde ir dejando lo que consideraran que tenía algún interés. El propio Enano iba de aquí para allá desbrozando los restos de vegetación que había en la estancia, si bien previamente había recuperado su daga de plata y su escudo del empapado suelo. Dedicó un vistazo y un gruñido - Grmblfjjjhh... - a los restos óseos que encontraron, desafortunados que no habían subestimado al mundo vegetal. Estas cosas sólo pasarían en la casa de un elfo, que las plantas se comieran a los visitantes.

- Aquí tienes una historia para escribir en tu libro, ¿eh, muchacha? - Se dirigió a Ylsa mientras pasaba por su lado palmeando con torpeza su antebrazo y un tenue calorcillo se propagó a la chica, que pareció notar como sus heridas mejoraban un tanto. Chuck se alejó tarareando la musiquilla que había empezado la profesional al inicio de la lucha, que sin duda tenía un buen sentido del ritmo, como él mismo. Eso le gustó al hosco Enano, que cambiaba algunas notas aquí y allá sin apercibirse de ello. Al finalizar, miró el montón de porquería que habían reunido y miró al resto para acabar su mirada en la hechicera pelirroja.

- Decid, ¿hay algo mágico aquí, o es todo morralla? -

Patrice recogió su apreciado sombrero comido por la salitre y se lo enfundó sobre la cabeza orgulloso. Sonrió al ver como todo había acabado mejor de lo que podría haberse esperado tras ver como la morenita caía al suelo sin vida. Ahora que la veía bien, de arriba abajo y comiéndosela con los ojos, se daba cuenta de que tampoco estaba mal. Quizás podría acabar intimando con ella también... ¡O incluso con las dos a la vez! El contraste del color de piel de las dos mujeres totalmente desnudas ahora en su mente, hacía que le naciera algo en el interior y se exteriorizara únicamente en su pecaminosa entrepierna.

Sólo rebuscar entre las algas húmedas logró hacer que la hinchazón le bajase. Encontrar baratijas de todo tipo no fue del todo satisfactorio, pero al menos si encontró algo que le hizo bastante gracia. Agarró el pectoral con los huecos agujeros en el pecho y sonriente se acercó a Marianne. 

- Creo que te quedaría bien ésto. - Le dijo de forma pícara. - Pero creo que se lleva sin nada debajo. - Soltó una carcajada. - ¿Quiere probártelo y te digo si te queda bien? - Le preguntó en tono de broma. Aunque si colaba... colaba...

Fue Marianne quien encontró los monos. Más tranquila después de ver a Ylsa fuera de peligro empezó a hacer el tonto con ellos, moviéndolos y canturreando una extraña melodía mientras movía a una y otra estatuilla. Resopló cuando Patrice le interrumpió en su juego.

—Te propongo una cosa. Si tú te lo pruebas sin nada más, delante de todos, yo me lo probaré para ti en privado —mintió Marianne.

Por supuesto, la Sirena de Athkatla no pensaba hacer tal cosa. Pero trataría de divertirse un rato a costa de Lefebre.

—Creo que deberíamos prenderle fuego a todas estas plantas —comenta Yan cuando terminaron de inspeccionar la tienda y juntar todo el botín—. Por si acaso... —añade con desconfianza. Previamente había estado cortando y arrancando todas las plantas, concienzudamente. Cobrándose su justa venganza. Pero no parecía estar contento del todo sin arrasar todo el lugar.

Mientras dejaba que sus compañeros se hicieran a la idea de que lo más adecuado era quemar a sus enemigos, comenzó a inspeccionar lo que acababan de saquear. No está mal pero tampoco nos saca de pobres, pensó a la vez que trataba de limpiar el cuerno aunque se detiene para reírse ruidosamente con el absurdo juego de Marianne con las estatuas.