Partida Rol por web

—Si hay otra salida, ¿por qué han salido por aquí? Está claro que no querían encontrarse. A no ser que pensaran que no fuéramos un grupo tan grande y quisieran capturarnos.

Sólo de pensarlo a Hellas le dieron ganas de patear a uno de los contrabandistas, pero se contuvo. En lugar de eso sacó unos grilletes nuevos y relucientes de la mochila. Desde que había pactado con Solmor que le ayudaría con los problemas de la ciudad había estado pertrechándose con cosas que le parecían útiles. Los grilletes y la cuerda habían sido una buena idea. De hecho, se acordó que todavía seguía con la cuerda a la cintura y se la soltó antes de seguir haciendo el ridículo.

—Yo aprovecharía para interrogarlos ya, pero si queréis bajar, deberíamos atar a estos pringaos para asegurarnos que no se vayan.

Las cabezas chillonas están ahí para asustar a los intrusos, explicó Aranna, sacudiendo un dedo. Para que los curiosos salgan corriendo y no miren atrás. Recordad que nosotros hemos venido a sabiendas de que la casa es un refugio de esclavistas, pero otros, como la chica muerta, pensaban que la casa estaba encantada de verdad.

Para ella era evidente. Cuestión de sentido común, más que de razonamiento. Incluso uno de ellos había expresado sorpresa al ver que estaban en la casa.

Han salido por ahí para asegurarse de que nos habíamos ido. Para cortarnos el cuello, o capturarnos, a juzgar por las armas que portaban mientras trataban de pasar desapercibidos, poco más que calcetines rellenos de arena, si seguíamos empeñados en meter las narices en sus asuntos.

Estaba claro que aquellas mujeres habían sido picadas por algún bicho de sangre pirata. Sacudiendo la cabeza el mediano se acercó al moribundo contrabandista al que intentó tratar en orden de que su última acción no le hiciera desangrarse en el suelo, cosa que consiguió a base de vendar sus heridas con las vestiduras del propio herido.

Después de eso, y exhibiendo una fuerza algo superior a lo que sugeriría su tamaño arrastró al otro inconsciente forajido junto al herido, tras lo cual procedió a registrar a ambos en busca de algo que les diera alguna información adicional, o quizás algo de valor.

- Pues no tienen nada encima estos panolis. Creo que deberíamos interrogarlos; puedo tratar de despertar al del chichón, jo, jo. -

Era evidente que la hinchazón se la había hecho el halfling, que trataba de sacar pecho y dárselas de duro entre aquel grupo de asesinas natas, sin conseguirlo, claro.

—Vamos a investigar el sótano primero. No quiero encontrarme con que el resto de estos cabrones se han escapado.

Hellas comenzó a buscar algún sitio donde encadenar a los dos rufianes. Un barrote de las escaleras, al ser de madera no le parecía apropiado, prefería algo de mampostería o de metal. Quizás la chimenea.

Hellas busca algún sitio rollo tubería o barra por donde pasar los grilletes y ponerle uno a cada contrabandista. ¡Ah! Y asegurarse de que no tienen a mano nada con lo que cortarse la mano.

Aranna echó una mano a Hellas para encontrar el sitio adecuado para encadenar a los rufianes. A decir verdad, los dos parecían medio muertos, y no esperaba que fueran a ponerse en pie próximamente, pero delfín precavido vale por tiburón. Además, uno de los iba a ser agraciado con una caricia de energía positiva.

Buenos días, pescadilla, saludó al recién despierto. Zanahoria estaba sentado junto a la druida, mirando al rufián con ojos hambrientos y la lengua colgando de entre los dientes. Todavía no es hora de dormir. Aún podemos divertirnos un ratito más, ¿eh? 

Colibrí señala al del chichón cuando Aranna parece que va a usar su magia.

- No, no, este casi se muere, no lograrás despertarle. El de la cabeza blanda es mejor opción, dale a ese con tu toque. -

Y el otro también, se dijo Aranna. Menudo bruto el mediano. A punto había estado de desjugarle la sesera. Y pensando eso, que tal vez el golpe había dejado idiota al desgraciado, sacó la varita de donde la tenía escondida, y usó su energía sobre el que se había desmayado de esfuerzo. 

El tipo regresó de la agradable sensación de estar flotando en el mundo de la inconsciencia al mundo de los conscientes, donde había mucho dolor, sangre y huesos partidos. El hombre lanzó un alarido de dolor y, al ver a Zanahoria por detrás de Aranna, se alejó de él arrastrándose por el suelo.

—¡Alejad a ese chucho mestizo de mí!

Después de 2 asaltos, la varita de vigor menor hace sus cosas. El contrabandista despierta y está ahora mismo a 0 PG.

Vigor menor 9/11 asaltos.

Hellas puso los ojos en blanco, parecía que Aranna estaba empeñada en llevarle la contraria. Pero no entendía por qué. Lo cierto es que como aventurera estaba demostrando ser mucho más errática e imprevisible que como jugadora de cartas y compañera de bebidas.

La joven se caló la capucha para que no vieran bien su cara y se acercó al contrabandista?

—Pues puedes empezar a responder a las preguntas, porque si no el perrazo va a ser el menos de tus problemas—dijo apretando el puño e invocando ese aura del color del mar—. ¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí? ¿Cuántos sois ahí abajo? ¿Tenéis otra vía de escape? Y asegúrate de que me gusten las respuestas capullo.

El menudo halfling se acercó con su sable en la mano y con una pose peligrosa.

- Sí botarate, esta es mi amiga Fay y es muy peligrosa. Te sacará las tripas por el culo si no respondes a sus preguntas. Y luego empezaré yo, claro. Ves ese amigo tuyo, pues ha tenido suerte de que le dedicara poca atención, en cambio tú tienes toda la mía. -

Colibrí asumió una pose peligrosa, al estilo de los temibles piratas de las Nelanther, mientras daba la orden de vigilar a Compadre sobre los contrabandistas. Era otra afilada dentadura de la que estar pendiente.

Aranna agarró a Zanahoria del recio pellejo de la coronilla. El chucho gimió con languidez y se disolvió como mantequilla en agua caliente, hasta que su hocico quedó a la altura de las baldosas.

Pero no atiendas solo a las amenazas, dijo. No quiero que los brutos de mis amigos se dejen las ganas de gresca contigo y luego no les queden muchas más para tus compinches ahí abajo.

Sucede que somos gentes de ley, y a los que no matemos los llevaremos atados de pies y manos a rendir cuentas al Consejo. Y si tus compinches se escapan o nos fuerzan a matarlos a todos, muchas cuentas tendréis que rendir tú y tu amigo del chichón. La aventi paséo la yema del índice por su delicado cuello, de un extrmo a otro de la mandíbula. Pero si volvemos con una reata de prisioneros, tal vez guardemos para uno muy grato a nuestros corazones el último lugar de la fila, y puede que se nos queden sueltos los nudos, y que cuando salga corriendo por los marjales estemos demasiado ocupados dando palos a los demás para poner orden.

Aranna sonreía con cándida dulzura. ¡Claro que existía tal posibilidad! Pero nada más que eso era. A ella, uno más o uno menos, vivo o muerto, lo mismo le daba, y sospechaba que no iba a ser muy diferente para el Consejo. Pero Oona se iba a disgustar mucho si dejaban libre a uno de los supuestos esclavistas.

Oona permaneció a la espera mientras decidían y cambiaban de opinión en cuestión de segundos. Proponían bajar, luego no, luego interrogar a los matones... Ni siquiera sabían qué habían hecho aquellos hombres, podían ser simples contrabandistas o esclavistas, pero a juzgar por las pintas, no tenían muchas luces y seguramente, no sabrían absolutamente nada sobre esclavos y sí sobre pasar ron a escondidas.

Pero la genasí no intervino, ella no habría interrogado a ninguno, habría bajado directamente por la trampilla para atajar el problema de raíz. No era la mejor estrategía, pero prefería hacer eso a estar en la situación que estaban, perdiendo un poquito el tiempo. Apoyó la espalda en la pared y acomodó a Gary entre sus brazos, para darle una caricia en las alas y tranquilizarle.

El contrabandista no prestó demasiada atención al lenguaje barriobajero de Hellas o las posturitas de lobo de mar de Colibrí. A él le preocupaba el dichoso perro. Mientras ellos hablaban él echaba miradas preocupadas a Zanahoria. Tragó saliva cuando el inmenso can se relamió del morro la sangre. Su sangre y la de su compadre. Eso sí que era terrorífico. Tendría pesadillas con ese diabólico animal.

La dueña de aquella criatura salvaje y sanguinaria se acercó a él y lo redujo a poco menos que una alfombra tendida en el suelo. Le habló de matar o atrapar a sus compinches y de tratos con el Consejo. El contrabandista se quedó mirando a Aranna con un gesto de auténtica estupefacción.

Y después se echó a reír a carcajada batiente.

—Estás de coña, ¿no?

Debió ver en vuestros rostros que hablabais en serio porque borró la sonrisa del rostro y carraspeó.

—¿Quieres un trato? —ofreció el tipo—. No le digas a Sambalet que yo te he dicho nada cuando os dé una paliza, os ponga los grilletes y os arroje a la bodega para llevaros a Calimsham para venderos como esclavos como ese idiota que se coló ayer. En fin, hoy hay... ocho más abajo y Sambalet, que es quien dirige la operación. Pero somos más, no sé cuántos exactamente, la gente va y viene. Hacemos contrabando, como todo el mundo en este pueblo. Armas en su mayoría. Hay otro acceso abajo a través de la cocina, y una salida al mar a través de una caverna.

»Yo de vosotros me piraba —aconsejó—. Los de abajo saben pelear, y van a subir de un momento a otro.

Al ver que el contrabandista empezaba a cantar la Dragonatta, Hellas anuló su poder y en su lugar cogió una de las cachiporras de los malhechocres y empezó a menearle.

—Tranquilo, se lo contarás tu mismo a Sambalet—respondió para después mirar a sus compañeros—. ¿Alguien quiere preguntarle algo más o puedo atizarle ya?

El subidón de adrenalina le despertaba impulsos agresivos.

El matón confirmaba lo que Arana sospechaba. Tenían otra salida, una directa al mar, por donde les debía ser más fácil entrar y sacar las mercancías. Contrabandistas, decía el tipo, y a la aventi que unos emprendedores se ganasen la vida evitando las tasas no le parecía tan mal. Que parte de su contrabando fuesen personas, por otro lado, no era algo que pudiesen consentir.

Si tus amigos están tan confiados como tú, se van a llevar una sorpresa cuando les empiecen a llover los conjuros y... lo que sea que haces con eso. Miraba a Hellas, a las manos que sostenían la cachiporra, aunque era evidente que no era a eso a lo que se refería. La mujer hacía magia, pero no conjuros, algo de lo más extraño a juicio de Aranna.

Colibrí se colocó a la espalda del tipo mientras le ponía el sable en el hombro, con la parte cortante hacia el exterior, eso sí.

- A ver lumbreras, describe al idiota que se coló ayer. Y si sabes cómo se llama, pues mejor. Yo sé cómo se llama ese perro que se lame tu sangre de la boca y suele hacerme favores cuando se los pido. Imagina que le digo: "Zanahoria, cómele un pie a este tipo tan feo". Canta, pajarito.

Ah, y de paso dinos qué relación tenéis con ese trampero al que le gustan tanto las salchichas. -

Después de su respuesta, Colibrí se prepara para dejar al tipo inconsciente si fuera el caso. Prefiere dejarle con un dolor de cabeza a que Hellas lo aporree y le abra las heridas otra vez.

En opinión de Oona, estaban perdiendo el tiempo, ya tenían información y solo restaba entrar por la trampilla y matarlos a todos. O detenerlos. Por alguna razón, verlos detenidos no era suficiente para la genasí, porque con el tiempo volverían a salir, volverían a hacer lo mismo, y más gente sería esclavizada y sufriría. La vehemencia de su odio hacia este tipo de prácticas excedía lo que ella podía soportar y eso le causaba quemazón. Porque sí, ella había sido un juguete en manos de un esclavista, pero no había sufrido ningún tipo de maltrato ni humillación. No tenía sentido que sintiera semejante animadversión hacia esos delincuentes, pero el deseo de evitar que volviesen a repetir sus prácticas cortando el probelma de raíz era demasiado grande. Porque si lo dejaba vivo o lo llevaban a las autoridades, lo mismo daba. A ese tipo no le importaba la vida de nadie.

Se levantó. Gary se inquietó y se agarró al cuello de Oona para evitar que hiciese algo de lo que luego pudiera arrepentirse. Si ella hubiese trabajado sola, los habría pasado a cuchillo. Pero no lo estaba y posiblemente, no vieran con buenos ojos que se dedicase a degollar enemigos entregados. De modo que volvió a sentarse.

-Bajemos de una vez -gruñó.

—Vale, vale. Tranquilo ¿eh? Y dile a tu amiga que se tranquilice también, que ya estoy hablando. Se llama Eved, por lo que nos dijo —respondió el contrabandista—. Un tipo con barba y el pelo recogido en una coleta. Un hijo de puta escurridizo. Le tenemos atado en una de las habitaciones de arriba. Sambalet quiere llevárselo a El Fantasma del Mar la próxima vez que venga.

Frunció el ceño.

—No sé de qué trampero me hablas.

Escuchasteis el sonido de unos pasos apresurados provenientes de alguna parte de la casa. Muchos pasos.

—Oh, ahí vienen los refuerzos, gilipollas —dijo, y sonrió a Hellas de oreja a oreja antes de dirigirse a Aranna—. No sois los únicos con conjuros aquí, ¿sabes?

El tipo sonreía mucho. Aranna sonreía a su vez. Que se divirtiera a su costa mientras pudiese, que poco le quedaba. Si no lo remataba Oona, iba a terminar bailando mientras colgaba de una soga por el cuello. Así de perra era la vida.

Anda, pártele la crisma, que se nos acumula el trabajo, pidió a Hellas. ¿Has traído más grilletes?

Buena preguntas hubiesen sido: ¿por qué llevas grilletes? ¿no sales de casa sin ellos? Pero Aranna se respondía a sí misma: ¿por qué no? Ella agradecía poder viajar ligera, pero el resto del mundo ocupaba los bolsillos con cuerdas, varas de diez pies, palanquetas y variados accesorios de dudosa utilidad.

Si peleamos fuera, puedo hacer que la maleza se les enrede en las piernas y les haga tropezarse, propuso. Aunque no creo que lleguemos hasta la puerta sin pelear. No era la única opción. Podían enfrentarse a los refuerzos allí mismo, aprovechando su magia y la de Oona, y la artillería de Hellas, mientras los chuchos y Colibrí los retenían en la entrada.

—Aquí el único gilipollas eres tú—le respondió Hellas dándole con la cachiporra en la cabeza—. Imbécil.

Una vez inconsciente hizo ademán de darle otra vez pero se contuvo. Ahora tenían problemas más preocupantes, pues se oían muchos pasos. Habían perdido la superioridad numérica, pero si eran tan idiotas como los contrabandistas seguro que tenían una oportunidad.

Hellas sintió como su corazón empezaba a latir con fuerza. ¿Y si las cosas iban mal? ¿Y si acababan muertos? O peor, esclavizados.  Le había ido bien contra aquellos piratas, pero lo cierto era que nunca se había parado a pensar que las cosas pudieran ir mal.

Nerviosa, la novata aventurera cerró los puños y convocó sus arcanas energías. Si le pasaba algo pensaba cobrarlo bien caro.