Los chillidos y gritos tras la bola de fuego causaron más regocijo del que debería en la cara del elfo. Pero claro, les estaban intentando matar así que mejor ellos que él y sus compañeros.
Iba a seguir lanzando rayos nigrománticos cuando vio asomarse a un kobold y volver a meterse en sus barracones.

-Mierda. Éramos pocos...-

El guerrero y el golem parecían tenerlo todo controlado, y la chica causaba estragos contra los ogros. Así que Grend se dirigió a hacia donde los kobolds para tratar de meterles más miedo y que no saliesen.

Dalia se mantuvo entre las sombras, desde donde intentó acabar con el último ogro. Sus dos flechas impactaron, aunque ni demasiado bien, ni demasiado fuerte. De no ser por el Wyvern, seguiría en problemas.

Si todavía había alguna esperanza de salir vivos, pareció desvanecerse al tiempo que el castillo flotante de hielo recibía una bola de fuego, haciendo temblar todo el recinto.

Desde luego, Dalía prefería actuar en solitario por algo, era más fácil aparecer, disparar y desaparecer que montar el jaleo que estaban montando sus nuevos compañeros.

- Habrá que aceptar que es su forma de ser...

Por fin un segundo de respiro. Una pila de cadáveres se amontonaba en la puerta del barracón que ahora ardía, por suerte el fuego se quedaba en el interior incendiando los catres y las ropas de los cultistas, pero ya no quedaban más. Los ogros parecían suficientemente ocupados por los dos wyvern que, ayudados por las flechas de Dalia, estaban usandolos de alimento. 

Fue en ese momento, mientras Égida y Abdali acababan con los últimos guerreros Aladragón cuando Grend'Dail echó un vistazo en la caseta que quedaba a sus espaldas. Y lo que vió fue una escena de lo más pintoresca. Parecía ser una enorme cocina, llena de ollas, platos, comida colgada por el techo, llena de enormes piezas de carne de vaca, ovejas enteras, cofres llenos de pescado seco y vastas cantidades de beicon, cebolla, judías y demás y un olor que no era desagradable. Podría ser parecía a la cocina de cualquier taberna grande solo que mucho más desordenada. En ella parecían trabajar unos 20 kobolds, que ahora, asustados, miraban hacia la puerta algunos de ellos sosteniendo cuchillos o el cubierto de cocina más cercano. Pero cuando estos pararon al ver al elfo asomar la cabeza, se escuchó un fuerte graznido y enseguida se pusieron a seguir recogiendo y preparando las cosas de la cocina. Un grifo de plumaje blanco y gris se situaba sobre una repisa y parecía ser el encargado de hacer que los kobolds se comportaran. Debía de tener bastante autoridad si había conseguido que los kobolds no dejaran su puesto de trabajo para atacar por la espalda a los aventureros mientras luchaban con el culto.

-Tras abrir la puerta el elfo esperaba encontrarse un grupo de kobolds asustadizos a los que poder intimidar, pero desde luego no se esperaba ver a un grifo dentro.

-No tenemos tiempo para esto.-

Procurando no llamar mucho la atención volvió a cerrar y buscó algo con lo que poder trabar la puerta y que no saliese nada. O al menos que le costase mucho hacerlo.

-Creo que no quiero saber por qué tienen a ese bicho ahí dentro. Me conformaré con que no salga.-

El guerrero estaba recuperando el aliento. Los enemigos había dejado de salir de la habitación y olía a carne quemada. Seguro que ese fuego atraería a más muy pronto. Además no había que olvidar que Rezmir y ese extraño mago rojo andaban por ahí, y esa gente era muy peligrosa.

Por el rabillo del ojo vio como el elfo salía de la otra puerta y parecía buscar algo con qué atrancarla.

- ¿Estás bien? Me pareció ver asomar un kóbold de ahí, aunque seguro que habrá huido- Abdali no se había asomado al interior de ese edificio y no tenía ni idea de lo que había adentro-. Deberíamos buscar un lugar para escondernos antes de que vengan los refuerzos.- Propuso.

Mientras Grend buscaba algo para bloquear la puerta y se aseguraban de que estaban bien, que no había habido ningún herido se vieron sorprendidos por una fuerte voz que resonó en el patio...

-¡Sabía que esto era cosa vuestra!¡¿Como es posible que no esteis muertos?!-gritó con furia.

Los primeros rayos de sol empezaban a despuntar en el horizonte, haciendo que las sombras de la muralla y las torres se deformasen por el patio. Solo se escuchaba el crepitar de las llamas en el barracón de los cultistas.  El grupo se giró hacia la voz que había hablado. Del interior del castillo habían salido tres figuras que ahora avanzaban hacia ellos. No las conocían pero en seguida las reconocieron. 

Rezmir, la Susurradora de los dragones. Una dracónida de negras escamas encabezaba la marcha. Iba vestida con una armadura de placas de color púrpura y una máscara con forma de dragón también negro que emanaba un aura de oscuridad. Abdali y Égida la habían perseguido desde Nidoverde cuando atacaron el pueblo con aquel dragón azul y la habían perseguido por toda la costa de la espada hasta llegar a donde estaban. Dalia también la reconoció, fue ella una de las que la capturaron y, probablemente, la hubiera matado de no haber sido por Talis. El único que no la conocía, salvo por un breve vistazo en las cavernas bajo el castillo Naerytar en el pantano, era Grend'Dail y aun así estaba claro que eso no le salvaría la vida.

Pero no venía sola, dos magos rojos de Thay la escoltaban. Uno era el que habían visto escoltado pro el culto desde el Valle de la daga, aunque ahora vestía la túnica roja y mostraba abiertamente los tatuajes de su cuerpo. Al otro no le habían visto nunca. Era alto y delgado, tenía una mirada fría y llevaba un bastón bastante recargado. Se quedó un poco por detrás de los otros dos mientras avanzaban. 

-Habéis cometido el error de vuestras vidas-sisseó rezmir deteniéndose a medio camino de los aventureros. Apuntaba con un enorme y siniestro espadón negro en su dirección. Su voz sonaba llena de furia pero también de confianza-. No podeis detener la llegada de la Reina Dragón, ¡solo sois mosquitos y vais a ser aplastados!

En ese momento el mago rojo más cercano, al que habían seguido la pista pronunció unas palabras y su cuerpo pareció cubrirse con un brillo rojizo cuando convocó una armadura de mago.

- Serán un buen sacrificio-dijo con una sonrisa cruel.

Si tuviera pulmones Égida estaría resoplando por el esfuerzo, pero afortunadamente sobrevivieron gracias al cuello de botella que habían provocado en los barracones. Chocó el puño con Abdali y se preparó para hacer una incursión en la fortaleza, cuando Rezmir apareció. Por fin la tenían frente a frente, después de meses persiguiéndola y de haber perdido a tantos compañeros por el camino.

- Nos has ahorrado tener que entrar a buscarte - respondió, bravucón, aunque se sentía inquieto. Eran más, pero sus enemigos eran terriblemente poderosos. Apretó con fuerza el puño que sostenía el escudo y miró de reojo a Abdali - Puedo eliminar el hechizo protector del hechicero, si llegamos cuerpo a cuerpo, sería buena idea que los destrozases con tu espada antes de que fortalecieran a Rezmir o nos diezmaran con algún conjuro.

Y ahí estaban. Abdali se había temido ese momento y sintió que no estaba preparado para enfrentarse a semejante poder aunque, si había tenido las pelotas de enfrentarse a un dragón azul adulto, tampoco iba a amedrentarse ahora, pese a que sangraba por numerosas heridas y estuviera claro que no estaba en las mejor condiciones posibles tampoco. Aquello pintaba mal, pero no era ningún cobarde.

Alentado por las palabras del forjado, el calishita asintió, tomó aliento y con un grito de guerra se lanzó contra el mago más cercano.

Llegó con demasiado ímpetu y falló demasiados golpes como el patán que en realidad era. Probablemente ese sería su fin.

Dalia trató de aprovechar el descuido que Abdali había provocado en el mago al que había atacado. A toda la velocidad que pudo lanzó la primera flecha que impactó en el mago. La flecha sacó sangre, y la muchacha murmuró algo parecido a un conjuro para decirle a su arco, o a sus dedos, o a sabediosquien, que aquel mago era su objetivo.

La segunda flecha se clavó también, no así la tercera, que salió tan alta que se perdió en las nubes.

Abdali atacó al mago hiriendolo y, gracias a ello Dalia logró clavarle un par de flechas mortales al mago rojo que se desplomó como un fardo. Pero a la dracónida no pareció importarle.

-Hmpf, pensaba que los magos rojos erais más poderosos que eso-dijo entre dientes al mago rojo que quedaba en pie tras ella.

Bajo la máscara sus orificios nasales comenzaron a brillar con un tono verde pálido y entonces abrió la boca dejando salir una bocanada de aliento ácido en dirección de Abdali y Égida. El aliento ácido quemaba la armadura casi con igual facilidad que la piel, hasta la roca del suelo quedó marcada por el ácido de la dracónida. Pero antes de que pudieran reaccionar a aquello  una oscuridad pareció emerger de la lider del culto engulléndola a ella y haciendo que desapareciese de la vista. Era como si una niebla se hubiera levantado cubriendo unos 20 metros por delante de sus narices, solo que la niebla era completamente y no podían ver nada en su interior.

-¡No vivireis para ver el alzamiento de Tiamat!-se escuchó junto con la risa de Rezmir desde el interior de aquella oscuridad.

Grend asintió a las palabras de la dracónida, también él creía que los magos rojos eran más poderosos.

Se me ha caído un mito. Qué cosas.

Cuando la sierva de Tiamat lanzó su nube que ocultaba la visión sonrió, ya se esperaba que en algún momento u otro pasase algo parecido.

El elfo se concentró y con unos movimientos rápidos lanzó algo a la oscuridad, justo donde estaba el otro mago y Rezmir. Una explosión de luz se pudo ver por un momento.

El guerrero y el Clérigo podían notar se quemaban lentamente con el ácido de Rezmir. Entonces Grend iluminó mágicamente la oscuridad donde se encontraba la dracónida. La oscuridad se disolvió en volutas, como si la luz invocada por el elfo la deshiciese. Pero la líder del culto ya no estaba allí donde la había invocado. Ante la sorpresa de todos salió de la oscuridad un salto en el otro extremo, atacando con furia a Dalia.

-A ti te reconozco, debía haberte matado en su momento-dijo lanzando un tajo con su espadón hiriéndola-. Cuando acabe con vosotros iré a por la traidora de tu ama-susurró, siendo consciente de que si Dalia estaba con ellos era por que Talis la había traicionado. Justo lo que la cultista amiga de Endozal quería como venganza.

El mago rojo hizo una mueca de desagrado cuando Rezmir le echó en cara la muerte de Azbara Jos, pues no le había supuesto ninguna ventaja. Pero el otro mago rojo tampoco parecía dolido por la perdida de uno de los suyos.

-Azbara era débil, pero cuida tus palabras susurradora de dragones... te demostraré lo poderosos que somos en Thay-le respondió con una voz gélida.

Se deslumbró unos segundos por la luz invocada de Grend y miró a este con sus ojos fríos. Entonces sacó un pergamino de su cinturón y pronunció unas palabras inteligibles que hicieron que el pergamino comenzase a arder. Y esas mismas llamas salieron volando como una bola de fuego en dirección al elfo.