Partida Rol por web

Llegó hasta donde podía, que era el abrigo de la última casa de la avenida. Más allá, donde se perdió aquel hombre, una especie de fortificación. Había unos guardias en las almenas, aunque eran pocos, y dos en la entrada. Solo una puerta, bien vigilada, y una muralla con pocos puntos de apoyo para una escalada.

¿Había querido morder demasiado? Aguardó, sin embargo, en busca de una oportunidad para entrar, o un flanco débil. Debía tener los ojos bien abiertos. La oportunidad llegó en forma de un conducto en la pared, en el ala este de la fortaleza. Parecía un desagüe, o una cloaca. Pero era posible trepar hasta ella con un poco de destreza. Esa parte de la muralla no estaba muy vigilada.

Los guardias se quedaron un poco extrañados. ¿Se iban sin escoltar a sus oficiales? Sin embargo, eran extranjeros del otro lado del mundo, por lo que ya eran lo suficientemente extraños. Hacían cosas extrañas, hablaban un idioma extraño, se comportaban de un modo extraño. El capitán de la guardia consultó brevemente con un superior, y éste le informó de que debido a un acuerdo del que había sido recientemente informado, los extranjeros abandonarían la fortaleza antes del alba.

Como eso cuadraba más, nadie se opuso. Eso si, destinaron un piquete de guardia para vigilarles. Para ver que "efectivamente" cogían sus armas y se largaban. Dejaron a unos cuantos marineros como "escolta" de los que estaban en la cena y para "devolverles sus armas". Y como eso parecía lógico, se limitaron a abrirles las puertas a su paso y dejarles bajar la larga cuesta hacia la ciudad.

A esa hora de la noche, la ciudad celebraba por todo lo alto la captura de la pirata y la victoria de sus marinos. Una celebración en un tiempo en que éstas eran escasas era doblemente apreciada. Pudo ver representaciones de aquellos dragones barbados que serpenteaban, algunos de ellos muy conseguidos por tener hombres metidos dentro moviéndolos. ¿Sabrían que Daenerys tenía ahora tres dragones reales a menos de dos mil millas de allí? Seguramente no.

Algunos de los festejaban les reconocieron y quisieron acercarse para vitorearles, darles la mano o tratar de tocarles, fascinados por su aspecto. Aquello era peligroso. Les podían robar, o podían terminar detenidos por todos aquellos curiosos. ¡Había demasiada gente en Yi Ti! Sus ciudades eran excesivamente pobladas, o eso le parecía a Connor.

Buscó por la zona donde le estaba permitido hacerlo, pero no tuvo rastro del consejero. Preguntó a la traductora, y ésta a unos oficiales. Dijeron que el consejero se había retirado a redactar aquel documento, y que tuvieran paciencia. Había prometido tenerlo en el menor tiempo posiblemente.

Posiblemente estuviera en el sancta sanctorum de aquel lugar, o en el recinto amurallado cuyos guardias le impidieron el paso. Parecía una especie de ciudad dentro de otra ciudad. Pensó en saltar la tapia, sin saberlo, siguiendo los pasos de Ben. Sin embargo, él no era tan ágil.

Buscó una ruta alternativa, y sin querer se topó con otra sombra furtiva, que merodeaba por los alrededores de lo que parecía un edificio importante. Un almacén, o algo parecido. Creyó que era Ben, así que quiso darle un susto para reírse de él. Pero al acercarse vió un culo de mujer en unos pantalones, bien agachado tras unas matas, y se quedó petrificado. Sus facciones eran esbeltas y extrañas, con las orejas picudas. Parecía vigilar la entrada de aquel sitio, aunque no iba armada, ni él tampoco.

Hizo un ruido a propósito, y ella se dió la vuelta, como un gato al que pillan in fraganti al meter las zarpas en la alacena. Sin embargo, al ver sus facciones se relajó un tanto. Era una de las pocas mujeres de allí a las que, al parecer, no resultaba exótico.

-Eres uno de esos hombres de Poniente. ¿No es así? -le dijo en su propio idioma- De Braavos.

La sacerdotisa se cruzó de brazos.

-Quiere una alianza y que le garanticemos la seguridad de sus islas y claro su gente, le dije que tengo que comunicar eso al capitán que es quien decide.

Los ojos de Liv iban de la Mantícora a las espaldas del hombre, no estaba a gusto en aquel momento, ella fácilmente podría haber hecho eso sola.

Ben sabía que no podía ser de otra manera, esa abertura en la defensa es lo que estaaba buscando, él es capaz de colarse por ahí, no está demasiado alto. Así que cuenta con respiraciones el movimiento de los guaridas, cuando cree que tiene su oprtunidad se lanza en sigilo a la parte de la muralla, ahora si que está en un terreno peligroso, siente que si cruza esta línea ya no hay vuelta atrás, puede que no se pueda librar tan facilmente si lo pillan.

Salta y se agarra al borde del desague y se queda unos segundos allí, esperando que nadie lo haya visto...

Valença se quedó totalmente descolocado al pasar de querer sorprender a sorprendido. La situación era tanto o más eztrña que la propia mujer.

Eh... Sí. Sí. De Braavos. Valença, para servirla.

Joder... En el culo del mundo y no ya me encuentro a una mujer que habla ponienti, sino que encima sabe que soy de Braavos... Esto cada vez es más extraño.

Disculpe pero... ¿Y vos? Cómo...? De dónde...? Vuestro nombre es...?

No quería llamar la atención de los guardias, aunque ya se habrían percatado. La verdad es que no parecía que allí guardaran lo que ella buscaba. Así que le acompaño a un lugar unos pasos más allá, al abrigo de un edificio, y le miró con una media sonrisa a causa de sus más que comprensibles preguntas.

-Me llamo Helyx. Posiblemente os preguntéis por que hablo tan bien vuestra lengua, y eso es por que la aprendí al nacer. Mi padre, que me dió su apellido, era el famoso viajero Lomas Longstrider, que murió hace muchas décadas...

Parpadeó.

-Soy medio lengita. No se si sabéis que los lengitas viven el doble que una persona normal, excepto por enfermedad, o accidente. Aunque os parezca joven, tengo casi cincuenta años.

Sonrió, haciendo un gesto gracioso.

-¿No me conservo nada mal, verdad? -negó- Bueno. No estaba invitada a vuestra fiesta, por aquí no soy más que una mercenaria al servicio del consejero. Alguien indigno de compartir mesa con emisarios de Braavos, según he escuchado. Un lugar que no he visitado, pero del que mi padre me habló cuando era pequeña.

Hizo un gesto con la mano y el rostro, como si le diera vueltas a la cabeza.

-Imagino que ya sabéis por que hablan todos ponenti por aquí. Ha sido una de mis... atribuciones en palacio. Enseñar el idioma. Al parecer, los augures ya vaticinaron que unos hombres del oeste llegarán en ésta década. Luego de eso las típicas historias de muerte y destrucción, claro. El gran enemigo que se alza, etc. Imagino que se refieren al rey amarillo. Y el corazón de Hyrkoon que debe proteger a los nuevos adalides de la luz. Todo muy místico, ya sabéis. A los augures les encanta el rollo místico.

Parecía una chica algo malhablada, espontánea. Aunque estaba intentando hablar con cierto refinamiento. La combinación era graciosa.

-Sin embargo os puedo decir que el corazón de Hyrkoon existe. No se si es una joya, o lo que es realmente. Pero se que tiene un gran poder y que está en éste custodiado en éste palacio. Y la verdad es que tras haber conocido más de lo que quisiera a las víboras que gobiernan por éstos lares, no estoy tan convencida de que sean los paladines de nada, más que de su propia ambición. ¿No os parece, señor Valença?

Trepar por el desagüe, llegar a la almena. Un guardia pasó por allí, y él debió esperar para remontar el último tramo. Una vez arriba, se deslizó siempre agachado para que su cuerpo no asomara por los merlones. Pasó por detrás de otro guardia con tanto sigilo que no sintió ni una leve brisa. Luego, se asomó por una ventana y entró a una habitación por ella, descartando la puerta que estaba cerrada con llave.

Aquel sitio tenía una decoración magnífica. Todo lo que había allí, desde la porcelana a los libros, parecía cosas muy caras y exclusivas. Fisgoneó un poco, y luego escuchó un ruido. Un ruido de pisadas. La silueta del consejero se definió en una de las puertas, distraído. Maldita sea, tendría que esconderse bien. No cabía huida posible.

Durante toda la intervención de la muchacha Valença se mantuvo mudo, intentando asimilar todo lo que decía. Longstrider, lengita... El corazón de Hyrkoon... Iba amontando las preguntas a medida que hablaba, hasta que llegó a su conclusión sobre la codicia. ¿Qué le parecía?

Supongo que por mucho que tengan los ojos rasgados y sean tan enanos, se mueven por las mismas cosas que el resto de hombres... Os he de confesar que me habéis dejado sin palabras, señora. Lengitas... ¿De verdad existe eso de una gente que vive el doble? Si es cierto que tenéis cincuenta años, os aseguro que jamás en la vida he visto a mujer de vuestra edad con un culo tan prieto.

Le guiña un ojo con picardía, y sigue hablando, sin darle tiempo a réplica.

Pero no es de vuestras sublimes posaderas de lo que quisiera hablar... Al parecer nuestros caminos corren paralelos, y nos podemos ayudar mutuamente. Si... Si podéis ayudarme a conseguir esa joya (en la mente de Valença ya era una enorme joya roja pulsante como un corazón, algo que podía tener el valor de un reino) seguro que os puedo sacar de esta corte de intrigantes y podréis visitar Braavos y lo que se os antoje. Creo que el maestre estará encantado de oír vuestras historias. Es un imbécil pero tiene mucho poder en nuestra expedición...

Da un largo vistazo apreciativo a la amazona y lo que ve le gusta.

Por vuestro porte, parece que podéis valeros por vos misma, y que sois mujer de recursos. En marcha. No será eternamente de noche y de aquí a unas horas deberíamos estar de vuelta con los mios y la joya. 

Todo aquello de la joya, la profecía y todo lo demás daba un giro imprevisto a la situación. Con aquello podían hacer mucho más que ser las marionetas de unos u otros... Esto se podía usar para algo mucho más ambicioso. Y la mujer le gustaba. Le recordaba a él en muchos aspectos. Una mujer fuera de lugar en busca de un sitio donde asentarse. 

Ojalá las circunstancias fueran otras... Perra vida.

Rió de buena gana por su comentario zalamero. Había conocido a muchos hombres en sus viajes, y la mayoría siquiera tenían tanta gracia a la hora de hacer ese tipo de comentarios. Sin embargo, le miró un momento, considerando que debía ser uno de aquellos "guerreros" que según las historias había vencido a la Mantícora. Ella era una cabrona escurridiza, y se habían enfrentado en no menos de tres ocasiones. Siempre conseguía escapar o salirse con la suya.

-Me parece un buen trato. Yin es bonito, pero cansa. Especialmente si no te dejan salir de éste palacio. Nunca rechazo una oferta para ver mundo, y siempre quise conocer el lugar de donde mi padre procedía.

Señaló con el mentón el muro que separaba la ciudadela principal de aquella otra zona más privada y vigilada. Donde él hacía poco que había estado husmeando.

-Creo que el tesoro del consejero está por allí, y sus aposentos. Apuesto a que tiene bien vigilado el corazón de Hyrkoon. Veamos que tal se os da el sigilo.

Se acercó a la muralla y trepó por ella como un gato. Era admirable ver como lo hacía, parecía sencillo. Además, así pudo seguir admirando las mentadas posaderas. Una vez arriba, le miró con un gesto de desafío, algo burlón.

Esto ya le gustaba más. Ben se frotó las manos mientras su mirada recorría la habitación, su experto ojo veía calidad y cosas exóticas. Empezó a moverse con suavidad por la sala deleitándose en su hallazgo, cuando escucha unas pisadas, justo en las puerta estaba la figura del consejero.

Maldita sea.

Mirando para todos lados buscó un lugar donde esconderse, tenía que tener cuidado, la porcelana bien puesta, incluso con meticulosidad, y con casi todos los sitios lleno de artículos delicados, eran como alarmas si movía alguno de sitio o rompía algo. No podía hacer ningún movimiento en falso.

Se escondió dentro de un taburete. Los yitianos usaban una especie de taburetes de porcelana con tapa, dentro de los cuales podías guardar cosas. Pero aquel estaba vacío. Tuvo que contorsionarse para encajar y hacer malabares para cerrar la tapa, pero lo consiguió. Ya estaba fundido con el entorno, así que cuando el consejero llegó a la sala no sospechó nada.

Lo escuchó dar pasos por la habitación. Luego se sentó un rato donde él estaba. Maldita sea... no podía ni respirar fuerte. Los minutos pasaron largos, y él temió morir a causa de la falta de aire. Pero finalmente se levantó y fue a una pared. Él se asomó con curiosidad, y vió como accionaba un mecanismo oculto. Una sala secreta llena de tesoros al otro lado, aquello le excitó más que una mujer de pechos generosos.

Aguardó, con una rendija de la tapa abierta para ver y que entrara aire. Finalmente, el consejero salió de la sala con unos pergaminos y cerró la puerta secreta, abandonando el lugar con aire distraído. No se quedó tranquilo hasta que escuchó sus pisadas bajar las escaleras en dirección a la salida del lugar.

Se desencajó poco a poco del sitio y se quedó un rato tirado en el suelo debido al dolor articular. Finalmente, envuelto en un gran silencio e inquieto por estar donde estaba, se incorporó y miró a aquella entrada secreta. No le costó averiguar como abrirla, por que conocía el procedimiento de primera mano.

Accedió a aquel paraíso para ladrones, que no era muy grande pero si estaba lleno de cosas. A la izquierda, unos estantes con viejos libros, mapas y pergaminos. Hojeó con curiosidad y vió mapas de Poniente, muy buenos, pero también de tierras que estaban más allá del Mar de Jade. Ulthos era muy grande, casi un continente, y Essos tenía todavía más tierras al este. Aquellos mapas serían valiosos para la expedición. En el centro de la estancia había diversas joyas muy bonitas, de oro, plata, jade y otras piedras preciosas muy raras, dispuestas en una cajonera de nácar. Delante de ella, un podio de mármol donde a media altura había una caja de madera con un corazón labrado, cerrada con llave. Parecía la pieza más valiosa del lugar, aunque a él le atraían más los cajones llenos de lingotes de plata que había en la pared derecha de la estancia. Muchos tesoros y pocas manos para llevárselos. La plata pesaba mucho, y si no conseguía una buena talega o alguna maleta de buena piel, iba a hacer mucho ruido y corría el peligro de romper la bolsa donde lo llevara.

Casi de casualidad encontró dentro de los cajones del oro un doble fondo, secreto, con una llave. Una llave que encajaba en la caja de madera. La curiosidad le pudo, pensando que quizá pudiera usar la caja para meter lingotes de plata o las joyas. La abrió, y de dentro salió cierto hedor humano. Se asomó y vió un corazón con sus arterias cortadas, sin embargo de aspecto muy fresco. ¡El corazón palpitaba! Lo hacía regularmente, como si su dueño todavía estuviera vivo. Era un misterio fascinante, aunque él no sabía muy bien que significado tenía todo aquello.

Sin embargo, no había que ser muy listo para saber que aquel era el premio gordo de la colección de tesoros. Lo más valioso de la estancia.

Connor esperó paciente a que se preparan sus hombres y que los oficiales yitianos corroboraran que estaba todo correcto. Una vez estuvo todo listo, y armados nuevamente, el ponienti se sintió más seguro. Aun seguían en aquella inmensa ciudad, llena de soldados y extraños por todos lados, pero al menos, con su espada y arco, se sentía más protegido y capaz de hacer pagar cara su muerte.

Al salir a la ciudad, la gente, el bullicio y la festividad en sí, por un momento le resultaron chocantes al Guardia de la Noche. Tenían que pasar por allí, sin demora ya... ¿quién sabía cuándo sería el momento de actuar? ¿Y si no estaban en sus puestos? Les podía costar la vida a todos...

-¡Cierren filas muchachos, y avancen!- dijo marcialmente poniéndose a la cabeza buscando los claros de gente para avanzar más rápido.

Tanta cantidad de hombres, mujeres y niños queriendo saludarlos, robarles y vaya a saber cuántas cosas más, hacían que el caminar fuera estresante. Todos estaban con una mano en las armas y la otra apartando a las personas que se les cruzaban. No lo querían hacer violentamente, pero sí con decisión y en silencio, ya que sus palabras de nada servían en aquella lejana tierra.

Una vez llegaran a la puerta que debían mantener abierta, Connor observaría la situación. Tenía varias ideas, pero primero tenía que confirmar la ubicación de los demás. Tal vez dejaría algunos de un lado y todos los demás del otro, para distraerlos al mismo tiempo, pero eso sólo podría hacerlo viendo la puerta y sus guardias.

Al ver que la mujer le ríe la gracia se permite una sonrisa cómplice, y se muestra satisfecho cuando ella acepta el trato.

No es que sea un buen trato, pero tampoco puede ofrecer más. Al comentar que la joya está en las estancias del consejero muestra dudas por un instante pero tan rápido como llega se va.

Además, ese mamón intrigante nos ha metido en todo este follón y ha pedido exactamente que robáramos algo valioso. Y eso haremos. Me va a gustar verle la cara al maestre cuando nos vea con la joya... Seguro que con eso se quita el palo del culo por un momento. Mucho mejor esto que ir a conseguirle uno de esos palos de fuego... Aunque como arma sería interesante, pero muy ruidosa... Quizás como distracc...

Y es entonces cuando sus divagaciones se detienen al escuchar el desafío de la joven. Suelta un resoplido, como si se indignara al poner en entredicho sus talentos, y con movimientos ágiles pero firmes supera el impedimento del muro, siguiendo de cerca a la mujer.

Menuda mujer... Se mueve bien. Me pregunto si ese Longstrider era algo más que un mercader aventurero... Seguro que el maestre sabe recitarme su vida como un loro... Como un loro... Mírala. Es más exótica que un papagayo de las Islas del Verano...

Va pensando, mientras sigue la esbelta figura de Helyx.

Ben pensaba que el corazón se le iba a salir por la boca. Se había sentado justo encima de él y los segundos se hicieron minutos. Finalmente las articulaciones sonaron cuando salió de su escondite. Sonriendo y muy satisfecho de si mismo estaba delante de ese corazón palpitante. La intriga le estaba comiendo, era mucho más de lo que había esperado, por este corazón puede que los mataran a todos sin pensarlos. Es el tipo de emoción de buscaba Ben. Salir debería ser más facil que entrar.

Se metió varios pergaminos, que parecían mapas, entre sus ropas y hechó un último vistazo al montón de joyas y piedras preciosas. Había una fina línea entre un allanador con clase y alguien que se llenaría los bolsillos e incluso se tragaría gemas para lucrarse. Además al fin y al cabo eran aliados.

Con sólo el pequeño cofre entre las manos, abandona la pequeña cámara, contento y henchido de orgullo, tiene ahora la mitad del camino por recorrer.

Caminar, más bien gatear en algunos tramos, o deslizarse con sumo silencio por aquel sitio vigilado y peligroso. Eso es lo que hicieron Helyx y Valença mientras ganaban, metro a metro, la cercanía con la fortaleza al final de la avenida, ocultándose tras las paredes de los edificos que se iban topando, los árboles del jardín, las grandes estatuas de piedra...

Era como una aventura. El corazón salía desbocado cuando uno hacía esas cosas. Lo prohibido... ¿No es fascinante? Sin embargo, para alguien como Ben, lo prohibido era la sal de la vida. Sin ella, estabas muerto por dentro.

El destino quiso que se toparan al doblar una esquina. El joven Lucking hizo amago de esconderse, pero al girar la cabeza reconoció a una de las dos figuras: era Valença. ¿Casualidad? El destino no creía en ellas. El ladronzuelo venía con su botín, el más voluminoso era una caja de madera. Valença iba acompañado por una mujer de extrañas orejas picudas, pero que iba desarmado, como él.

¿Pero qué mierda...?

A fin de cuentas eso demostraba que el polizón era más pillo de lo que parecía. Su vista se había posado en la extraña cerradura del cofre y se dio cuenta que el zagal se le había adelantado. Saluda a Ben con la mano. Le da un codazo a su compañera, como para llamar su atención sobre la cerradura, en busca de una confirmación de si es lo parece ser.

Una vez que tiene la respuesta muda de ella toca salir muy rápido de allí. No esperaba, por eso, un cofre. Si no tienen la llave puede ser dos cosas, o bien la tiene el consejero o bien es imposible de abrir.

En cualquier caso, no es buena idea estarse en un pasillo con el tesoro, así que hace gesto a Ben para que les siga. Han de ir a reunirse con los demás cuanto antes.

Al joven casi se le sale el corazón por la boca. Y después lanza un sonoro suspiro de alivio, era el loco de valenca. cuando sus ojos se posaron en su cofre, instintivamente tiró de las manos hacia detrás como para esconderlo, pero era consciente de su tamaño así que, orgulloso, compuso una enorme sonrisa a la pareja.

Un momento ¿quien era esa chica? levantó las cejas sorprendido, pero antes de poder hacer una pregunta, me indican que nos quitemos del camino, tras comprobar que por donde indica es seguro, va con ellos por ese camino. Tiene muchas preguntas en la cabeza, pero su amigo de viaje no tiene ni idea de lo que he conseguido. Se va a caer de culo.

Coge una sabana o un manta que esté de camino al barco y cubre la caja, ya que en su emoción, no se había dado cuenta que sus intrincados dibujos llaman mucho la atención.

No podían hablar allí, por que no estaban en un lugar seguro. Se habían colado, pero estaban cerca de la muralla. Así que le acompañaron hacia allí. No sabían si para ayudarle a saltar al otro lado, pero si que para meterse en un recodo donde los sonidos apenas se propagaban. Un sitio tranquilo para hablar.

No había que ser muy lista para saber que los hombres de occidente habían venido todos juntos. Pero aquellos dos se conocían bien, o eso pudo entrever por la manera en la que se trataban en silencio. El muchacho parecía ágil, pero ella no le quitaba ojo a la caja. Tenía toda la pinta de ser...

-¿Eso es... el corazón de Hyrkoon?