Partida Rol por web

- ¡Socorro, socorro! ¡El alguacil, la guardia, un apuesto príncipe, alguien! ¡Solo soy una dama en apuros que corre de las zarpas de esos depravados que han intentado propasarse conmigo! ¡El del gorro y el que huele a perro mojado! ¡Socorro, ayuden a una dama indefensa! - Gritaba Fedora, o más bien Xandra, que era la que ocupaba la psique de la norteña, por obra y gracia de los manoseos del resto.

El gnomo apareció correteando por la puerta de la torre del vigía con cara de pocos amigos.

- Se acabó la sorpresa. ¿y ahora qué?- PReguntó inquisidor a sus compañeros, la mitad besando el suelo.- Creo que lo mejor será que vaya a buscar a esa. Por muy tonta que sea, necesitamos su fuerza.

-Ve a por esa zorra y haz que cierre la boca de una puta vez -dijo Romesku al tiempo que se incorporaba-. Y tú -apuntando con un dedo a Heian-, ¿de qué vas? Estamos aquí para destruir este pueblo y matar a todos sus habitantes, no para andar sobando tetas y menos si van a tener por resultado eso. Creo que hasta sería mejor separarnos e ir cada por su lado intentando la mayor destrucción posible.

Se oía el griterío del pueblo, las voces de la gente recién despertada por la bulla montada por aquella retrasada de tetas hipersensibles. Realmente, aquel grupo de gente cuyos cuerpos habían poseído parecían una caricatura, los protagonistas de aquellos teatrillos que una vez al año visitaban su villa y con cuyas desventuras reían hasta llorar. Ahora, Romesku también sentía ganas de llorar pero no era porque algo le divirtiera.

El odem de Heian se levantó del suelo molesto por haber estropeado los ropajes del cuerpo que poseía. Se sacudió la arena mientras escuchaba los gritos que daba la tetona. No entendía a qué venía tanta histeria cuando había sido ella la primera en tocarler. A las mujeres no había quien las entendiese y aún menos a los odem que poseían cuerpos de locas.

Después lanzó una mirada de muy pocos amigos al odem de Genann no entendía a qué venía ese comentario y tampoco de qué servía en ese momento. Ignorando su comentario se dirigió hacia el virago, será mejor que nos ocupemos de soltar las amarras del barco y empezar por ahí, yo paso de seguirla y que crean que de verdad me importa. Además, ya habrá tiempo de destruir la ciudad más adelante, ahora lo importante es impedir que huyan.

Si que hay prisa, si, ¿o crees que vamos a poder controlar estos cuerpo de forma indefinida? Dejémonos de tonterías y vamos a matar a cuantos Valettenses podamos. Es a ellos a los que les quiero sacarles las tripas y no a los extranjeros que viajan en el barco. Esos me importan un pepino.

Haced lo que queráis, que yo voy a cumplir mi venganza mientras pueda. Empezó a caminar hacia las mesas del pueblo en las que había visto a gente medio dormitando la borrachera de la fiesta de la noche anterior. Quizás pudiera matar a tres o cuatro antes de que la cosieran a balazos. Daba igual, pues, al fin y al cabo ya estaba muerta. Tan solo lamentaba no haberlos cogido por sorpresa; dado que así habría matado a unos cuantos mas antes de caer.

A la vista de que el grupo tenía menos cohesión y sentido común que un puñado de arena, Romesku siguió los pasos del odem que poseía a Corvino, lo cual no quería decir que lo siguiera en su marcha. Avanzó desde su posición en dirección a la Virago, buscando entre los restos de la fiesta alguna antorcha que pudiera servirle a sus fines, que no eran sino el arrojar dicha antorcha al barco, incendiarlo y desviar la atención de la cada vez más despierta población hacia el barco. Con algo de suerte, tratarían de apagar el fuego y en aquella confusión, actuar dando rienda suelta a su sed de venganza.

¡BOOOOM!

El trabucazo desde la ventana resonó con poca efectividad, llenando el aire de pólvora y despertando a más y más lugareños. Seis campesinos, armados con hoces y horcas, salieron al paso de Corvino.

Aprovechando la distracción de Alganica, algunos odem dieron un rodeo por la linea de la orilla en dirección al Virago. Llegaron hasta el balandro sin que nadie les prestase atención, Genann con intención de plantarle fuego y Heian que pretendía solo alejarlo dejándolo a merced de las corrientes.

Desde el muelle, el druida y el sobón tenían visión de la situación en la que estaba Fedora: un soldado con armadura de placas, escudo de acero y espada bastarda salió de una de las casas y se arrimó instintivamente a Fedora.

Bella damisela, deje que yo la proteja...

El caballero le besó gentilmente la mano, haciendo que la personalidad del odem volviese a tener el control. Sapo, en la retaguardia de Corvino, tenía un ojo puesto en la pareja, y los gnomos ven bastante bien a la luz de las estrellas. El pequeño mago comprendió que ya no era necesaria la invisibilidad cuando la "doncella" llevó la mano a su espada...

¡Proteged el polvorín!

Dalabrac, por su parte, notó que el tiempo transcurrido desde que Fedora gritó hasta que apareció el capitán era insuficiente para que alguien se pusiese una armadura tan aparatosa: el muy incompetente estaría durmiendo la mona con la armadura puesta.

Ya no había sigilo que sirviera. Habían metido la pata bien hasta el fondo. Lo que tocaba ahora, como bien decía Corvino, era hacer el mayor daño posible. El gnomo se mantuvo tras el viejo, incluso retrocedió un poco más mientras sacaba una pequeña ballesta, y apuntó a uno de los patéticos campesinos.

-¡Moriiiiid!

Seis contra uno. El Odem que controlaba a Corvino no temía por la vida del cuerpo que controlaba; pero prefería llevarse por delante todos los campesinos de la aldea que pudiera antes de caer.

Procuró ponerse de espaldas a una pared o contra una de las mesas al aire libre de la plaza con la intención de que no les rodearan y enfrentarse así al menor número de ellos posible. Preparó su hacha y su escudo. En cuanto el mas osado de los campesinos se aproximó con la intención de atacarle, descargó sobre el un hachazo. Este se movió a un lado procurando evitar el filo, pero fue alcanzado casi de refilon en el último momento.

Tras sentir los cálidos labios del tipo en armadura en su mano, la personalidad de Fedora volvió a intercambiarse por el Odem que la poseía.

- ¿Así que te gustan las gentiles damas? ¡Quiero que veas lo gentil que soy! ¡Toma esto besucón! - Gritó mientras sacaba su espada bastarda en busca de golpear a quien la había protegido en un primer momento.

Todo el mundo parecía ocupado en pegarse y la distracción les venía de perlas. O le venía a él. Así que tomando al vuelo una antorcha, avanzó veloz hacia la Virago, fijándose en si había otras naves. Quizá pudiera quemar más de una nave en el proceso si el viento era favorable a las llamas.

Cuando alcanzó el barco que los había llevado hasta aquellas tierras, comprobó si se veía movimiento en su interior. De no haberlo tiraría la antorcha al interior del mismo. Y de haberlo... ¡También!

Al sur, en el muelle, el Virago empezó a arder...

Mientras tanto, el Odem que poseía a Fedora se dedicaba a provocar a un soldado borracho.

¡Agh! ¡Maldita zorra! ¡Me las vas a pagar con sangre!

El gundarakí desenvainó su espada bastarda y la hundió en el cuerpo de Fedora quitándole media vida.

En la retaguardia, el virote mal colocado por Sapo saltó del riel de la ballesta al apretar el gatillo, con tan mala suerte que lastimó la frente del gnomo lacerándole la piel. De ahí, el inanimado asaltante rebotó hasta hacer un chof en el agua del río, y se lo llevó la corriente.

Eso dejó a Corvino vendido. Era un cuerpo demasiado viejo como para tener fuerza para partir en dos a sus enemigos. El campesino al que clavó el hacha respondió con su hoz, y se le unieron otros dos camaradas más. Corvino cayó al suelo, con cortes sangrantes, y los seis campesinos consiguieron vía libre para atacar a Sapo y a Dalabrac. Avanzaron hasta pisar la arena de la playa.

Por último, dos soldados salieron a todo correr, con la armadura a medio colocar. Siguiendo las órdenes del capitán, en lugar de acudir al combate se posicionando flanqueando la puerta de un gran edificio de piedra sin ventanas, que a buen seguro sería el polvorín.

El hombre empezó a desangrarse a causa de las heridas y se desplomó, inerte. No había mucho mas que se pudiera hacer por Corvino. Pronto estaría muerto.

El Odem se maldijo para sus adentros. Aquél cuerpo le era ya inútil. Decidió que lo abandonaría a la menor oportunidad. Tal vez tuviese ocasión de poseer a uno de esos campesinos. 

No. Pensó. Mejor uno de esos soldados gundakaritas. Eso si lograba localizarlos más allá de su limitada visión de dos pasos, claro.

¡Qué disyuntiva! Luchar como si no hubiera mañana, desperdiciando el cuerpo de aquel gnomo inútil para el cuerpo a cuerpo, o tratar de aguantar un poco más. Había probado suficientemente su valía, gracias a la magia que conseguía manipular, aunque ya no le quedaría mucho más jugo que extraer. Ver cómo los soldados protegían el polvorín fue la puntilla que le sirvió para decidirse.

- Muahahahaha.- Rió como un desquiciado mientras reculaba hacia atrás y amasaba el éter con sus pequeñas manos para cubrirse de un manto de invisibilidad.

Romesku observó con placer cómo la Virago empezaba a arder. Con algo de suerte, el fuego de la nave se extendería hacia otros barcos o algún edificio del muelle. Se volvió discretamente y se refugió en las sombras, observando desde su posición lo que sería más ventajoso para él y su precario cuerpo de druida.

Enzarzarse en una pelea con las escasas habilidades guerreras de su carcasa era asegurarse la muerte y aunque no tenía especial apego a aquel estúpido trozo de carne, sí era cierto que tenía unos agudos sentidos a los que podía sacar provecho, así como ciertas dotes sanadoras que podrían ser útiles.

Lo importante, era saber moverse y desenvolverse en el actual estatus de cosas y para eso, lo mejor que podía hacer era tomar decisiones en base a lo que viera y escuchara.

Heian no tenía ninguna preocupación en ayudar a sus supuestos compañeros. El cuerpo en el que se encontraba no parecía muy deseoso de combates y al mirar las manos del contenido se dio cuenta de que parecían frágiles y bien cuidadas, eso le indicaba que a pesar de las ropas de artesano que llevaba no parecía que le gustase ensuciarse ni tampoco fatigarse en exceso.

Cuando vio arder el Virago sonrió por el trabajo de Romesku, así que tomó la decisión de soltarlo del muelle para que así se lo llevase la corriente. De esta forma nadie podría apagar el fuego provocado en el barco. Luego se dio una vuelta por el resto del muelle soltando todas las amarras de todos aquellos navíos que se encontrasen allí.

El Odem de Corvino abandonó el cuerpo. Desde el plano etéreo pudo ver el cuerpo del anciano que había robado, las pisadas en la arena de los campesinos que avanzaron hacia la playa... y a ella. Estaba de pie, mirándole fijamente.

Me lo prometiste-protestó.

El fantasma de la hija de Corvino corrió en dirección a la playa, hasta alejarse más de lo que la vista del ex-Corvino le permitía ver. Ex-Corvino tomó el camino contrario, vagabundeando con la esperanza de encontrar un soldado.

En la playa, tres de los campesinos se dirigieron a Dalabrac. Uno de ellos logró rasgarle la mejilla. Los otros tres campesinos se dirigieron hacia Sapo, que se desvaneció ante sus ojos, dejándoles confusos y sin saber reaccionar a lo que acababa de ocurrir. El Sapo invisible llegó hasta Corvino. En la mochila no había ninguna antorcha, pero sí un pedernal, una linterna y tres frascos de aceite.

Fedora derrotó al capitán con un segundo espadazo. Heian se dió cuenta de que podía ir más rápido cortando las amarras con la espada corta en lugar de desatarlas. Aún así tardaría un rato en terminar con todo ese trabajo. Pero según Heian caminaba en dirección al este, vió el edificio del astillero al fondo.

En cuanto a Genann, detectó una sombra moviéndose por los callejones. Por la dirección que tomaba, juraría que el gundarakí se dirigía a la iglesia. No le sería difícil interceptarla, bastaba con que no se detuviese en cada rincón para tratar de pasar desapercibido, como estaba haciendo el desconocido.

La Odem dedicó una última mirada a la chica que se alejaba. Casi le daba lástima la pobre.... Casi

Se sentía increíblemente furiosa consigo misma. Apenas había realizado un rasguño a uno de los campesinos. Ni siquiera había logrado matar a uno de esos gundakaritas. Ojala pudiera culpar a la torpeza del anciano cuyo cuerpo había poseído, pero en realidad el viejo estaba en mejor forma de lo que ella creyera.

Y ahora estaba otra vez en ese maldito plano de existencia en el que no se veía un pimiento. Era como si una densa niebla lo cubriera todo y no pudiera ver a mas de dos palmos. Apenas atisbaba los destellos aúreos rojizos de los seres vivos, como latidos rojizos que aparecían y desaparecían en la profundidad de las brumas. Corrió tras lo que creía ser uno de esos latidos, y se arrojó frenética intentando poseerlo, pero en vez de eso las brumas se rieron de ella y sólo abrazó volutas de niebla. 

Ante su fracaso, sintió un escalofrío. Había cosas terribles en aquellas brumas. Cosas que devoraban almas.

Corvino se desangraba profusamente. Las manos de Sapo se mancharon de sangre aún caliente al recoger el preciado e inflamable recurso del moribundo anciano, aceite de linterna. No tuvo que preocuparse mucho de las manchas de sangre en sus manos, pues dejó de verla enseguida en cuanto esta se hizo invisible al contacto con el gnomo.

El bueno de Sapo jamás hubiera dejado morir a Corvino así. Sin embargo no era la mente del buen gnomo quien gobernaba en ese momento el deforme cuerpecillo. Con frialdad extrema el odem arrebató los objetos del cuerpo caído del viejo, como un verdugo sin escrúpulos que arrancara las piezas dentales de oro de la boca de una cabeza recién cercenada por su hacha.

Esto para mí.- La idea de hacer volar el polvorín excitaba al malvado ente intangible.

Romesku vio al gundarakí ir hacia la iglesia, escondiéndose como un zorro en todas la esquinas, como si estuviera rastreando el olor de una apetitosa gallina. Entre batirse con aquellos desgraciados y correr el riesgo de que lo partieran por la mitad o seguir a aquella sombra, lo tenía claro.

Así que de la forma más cauta, siguió a aquella sombra, tratando de averiguar sus intenciones y evitando las zonas de conflicto. Además, la iglesia podría ser un nuevo foco de destrucción. Todas ellas tenían velas y palmatorias y si su estructura era de madera, el asunto estaba solucionado. Ojalá en su interior hubiera refugiada gente a la que dejar encerrada mientras ardía aquel templo por los cuatro costados. Aquello daría por satisfecho parte de su deseo de venganza. Y un pensamiento incosnciente lo sorprendió. Si en su interior hubiera algún perro, mejor que mejor.