Partida Rol por web

Algunas regiones están benditas gracias a los seres que las habitaron, como ocurre con las tierras de los elfos, mientras que en otras es posible encontrar maravillas levantadas gracias a un enorme trabajo, como las ciudades de los enanos. Sin embargo hay regiones que han sido agraciadas de forma natural con un clima benévolo, abundancia y belleza. Uno de esos lugares es la Comarca de los hobbits, pero también lo son los valles Inferiores Orientales: de todas las tierras por las que discurre el Anduin al norte del Rauros, esta región es posiblemente la más maravillosa y fértil.

Estas tierras también han visto muchas guerras para poder conquistarlas. Los valles formaban parte del reino de Rhovanion hasta que fueron conquistados por los aurigas del este. Más tarde, los implacables ataques de los balchoth dejaron los valles inferiores despoblados y abandonados, aunque tras la victoria de los campos del Celebrant volvieron a ser colonizados. Por desgracia, no pasó mucho tiempo antes de que los colonos cayeran bajo la sombra de Dol Guldur, pues la temida fortaleza del Nigromante está tan solo a unos kilómetros bosque adentro, y su oscuridad se extendía por las regiones limítrofes, de manera que todo aquel que quería asentarse en los valles Inferiores Orientales debía escoger entre jurar fidelidad a Dol Guldur o marcharse.

En la actualidad los Valles Inferiores Orientales siguen estando habitados; de hecho puede que sea la región con mayor densidad de población de todos los Valles del Anduin, aunque en los tiempos que corren eso sigue sin ser mucho. Sin embargo, todos los que viven en la región eligieron en su momento arrodillarse ante el Nigromante, de tal forma que, a pesar de la belleza y la fertilidad sobrenatural de la tierra, todo aquello que consiguen sus habitantes está de alguna forma vacío de contenido. Muchos de ellos viven en un pueblo llamado el Montículo, situado en una zona de colinas boscosas y fértiles llanuras. Cuando el Nigromante habitaba la fortaleza de Dol Guldur, el Montículo proporcionaba todo lo que necesitaba la fortaleza, y ahora que la colina de la Hechicería está desierta, los habitantes del pueblo miran el futuro con inquietud, pues están acostumbrados a una vida de servidumbre y miedo.

     A vuestra espalda lográis dejar los Campos Gladios con sensación de pérdida, delante de vosotros os aguarda la búsqueda de los enanos y su hogar remoto y secreto y detrás habéis dejado a un compañero que os ha abandonado y un misterio o dos sin resolver.

     Repartís el equipo y las provisiones que ahora parecen algo más insípidas y miráis hacia delante recuperando un poco los ánimos cuando veis que la corriente os ayuda a avanzar con poco esfuerzo ya que las aguas del Anduin bajan lentas... pero bajan.

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   Una vez repartidos nos ponemos en marcha, pero antes en un rincón desarbolado, un claro, la orilla prendemos fuego a los cadáveres de trasgos, que no ensucien el lugar. Luego ya sí... en marcha.

   Durante el viaje me percato que la cabezota de Therusia va herida ahí por la vida, sin quejarse, estos enanos... En cuanto tenemos una pausa, le echo un vistazo a ver como está y con algunas hierbas de la orilla y hago una pomada y le curo un poco los rasguños y moratones o lo que tenga.

   Empiezo a recordar algunas cosas de mis tiempos estudiando y escuchando el saber de las mujeres sabias y los ancianos, lo cual me ayuda para que el viaje transcurra de forma relajada, como detectar algún remolino de agua, saber que árboles tienden las raíces en las orillas que puedan trabar los botes, que fauna y animales se pueden encontrar. Disfruto de esta etapa del viaje y voy silbando a ratos una tonadilla que recuerda al trino de un pájaro, pues la usamos a veces los cazadores para avisarnos de las piezas.

   Que por cierto, se me da mejor silbar que cazar, a duras penas y sólo poniendo toda mi voluntad consigo mantener la despensa... si es que al final van a pasar hambre conmigo de cazadora, lo estoy viendo...

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A pesar de las heridas, la enana parecía incansable, como era habitual en los de su raza. Lo cierto era que su mente parecía vagar lejos y es que los últimos acontecimientos le habían perturbado profundamente, por mucho que su rostro pétreo no transmitiese aquel pesar. Ni siquiera se opuso ampliamente a que Yedra examinase el tajo que le había hecho el trasgoíde en el hombro, quizás porque era una zona no demasiado impudorosa y Yedra era mujer, quizás porque estaba demasiado distraída. Lo cierto es que la herida ya estaba empezando a echar la primera capa de costra, pero que no había sido desinfectado, algo que la diestra curandera solucionó con rapidez.

—Malos presagios...— murmuró— Todo esto son muy malos presagios.

La incomprensible marcha del bárdido había tirado por los suelos el ánimo de la compañía. El elfo pudo observar caras largas y silenciosas durante el siguiente tramo por el Anduin. Aunque lo que viera en ellas probablemente fuera el mero reflejo de su rostro cansado, pues comenzaba a notar cierta zozobra. Malestar por el hecho de perder a un compañero, aún siendo un desconocido. Fatiga por el propio viaje en un medio poco habitual para él. Y hasta la añoranza del hogar, al sentirlo cada vez más cerca y a la vez saber que no sería su destino.

Mermado de ánimo, el galadhel continuó bogando por las monótonas aguas del río, siguiendo las indicaciones de sus compañeras a la hora de detener los botes para descansar o calentar el estómago.

     El paso de los días se parece al fluir del Anduin, lento, perezoso. Cada día parece igual al anterior y no todos disfrutais por igual de los paisajes.

     En la tarde del segundo día os toca volver sobre vuestros pasos porque Therusia se ha equivocado al coger un ramal a pesar de que más de uno comentasteis lo extraño que era tener que remar contracorriente, pero una tomada la decisión nada parecía hacer cambiar de idea a la enana hasta que al final tuvo que reconocer que por ahí daríais mas rodeo, no que ella se hubiera equivocado, y volver sobre vuestros pasos.

     Yedra es la única que parece mantener el ánimo elevado y las habilidades intactas, logra pescar cada día aprovechando los descansos y una noche podéis cenar algo de carne de un conejo despistado que fue atrapado antes de darse cuenta del peligro que corría asomando las orejas más allá de su madriguera. Ithildir por su parte mantenía un silencio poco habitual en el tiempo que llevabais viajando juntos, por la noche, al acampar, parecía haber perdido parte de su elegancia cuando se dejaba caer con un suspiro de cansancio junto a la manta donde caía en el extraño sopor que adquirían los elfos cuando los hombres dormían.

     A vuestra derecha, como enormes gigantes, veis las montañas que serán vuestro destino y a vuestra izquierda... bueno, a vuestra izquierda intentáis no mirar muy a menudo pues cuando lo hacéis una extraña y desagradable sensación os atenaza el estómago. No compartís vuestras sensaciones con los demás pues parece que es algo que no puede explicarse con palabras y cuando cambias el sentido de la mirada ese momento desaparece como un mal recuerdo.

     Llevais dos noches hablando al acampar en cuándo dejar las barcas y girar hacia las montañas, ninguno conocéis exactamente vuestro destino final y el paisaje apenas cambia de un día para otro pero si empezáis a notar que llega el momento de tomar decisiones pero a la vez el viaje lleva siendo cómodo desde que dejasteis los Campos Gladios y dejar las barcas significa cargar con equipo y caminar día tras día. Ithildir os señala algunos de los puntos montañosos a lo lejos, el llegó hasta el Salón caminando pegado a las faldas de las montañas y recuerda alguno de los momentos.

     El día se ha presentado diferente, notáis cómo el tiempo ha cambiado a peor y el viento frío que llega del Oeste barre la llanura hasta vosotros haciendo que sujetar los remos sean una tortura al cabo de unos pocos minutos. Intentais protegeros con la ropa de abrigo que lleváis pero es difícil avanzar en estas condiciones y debéis deteneros cada poco tiempo para meter las manos dentro de la ropa y turnaros para hacer más llevadero el momento de volver a usar el remo.

     También notáis cambios en el paisaje y empezaís a ver restos de viejas edificaciones, muros caídos de los que apenas quedan unas pocas piedras en pie y pequeñas arboledas que en su día fueron un jardín. Os detenéis en una de las ruinas que aún tiene una esquina  de una pared con una altura suficiente para calentar algo de agua y así llevar ese calor al cuerpo y a  las manos mientras sujetáis una taza humeante. Cuando volveis a recuperar las barcas lo haceis con un poco más de ánimos y la decisión de aguantar al menos hasta encontrar otro refugio donde pasar la noche que se espera complicada por la bajada de la temperatura.

     Después de unos pocos minutos, tras un suave recodo del río, veis aparecer ante vosotros una muralla con base de piedra bien conservada que protege un vado natural que se ha reforzado a ambos lados con un fuerte gemelo de dos torres de madera cada uno. Sobre las almenas veis varias figuras, hombres, vigilando.

La partida de aquel sitio fue extraña y triste por la repentina desaparición de Ingolt. El terreno no cambió mucho y avanzamos a buen ritmo, dado que la corriente fluía rápida. Según nos acercábamos más al sur, la presencia de Dol Guldur se hizo presente. Aunque no la veíamos, mirar en dirección este hacía que los pelos se me pusieran de punta, como un mal augurio. Ithildir viajaba conmigo y Caín, y no se desenvolvía mal con la canoa. Cada vez que parábamos para comer algo o pernoctar, me alejaba unos metros para explorar la zona. Estaba claro que debíamos de pensar dónde dejar las barcas y empezar nuestro camino al oeste, hacia las montañas. Mi teoría era que seguramente habría un pequeño muelle de manufactura enana en la orilla oeste, que éstos utilizarían para comerciar con sus materias primas. Después de un par de días, empezamos a ver ruinas de edificios y el tiempo cambió, trayendo un aire gélido de las montañas. Tras un recodo del río, apareció ante nosotros una estructura de piedra defendida por hombres. Silbé para atraer la atención de Yedra y Therusia y llevé la barca hacia un lado de la orilla oeste.

Pasar por aquellos lugares tan horrendos llenó la cabeza de la enana de pensamientos turbios. Quizás hubiese sido una buena idea realizar el viaje por donde indicaba Gloin. La enana se revolvió incómoda al pensar en aquellas dos leyendas vivas entre los enanos: Gloin y Balin. Tenía la sensación de que había algo que no habían contado y eso le revolvía pues que no se lo contasen a los humanos podía entenderlo, pero que no se lo contase a ella era casi insultante. Pero ya se preocuparía por ello más adelante, pues parecía que se acercaban o bien a enemigos o bien a amigos.

Therusia miró primero a la exploradora y luego a las torres, que parecían ocupadas por hombres. Desde aquella distancia poco más podía distinguir, pues aunque poco a poco se había ido acostumbrando a la luz de la superficie, su visión, acostumbrada a la corta distancia, no era lo suficientemente fina. Al ver las almenas, buscó con la mirada el mejor sitio para pasar sin ser vistos desde ellas, pero no tuvo suerte. Finalmente, con más curiosidad que inquietud se dirigió al grupo, después de haber pasado horas en silencio, meditando sobre lo ocurrido en aquellos días.

—¿Conocéis algo de esta zona?— Therusia, que prácticamente nada conocía de aquel lugar continuó— ¿Qué fortaleza puede ser esa?

La pérdida de ánimo del elfo se vio agudizada por el mal tiempo. Aún con la ayuda de las mismas aguas que tiraban hacia el sur de las barcas, remar en aquellos condiciones le resultaba realmente duro. Agradeció sobremanera por tanto aquellos altos en los que compartieron algún que otro caldo caliente. 

El momento de dejar el río parecía estar dilatándose también, y es que en ocasiones al galadhel le daba la impresión de que la enana no tenía claro el camino. Prosiguió en modo automático por el río junto a la compañía de féminas, hasta que se toparon con la construcción a ambos lados de la ribera.

Aquel vado fuertemente custodiado atrajo su atención. Mas aunque dicho vado se encontrara no muy lejos de su hogar, lo cierto es que no le terminaba de sonar.

—No lo sé —respondió un inusualmente seco Ithildir—. ¿Creéis que deberíamos continuar nuestro camino a pie? De ser así, creo que podríamos remontar el río hasta aquel recodo y dejar los botes escondidos.

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   Me aproximo, o más se aproxima el bote, mientras reducimos algo el ritmo de las paladas hacia esa especie de puesto. Situado tal como está situado, en el Anduin, en los valles inferiores orientales, siendo hombres en vez de orcos...

   Podían ser hombres del bosque pero era raro, más posibilidades serían beornidas vigilando algún paso aunque estaban lejos de su lugar de origen. Bandidos lo descartaba, no solían molestarse en vigilar los vados ni arreglar edificaciones.

   Por si acaso, con disimulo dejo el arco en el fondo de la barca encordado y echo un vistazo a mi alrededor con un supuesto aire aburrido mientras no perdía detalle de las riberas y me fijaba en las vestimentas, andares y maneras de esos hombres, a ver a que cultura pertenecen.

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   Examino desde la distancia, pero no caigo por las formas de moverse si son o no son beornidas, así que por ahora, espero a ver que hacemos.

   - ¿Y bien? ¿Avanzamos? -

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—No veo porqué no. Tenemos que llegar ¿no? Pues pasemos.  No me parece raro tampoco que vigilen esta zona, teniendo en cuenta lo que hay cerca

Therusia vio como su compañera dejaba el arco escondido. No era mala idea ocultar que podían defenderse a distancia, aunque seguramente no fuese necesario luchar con ellos. Al fin y al cabo, iban dos humanas en las barcas. Aunque lo cierto es que era una raza que tenía la, para ellos insana, costumbre de matarse mutuamente. En todo caso, no tenían muchas más opciones.

—Veremos lo que hay cuando nos den el alto.

Mientras sus compañeras departían sobre los siguientes movimientos, el joven elfo continuó observando las construcciones a ambos lados del río.

—¿Estáis seguras de querer avanzar por el río y cruzar ese vado? —preguntó un ceñudo galadhel—. Si recibimos una respuesta hostil por parte de esos hombres estando nosotros en los botes, lo tendremos difícil para reaccionar y defendernos.

Ithildir tenía la mosca detrás de la oreja. No le gustaba nada el hecho de desconocer sobre un control en el río por parte de hombres extraños, probablemente a no mucha distancia de su hogar, ni tampoco del mancillado asentamiento en el corazón del anterior bosque verde.

—Creo que lo más conveniente sería evitar un encuentro y continuar nuestro camino hacia las montañas. Aunque, de la misma forma que ocurrió con aquellos trasgos, tengo curiosidad por ver a quién pertenece este cordón de seguridad, y a qué señor rinden cuentas esos vigías. ¿Qué os parece si nos acercamos por tierra, tratando de pasar desapercibidos? Una vez descubramos las intenciones detrás de este control, podremos decidir si acercarnos en bote o continuar la marcha a pie. 

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   Yo no veo tan claro que sean hostiles, unos bandidos se ocultan, unos bandidos no arreglan estructuras del río. Salvo que sean recaudadores de impuestos, claro. Y pongan un portazgo a los que quieren cruzar el vado o pasar por este punto del río, pero con bajarnos y seguir a patita...

   Pero como nunca se está de más ser precavida, echo un vistazo a ver si me hago una idea del tipo de defensa, número de vigías... esas cosas.

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Una vez varados en la orilla, observamos desde la distancia la construcción y a sus vigilantes.

-"Coincido en que los bandidos o saqueadores no construyen estas edificaciones, pero al igual que comentáis que estamos muy cerca de la Colina del Nigromante, estas gentes pueden servir a la Sombra recaudando impuestos por pasar el río. No estaría de más observar primero antes de intentar seguir nuestro camino." Dije al resto.

Acaricié a Caín detrás de la oreja para tranquilizarme. Él siempre parecía estar calmado, pasara lo que pasara.

—Más bien creo que vigilen que nada de la sombra atraviese el río, y pasar como ladrones hará que sospechen de nosotros si nos descubren, creo. Mas podemos esperar.

Therry salió del bote. No le gustaba estar todo el día dentro y fuera, pero sus compañeros ya habían empezado a caminar buscando pistas, por lo que ella decidió hacer lo propio

Satisfecho por haber al menos hecho recapacitar a las féminas acerca de un acercamiento directo, el elfo permaneció callado, observando como las mismas analizaban el terreno con minuciosidad. No podía afirmar que las conociera, y menos aún que fueran amigas suyas, pues a los cada vez más recluidos elfos les cuesta estrechar lazos con otras gentes. Pero admirando sus gestos allí, a la sombra de los juncos y arbustos de ribera, le parecieron criaturas salvajes y hermosas, fascinantes. Más incluso si cabe la imprevisible enana, que lo mismo les relataba sobre imposibles descubrimientos que se lanzaba sola y con desatada furia hacia un contingente enemigo.

Si la marcha del bárdido le había afectado, estos momentos lo ayudaban a reconciliarse con uno mismo y recuperar parte del ánimo. Si, la vida fuera del paraíso era también vibrante, complicada y bella.