Partida Rol por web

La capitana acomoda la mano para sostener la pluma según las indicaciones del doctor. No hay caso, Suzanne la sujeta como si fuera un hacha. Pese a su fatiga, se la ve bien predispuesta, y la amenaza de un examen no logra hacer mella en su espíritu y en sus ganas de aprender.  No obstante, ciertas palabras que suelta el doctor, tales como "esdrújula" y "oxítona", que sin duda exceden el limitado léxico de una pirata analfabeta, la hacen fruncir el ceño y removerse incómoda en el asiento.

Suzanne Matatigres repite "AAAA" como un borrego y, mojando la pluma en el tintero, escribe una temblorosa A en su cuaderno. Una por una, repasa todas las letras del abecedario. El proceso es agotador para la capitana, y unas gotas de sudor le perlan la frente como si estuviera inmersa en la peor de las batallas [1]. Al terminar, las primeras páginas de su cuaderno están arruinadas con sus espantosos garabatos en forma de letras mayúsculas y minúsculas, de la A a la Z.

Suzanne, satisfecha con el resultado, se limpia el sudor de la frente y señala el misterioso libro.

—¿Y bien? ¿Qué es lo que dice en las primeras páginas? —os pregunta a ambos.

Sigue el libro:

Primero lo vimos en nuestros sueños. Pensamos que estábamos enloqueciendo, mas era improbable: ¿todos estábamos soñando lo mismo, todas las noches? No, locura no era. Es la forma que tiene el Rey sin Rostro de comunicarse. Fueron, lector, las más horribles pesadillas que pueda recordar.

Después:

Sus seguidores son pocos pero están en todos lados. En Antongrado tallaban su demencial símbolo en las murallas a modo de desafío. Los borrachos de la ciudad contaban que, en el barrio de la Escupidera, cada tanto aparecía una persona destripada, la lengua cortada y los ojos cosidos. Los guardias de Antongrado investigaron los casos pero nunca dieron con los culpables. Los libros de registros de la guardia imperial están llenos de información que no conduce a nada. Era como si los asesinos fueran invisibles. Mucho tiempo después, cuando llegamos a la Isla del Sueño Ahogado, nos enteramos que aquello formaba parte de un extraño ritual de los seguidores del Rey sin Rostro.

Más adelante:

Al poco de zarpar nuestro barco se cubrió de niebla. Y en medio de la niebla, la gente empezó a morir...

Sigue el libro:

Sus seguidores son pocos pero están en todos lados. En Antongrado tallaban su demencial símbolo en las murallas a modo de desafío. Los borrachos de la ciudad contaban que, en el barrio de la Escupidera, cada tanto aparecía una persona destripada, la lengua cortada y los ojos cosidos. Los guardias de Antongrado investigaron los casos pero nunca dieron con los culpables. Los libros de registros de la guardia imperial están llenos de información que no conduce a nada. Era como si los asesinos fueran invisibles. Mucho tiempo después, cuando llegamos a la Isla del Sueño Ahogado, nos enteramos que aquello formaba parte de un extraño ritual de los seguidores del Rey sin Rostro.

Más adelante:

Al poco de zarpar nuestro barco se cubrió de niebla. Y en medio de la niebla, la gente empezó a morir...

— Bueno, según tengo entendido vivió toda su vida en la parte no tan afortunada de Antongrado —respondió él, encogiéndose de hombros—, pero tienes razón, es un poco difícil que todo el mundo se conozca en una ciudad tan grande. Aún así, valía la pena intentarlo, se podría decir que... salí de Serena buscando un rastro —prosiguió, un poco más tranquilo y en confianza—. Quizás no de mucho, pero con la situación tan tensa como lo está ahora... —dejó un silencio reflexivo.

Eva interviene acerca de Maurtiz, el tripulante enfermo. El espadachín entrecierra un poco los ojos, con suspicacia.

— ¿Quizás vio o escuchó algo que no debió? Y... están intentando silenciarlo de forma sigilosa. Si nadie más está enfermo... —se llevó una mano al mentón, pensativo.

Andrei dio un pequeño respingo al sentir la mano de la pirata sobre su pecho, pero no hizo ademán de retirarla, al menos de momento. Escuchó sus palabras con atención, asintiendo cada tanto, dándole a entender que estaba registrando la información que Eva, para su fortuna, le daba. ¿Quizás no era tan mala después de todo? El rubio tragó en seco, aunque dio otro respingo, esta vez más notable, cuando la pirata le apretó la tetilla. De hecho, le retiró la mano con delicadeza y empezó a frotarse con cierto afán el pectoral, pues el pezón se le marcaba a través del camisón, quisiera o no.

El espadachín se alejó un poco de Eva, pero aquello le sirvió para percatarse de los sospechosos tratos de Hendrika. Andrei llama la atención de los piratas con discreción, y señala al que ha recibido algo de la mano de van Haas con disimulo.

— ¿Y ese quién es? —preguntó en voz baja.

Todo empezaba a tener un poco de sentido, quizás Hendrika se había cansado de no estar al mando, y de las decisiones de Suzanne, y pretendía hacer algo al respecto. Renacuajo bien podría ser su distracción, mientras se encargaba de posicionar todas las piezas. Sea como fuere, tendría que hablar rápido con Annalise y con la Matatigres.

Hans examinó el crimen con la metódica paciencia de un médico forense. Sostuvo el ejercicio de caligrafía de Suzanne en alto y lo examinó con su monóculo mientras parecía debatirse en un secreto monólogo interior mientras murmuraba para sí su característico: Hmmmm-Hmmm-Hmmmm-Hummm-Brrrrr...

—Sin rodeos: Encuentro aberrante este galimatías, pero prometedor vuestro esfuerzo, capitana-alumna. Sabed que he visto cosas mucho peores... —Una mentira en exceso piadosa, pensaba Hans—. ¡LA LECCIÓN HA CONCLUIDO! ¡Mañana, sílabas! Sus deberes para esta noche, capitana-alumna, consisten en replicar estas bellas letras -se refería a las suyas, claro- veinte veces cada una. Aunque lo crea un retorcido suplicio... ¡NO LO ES! —Oh, sí, lo es—. ¡Su memoria muscular asociará pronto el trazo a cada letra gracias a su esfuerzo! ¡Demuéstreme una mejor caligrafía mañana! —remató clavando una mirada desafiante en la Matatigres.

Qué maestro más riguroso.

Qué docente más espartano.

¡Qué profesor más entregado!

* * * * *

Acabada la clase, la capitana daba muestras de fatiga pero también de un sorprendente tesón. Preguntó por los pasajes del libro, La Fuente de los Eternos, a lo que Hans, siempre cuidando el tono enigmático, respondió:

—Habla de una isla, la Isla del Sueño Ahogado. Al parecer la isla está oculta, incluso a ojos de Fenre según el narrador de la historia. Cuenta cómo reunió a una tripulación y zarpó en busca de un objeto: La Fontana de los Inmortales. El texto evidencia la ignorancia del narrador sobre las cualidades de este elemento. Bien podría otorgar control sobre la vida... o la muerte. Menciona también a un Guardián... El Rey sin Rostro. Tampoco queda claro si este soberano es un ente físico o simplemente un símbolo de un credo, pero se insinúa que tiene seguidores con extraños rituales cabalísticos. Hmmm-hmmm... Ahí tenéis una buena palabra esdrújula, capitana.

>> Según cita el texto, la Fontana de los Inmortales no puede encontrarse sino escuchando la llamada del Rey sin Rostro... —Hans hizo una pausa dramática y miró de soslayo a la capitana—. La voz que precede a la Niebla... Si damos por válidas las palabras de este libro, parece algún tipo de enigma para el lector. ¿Os dice algo, capitana?

Una ceja alzó cuando pudo leer un poco más mientras siguieron por las vocales, al menos lo más importante ya Annalise lo tenía y la cuestión ahora mismo era ver como Hans podía hablar de ello, que perspectiva tenía Suzanne con respecto a ese misterioso lugar cuando habita un poder inmensurable pero también tenía un precio altísimo. ¿Sería capaz de perder toda su tripulación?

Quizás el hecho de traer a la vida, significaba que algo debía ir hacia la muerte y en ese equilibrio natural consistía todo. Desde la alquimia, la magia en sí y todo lo que un sabedor de esas artes era capaz de conocer. Por ello es que la joven se interesó muchísimo en lo que decía el libro, considerando que para una estudiosa como ella de la materia, todo conocimiento siempre será bien recibido. 

Aún así las dudas estarán en los que estaban allí dentro de la sala, considerando la ignorancia de los piratas, podía ser muy complicado y el sacrificio mayor. Ya no estaban hablando de Fenre, quizás solo quizás ese tipo de arte era muy peligroso, desconocido y antes de siquiera intentarlo, había que seguir leyendo. 

Wanda no entendía demasiado acerca de Antongrado, pues no había podido viajar prácticamente nada a lo largo de su vida, por lo que se mantuvo expectante en la conversación que mantenía Andrei con Amputapatas sin dejar de observar de manera involuntaria el antebrazo de este último. Tenía que preguntárselo, aunque fuera de un modo sutil e inocente. Necesitaba saberlo. Por eso, en uno de esos breves instantes de silencio que se dieron, se dirigió a él con la finalidad de ordenar en su cabeza las dudas que la acuciaban.

—Disculpe, señor... —dijo para llamar su atención—. Me he fijado en que lleva un tatuaje bastante exótico en su brazo. ¿Es el que se hicieron los que forman parte de esta tripulación o usted ya estuvo enrolado en otros navíos antes de terminar aquí? —preguntó con un deje de inocencia y curiosidad.

Entretanto, la otra pirata seguía rajando del tal Renacuajo, y no era para menos. Sin necesidad de conocerle, ya intuía que era un tipo desagradable (no solo por su olor corporal) y con quien debía andarse con cuidado. Sin embargo, le interesaba más lo que contaba sobre la utilidad de este y su amistad con Hendrika. Cada vez estaba más claro —en su opinión— que el posible motín no era una quimera, sino una posibilidad muy presumible. 

—Gracias por el aviso, trataré de mantenerme firme —comentó con decisión, mirando a Eva en referencia al comportamiento repulsivo de Renacuajo hacia las féminas y sus atributos—. Lo que no entiendo es como todas las mujeres que estáis aquí no lo habéis echado hace tiempo... —musitó en un tono más íntimo, solo para los cuatro. 

En ese instante, un gesto sospechoso que tuvo lugar en la zona de las hamacas y que no pasó inadvertido a ojos de Wanda y Andrei, hizo que la joven se preguntara qué le había entregado Hendrika a ese pirata misterioso. Tal vez si pudiera pasar por su lado un momento para averiguarlo... Tsk, no iba a ser fácil moverse con toda la soltura que le gustaría en ese barco. Fue entonces cuando pensó en algo.

—¿Dónde se halla ese pobre desdichado que responde al nombre de Mauritz? Creo que será mejor que vaya a echarle un vistazo y ver su evolución en los días venideros.

Andrei sugiere que el enfermo tal vez fue testigo de algo turbio.

—¿Algo como qué? —dice Eva—. No es que haya mucho para ocultar en este barco. Somos pocas personas y aquí, tarde o temprano, todo sale a la luz. Aunque visto los rumores falsos que anda soltando esa rata de Renacuajo... —suelta un bufido—. Ya no sé.

Dafne pregunta por qué no han echado a Renacuajo del navío.

—No todas las mujeres de aquí se sienten incómodas con Renacuajo. Hendrika ciertamente no. Y el capitán anterior del Rapaz era muy amigo de esa rata apestada. Renacuajo, aunque no lo creas, tiene un puñado de amigos aquí.

Andrei pregunta quién es el pirata a quien Hendrika le ha entregado algo.

—Ese es Walter. No es un tipo simpático, pero tampoco suele llamar la atención —Hendrika se rasca la barbilla—. Ahora que lo pienso, él también votó por Hendrika para que fuera segunda de a bordo.

Dafne le pregunta a Amputapatas por el tatuaje de su antebrazo izquierdo: un cuervo batiendo alas sobre una media luna.

—Oh, ¿esto? No, este tatuaje no me lo hice en este barco. Fue hecho hace varios años, cuando era tripulante en otro navío, el Cuervo del Mar. Nos dedicábamos a atracar los buques de la Compañía de Comercio de las Oceánides Septentrionales. Esto fue hace... ¿quince años años? Quizás trece. O catorce. Dios sabe que la vejez y el grog no ayudan a la memoria. Ah, por Fenre, qué aventuras que vivimos en el Cuervo. Todos sus tripulantes nos tatuamos esto para tener el recuerdo siempre con nosotros.

>>Con el tiempo, el destino me llevó por otros caminos, y terminé aquí, en el Rapaz, pero sé de buena fuente que el Cuervo goza de buena salud y todavía navega en las islas Oceánides, dando caza a los desprevenidos. Los que tenemos este tatuaje estamos malditos: hay jugosas recompensas por nuestras cabezas. La justicia nos busca para enviarnos derecho al patíbulo, así que tenemos que andarnos con cuidado, siempre en movimiento.

>>Venga, vamos a la enfermería, así ves a Mauritz.

Dafne y Amputapatas van a la enfermería. Andrei va en busca de la capitana Suzanne.

Cuando termina de hacer las letras, Suzanne suelta la pluma y se recuesta sobre la silla. Se la ve extenuada pero al mismo tiempo satisfecha. Cuando el doctor le dice que para mañana tiene que hacer veinte de cada una, deja caer la cabeza hasta golpear la mesa. Luego se incorpora y escucha atentamente el relato del doctor Émil.

—No conozco nada de eso. ¿Isla del Sueño Ahogado? ¿Fontana de los Inmortales? ¿Niebla? ¿Caníbales? ¿Rey sin Rostro? ¿Qué le pasó a su rostro? ¿Se acercó a oler a Renacuajo? Já. En mi vida he oído acerca de ninguna de esas cosas, y te digo que si hay algo que no me ha faltado es tiempo para escuchar la bazofia que escupen los marineros ebrios de las islas Oceánides. ¿Estáis seguros de que este libro no es...? Cómo se dice... Esa palabra de gente culta, joder. ¿Cómo era? ¿Apóstico? ¿Acróbata? ¿Atrócito? ¡Apócrifo! ¿Estáis seguros de que este no es un libro apócrifo? Palabra esdrújula —aprovecha para decirle al doctor, sugiriendo que algo de la clase ha retenido.

>>Supongo que Ludo creía que esta Fontana de los Inmortales era real, y otorgaba un gran poder... ¿Cómo se llega a ella? ¿El libro no contiene indicaciones?

En ese momento alguien golpea la puerta. Suzanne cierra el libro y abre con llave la puerta del camarote.

—Pasa.

Es Andrei, que entra a la habitación.

—¿Y bien? ¿Qué pasa? Espero que no hayas venido a interrumpir esta productiva sesión de lectura y palabras esdrújulas por una nimiedad.

Golpeas la puerta del camarote de la capitana y al rato te abre Suzanne. 

Es un espacio amplio aunque no tanto. Tiene un camastro, dos cómodas, un armario y una gran mesa. Sobre ella descansan sus instrumentos de navegación: compás, sextante, mapas, brújula, catalejo, cronómetro y reloj de arena. Y el libro. El misterioso libro que obsesiona a Suzanne Matatigres y que, aparentemente, hizo lo mismo con el anterior capitán del Rapaz, Ludo van Haas. También hay cuaderno, pluma y tintero donde poder practicar sus primeras letras, así como una pequeña pizarra y tiza donde el doctor ha garabateado el abecedario.

—Pasa.

Te hace entrar al camarote y cierra de nuevo la puerta. Sentados en sillas están el doctor Émil y Annalise.

—¿Y bien? ¿Qué sucede? Espero que no hayas venido a interrumpir esta productiva sesión de lectura y palabras esdrújulas por una nimiedad.

Amputapatas te conduce a la enfermería. Un cuarto sucio y con humedad. Ves a una rata en un rincón. Sobre un camastro está Mauritz, el enfermo. Es un hombre de unos treinta años. Está flaco, su frente está mojada y tiene los mofletes morados. Farfulla incoherencias en voz baja. Tiene la lengua hinchada.

—Constipación... constipación... tacarán... tacarán... tonto... taidor...

—Hora de hacer tu magia, cirujana. ¿Y por qué tanta curiosidad por mi tatuaje, muchacha? 

Hans no pudo disimular su asombro ante la resiliencia exhibida por la capitana en su clase de gramática para criminales de más de veinte años, llegando a un punto en el que al usar Suzanne el vocablo «apócrifo», Hans no pudo por menos que unir las palmas de sus manos y concluir con un sincero y susurrante:

—_{...Estoy orgulloso.}

Carraspeó.

¿Sentimentalismos? ¿Él?

—Desconocía este libro hasta que vos me habéis puesto en contacto con él, capitana. Ignoro si es una versión apócrifa, mas no es anónima —Otra esdrújula—. Aunque debéis saber que el tal sacerdote Bogdan bien pudiera ser un seudónimo —¡Y otra esdrújula más!—. Algunos escritores, por miedo a ser reconocidos en la expresión de sus más íntimas ideas, firman sus escritos con un nombre falso. Antes del estallido de la guerra en el continente proliferaron muchos escritos de este tipo, aunque si os soy sincero dudo que un sacerdote esconda sus pensamientos bajo un ardid, más aún cuando parece querer prevenir al lector del hallazgo de la supuesta fuente de los eternos...

Hans adoptó un gesto meditabundo al tiempo que cruzaba sus piernas en el asiento.

—Si pudiera estudiar en profundidad el libro podría saber si contiene alguna indicación que pueda resultar relevante para localizar la isla. Parece autobiográfico en cierto sentido, así que comprendo que los primeros pasajes puedan resultar erráticos. Es algo propio del que escribe de memoria, sin un orden o concierto previo.

>> Antes habéis mentado al tal Ludo, antiguo propietario del libro. ¿Sabéis cómo o dónde lo consiguió? Desde luego, parece que tenía un indudable interés en la ubicación de la Isla del Sueño Ahogado.

En silencio como había estado todo el rato, atenta estuvo en la lectura del libro e intentó no interrumpir al Doctor cuando le dio aquellas lecciones a la Capitana. Al parecer estaba bastante receptiva, lo cual le beneficiaba siempre y cuando la astucia de la mujer perciba algo más allá de lo que se estaba haciendo. No obstante la alquimista al ver que apareció Andrei, suspiró un tanto aliviada porque tenía en verdad muchísimas ganas de verlo y con un gesto que sólo él comprendería, lo saludó. 

Le interesó saber que hacía su amigo allí y quizás también lo vio como una buena forma de abandonar el lugar para comentar más pronto que tarde sobre lo que leyó en el libro y más aún sobre sus interpretaciones ya más personales al respecto. La cuestión era que de momento prefería no meter baza y quedarse un tanto invisible ya que la mujer estaba centrada en el Doctor. 

Aunque la pregunta de Hans es sumamente interesante, se lamentó de que Grigori no estuviera en el barco ya que era quien sabía de esto y de alguna manera quién podría tener la información precisa sobre ello. Pero quizás Suzanne con este detalle de confianza y predisposición por parte del doctor, le habilitaría soltar algo más que le sirva a Anna para atar cabos. 

Lo primero que hizo Andrei tras entrar en el camarote fue dedicarle a Anna una mirada cómplice, asintiendo con suavidad y saludándola también de vuelta. Acto seguido, le echó una ojeada fugaz al libro, y terminó posado sus ojos sobre la Matatigres. El rubio no tenía ni idea de lo que eran esas tales palabras esdrújulas. ¿Quizás una especie de encantamiento? Alzó las cejas un poco, con un claro gesto de confusión en el rostro, pero acabó por encogerse de hombros.

— Creo que deberíamos tener una conversación importante, capitana —dijo, dubitativo, pero tratando de mantenerse respetuoso a pesar de todo—. En... privado, de ser posible —miró de soslayo al doctor Émil, dando a entender que era el hombre quien sobraba. Sin embargo, sus palabras no sonaban demasiado convincentes, quizás por las dudas que le rondaban al isleño por la cabeza.

La capitana mira al doctor, luego a la pizarra repleta de sus letras, después al libro y finalmente a Andrei.

—Estamos en privado, Andrei. Lo que tengas para decir puedes decirlo enfrente de ellos dos. ¿Qué asunto es tan importante?

El tono de Suzanne denota una extraña confianza en el doctor Émil. Parece que, a sus ojos, él no sobra para nada [1].