Partida Rol por web

Los caballeros negros de la comandante Veiaria os llevaron directamente a las mazmorras. Pudieseis oír como la comándate impartía las ordenes para preparan un interrogatorio más adelante, mañana o puede que pasado, parecía que no tenía prisa y mantenía toda su atención en el objeto que había recuperado de Anubis, la caja de música.

Las mazmorras estaban excavadas en la roca viva, las paredes rezumaban la humedad salada del cercano mar. Las puertas son de madera gruesa reforzada y en una de sus esquinas hay un pequeño agujero para usar como escusado. La mazmorra es amplia y como único mobiliario tiene un taburete de madera cojo y varios montones de paja húmeda y mohosa.

Bueno...podemos decir que la suerte no esta de nuestro lado..... La cabeza empezo a crear un halo de luz de la intensidad de una antorcha. Pero seguro que puede mejorar. Mientras mira alrededor, para saber si hay alguna salida o otros prisioneros. 

Poco a poco empezaba a recuperar la consciencia, recordando todo lo que pasó en el barco: Un día tranquilo como cualquier otro a poco de llegar a la orilla, el grito de banderas negras, una bola de fuego dándole de lleno a la proa y de pronto otra cayendo sobre Sir Walther, seguido de una cruenta batalla que duró poco, y como resultado todos murieron menos yo, reducido a un simple prisionero.

Mi vista nublada se iba aclarando poco a poco, dándome cuenta de que estaba en un montón de paja húmeda, tirado en una esquina mientras empiezo a acomodarme en el suelo para ponerme boca arriba, sintiendo varias punzadas de dolor en el cuerpo. Permanecí allí por un rato, hasta que entonces me empiezo a levantar con cuidado por lo débil que me sentía, y caminando de forma algo torpe hasta los barrotes de mi celda.

Mientras caminaba hasta estas escuché la voz de algún viejo, y cuando finalmente me sostuve de las barras eché un vistazo a todo lo que estaba afuera de esa celda, dando entonces con un anciano con una especie de halo de luz. Me lo quedé viendo un rato en silencio, frunciendo leve el ceño por unos segundos antes de hablar, suavizando mi expresión. -Hola...- Sinceramente no sabía que decir, menos que hacer en esa situación, simplemente era una situación incómoda donde ni siquiera estaba seguro de haberme recuperado por completo, pero entonces dirijo mi vista hacia las otras celdas.

Unos pasos resuenan por el largo pasillo donde se alinean las celdas. Las mazmorras estaban excavadas en la roca viva, las paredes rezumaban la humedad salada del cercano mar. Las puertas son de madera gruesa reforzada y en una de sus esquinas hay un pequeño agujero para usar como escusado. Las mazmorras son amplias y como único mobiliario tiene un taburete de madera cojo y varios montones de paja húmeda y mohosa.

En condiciones normales los pasos deberían de pertenecer al carcelero, el único individuo que recorre la zona. Pero esta vez corresponde a un hombre de aspecto fuerte y una elfa de aspecto delicado.

Solo una de las celdas esta ocupada por tres hombres y una mujer. Uno de los hombres parece un anciano; otro tiene aspecto de guerrero, pero se encuentra tumbado en el suelo; y el ultimo parece un mago, pero su túnica se encuentra desgarrada y es prácticamente gris. La mujer pasea inquieta por la sala.

El eco de sus lentos y delicados pasos se hacía sentir a lo largo de toda la callada caverna... Mientras que un destello de luz mágica proveniente de un metálico cetro, comenzaba a asomarse cada vez más desde una superficie inferior. Finalmente, la imagen de la rubia elfa de ropajes místicos y nobles que la portaba, no tarda en hacerse ver con total claridad.

- Una mazmorra... - Susurra, pensando en voz alta, a medida que observa la recámara con una mezcla de curiosidad y alerta, buscando iluminar los diferentes rincones de aquel tenebroso habitáculo. No parecía haber una amenaza o figura de autoridad presente, mas su fino oído detectaba algo de movimiento individual en la habitación contigua. Sus ojos, por otro lado, se detuvieron con mucha mayor alarma sobre las figuras de los cuatro humanos... Verlos detrás y no delante de los barrotes, produjo en ella un conjunto de relajación y preocupación.

- Ustedes... ¿Son prisioneros? - Se acerca suavemente y con respeto, preguntando en un tono bajo mas audible en una femenina y adulta voz. Parecía haber cierta empatía en su expresión... ¿Serían prisioneros de guerra? ¿Esclavos? ¿O verdaderos criminales... Víctimas de las influencias más oscuras de este mundo?

Que se acerco a los barrotes, su aspecto era....bueno bastante pordiosero. La estancia quedaba iluminada por una luz  que el mismo irradiaba, la sensacion que desprendia era de bondad.

Si, fisicamente estamos retenidos, aunque desconozca sus motivos, habra alguna razon. Usted no es de esta fortaleza, esta claro...

Creo que estamos todos en el mismo barco- dice la mujer mientras mira a los nuevos reos de la celda- aunque cada uno supongo que por distintos motivos estará aquí. Yo soy Anna- se presenta- él es Anubis- señala al hombre con la túnica blanca, aunque con tanta mancha no se distinguía mucho su tonalidad- y él es Que- señala al anciano.

 Traté de incorporarme, pero apenas podía permanecer sentado, solo podía mirar a los recién llegados desde mi posición y saludarlos con una sonrisa dolorosa y temblorosa:

 - Hola, un placer...

Despacio me empecé a dar la vuelta sobre el suelo hasta quedar boca arriba, mirando algo desorientado a los que estaban en aquella celda conmigo, para luego dirigir mi vista hasta la elfa y el humano que estaban al otro lado. -Supongo que esto es Darkhaven...- Me empecé a sentar en el suelo, llevándome la mano hasta la cabeza sin decir nada más.

    Lucien no prestó excesiva atención a los reos en un primer momento, más preocupado por el hecho de que los guardias de la fortaleza pudieran aparecer en cualquier momento que en lo que aquellos cuatro pudieran hacer, a fin de cuentas ninguno se había molestado aún en dar alguna explicación convincente por la que deberían sacarlos de aquí. Tras afinar el oído y girar la cabeza en una y otra dirección, el joven se situó tras Astri.

    -Los guardias podrían regresar en cualquier momento y no aún no sabemos nada sobre los motivos por los que se encuentran retenidos ni tenemos las llaves con las que liberarlos en el caso de que pudiéramos confiar en ellos, deberíamos marcharnos ya.- Terminó por decir en voz baja temeroso de que los ecos de la galería pudiesen llevar sus voces mucho más lejos. Aunque en verdad la incertidumbre que más le pesaba ahora era la de hacerse a la idea de que pasos seguir una vez se alejaran de las celdas ¿Quizás alguno de los prisioneros conociera la fortaleza?

Su fino oído oyó la baja sugerencia de Lucien, a la par que observaba con cierta pena el mal estado en que tenían a todos los reos, algunos peores que otros... Hasta un noble y bondadoso anciano. Escuchó y miró a cada uno de ellos y su breve relato.

- Anubis... - Soltó en voz apenas audible, mientras prestaba atención a la figura de éste, algo perdida... En ese momento, su visión comenzó a nublarse un poco, y ciertas imágenes comenzaron a resurgir dentro de su cabeza. Rostros. Escenas esporádicas. Voces... Podía verse desde fuera, cómo la elfa cerraba los ojos y se tomaba la frente con cierto dolor, como quién padece una repentina jaqueca.

Poco después, reaccionó sobresaltada.

- Tú eres... ¿Tú eras uno de los cuatro, verdad? - Se acercó con fuerte preocupación hacia éste. Su túnica se encontraba en gran parte desgarrada y sucia... Pero sí, era la misma. Era el mago de la túnica blanca. Debía ser él. - ¿Qué ha sucedido con los demás? ¿Dónde está la Llave Quinari? - Comienza a preguntar, cada vez más apresurada y con suma seguridad de lo que se refería.

 Miré fijamente a la elfa, preguntándome que sabía y como. Después de unos instantes, le respondí:

 - Nos separamos, poco antes de que me capturasen a mi y a Anna, que era nuestra guía. La Llave de Quanari estaba entre mis pertenencias, así que supongo que la tendrá los caballeros negros.

Cuando el que parecía ser el compañero de la elfa mencionó algo sobre liberarnos, y luego de aquella cosa rara que le sucedió a la elfa como para dirigirse al tal Anubis, me levanté con cierta dificultad, sintiendo algo de mareo antes de recuperarme y acercarme hacia los barrotes.

-Espera, ¿Piensan sacarnos de aquí? S-Sáquenme de aquí, soy un Caballero de Solamnia, Orden de la Corona. Me enviaron en una misión como Escudero de Sir Walther y cuando estábamos por llegar fuimos emboscados por los Caballeros Negros, fui el único sobreviviente de esa masacre, seré más que de ayuda en todo esto.- Hablé en voz baja, entendiendo un poco la importancia de no alarmarse y hablar tan alto como para que nos escucharan.

Lo primero es lo primero. Hay que intentar salir de aquí- dice la mujer que se acerca a la cerradura- no tengo mis herramientas a mano, pero quizás podría intentar abrir la cerradura. ¿Alguien tiene alguna daga escondida o algún tipo de alfiler que me pueda servir para abrir la misma?

Los caballeros... Debían recuperar ambas reliquias. La situación parecía volverse cada vez más oscura, sin importar cuánto pasasen los años.

- Lo siento, Lucien... Pero lo he estado buscando durante meses. Debo liberarlo. - Mirando a su compañero con sinceridad, esperando comprendiese todo lo que había atravesado. Si decidía oponerse o marcharse, no obstante, no le detendría. Su suave mano buscaba entre los dos cintos que colgaban sutilmente de su estilizada cintura, para tomar una pequeña daga con una empuñadura enjoyada y un filo brillante de mythril. Un claro símbolo de la realeza.

- ¿Esto servirá? - Enseñándosela a Anna de cerca, lo suficiente como para que pudiese tomarla si necesitaba. Si era compañera de Anubis, debía confiar en ella. Y por consiguiente, hasta cierto punto en el resto de los reos. No había alternativa, tenía que hacerlo.

Debe servir- responde Anna mientras coge la daga. Acto seguido se acerca a la puerta. Pega su oreja en la misma para intentar escuchar algo, quizás el movimiento de algún guardia. Tras no oír nada relevante, se dispone a trabajar en la cerradura. 

    Lucien permaneció dubitativo por unos segundos por la reacción de Astri pero a juzgar por el tiempo que habían compartido, la elfa era una mujer de gentil corazón y si ella confiaba en que ese era el modo de actuar no se opondría así, por lo que terminó por esbozar una sonrisa y encogerse de hombros mientras se alejaba unos pasos en la dirección de la que habían venido para asegurar poder dar tiempo a forzar la cerradura a la prisionera en el caso de que el guardia que habían evitado terminase por regresar para completar la ronda.

La cerradura se abrió con un ligero “clic” metálico. En el momento justo en que dos voces comenzaban a resonar al fondo del pasillo, justo por el lado contrario por donde habían llegado Lucien y Astri.

…esa nueva capitana pelo blanco solo va a traer problemas.

Te refieres a “ojo pocho”, a Veiaria Sir Grims, gran caballero del Lirio. Contesta otra voz con claro intento de mofa en sus palabras. Desde que llego desde Pashin, Sir Dagdel está más nervioso de lo normal.

No nombres a ese túnica gris, su solo nombre me produce escalofríos.

Pues parece ser que “ojo pocho” encontró algo entre las pertenencias de los nuevos prisioneros y quiere llevárselo a Neraka, pero Sir Dagdel no está dispuesto a permitirlo.

Las voces se aproximaban cada vez más y solo era cuestión de segundos que los dos guardias doblaran la esquina y os vieran.

Sus finos y largos oídos se erizaron abruptamente, no por el chirrido de la celda destrabándose, sino por los murmullos provenientes a la lejanía de un par de guardias. La dama de blanco... Tan sólo su mala imagen en su mente le traía malas sensaciones y aquello se traducía con facilidad en su rostro.

De inmediato regresó de su mente y volteó hacia la ladrona con una expresión tensa.

- Deben regresar a la celda. Alguien viene... - Les susurró con la seriedad y preocupación que la situación, aparentemente, ameritaba. Algunos de los prisioneros no se veían en buen estado. No quería que los ejecutasen por su culpa, en especial Anubis, era parte de su misión asegurarse regrese con vida. - Yo trataré con ellos. - Se ofreció con valentía, quizás sobreprotectora, llevando una mano a su pecho, donde un plateado medallón de Mishkal colgaba de su cuello, mientras la que sostenía el brillante cetro se bajaba y ocultaba lentamente.