Partida Rol por web

-Pues, aclarado ya todo, me marcho. Que tengáis buen viaje y suerte en la aventura. Hasta pronto. Tras estas palabras, se va.

Pasado mañana parte la caravana, la primera noche en la posada está pagada por Za Harvaya. Aparte de lo que queráis hacer tenéis que descontaros 5mc y 8 me cada uno por la segunda noche, la comida y la bebida. El caballo de Turak lo lleváis hoy mismo al templo del Señor de la Luz para que no os cobren nada. 

Si queréis hacer algo más antes de partir este es el momento de decirlo. 

-Si me permitís, caballeros, debo recoger unas cosas de mis aposentos, pero no tardaré en volver. No es bueno que se nos vea demasiado a ninguno por la Metrópolis, creo. Debemos permanecer unidos, allí reside nuestra fuerza, y nuestra esperanza.

Za Harvaya estaba extrañamente tranquilo e incluso ilusionado ante la perspectiva de viajar hacia el Glaciar Eterno a arriesgar su vida en una lucha contra las fuerzas del Mal que pretendían dominar el mundo. Intentando no llamar la atención, con el rostro escondido bajo la capucha de su túnica roja, avanzó por calles secundarias hasta su casa. Tardó un poco en encontrar lo que buscaba. Una caja de madera que llevaba años sin abrir. Cogió un saco, y metió en él algunas cosas que le podrían servir en el viaje. Con las mismas regresó a la posada, no sin antes echar un último vistazo a lo que había sido su hogar todos estos años. Tantos años en la Metrópolis, y ahora he de partir. Y no tengo a nadie a quien debo avisar. Nadie que me echará de menos.

De vuelta en la posada, sacó con cuidado las cosas que se había traído en el saco. Le pareció importante hacerlo en presencia de sus nuevos compañeros. Porque era consciente de que dependía de ellos para sobrevivir en las tierras salvajes. Un peto de cuero endurecido de su pueblo nativo de las llanuras. Un cayado para el viaje. Un cinto de armas, y una cimitarra. Saco de dormir, yesca para hacer el fuego. Cosas con las que había llegado a la ciudad siendo un joven adolescente, y que no había vuelto a tocar desde entonces. Esperaba no tener que usar la cimitarra, pero se aseguró de todos modos que estuviera afilada. En uno de los bolsillos de su túnica guardaba su objeto más apreciado, pero prefería no enseñarlo.

-Estoy todo lo preparado que voy a estar, anunció con una sonrisa en los labios. -Me imagino que de camino podemos equiparnos para el frío que nos espera, ¿o dijo algo Voriig Kye de que no teníamos que preocuparnos por eso? A todo esto, ¿alguno sabe algo del Glaciar Eterno? Podría aprovechar el día que nos queda para investigar un poco en la biblioteca...

Debía admitir que las habitaciones de la taberna tenían más comodidad que su tienda de viaje, aunque no lo diría en voz alta. Se despertó segundos antes del amanecer, y tomó un desayuno abundante, huevos, queso de cabra, panes calientes. Se permitió disfrutar de esas pequeñas cosas, no eran frecuentes para él y no lo serían durante los próximos días.

"Debemos permanecer unidos, allí reside nuestra fuerza, y nuestra esperanza" había dicho el hombre de túnica. Un dolor lo atravesó en el pecho, tenía idea aquel hombre de la sabiduría de sus palabras? quizás si él las hubiese aprendido antes no estaría aquí. Perdió el apetito de repente.

Se dirigió a la mujer de armadura -Es hora de llevar a Brisa Inquieta a su nueva morada, estaré abajo con él hasta que llegues- y sin mas salió del cuarto

Acariciaba el lomo de su montura, el pelaje era largo, suave al tacto pero el brillo estaba opacado por años de viaje por tierras áridas. Su porte era imponente, aunque era un caballo joven y ágil, no perdía robustez. El negro lo cubría por completo, podía ser una sombra en la noche y un rayo en el día. Mientras susurraba unas palabras al oído de la criatura, ésta parecía asentir, o al menos respondía a cada una de ellas con un movimiento de su cabeza, sacudiendo su cola o relinchando. La presencia del jinete parecía calmar a la criatura, eran amigos, hermanos, y habían compartido juntos más vida que con cualquier otro ser.

-saberet na murah- le decía a su oído cuando ve acercarse a la guerrera. Sin dejar de acariciar el pelaje, se dirige a ella

-Mujer, has jurado por tu honor proteger a mi hermano. Y no fueron solo palabras, sino que estas actuando. Mientras otros se desentendían tu me ayudaste, sin siquiera conocerme. Ojo de Trueno monta sobre Brisa Inquieta, así ha sido siempre y así será. Dinos tu nombre para que esto que haces nunca sea olvidado-

Irinade! Partamos pues al templo de la Luz. No hay que demorarse más. Vamos Brisa Inquieta! Vamos Turak.
Paseando por las calles de la metrópolis, los tres iban observando el bullicio que se producía con el despertar de la ciudad. Din demora llegaron al Templo. El maestro Zorn accedió de buen grafo. Como no iva a hacerlo, si la había recogido siendo un bebé y la había cuidado desde entonces. Hablando Zorn - Hay pequeña aunque el señor de la Luz te protege, no hagas locuras. Bendiciendo les conminó a marcharse

Turak observó a Irinade, joven, con actitud, segura de sí misma, impulsiva, honorable y más bonita que muchas mujeres del desierto. Comenzó a creer que realmente sabía usar las armas que llevaba encima, y que no eran un disfraz, aunque eso debía verlo con sus ojos. Sabido era que las siervas limpiaban y cocinaban, que las esposas cuidaban a los hijos, que las amantes antendían a los guerreros, que las ancianas aconsejaban y que las brujas despertaban poderes inexplicables, pero una mujer en un traje de metal era algo que no había visto nunca. Aunque ella era la única de los que había conocido en la ciudad que podría haber sido una hermana para él.

Observó al maestro Zorn en silencio, y solo asintió con la cabeza a modo de agradecimiento, mientras le daba una última palmada en el lomo a Brisa Inquieta. El hombre bendijo a la mujer como si fuese su hija, su amiga y su discípula. Cada vez la respetaba mas, pero no le diría nada, esas cosas no se dicen, se demuestran.

Como un gesto hacia ella, sin importarle si ella lo valoraba o no, decidió darle un nombre de desierto. Sus cabellos rojizos se movían mientras caminaba, la bendición de la luz parecía acompañarla, impulsiva y activa, fiel y segura. El viento le trajo al oído su identidad.

-Irinade, serás conocida en el desierto como Sol de Fuego, yo Ojo de Trueno te nombro ante el viento, que es mi testigo - y le estrechó la mano con el mismo gesto con el que saludó a Sidoc antes.

Gracias Turak! Me honras con ese nombre. Ahora apresuremonos, la caravana tiene que estar a punto de salir

Es verdad, son las ganas de empezar el viaje, volvamos a  la taberna a ver a los demás!

Irinade y Turak regresan a la taberna, cruzando palabras en un tono amistoso. Las horas que pasaron juntos, con Brisa Inquieta y el maestro Zorn le sirvieron para conocerse un poco mas. Ella le había expresado su expectativa de comenzar el viaje, él sin embargo se mostraba neutral al respecto. 

Al llegar se cruzaron con el sabio que hablaba sobre el glaciar eterno - Yo creo que tal cosa como un glaciar no existe, solo han de ser tierras frias y ventosas - en sus años en el desierto había sufrido sed, calor e incluso hambre y fiebre, pero nada parecido al frío - dime hombre, como es que una biblioteca puede ayudarte a ver el glaciar? muéstrame -

El joven erudito mira a Turak, y contesta amablemente: -Los libros y los pergaminos son formas de capturar lo que nuestros ojos han visto, para que otros puedan verlo como si hubieran estado allí. Cuando cabalgas por el desierto con tu caballo, y ves una montaña, luego puedes explicarle a alguien que nunca ha estado allí cómo es aquella montaña. Si en vez de decir las palabras, las anotas en un papel, esas palabras no desaparecen en al aire una vez pronunciadas, sino se convierten en eternas, y pueden ser recuperadas por otra persona al cabo de mucho tiempo.

Za Harvaya observa el rostro del jinete del desierto en busca de alguna señal de que le está entendiendo. Le parece una persona sensata e inteligente, pero atrapada en su forma primitiva de ver el mundo. -La palabra escrita convierte en verdad lo que se ha visto. Es casi una forma de magia. Si algo merece la pena ser escrita, es para que perdure en el tiempo. Tú nunca has visto el glaciar, ni yo tampoco. Pero hay personas que sí lo han visto, y esas visiones están escritas en hojas de papel que podemos consultar ahora, y de esa forma podemos tener una imagen de lo que nos espera antes de llegar allí y verlo con nuestros propios ojos.

-No sé qué me dirán los libros, pero intentaré buscar el máximo de información en el poco tiempo que nos queda. Y amigo, no lo dudes. El Glaciar Eterno existe. Así está escrito en los libros. ¿Quieres acompañarme a verlo?, añade sonriente y algo sorprendido por su propio ofrecimiento. Para Za Harvaya, el estudio de los libros siempre había sido una tarea solitaria, casi sagrada, en busca de esa verdad esquiva que se ocultaba en las palabras y en los silencios.