El padre Moore ascendió las escaleras con una firmeza renovada, dejando atrás el sótano y su carga de muerte. Cada paso lo alejaba de la oscuridad sofocante de aquel lugar maldito, pero no de la certeza de que el verdadero enfrentamiento aún estaba por llegar.
Mientras recorría las estancias de la casa, roció las paredes y los umbrales con el agua bendita, dejando en cada rincón una súplica silenciosa por la purificación del hogar. El aire parecía reaccionar a su paso; se hacía más denso, más pesado, como si algo invisible resistiera su obra, como si la casa misma estuviera conteniendo la respiración.
El tic-tac del reloj en el recibidor se sentía más fuerte ahora, acompasando su determinación con un ritmo inquietante, una cuenta atrás que él no podía ignorar.
Finalmente, llegó a la escalera que conducía al piso superior. Subió con cautela, cada crujido de la madera resonando en el silencio sepulcral. Al alcanzar el rellano, su mirada se posó en la puerta cerrada con el enorme candado. La madera desnuda y fría parecía absorber la escasa luz, convirtiéndose en una sombra más en aquel pasillo desolado.
Se detuvo frente a ella, sintiendo un escalofrío reptar por su columna. La cadena oxidada y gruesa que la mantenía sellada tenía una presencia casi irreal, como si hubiera sido forjada con algo más que hierro.
Inspiró hondo y extendió una mano, rozando con la punta de los dedos el frío metal del candado. Al hacerlo, una ráfaga de aire recorrió el pasillo, apagando momentáneamente la llama de su determinación. No estaba solo en esa casa. Nunca lo había estado.
Pero su fe era más fuerte.
Apretó la mandíbula y susurró una oración, sintiendo cómo la presencia ominosa a su alrededor parecía retorcerse de furia. Jonathan Moore no se detendría. No ahora.
Iba a descubrir qué se ocultaba tras aquella puerta.
Iba a por todas. Ya no había vuelta atrás. El padre Moore estaba decido a expulsar al Maligno de la casa y de la faz de la tierra. Lo haría por su eminencia, pero sobre todo por las niñas y la pobre Loretta.
Respiró hondo, mientras tocaba el candado, bendijo aquella puerta y, entonando una oración protectora al Arcángel Miguel se dispuso a averiguar qué es lo que había más allá.
Cuando el padre Moore colocó la mano sobre el candado, ya sin traba alguna, sintió un crujido leve, como si algo en los cimientos mismos de la casa se hubiera resquebrajado. Con un leve empujón, la puerta del desván se abrió lentamente, revelando… nada. Solo un dintel. Más allá, la oscuridad absoluta. Un segundo más tarde, el mundo se deshizo.
El suelo tembló bajo sus pies. El aire se volvió denso, abrasador, como si el fuego subyacente de la tierra misma estuviera filtrándose por las paredes. El pecho de Jonathan se comprimió con una presión insoportable, como si un yunque invisible lo aplastara desde dentro. Cayó de rodillas, con los oídos zumbando, y la vista se le tornó borrosa. Su respiración se volvió jadeante, agónica.
Y entonces... la negrura.
Cuando abrió los ojos, seguía frente al mismo marco de puerta. Pero todo había cambiado.
El mundo que conocía había desaparecido.
A su alrededor, solo oscuridad. No una oscuridad natural, sino algo espesa, casi tangible, como alquitrán suspendido en el aire. El dintel se erguía como una reliquia flotante, irreal, y más allá de él, unas escaleras descendían hacia un abismo que jadeaba calor. Las paredes, antes de madera, ahora eran rejas oxidadas y húmedas, respiraban con un leve crujido metálico, como si fuesen parte de un cuerpo vivo. No había techo, ni paredes más allá del enrejado: solo un vacío sin fin.
No quedaba más camino que hacia abajo.
Y Moore descendió.
Cada paso que daba chirriaba bajo sus pies, como un lamento metálico que se confundía con sus propios pensamientos. La oscuridad lo envolvía, pero en ella no estaba solo. No tardaron en llegar los susurros. Al principio, vagos, como el arrullo lejano del viento en una cripta.
—Nunca fuiste suficiente…
Un destello. El humo formó una imagen: el accidente. Un coche en llamas. Sus padres atrapados. El grito de su madre llamándolo entre el humo antes de ser devorada por las llamas. Sus rodillas rasgadas, su voz, rota, implorando ayuda que nunca llegó a tiempo.
—Tú los dejaste morir.
Siguió bajando.
El calor se intensificaba. El sudor se le pegaba al rostro como una segunda piel. Otra escena lo envolvió: el reformatorio. Las risas de los demás chicos. Los empujones. La oscuridad del baño comunal. El zumbido eléctrico del neón parpadeando. La marca. El hierro candente. Su grito desgarrado y el olor de su carne quemada. En su pecho, esa cicatriz seguía ardiendo como entonces.
—Eres de él, Jonathan. Siempre lo has sido.
Otro peldaño.
Una figura familiar se formó en la penumbra líquida. Anthony Carter. Su mentor. Su amigo. Su guía. El rostro envejecido, pero firme. La sotana blanca salpicada de rojo. La mirada de decepción. El momento de su muerte: la cama del hospital, el silencio de sus últimos segundos, el susurro final:
—Aún no estás preparado…
Y luego... una última visión. El sótano. Loretta gritando. El cuchillo en la mano de Jonathan. El Obispo Carter, aferrado a su cruz, retrocediendo. Y Jonathan, fuera de sí, poseído por algo que hervía dentro de su sangre, arañando, destrozando el rostro del Obispo con una furia animal. Sangre salpicando las paredes. Anna, en el rincón, con los ojos abiertos como platos, sin soltar un solo grito. Solo mirando.
—Te vio. Nunca lo olvidará.
El padre Moore cayó de rodillas, temblando.
Las escaleras se estrechaban. El aire se hacía más denso. Algo lo esperaba más abajo. Algo que no podía ser bendecido. Algo que no tenía nombre.
Y sin embargo… siguió descendiendo. Porque ya no quedaba vuelta atrás. Porque la fe, si es real, solo puede probarse en las profundidades del infierno.
El padre Moore tiene que hacer una tirada de voluntad...
Los recuerdos acudieron a la mente del sacerdote... Pero no podían ser reales... O sí que lo que lo eran? Se cubrió el rostro con las manos, llegando a arañarse en el proceso, mientras era incapaz de ahogar el grito más angustioso que había soltado en si vida... Hasta ahora.
Motivo: Voluntad
Tirada: 2d6
Dificultad: 8+
Resultado: 3(+3)=6 (Fracaso) [1, 2]
El padre Moore fracasa estrepitosamente, sucumbiendo en lo que supone una perdida de voluntad.
Los peldaños llegaron a su fin con una vibración sorda, como si todo el enrejado respirara de forma pesada antes de quedarse en silencio. El calor era insoportable, pero más allá del último escalón, la escena helaba la sangre.
Delante de él, a unos diez metros de distancia, se abría una estancia cuadrada, delimitada por los mismos barrotes oxidados que lo habían escoltado hasta allí. Era una habitación sin techo, de paredes negras, sin ornamentos, sin consuelo. Solo una única luz proveniente de una lámpara invisible iluminaba el centro… donde alguien lo esperaba.
Una figura. Una niña. Una joven. Un espectro.
Sentada en una silla de madera tosca, de espaldas rectas y sin adornos, estaba Anna.
Jonathan se detuvo, incapaz de seguir caminando al instante. La reconoció al primer golpe de vista, aunque su forma fuera difusa, como envuelta en una sombra viva. El camisón blanco que llevaba estaba empapado en sangre seca, como si la tela hubiese absorbido un dolor antiguo. La cabeza gacha, cubierta por una melena castaña que colgaba como un velo lacio y húmedo, ocultaba su rostro. No se movía. No respiraba, o al menos no de forma perceptible. Era como una estatua abandonada en medio de una pesadilla.
Y, sin embargo, el aire a su alrededor palpitaba.
Un zumbido grave, como el de un panal monstruoso, llenaba la sala. Las rejas parecían curvarse levemente, pulsando con una energía imposible. En el extremo opuesto, justo detrás de Anna, la pared de barrotes se desmaterializó. Sin ruido. Sin movimiento. Simplemente desapareció, revelando un pasaje bañado en una luz blanca intensa, cegadora, que no tenía forma ni fuente. Solo una pureza violenta que no pertenecía a este mundo.
Entonces, sin que nadie hablara, la Voz surgió dentro del cráneo de Jonathan. No tenía timbre humano. No era masculina ni femenina. Era autoridad desnuda.
«MÁRCHATE. AHORA.»
Un mandamiento sin opción. Una advertencia cargada de algo más que peligro: de condenación.
Motivo: Perdida Cordura
Tirada: 1d6
Resultado: 6 [6]
Te pongo por aquí como vamos de estadísticas porque las cosas se van a poner crudas jeje
PV Iniciales: 10
PV Actuales: 4
Cordura Inicial 13
Cordura Actual: 7
El padre Moore, con los ojos desorbitados, atendió a la voz que habló en su cabeza y le sobraba marcharse. A punto estuvo, por el horror de todo lo vivido esa noche, de hacerlo corriendo, y quizá compartir destino con la pobre Loretta.
Pero al mirar a la pequeña, algo se removió en su interior y, no sabía de dónde había sacado fuerzas, susurró un débil: - No.
Se sorprendió al escucharse, mostrando más valentía que la que realmente sentía: - No!!! - Gritó. - Acabaré lo que he venido a hacer, demonio!!
La temperatura cayó en picado.
No como el frescor que precede a la tormenta, sino con esa quietud antinatural que anuncia el final de algo. El susurro del aire entre las rejas cesó. No hubo más zumbidos. Ni siquiera el sonido de la respiración del padre Moore, que de pronto pareció haberse detenido por sí sola.
Anna se levantó.
La silla crujió brevemente, como si lamentara haber sostenido ese peso por tanto tiempo. Sus brazos cayeron a los costados, inertes. Las piernas temblaron con una rigidez de ultratumba. La cabeza seguía gacha, hasta que, poco a poco, casi con ternura, los mechones de pelo castaño comenzaron a separarse, movidos por una brisa que no venía de ninguna parte.
Y entonces, la vio.
No había rostro.
Donde deberían haber estado los ojos, la nariz, la boca… solo había una gran cavidad oscura, abierta y palpitante, sangrante, como si la carne misma hubiese sido desgarrada desde dentro. La oquedad se extendía desde la frente hasta la base del cuello, mostrando no hueso, sino un abismo de carne viva, brillante, como si la cara hubiera sido devorada desde el interior.
Una arcada seca recorrió el cuerpo del padre Moore. Algo en su mente arañaba las paredes de su cordura, intentando huir, escapar del horror que acababa de ver.
Entonces Anna se movió.
Pero no caminaba. No del todo. Era un vaivén errático, como si algo tirara de ella desde dentro. Su cuerpo parecía estar a punto de descomponerse en cada paso, doblándose en ángulos imposibles, estremeciéndose con un sonido burbujeante, como si su garganta aún tratase de emitir palabras… sin tener boca.
Y fue en ese sonido asfixiado, cuando algo asomó.
Desde la cavidad donde debería haber estado su rostro, se extendió una mano. No era humana, o al menos no parecía viva. La piel, gris azulada, estaba cubierta de cicatrices, y sus uñas, largas y rotas, se aferraban a los bordes de la carne desgarrada como si intentasen salir de un útero maldito. A la mano le siguió un antebrazo, goteando un fluido espeso y negro, que se deslizaba por el cuello de Anna con viscosidad. El cuerpo de la joven temblaba mientras luchaba por sostenerse.
Y entonces, por fin, con un sonido húmedo y desgarrador, un brazo entero emergió, como si una segunda criatura estuviese naciendo —o escapando— del interior de Anna Lane.
El calor volvió de golpe, como el aliento de una criatura colosal. La luz blanca del fondo parecía ahora distante, como si se hubiera cerrado un poco. Como si el camino de regreso estuviera desapareciendo.
Jonathan debía decidir.
Haz otra tirada de voluntad.
Y toca decidir... parece que Anna está dispuesta a avalanzarse sobre el padre Moore...
¿Qué piensas hacer? ¿Huir? ¿Atacar? ¿Comenzar un exorcismo? ¿...?
El padre Moore estaba horrorizado ante lo que estaba aconteciendo delante de sus propios ojos.
Casi dio media vuelta para salir corriendo pero, una vez más, recordó por qué estaba ahí, la misión que traía entre manos, en nombre de Dios.
Comenzó el ritual de exorcismo tras rociar al ser demoníaco con agua bendita.
Motivo: Voluntad
Tirada: 2d6
Resultado: 11(+3)=14 [5, 6]
Éxito, señor guardián de los arcanos
El padre Moore, hacha en mano y temblor en el alma, dio un paso atrás.
Cada fibra de su cuerpo gritaba la misma verdad: esto no era el Maligno. No como él lo había entendido. No como lo había enfrentado antes. Había algo profundamente erróneo en la escena frente a él, ajeno incluso al lenguaje de la fe. El aire no olía a azufre, no temblaban los símbolos sagrados, no ardía la piel de los profanos. Esto no era una posesión.
Esto era otra cosa.
Algo más antiguo. Algo que no se nombra. Algo que no ruega.
La voz que lo había instado a marcharse seguía resonando en su cráneo, como un eco atrapado en su médula espinal. No venía de fuera. No era una amenaza. Era un aviso. Una súplica. Como si algo, más allá de esa forma que fue Anna, le rogase no seguir.
Y, sin embargo, ya era demasiado tarde.
Anna —¿era aún Anna?— se alzó con un chillido sordo, sin boca pero con una garganta abierta al horror. Su cuerpo tembló convulso, dominado por un impulso depredador, y en un movimiento imposible, su columna se arqueó hacia atrás como un alambre tenso antes de lanzarse sobre el padre Moore con la furia de una criatura abandonada por el mundo.
No gritó.
Él sí.
El brazo que había emergido de su rostro buscaba, no asirlo, sino atravesarlo, con dedos como garfios, con una violencia sin alma. El padre Moore sintió que todo a su alrededor vibraba: las rejas, el suelo, el aire mismo, como si el acto de atacar hubiera alterado las leyes de la materia.
Sus rezos, balbuceados, se rompían al salir de su boca.
El hacha bendecida cayó al suelo con un clang seco.
El exorcismo era imposible.
Esto no era una lucha entre lo divino y lo profano.
Esto era otra cosa.
Un error. Un residuo. Un hambre.
Y ahora, lo quería a él.
¿Qué piensa hacer el padre Moore?
Aún está a tiempo de tratar de subir por las escaleras... dejando a Anna en aquel sótano... o bien... recurrir a la violencia....
Lo que está claro es que Anna no va a parar y quiere sangre...
El padre Moore retrocedió, atónito, un paso.. tras la caída del hacha.. Ese horror que una vez había sido Anna iba a por él; casi habría apostado su alma a que habría ido a por el mismísimo Maligno si lo tuviera delante..
Comprendió que nada podía hacer por la pequeña, ni por la familia.. Tenía que salir de allí, de ese horror.. pero, se atrevería a dejarlo suelto en el mundo?
De momento hizo lo único que podía hacer.. Intentar salvar la vida.. y el alma..
Perdón por la tardanza.
El padre Moore necesita realizar una tirada de destreza para subir por las escaleras.
El padre Moore, de forma atropellada, casi sin acordarse del motivo que le había llevado allí, para si vergüenza, consiguió llegar a la escalera y subirla.
Debía poner tierra de por medio y, Dios mediante, quizás podría volver a la carfa en el futuro... Si conseguía escapar del abismo al infierno que se había abierto en esa casa y salvar la vida... Y el alma
Motivo: Destreza
Tirada: 2d6
Dificultad: 8+
Resultado: 9(+1)=10 (Exito) [4, 5]
Ningún problema, faltaría más
Por cierto, un éxito señor guardián de los arcanos
El padre Moore sintió el grito apagado de su conciencia pidiéndole resistir. Pero sus piernas ya se movían, instintivamente, como si su alma hubiese tomado la decisión por él. No por cobardía, sino por comprensión. Lo que había allí no podía ser salvado. No debía ser enfrentado.
La luz al fondo del pasillo enrejado lo llamaba. No con dulzura, sino con urgencia. Como si fuera la única salida antes de que la realidad terminara de resquebrajarse.
Dio un paso. Luego otro.
Anna —la cosa que fue Anna— aullaba sin sonido, arrastrando sus pies torcidos, el brazo que salía de su rostro palpitando como un órgano sin dueño.
El padre Moore corrió hacia la luz.
Y en cuanto su cuerpo atravesó el umbral, el mundo se deshizo.
Todo fue blanco.
Una luz sin calor.
Un sonido sin forma.
Un segundo eterno.
Un vacío que lo llenó por completo.
Y luego... el olor a tierra mojada.
El padre Moore jadeó y abrió los ojos de golpe. Estaba en el exterior, de espaldas a la Hacienda Lane, bajo un cielo plomizo que amenazaba con más lluvia. Los árboles se mecían pesados por el viento, y en el aire flotaba un olor a ozono y ceniza.
A su espalda, a apenas un metro, uno de los ventanucos del sótano —el mismo por el que nunca había conseguido ver nada— estaba hecho añicos. Los cristales rotos esparcidos sobre el barro relucían como sal en la penumbra.
Se giró. Se acercó.
Era imposible.
El agujero era estrecho, minúsculo, incapaz de dejar pasar ni el torso de un niño. Y sin embargo… allí estaba él. Afuera.
Vivo.
Libre.
Entero.
El hacha ya no estaba. La marca de su pecho ardía con un calor sordo, como si hubiera sido cerrada, no curada. No había rastro de la criatura. No había rastro de Anna.
Solo el susurro lejano del viento entre los árboles.
Y la certeza incuestionable de que lo que habitaba la Hacienda Lane…
sigue allí dentro.
Esperando.
Qué podía hacer? Había salvado la vida y el alma de milagro. Pero había venido a realizar un trabajo. Un trabajo que quedó inconcluso hace años, que se había llevado por delante a las pequeñas, a esta adorable familia.. a su mentor.. sí, su Eminencia luchó con arrojo contra el maligno y no flaqueó, no dudó en entregar su vida..
El padre Moore haría lo mismo. Intuía que no saldría de allí con vida, pero la alternativa era huir y dejar a aquella cosa suelta por el mundo. No, no podía hacerlo.
Si pudiera pensar en todo lo acontecido, todo lo que había visto, oído, visitado desde que tuvo aquel accidente con su utilitario.... Sí, sólo necesitaba un momento para tratar de entender, de trazar un plan y que fuera lo que Dios quisiera..
Mientras recuperaba el aliento y, por qué no reconocerlo, el tono habitual de su piel, se detuvo a meditar agazapado en un rincón, atento..