Partida Rol por web

Un gorgoteo espeso os saca de vuestra ensoñación, para encontraros rodeados de varias personas en mitad de la noche. Media docena, al menos, de harapientos navajeros, y un séptimo que se pone de pie junto al cuerpo degollado de vuestro compañero Calixto, con una segunda boca a la altura del cuello escupiendo sangre.

- Chssst, quietos. No os mováis. - Dice uno de ellos, que se arrima a Julián empiñando una navaja que brilla con la luz de la luna.

Yamila contuvo grito de horror y se tapó los ojos al ver desplomarse a Calixto mientras la vida escapaba a borbotones de su garganta. Aún así fue capaz de mantenerse junto a sus compañeros y no salir corriendo siguiendo su primer impulso.

Agachó la cabeza, sin atreverse a mirar a los malhechores, deseando confundirse  con el entorno y que no repararan en ella. 

A pesar de haber sido sorprendidos en la noche y la evidente muerte del compañero Calixto, Fidela aguantó la presión de verse rodeada de malhechores armados, los cuáles, ansiaban posiblemente las posesiones de los presentes, que si bien eran pocas, seguramente ni lo sabrían.

- Mis señores, no tenemos nada, Don Manuel no nos ha pagado aún y solo puedo daros los restos del vino que queda en esa bota... Matarnos no tiene sentido, nada ganan con nuestra desdicha, tan solo los fuegos del infierno porque créanme que aunque no haya nadie, Dios está en todas partes juzgando... - dijo la mujer llevando la mano al cuchillo que tenía a buen recaudo, desde luego si iban a hacerle algo no tendría inconveniente en desollar a los malnacidos que habían vertido la sangre del desgraciado.

El vino hizo su trabajo tal vez demasiado rápido. Cuando Fidela le habló el barbero ya estaba roncando. 

Cuando despertó ya estaba oscuro. Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba sucediendo. Vio el cuerpo del silente Calixto inerte y a varios hombres con malas intenciones.

Tragó saliva algo tenso al ver como ese canalla se le acercaba navaja en mano. Pero se mantuvo en sus cabales.

-Buen señor- Comenzó. -Como bien ha mencionao la buena doncella, no tenemos na de valor a parte de la bota de vino, con lo poco que quede. No sacaran na de provecho de nuestras muertes. Si nos dejan marchar en paz no diremos na. Ademá puedo arreglarles las barbas y las melenas si gustan- 

- Antón... - Dice uno de los asaltacaminos mirando al que parece su líder.

- Si hay provecho o no, ya lo veremos - dice el tal Antón como respuesta y sacando una navaja -. Deberíaisser más cautos el pregonar que vais a pasar la noche a la intemperie.

Uno de los secuaces se asoma entre un amontonamiento de piedras, donde se descubre una oquedad que los viajeros habían pasado por alto.

- ¡Está todo! - Grita éste.

Antón sonríe, y en su mirada se ve que hay próximo derramamiento de sangre...

Estaba claro que aquello solo podía terminar de una manera o con vida o con muerte. No enfrentarse a los ladrones no parecía implicar que se apiadasen de ellos y les dejaran estar, así que deberían hacer acopio de valor y defender las miserias de sus posesiones, siendo la más importante de todas la vida, aquella que guardaban en el interior de sus cuerpos.

- Pues vosotros lo habéis querido... - dijo la curandera sacando el cuchillo e intentando acertar al tipo que más cerca tenía, per quizás el dilema moral de dañar a una persona hicieran dudar a Fidela, pues no acertó en el golpe que iba a asignar -...Robarle a una mujer embarazada... ¡¡¡Dios os castigará!!!.... - había dicho su gran secreto, la sanadora estaba encinta.

La mora agarró el estuche de su rabel y lo abrazó contra su pecho. Si alguno de los rufianes intentaba acercarse a ella ( ya que ella no se acercaría como la valiente Fidela), lo usaría a modo de escudo, o incluso podría intentar propinar un golpe inesperado con él. 

El intento de persuadir a sus atacantes había fracasado. Y la cara de uno de ellos dejaba bastante claro que quería sangre. Y sangre tendría, pues Fidela no dudó a la hora de defenderse, aunque sin mucho acierto para su desgracia. 

Yamila por su parte se protegió. Y Julián no tenía pensado quedarse de brazos cruzados ante dos bellas damiselas y un puñado de canallas. 

Sacando una de sus navajas para arreglar barbas como arma improvisada, no dudó en tratar de apuñalar al que tenía más cerca antes de que ese le apuñalase a él

El tal Antón desenvaina su bracamante y se retira unos pasos, dejando el hueco a sus secuaces, pues parece que no le viene la noche como para mancharse de sangre. Va pues, a por Julián, un desdentado bandido que saca su navaja y arremete. La oscuridad es más provechosa para el barbero, que salva el pellejo por muy poco. No ocurre lo mismo con el barbudo desgreñado de atrás, que clava su hoja en el muslo del viajero, haciéndole aullar de dolor. De un olivo cercano, una bandada de pájaros sale volando, espantados por la garganta de Julián. Otro de los bandidos, un harapiento jovenzuelo de no más de dieciséis años seducido por la mala vida de los caminos se lanza a por la bella Yamila, pero en vez de sacar su cuchillo, comienza a desatarse el cinto y bajarse los pantalones con una repugnante sonrisa en su rostro.

El grito el canalla hizo soltar a Julián no fue precisamente pequeño. Debieron de oírlo hasta en la villa. 

Clavó la mirada en el que le había apuñalado para devolverle el favor. Aunque sin mucho éxito

Una curva descendente hace una raja en el pecho de Julián, que deja al descubierto el corte del que comienza a manar su sangre.

La mora veía que el mozo se acercaba a ella bajándose pantalón y calzones con claras intenciones. Cuando llegó lo suficientemente cerca de ella, se agachó y agarró la cintura del pantalón bajado del mozo, dando un fuerte tirón hacia sí, esperando desequilibrarlo y que cayera hacia atrás. Con un poco de suerte, se daría algún mal golpe en la cabeza con los pedruscos desparramados por el suelo de las ruinas.