Partida Rol por web

Bueno, una cosita menos, era hora de apoyar a mi hermana, rebusqué en la bolsa y saqué una nueva piedra con una runa inscrita en ella y la muestro  hacia Sumirea mientras proyectaba el escudo  sobre mi hermana para protegerla lo mejor posible frente al ataque de tantos enemigos.

Satisfecho, comienzo a mover las manos  como sí fuera una marioneta  mientras concentro mi voluntad sobre el enemigo.

Veo como el bandido con escudo se acerca a mi, pero no tengo miedo. Los dioses no me dejarían morir en un sitio así. Prácticamente de refilón veo al niño, absorto en sus pensamientos mientras ve a gente matar y morir. Que niño tan extraño. Por un lado, parece que siente la magia, y además no tiene miedo a... esto... a la guerra. 

- Timmy, ¿puedes desatarte? Inténtalo!

Me acerco más al enemigo con escudo, alzo mi espada, la espada forjada por el mismísimo Mbili, capaz de derrotar a los mismos Sunguras, y golpeo directamente hacia él.

El combate aún no había terminado y la sangre aún tenía que correr.

El primero en reaccionar es Jormund, el cual, de nuevo, coge una de las pequeñas piedras que tiene en la bolsa y la lanza contra su compañera Sumirea. Pero, esta vez, en lugar de salir un humo de ella, empiezan a salir una especie de hojas de árbol semi-transparentes que, levitando con suavidad, se colocan delante de ella hasta formar un escudo mágico.

Casi al mismo tiempo ves al arquero moverse de forma extraña, ya que apunta con el arco al compañero del escudo, el cual se encuentra de espaldas a él, pero su cara no parece mirarle, sino que mira a otro lado.

-¿Qué? ¿Qué me pasa? -empieza a gritar-. ¿Qué ocurre? 

Sus dedos sueltan la cuerda y su flecha se clava en la espalda de su compañero del escudo, el cual no espera el golpe y avanza un par de pasos por la fuerza del impacto. 

Desde vuestra posición veis la punta del proyectil sobresalir por su pecho.

Valdemar alzó la espada con decisión.

 Timmy, ¿puedes desatarte? Inténtalo! -gritó mientras corría hacia el del escudo.

Puede que a causa de la herida de la flecha, puede que se tratase de la certera habilidad del humano o puede que Kifokikua te concediera, por un instante, una certeza divina; la cuestión es que el sumo sacerdote corre hacia el enemigo hasta atravesarle con el arma. Pero no termina ahí sino que sigue avanzando hasta que choca contra un árbol para empalar a su enemigo. Con un movimiento seco saca la espada y, aunque el bandido no se mueve del sitio, el árbol a su espalda se parte por la mitad.

Mientras la madera cae destrozada por todo el claro, el bandido cae contra el suelo.

Ha caído uno de los arqueros y el compañero del escudo, pero el resto de bandidos no parecen desconcentrarse y continúan con la pelea.

Por eso, uno de los espadachines, se encara con la Jayán intentando volver a herirla. 

Con decisión mueve su arma, pero el escudo de Jormund se interpone entre él y la mujer, dañando la defensa pero no a Sumirea.

Casi como si fuera una sombre su compañero hace lo mismo, aunque su destreza con el arma le hace que casi se le caiga de las manos cuando intenta dar la estocada. 

La elfa, desde la distancia, tensa su arco con una nueva flecha y apunta hacia el bandido del mandoble. 

-¡Wah! -grita mientras suelta la cuerda.

El proyectil, dirigido justo hacia su cabeza, vuela con precisión. Pero el enemigo parece ver venir el ataque y alza su arma justo a tiempo para que bloquear la flecha con la empuñadura de su arma. 

Sir Henry sigue sin moverse.

Sin hacer nada.

Sin casi respirar.

Y, sin embargo, se nota un movimiento extraño en el mandoble del bandido. Pero nada más...

Sujetando con más fuerza su gran arma, aquel bandido alza su espada de nuevo contra Sumirea.

Ambos contrincantes empiezan a intercambiar  golpes con una fuerza increíble. Tal es su destreza que la hierva empieza a salir despedida por el aire y en la tierra empiezan a aparecer cortes e impactos. Es tal la potencia de los impactos de los filos que, el sonido, suene como cañones en vuestros oídos.

La pelea parece igualada, hasta que uno de los tobillos de Sumirea cede. Solo un instante, pero el tiempo suficiente para que su enemigo coja ventaja y la dé un golpe capaz de partir a una persona normal por la mitad; aunque a ella solo le produce un corte que le cruza la mitad del pecho y mancha de sangre todo el suelo.

Por suerte aquel golpe no es suficiente para tumbarla.

Mientras, sin perderse ningún detalle, Timmy observa todo.

-Hola señor mayor -saluda ante el comentario de Valdemar-. ¡No! No puedo soltarme. De eso se trataba el juego, de atarme hasta que no pudiera soltarme. 

Sonríe y continua mirando lo que ocurre.

“La fuerza de este hombre es formidable, tal vez deban caer primero los demás” con este pensamiento decide cambiar su objetivo, su volátil mente siempre cambiante decidió dejar la obsesión con el líder bandido y concentrar sus esfuerzos en darle una mano a la mujer que está en la cabeza del asalto, miro a uno de los bandidos de espada y concentro en el todo su poder Psíquico.

- ¡¡¡QUE EL PODER DE MBILI NOS LLEVE A LA VICTORIA!!!! - Grito tras destrozar al primer enemigo.

Al ver a Sumirea atacada, me tenso al pensar en lo que podría ocurrirle, aunque no acabo de ver como de herida está. Me concentro en como se encuentra, y me dispongo a atacar. Esta vez confiaré en el poder de los dioses para atacar con mis enemigos. Abro el Kompir, localizando de manera automática el pergamino que necesito (Tajo de aire, me cuesta 30 de Zeon) y empiezo a recitar su texto en voz alta, haciéndome escuchar por todo el mundo que nos rodea.

- Fueron los dioses quienes llevaron la tormenta, y a unos elegidos les dieron el poder para controlar su poder. Como Adalá lo ordeno, ¡que aparezcan los vientos de la tormenta y destruyan a nuestros enemigos! 

Estreché los dientes  al ver a mi hermana sufrir semejantes heridas y de nuevo busqué  mi bolsa de piedras una runa que la lancé a los pies de mi hermana.

---Esto no es nada, deja de jugar- le reprocho mientras salgo de mi escondite y miro al humano que ataca a mi hermana- Oye tú, ya sé que eres feo de narices, pero  esa no es manera de cortejar a una dama y menos a mi hermana ¿por que no te enfrentas con alguien de tú tamaño?- le digo con voz burlona desde  mi posición mientras le hago un gesto desafiante con la mano que no parece significar un halago ( ni es para menores de 18 años todo sea de paso xD)

Uy, necesito más práctica, además estoy nerviosa, no sé si realmente quería acertarle y matarlo. Además me ha bloqueado la flecha con demasiada habilidad, no debí subestimarlo.

Pero voy a intentar de nuevo, por más que no quiera, o son ellos o mis compañeros, que ni siquiera conozco, pero al menos están intentando hacer algo bueno.

Y ahí va la otra flecha, esta vez procuro dispararle más rápido porque ya se están pegando, sólo espero que Sumi no se interponga en la trayectoria...

Sumirea había encontrado un buen rival en aquel tipo que la igualaba en el manejo de las armas y, aunque el hambre y la impaciencia se apoderaron de ella causando que la hiriesen, había sufrido más y peores heridas anteriormente, así que aún daría batalla a los enemigos que quedaran en pie, centrándose principalmente en eliminar a los que parecían más débiles y después al que parecía el más poderoso, en el que le había hecho la herida.

- Nada mal basura, ahora acabemos con esto que tengo hambre. - Le dijo al tiempo que intercambiaba más golpes con el sujeto. 

Parecía que el grupo de rescatadores se estaba alzando sobre los secuestradores, que ya habían perdido a dos de sus miembros.

- Nada mal basura, ahora acabemos con esto que tengo hambre.

La Jayán alzó su gigantesca hacha a dos manos contra uno de los espadachines.

El afilado metal desciende con toda la fuerza de la mujer y, aunque el bandido alza su espada y, en un primer momento bloquea el ataque, sus tiemblas flaquean ante la fuerza abrumadora del impacto. Sus brazos tiemblan y la espada desciende hasta que la hoja del hacha se clava en el hombro y salpica todo el suelo de sangre. 

Con un poco más de fuerza, Sumirea podría haber amputado el brazo de aquel hombre.

- ¡¡¡QUE EL PODER DE MBILI NOS LLEVE A LA VICTORIA!!!! -grita Valdemar tras partir el árbol con aquel golpe.

Pero el júbilo que sintió por su hazaña se vio ensombrecida ala ver a su compañera, la gran mujer capaz de alzar aquella portentosa arma con una mano, tan herida. Por eso, para ofrecerle apoyo, se giró hacia los enemigos al mismo tiempo que sacaba un pergamino de su particular libro.

- Fueron los dioses quienes llevaron la tormenta, y a unos elegidos les dieron el poder para controlar su poder. Como Adalá lo ordeno, ¡que aparezcan los vientos de la tormenta y destruyan a nuestros enemigos! 

El aire a su alrededor empezó a arremolinarse hasta formarse una hoja transparente que, con velocidad, fue hacia el enemigo.

Uno de los espadachines, el que aún no había sufrido daños, coloca su espada delante de él, como si quisiera bloquear aquel ataque. Pero el aire atraviesa la hoja como si no existiera y le golpea de lleno. El impacto le produce un tajo vertical que le atraviesa de arriba abajo haciendo que caiga, inerte, al suelo.

El hombre del mandoble, imitando a su compañero, interpone el gran espadón entre él y el ataque. Pero, al igual que antes, el aire la atraviesa sin problemas hasta que llega a él y le golpea. El impacto es tal que le hace retroceder un par de pasos y le produce un gigantesco corte en el pecho que podría haber partido por la mitad a cualquier persona... Menos a él, aunque sí le había dejado muy tocado. 

La elfa, volviendo a tensar su arco, deja soltar una nueva flecha hacia el del mandoble.

El proyectil cruza el aire con rapidez y, aunque el enemigo ve el ataque, es incapaz de alzar su arma para poder bloquear el ataque. Por eso la flecha se termina clavando en el hombro del hombre. 

---Esto no es nada, deja de jugar- le reprochó Jormund mientras salía de su escondite y miraba al humano que ataca a mi hermana- Oye tú, ya sé que eres feo de narices, pero  esa no es manera de cortejar a una dama y menos a mi hermana ¿por que no te enfrentas con alguien de tú tamaño?

Tras aquello lanza una de aquellas piedras hacia su compañera y, de esta, empieza a salir una planta translúcida que crece a una velocidad increíble y de la que surgen pequeñas flores de un intenso color rojo. Este color parece viajar hasta las heridas de Sumirea, cerrándoselas a una velocidad increíble.

El último en moverse es el hombre de las vendas. Aunque, más que moverse, se limita a mirar al espadachín que lleva.

Este, a pesar de estar herido, empieza a mover la cabeza, asustado.

-¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?

Mira hacia todos lados pero como si no mirase. 

Viendo la situación casi controlada voltea su vista al hombre del mandoble, sonríe “es hora del segundo asalto” piensa, esta vez intenta algo diferente, cree que lo mejor es mellar la moral del que parece el último en pie de sus contrincantes.

- Aun estáis a tiempo de salvaros. Dejad al niño, abandonad las armas, explicadnos porque habéis secuestrado a esta criatura y aceptad el Natunaprantismo. Moja es misericordiosa y os perdonará si aceptáis vuestros pecados. Si no lo hacéis, moriréis aquí, y también en la otra vida. No vale la pena luchar.

Abro mi libro mientras lo digo y se lo enseño, mostrándoles el camino. El verdadero camino. El camino de los auténticos dioses. No tengo miedo de que lo rompan de un espadazo, sé que el libro está protegido por los mismos dioses.

Uy... eso debe haberle dolido. Ya no sé si quiero seguir con esto, por más delincuentes que sean, son personas, ¿merecen la muerte tanto? Podríamos castigarlos de otro modo apra que escarmienten.

Pero claro, tratar de dialogar eso con este grupo de inadaptados será imposible.

Una flecha más, con suerte no seré yo la que los mate directamente y así no me queda ese cargo de consciencia.

Aunque Sumirea había golpeado a un enemigo, veía que estaban reduciendo poco a poco a los bandidos con una fugaz mirada y hasta se sorprendió que el barbudo charlatán fuera alguien tan capaz. 

Pensando en cambiar de objetivo ya que no tenía nada en contra de aquel humano, desistió de ese pensamiento e intento acabar con su vida empujando su hacha a través del cuerpo. Ella había intentado dialogar con ellos, o eso es lo que quiso creer para no tener remordimientos si acababa con la vida de alguno. 

Complacido por los resultados, simplemente me quedé observando la escena.

---Veo que ya has entrado en calor, estais muertos chicos, es mejor que salgais huyendo mientras aún tengais piernas  con las que moveros...- digo con torno sugerente  a los pocos supervivientes que quedaban- Pero por sí acaso...- digo haciendo un gesto hacia uno de los espadachines mientras uso mi influencia sobre este para que le dispare.

- Aun estáis a tiempo de salvaros. Dejad al niño, abandonad las armas, explicadnos porque habéis secuestrado a esta criatura y aceptad el Natunaprantismo. Moja es misericordiosa y os perdonará si aceptáis vuestros pecados. Si no lo hacéis, moriréis aquí, y también en la otra vida. No vale la pena luchar.

El hombre del mandoble le mira.

-¿Ahora queréis hablar? -pregunta. Tras decir aquello empieza a reírse, aunque pronto se convierte en una corta tos repleta de sangre-. Fuisteis vosotros los que atacasteis primero. Seréis vosotros los que carguéis con todo lo que pase a partir de ahora.

El espadachín, dispuesto a no tirar la toalla, ataca a la gran Sumeria sin vacilar. Pero el escudo mágico de Jormund detiene el ataque y la permite a ella tener una situación de ventaja.

Ella, sin desperdiciar aquella situación, enarbola su gigantesca hacha y, de un solo movimiento, produce tan descomunal corte en el torso de aquel hombre, que le falta poco para partirle por la mitad. Y, como consecuencia, el espadachín cae al suelo, inerte.

Sin decir nada, la elfa vuelve a descargar una de sus flechas contra el gran hombre del mandoble.

Dadas sus heridas, le faltaba poco para caer, y todo lo que necesitó fue aquel proyectil. Le atravesó uno de los hombros, de lado a lado, y, por la fuerza del impacto, este cayó hacia atrás.

Lo último que veis de él antes de caer es una absoluta y completa cara de paz.

Solo quedaba el arquero que estaba siendo controlado por Jormund. 

- Henry, mantén tu control sobre él! Detecto magia en el crío, me parece que esto no es un simple secuestro, deben querer algo de él. Que este hijo de sunguras nos cuente lo que está ocurriendo aquí.

Sumirea, cansada de aquel combate, logra ver que sólo queda un enemigo, un arquero al que se dispone a eliminar pero que, escuchando las palabras de Valdemar y serena dose un poco, decide dejar con vida para que les cuente sus motivos. Lo más rápido que le permite su armadura, se coloca a su lado y lo sujeta con su mano libre, deseando que no cometa ninguna estupidez.

- Sí intentas huir, te cortaré los pies a la altura de los tobillos y empezaré a comer tu carne mientras sigues con vida hasta que implores tu muerte y, en ese momento, haré todo lo posible para que no mueras por los traumatismos sufridos ni por la pérdida de sangre y repetiré el proceso una y otra vez. - Amenazó al arquero con la mejor de sus sonrisas, intentando parecer lo más sádica posible. - Haznos el favor a todos y cuéntanos para qué queríais al chiquillo. 

Esperando someter las ganas de huir de aquel tipo, esperó a que sus compañeros se acercasen para que contase lo que tuviera que contar. 

Henry salió de su escondite y camino hasta estar cerca de la furiosa chica del hacha -Creo que tu plan puede tener algunos inconvenientes y el podría morir en el proceso, déjame intentar a mi primero sacarle lo que tiene en su mente, si no lo logro lo dejare en tus manos- Una vez dice esto hace contacto físico con el arquero y concentra todo su psique en él.

---Para empezar, señor sacerdote, el que lo mantiene bajo control al arquero soy yo, no el señor de las vendas que parece una momia- digo mientras me acercaba al niño y lo observaba con una muestra clara de desconfianza y más aún cuando Valdemar detecta magia en él- Así que hermanita, no lo amenaces porque no puede hacer nada de momento a nivel físico...Anciano, tú que has visto la magia del chico  mira a ver sí puedes desentrañar lo que es....