Partida Rol por web

Fort Doom: Dead Lands

Capítulo 8: As de Tréboles

Cargando editor
18/03/2013, 19:11
Capitán Rogers

El despacho del capitán se alzaba cerca al centro. Unas yardas más allá se emplazaban las tiendas donde se alojaban los soldados y, detrás, el sector destinado a los prisioneros. El hombre cerró la puerta tras de sí y se dirigió hacia los “calabozos”, meras jaulas más aptas para encerrar bestias que personas, fueran estos candidatos al pelotón de fusilamiento o no. Pero en Fort Doom no estaban los tiempos como para delicadezas. Fuera, el polvo se levantaba allí y allá y el sol no mostraba clemencia alguna.

Apenas se detuvo un instante para responder al reglamentario saludo de los guardias y siguió avanzando hacia donde se encontraban los prisioneros. Primero, destinó una breve mirada hacia el  vaquero. Por su aspecto, indudablemente, había recibido la “bienvenida” de rigor, algo frecuente con sujetos como aquel, más aun cuando se iban de lengua.

Nunca aprenden, pero de nada le servirá ahora.

Sus ojos se desviaron hacia el cabo que lo seguía como una sombra.

—Al alba— dijo. Dos lacónicas palabras; una orden. Así funcionaba todo en el frente: frías instrucciones, rápidas y expeditivas, y una vida dejaba de ser tal.

Luego dirigió sus pasos hacia el otro “calabozo” y rodeó la estructura con pasos lentos pero firmes, observando al prisionero allí alojado con una mirada escrutadora mientras con una mano acariciaba la incipiente barba que sombreaba su rostro. Tres, cuatro, cinco minutos transcurrieron con agobiante e indiferente lentitud. Y el desierto, el sudor del mestizo y una certeza se colaron al mismo tiempo por las fosas nasales del capitán.

Entonces un esbozo de sonrisa arqueó la fina línea de sus labios.

Oh, sí…— musitó en español.

Cargando editor
20/03/2013, 21:28
Cabo

El cabo frunció el ceño, dedicando una mirada a su pelotón de fusilamiento. Claramente, tras el numerito que montó el vaquero tenía planes ya mismo.

No respondió a la orden ni asintió, porque no era necesario (por supuesto se haría lo que el capitán dijera) sino que se limitó a sacar las llaves de la celda del indio, en quien su superior parecía más interesado.

Cargando editor
20/03/2013, 22:36
Capitán Rogers

El capitán giró sobre sí mismo y avanzó desandando el camino recorrido poco antes.  Y, sin siquiera volver la mirada, ordenó:

—Lo interrogaré en mi despacho, pero no te fíes de él — y agregó recalcando algunas palabras: —Es mucho más peligroso de lo que crees. No toleraré errores. No quiero lamentar bajas; menos la del mestizo.

Y mucho más peligroso de lo que él mismo cree.

Otra vez aquel amago de sonrisa se insinuó en su rostro.

Cargando editor
23/03/2013, 17:12
Director

Dakota escuchó el tintineo que a veces (solo a veces) precedía a la libertad para los enjaulados. Cuando subió la mirada vio una cara con rasgos duros mirarle desde el hueco embarrotado que había en la puerta. Apenas le había dado tiempo de mirar sus heridas.

La cara desapareció y la puerta se abrió. Otro rostro le recibió, este ya conocido. El cabo estaba en la puerta, recibiéndole con su pelotón de fusilamiento entero.

Cargando editor
23/03/2013, 17:15
Cabo

—Vamos, indio. Vas a dar un paseo. 

Hizo unos gestos y dos de los ocho hombres que le acompañaban entraron a la celda. Dakota pensó que iban a ablandar los restos de resistencia que pudiera tener o deshacer cualquier idea de hacerse de rogar. En realidad ofrecieron la mano al indio para ayudarle a que se levantara del catre. Ciertamente iba a necesitar ayuda, por corto que fuera el paseo.

Cargando editor
24/03/2013, 12:38
Dakota

Dakota observó a los recién llegados con aquella mirada oscura y penetrante de siempre, sin que en su rostro perdiera la solemne gravedad que lo acompañaba en todo momento. Parecía cansado, o quizás algo abstraído. Como si su mente estuviera en algún otro lugar muy lejano.

Finalmente, luego de algunos instantes que parecieron durar una eternidad, reparó en la mano que le tendía el soldado. La observó fijamente durante algunos segundos, y luego recorrió con la mirada el brazo y el cuerpo que la sostenían, evaluando con ojos escrutadores al joven.

Aquella bien podría haber sido la oportunidad que estaba esperando. Solo había tres hombres en la habitación, y poco espacio para moverse…

- Tiradas (4)
Cargando editor
28/03/2013, 19:50
Director

Los dos hombres esperaban por Dakota, pero atribuían su tardanza a la conmoción y las heridas. En esos largos segundos el indio evaluó la situación.

Los dos hombres que estaban junto a él eran jóvenes pero experimentados. No aguantarían un cuerpo a cuerpo con el mestizo, probablemente ni siquiera malherido y agotado como estaba, pero tampoco podía contar con que cometieran una estupidez o un error. En el territorio en disputa había sobrada oportunidad para la acción, y estos soldados ya la habían degustado. En su hombro colgaban de cintas sendas carabinas. Eran de difícil acceso y seguramente tenían el seguro puesto. Esas armas largas serían poco fiables en un espacio tan reducido y en un ataque breve. Portaban también revólveres, pero sus pistoleras tenían una banda de cuero que trababa el arma y tan solo se liberaba con una hebilla.

Las carabinas de los seis hombres que quedaron fuera estaban mucho más preparadas para escupir fuego. Si era necesario y tenían la oportunidad podrían ser un pelotón de fusilamiento, al fin y al cabo. Las medidas de seguridad para escoltar a un solo hombre herido eran exageradas, y quizá por eso todos parecían relajados y confiados. Todos... excepto el cabo, que no quitaba ojo de Dakota y que, si el indio sabía evaluar a un rostro-pálido, podía llegar a ser un tipo muy peligroso.

Cargando editor
06/04/2013, 16:04
Dakota

La imperturbable mirada del indio escrutó sombríamente los rostros jóvenes que le tendían la mano, como si las respuestas que buscaba se hallaran en aquellas pupilas y no en la miríada de detalles que salpicaban el escenario que lo rodeaba.

En cierta medida, así era. Pues el mestizo había aprendido, por lo general, a base de puro sudor y sangre, que los ojos de una persona podía revelar mucho más acerca de sus intenciones y habilidades que los callos en una mano o el modo en que sostenía un arma.

En cualquier caso, fuera cierto todo aquello o no, a Dakota no pareció gustarle lo que veía. De modo que decidió dejar pasar la oportunidad y guardarse sus fichas hasta encontrar una mano mejor. Quizás podía encargarse de los jóvenes soldados, e incluso tal vez hasta tuviera alguna chance contra el cabo de mirada dura y gesto ceñudo. Pero el pelotón de fusilamiento que lo aguardaba a la entrada de su celda era una historia muy diferente.

Además, la noche era joven. Con suerte, quizás alguno de sus enemigos terminara por mostrar las cartas…

Finalmente, tras un tiempo que a todos los presentes se les antojó pegajoso y eterno, el mestizo se puso lentamente de pie, evidenciando insufrible dolores y grandes dificultades para hacerlo, aunque sin aprovechar la ayuda que los soldados le ofrecían. No fue un gesto de abierto desprecio, ni tampoco de dignidad herida.

Mientras sus piernas lo sostuvieran, el apache se valdría por si mismo. Como había sido siempre. Dueño y esclavo de su propio destino.

Cargando editor
08/04/2013, 18:08
Director

Los soldados que habían entrado en la celda mantuvieron la distancia. El cabo parecía receloso y suspicaz, pero de una forma inconcreta. No había percibido nada raro y seguramente achacó la tardanza del mestizo a sus graves heridas.

Los siete militares a las órdenes de su superior directo escoltaron a Dakota a través del fuerte. El ambiente estaba tranquilo y los últimos rayos de sol iluminaban los extremos superiores de varias decenas de tiendas con variadas dimensiones y formas. Había pocas construcciones, al margen de la empalizada. Los edificios se reservarían seguramente para los calabozos y las reservas de munición, pólvora y alimentos.

Otro de esos sólidos edificios de madera alojaba al capitán del regimiento. Sobre la puerta de entrada ondeaba una bandera de la Unión. Tras pasar ese umbral y atravesar un corto pasillo, el cabo tocó suavemente con los nudillos en una sólida puerta. Dakota no llegó a escuchar la respuesta, pero debió haberla, porque el oficial y tres de sus hombres entraron en el despacho, acompañando al indio a presencia de su capitán.

Cargando editor
13/04/2013, 23:24
Dakota

Dakota se dejó guiar mansamente por los soldados, atravesando el campamento con paso renqueante y cansino. Se permitió una última mirada hacia su camarada antes de abandonar los calabozos, no tanto de despedida, sino más bien como un “todavía no he terminado contigo”, y luego sus ojos se centraron en lo que había fuera del edificio.

Sus ojos veteranos y curtidos evaluaron cada construcción y cada tienda, procurando recordar la disposición del poblado y la ubicación de los diversos efectivos que pululaban dentro de sus empalizadas. En verdad, no era que el indio tuviera algún plan, ni nada parecido. Simplemente, había costumbres difíciles de matar…

Finalmente, su escolta le flanqueó el ingreso a uno de los pocos edificios de madera que había en el lugar. Dakota no pareció particularmente impresionado, y sus facciones permanecieron tan imperturbables como siempre cuando se cruzaron con el hombre que decidiría su destino.

Ya demasiadas veces había mirado a la muerte a la cara. Y todos sus rostros empezaban a parecerle iguales.

- Tiradas (2)
Cargando editor
15/04/2013, 00:27
Capitán Rogers

Era un despacho grande y austero: en el centro, dos sillas flanqueaban una mesa repleta de papeles y documentos y un escriño de hierro con cerrojo y candado; a la derecha y contra la pared, una gaveta con tres compartimentos; y hacia la izquierda, en un rincón apartado, se vislumbraba un catre, una banqueta y un pequeño armario. Sin dudas, el recinto hacía las veces de despacho y dormitorio del capitán.

Rogers, que estaba de pie junto a la gaveta, alzó la cabeza y clavó los ojos en el mestizo un breve instante. Luego, se encaminó hacia una de las sillas y la colocó frente a la mesa a unos pocos pasos de la misma y, dirigiéndose al cabo, ordenó:

—Siéntalo aquí. Si intenta una estupidez, que sea lo último que haga.

Dicho esto, rodeó la mesa y esperó a que los hombres se acomodaran a una cierta distancia de los flancos y la espalda de Dakota, fusil en mano. Entonces se sentó, tomó un rifle, lo recargó parsimoniosamente y lo colocó sobre su regazo. Si tantas precauciones frente a un hombre malherido y exhausto resultaban extrañas, más extraño resultaba aun que el capitán no mostrara ningún signo de temor o aprensión hacia el mestizo. Por el contrario, tras sus adustas facciones asomaba un dejo de curiosidad y (quizá) de cierto regocijo mientras lo observaba. Finalmente y tras unos minutos que se extiendieron lentos y agobiantes como el viento del desierto, alzó un naipe que hizo girar entre sus dedos mientras escrutaba al indio.

Un seis de picas.

—Has visto una de estas antes— dictaminó.

No era una pregunta, sino una afirmación y como tal no esperaba respuesta alguna. Parecía encerrado en sus elucubraciones y tanto que se tomó todo el tiempo del mundo para encender un cigarro y echar dos o tres bocanadas. El acre olor del tabaco inundó el recinto entre volutas de humo. Después añadió, como si deshilvanara un hilo de pensamientos secreto:

—Y según parece tenemos algo en común— sonrió.

Si se refería al propietario de la baraja o al mestizo, no lo aclaró. Jugueteó un instante con la misma para terminar arrojándola sobre un tosco cenicero y, mientras encendía una cerilla junto al rectángulo de cartón, susurró suavemente:

—Dime cómo fue aquel encuentro...

Cargando editor
22/04/2013, 05:44
Dakota

Tras ingresar al modesto edificio, el mestizo aguardó de pie unos instantes. Imperturbable como siempre. Inmóvil mientras sus ojos se acostumbraban a la penumbra del lugar. Desde aquella posición, echó una fugaz ojeada a las dependencias que lo rodaban, aunque tampoco se detuvo demasiado en sus observaciones. Justo lo suficiente como para hacerse una idea de la disposición del lugar, pero poco más.

No parecía particularmente impresionado. Ni mucho menos intrigado. Ya fuera por el edificio o por su misterioso morador, que se había tomado tantas molestias para llevarlo a su presencia. En verdad, casi parecía que el espartano mobiliario hubiera llamado más su atención que el sujeto que tenía frente a él.

Y, en cierta medida, así era. Pues Dakota había visto decenas de hombres como aquel a ambos lados de la línea Mason-Dixon y conocía perfectamente a los de su tipo. Sujetos que solo hacían gala de su templada seguridad cuando tenían un ejército que les cuidara las espaldas, y que medían su coraje según el largo de la mesa que los separaba de sus enemigos.

De modo que, haciendo gala de aquella legendaria paciencia que los de su pueblo habían sabido cultivar desde el comienzo de los tiempos, Dakota aguardó estoicamente a que el misterioso oficial terminara con su estudiada demostración de confianza.

Luego de ello, tomó asiento en la silla que le ofrecían y respondió.

- Dakota matar gran lobo una vez… Y volver a hacerlo cuando salir de aquí… si nadie entretener con palabras…

Su tono era pausado y sereno, como si supiera que tenía todo el tiempo de mundo para articular cada palabra. Sus ojos ardían con la fría intensidad de unas ascuas a punto de apagarse, y su semblante apenas si evidenciaba signo de vida alguno.

- ¿Qué querer saber?

Cargando editor
25/10/2013, 21:35
Director

La paliza recibida casi había acabado con Frank. Tras sobrevivir el Inferno en la Tierra que fue Purgatory, codearse con fantasmas y hombres lobo, después de luchar contra indios, bandidos y monstruos hubiera sido estúpido morir a golpes a manos de unos soldados nordistas por no haber cerrado la boca.

Cuando el vaquero recuperó la consciencia, el dolor le hizo darse cuenta de que está vivo. Se encontraba tumbado en un jergón de paja en una celda oscura, cuya única fuente de luz era un ventanuco abarrotado en la puerta. En el suelo había un cubo vacío... y junto con la cama parecía que a eso se reducían las comodidades facilitadas por la Unión. No echaría de menos muebles; al fin y al cabo, le ejecutarían al día siguiente.

Lo último en lo que se fijó Frank fue en un hombre sentado junto a él. Un sacerdote, con una palangana llena de agua en el regazo y un trapo mojado en la mano derecha. El veterano pistolero notó unos pocos vendajes en sus brazos y se sorprendió al no encontrar señal de las heridas de su cara (que se había llevado la peor parte).

Cargando editor
28/10/2013, 09:24
Frank

-Ha trabajado usted para nada padre- escupió al suelo y notó entre sus muelas resquicios de sabor a sangre. Frank se incorporó y se quedó sentado entre la paja maloliente.  El cura habia hecho un buen trabajo con su cara. Sí. Al menos tendría buen aspecto cuando le fusilaran. Ja. Ironías de la vida pensó.

-Al menos me darán una buena comida. Algo caliente. Un potaje con carne y patatas. ¿Puede conseguir eso padre?-

-¿Y vino?. ¿Eh?. Eso sería algo maravilloso.-

Cargando editor
28/10/2013, 20:51
Gabriel Sánchez

- No hijo, para nada - Habla en tono amigable y cercano - Haré lo posible y esté en mi mano, pero dime cómo has llegado a esta situación, qué te ha deparado la vida para que llegases a este punto...

Cargando editor
28/10/2013, 20:55
Frank

— Joder padre. No vaya a sermonearme ahora.— El viejo vaquero se colocó bien el pelo y se metió la camisa por debajo del pantalón y luego miró por la estrecha ventana buscando algun resquicio por el que ver algo de fuera. Algo que le hiciera olvidar aquello. Aunque solo fuera un trozo de cielo o una nube.

— ¿A quien le importa como haya llegado hasta aqui?.— La cosa es que estoy aqui. No hay más vueltas que darle.-

 

Cargando editor
28/10/2013, 21:05
Gabriel Sánchez

- Tiene razón, discúlpeme... ¿Y tiene familia? ¿Hijos? Y no, si puedo salvar una alma, mi esfuerzo no será en vano, así podrá descansar en paz y con su espíritu tranquilo

Cargando editor
28/10/2013, 22:33
Frank

— No se ofenda pero preferiria morir con el estómago lleno que con el alma limpia.— Frank se levantó y sintió como algunos de sus huesos se quejaban. Se acercó a la ventana y se quedó allí mirando plantado y en silencio. El cura empezaba a incomodarle. No quería pasar sus ultimas horas dandole a la sin lengua con un tipo que no habia visto en su vida.

Cargando editor
28/10/2013, 22:50
Director

Las escasas vistas de las que gozaba Frank desde el ventanuco le decían que la tarde estaba avanzada y oscurecería a no mucho tardar. La puerta daba al interior del fuerte; este hecho hacía aun más absurda la idea de una fuga pero al menos le daba algo que mirar. Los soldados ahí fuera parecían atareados.

A su espalda, el sacerdote suspiró.

Cargando editor
28/10/2013, 22:55
Gabriel Sánchez

- Entiendo... Al menos os pido un favor, os traeré comida caliente pero prometedme que rezaréis conmigo la bendición de esos alimentos... - Digo con un tono tranquilo, pero con algo de pesar en su voz