Partida Rol por web

El único piso del edificio estaba ocupado por completo con la capilla. La única puerta además de la principal daba a una sala del tamaño de un armario donde colgaba una cuerda: la torre de la iglesia. No había otro acceso a la campana que un difícil e incómodo ascenso por la vieja cuerda, de forma que las reparaciones, de ser necesarias, debían de ser efectuadas desde el techo.

Unos cuantos ventanucos, demasiado pequeños y altos como para que nadie pudiera entrar y salir por ellos, ayudaban a dar luz. Tan solo había una ventana que, hipotéticamente, podría servir como acceso o salida: una gran cristalera de colores representando a la Madre con el Niño. Romper esa ventana seguramente provocaría que el suelo se abriera a los pies del profano y se lo tragara el mismo Infierno. Al menos eso parecían pensar los muertos vivientes, que la habían respetado y respetaban.

Encima del altar de piedra había una bíblia. Detrás, Frank encontró una pila con agua bendita. Al menos no morirían de sed, aunque un hombre supersticioso tampoco consideraría esa opción. Los abundantes bancos de madera podrían servir de barricada, en caso necesario, aunque por el momento los habitantes del pueblo no parecían querer entrar.

Era imposible decir cuánto tiempo habían estado luchando en el bar, o en la calle después de eso. Todo estaba borroso y confuso. Lo único seguro es que la noche ya había caído y el pueblo no iba a volverse más hospitalario a la luna llena que bajo la luz del sol.

Al menos había una salida adicional- pensó el pistolero al ver la cristalera. Por lo demás, aquel lugar no era mas que una ratonera para ellos. Ahora solo les quedaba esperar y ver si encontraban alguna oportunidad para intentar salir de aquel aprieto.

El indio había quedado rendido allí mismo donde se había tumbado, sentado sobre los desconchados maderos del suelo y con toda su abatida anatomía recostada sobre la única puerta de ingreso al lugar.

No había tenido fuerzas ni siquiera para acercarse hasta un banco, y aunque sentía un ardor insufrible en la garganta y casi todo a lo largo de sus vías respiratorias, con su voluntad sola no le bastaba para ponerse de pie y dirigirse hasta la hasta la pila bautismal.

Bien por el contrario, a los pocos instantes de haber cerrado los ojos, la respiración agitada y aparatosa del indio pronto comenzó a serenarse, dejando paso a una inhalación más regular, con bocanadas más profundas y espaciadas, a la vez que sus facciones adoptaban un estado de relativa calma.

Bueno… al menos, lo que podía interpretarse como calma en aquel rostro tan pavoroso e inescrutable.

En cualquier caso, pronto se tornó evidente que Dakota había caído en un sueño profundo, o quizás en un duermevela del que le costó algún tiempo liberarse. Para cuando por fin abrió nuevamente los ojos, Frank ya había terminado de echar un buen vistazo por el refugio.

- ¿Y…? – balbuceó el indio en un tono vacilante y todavía algo amodorrado - ¿Frank encontrar algo? ¿Poder llegar al techo?

A no ser que quieras subir en esa cuerda- señala a la cuerda de la campana- el acceso al techo es bastante complicado. Por otro lado, salvo la puerta de entrada y esa enorme cristalera con la Virgen- añade- no hay mas opciones. Por lo demás, la iglesia no tiene nada mas de interés. 

La búsqueda de Dakota no produjo resultado, y acabó trepando la cuerda hasta lo alto del campanario para disfrutar de una mejor perspectiva de la situación. Desgraciadamente, la noche había caído, y unas nubes de tormenta ocultaban toda luz de luna, de forma que poco pudo verse del pueblo. Aunque no la distinguiera, Dakota pudo sentir la presencia de la luna llena, que solo esperaba el momento apropiado para mostrar su cara.

Frank, casi ciego en la iglesia oscura, estaba sin embargo en mejor situación para escuchar los gemidos y ruidos de los muertos allí fuera. Iban de un lado para otro, siempre rodeando el edificio pero sin acercarse más que a unos pasos de distancia. Había al menos un par de docenas de esos seres. Demasiados para él, especialmente estando sin munición.

Dakota, ¿algo interesante allá arriba?- pregunta a su compañero. Se mantenía a una distancia prudencial de las puertas. A pesar de que los no muertos no podían pasar a la iglesia, no le gustaba tener tan cerca a aquellos seres, y mas teniendo en cuenta que no tenía balas para defenderse. 

Las campanadas sonaron con un estruendo ominoso y perturbador a medida que el mestizo trepaba hacia las alturas por la desgastada cuerda, irrumpiendo en medio de aquella noche inmutable y aberrante con la irreverencia propia de un trueno en medio de un funeral. El gutural tañido parecía fuera de lugar en el silencio profundo que se abatía sobre el poblado, y su insistencia resultaba aún más extraña.

Antes de haber avanzado siquiera la mitad del camino hacia el techo, el indio ya se había arrepentido una docena de veces de su ridícula iniciativa, y volvería a hacerlo otras tantas antes de alcanzar su objetivo. Los músculos de sus brazos le ardían por el esfuerzo de la trepada, y aunque se tomaba todo el tiempo del mundo para recuperarse en cada pausa, tanto sus hombros como sus piernas se habían entumecido hasta el punto de ni sentirlos.

De todos modos, aquella indomable voluntad continuaba infundiendo algo de vigor a sus músculos ateridos… y el más absoluto terror hacía el resto.

Por supuesto, no se trataba de miedo por lo que pudiera pasarle. Hacía tiempo que Dakota había superado tales preocupaciones. Pero con aquella luna...

Finalmente, tras lo que resultó una verdadera eternidad de bufidos, gruñidos y campanazos en plena noche, el indio llegó finalmente hasta el punto más alto de la soga. Desde allí, y tras balancearse sin demasiado esfuerzo, consiguió apoyar su pie en el alfeizar de uno de los ventanales que daba  al exterior.

El escurridizo personaje no necesitó ningún otro punto de apoyo, y en apenas unos instantes había atravesado el sencillo ventanal para dirigirse al techo de la capilla.

- Solo Madre Luna. – respondió agotado el apache en cuanto pudo recuperar el aliento – Y muerte…

- Dakota pasar noche en tejado. – comunicó solo algunos instantes después, sin dar mucho margen para la réplica de su camarada – Mañana pensar como salir de aquí…

Oh, genial, si por casualidad entran los zombies en la iglesia me encargaré yo de ellos con mis revólveres vacíos- piensa Frank. Claro que decir eso no servía de mucho. Solo podía hacer una cosa: se colocó cerca de la cuerda de la campana -lo que suponía una distancia prudencial de la puerta- y tras buscar la mejor postura posible, se acostó en el suelo, apoyándose en la pared para dormir y descansar. Mañana buscarían la mejor forma de salir de allí. 

Pequeños jirones de penumbra revoloteaban sobre la cabeza de Dakota. Apenas visibles en el cielo nocturno, los seres se movían de forma muy distinta a pájaros y sus alas membranosas no perturbaban el silencio en lo más mínimo.

Para el apache no era la primera noche durmiendo al descubierto con murciélagos volando sobre su cabeza. Lo que el hombre blanco llamaba un desierto para el indio era una llanura seca pero repleta de vida. Las amplias tierras muertas quedaban al norte, adentrándose en Utah. El desierto de sal haría parecer fértil esta tierra en comparación.

Llegó el descanso, o al menos el olvido, y cuando el sol salió hizo levantarse de la tierra un olor pútrido y nauseabundo. Los cadáveres que ayer aullaban por sangre ahora eran solo cadáveres, y la naturaleza había continuado el trabajo de descomposición interrumpido por la magia del Jugador.

El camino entre el bar y la iglesia estaba alfombrado de muertos. En un pueblo tan pequeño como aquel, ese trayecto era decir mucho. Alrededor del templo apenas podía verse el suelo. Hombres, mujeres y niños. Hasta el último habitante de otro, de tantos, pueblos malditos.

Los últimos retazos de sueños de sangre para Dakota y de azufre para Frank se disiparon al brillo del sol de la mañana. Esta búsqueda no estaba sacando lo mejor de ellos, precisamente. Serían afortunados si cazaban al monstruo antes de convertirse en uno.

¿Alguna novedad por ahí arriba?- preguntó a su compañero, el cual aún se encontraba en el techo de aquella iglesia. Pasaba el tiempo y al pistolero comenzaba a perder la paciencia. Estar allí encerrados, sin poder hacer nada le estaba sacando de sus casillas.

Dakota parpadeó brevemente ante el tibio sol de la mañana y casi por puro acto reflejo, de manera inconciente y tal vez sumergido aún en las nieblas del sueño, giró su rostro hacia un lado, en un fútil intento de refugiarse un instante final entre las sombras.

De inmediato apareció en su rostro un gesto de dolor tan profundo como persistente, liberado ya de toda somnoliencia, y una mano cubierta de polvo y sangre reseca se alzó para aferrar las agrietadas sienes y masajear los cansados ojos. Todavía recostado sobre el techo de la capilla, el indio chasqueó la lengua con desagrado, sintiendo otra vez aquel regusto acre y dulzón de siempre, recordando poco a poco todos los padecimientos físicos que su cuerpo había ido acumulando con el correr de los días.

Por lo general, despertarse y ponerse en movimiento le habían resultado desde siempre una misma y única acción. Abrir los ojos era sinónimo de ponerse en marcha, hacia donde fuera que lo guiaran sus pasos.

Pero hacía ya algún tiempo que su cuerpo se rebelaba. Que se resistía a los dictados de su conciencia y lo obligaba a permanecer tumbado por más tiempo. A Dakota le resultaba cada vez más difícil imponerse, y tenía la plena certeza de que pronto llegaría el día en que ni toda su voluntad sería suficiente para abandonar aquel sueño que tanto lo atraía.

Pero por algún capricho del destino, ese día aún no había llegado… ¿o si?

Con evidente dificultad, el indio se puso de pie y echó un largo vistazo en derredor, observando desde las alturas la inmunda alfombra de cadáveres que cubrían las calles del poblado, sin que su rostro pareciera percatarse siquiera de ello. Luego, y cubriéndose el rostro con la mano para que la luz de la mañana no resultara una molestia, posó sus ojos en la lejanía, intentando dar con alguna nota distintiva que salpicara el monótono paisaje del desierto que rodeaba el pueblo.

Finalmente, metió otra vez su maciza cabezota por el hueco del campanario, aquel por donde había trepado la noche anterior, y vociferó con aquel vozarrón indolente y grave de siempre.

- Cantina ya despejarse. Todavía poder ir por agua de fuego…

Dakota bajó del campanario con una idea de a dónde iría a continuación. El paisaje alrededor era árido y monótono, con solo una mota de color: un carro se acercaba hacia el pueblo, viniendo desde el norte. La dirección en la que el Jugador había estado viajando todo este tiempo. Aquel viajero tal vez se hubiera encontrado con el hombre lobo bastardo. Si fue así, lo más probable es que no tuviera idea de lo cerca que había estado del Diablo.

Con solo una parada en la vandalizada cantina para reponer el suministro de alcohol, Dakota y Frank dejaron atrás el pueblo dos veces muerto que una vez se había conocido como Hilliardson. Caminaban en dirección al carro viajero. En dirección a su destino.