ACTO 1
Capítulo 2 - Escena 5: 
La aldea de la dulce Muerte

Los investigadores, descansados de una reparadora noche, habían decidido abordar el misterio del Pozo en la Aldea Jiochi. 
Habían viajado hacia el oeste, siguiendo el camino hacia el Castillo Iuchi.

El camino por el valle era solitario, el aire era frío y no parecía haber una sola alma en el trayecto, pasaron de largo de un par de aldeas, donde podían apreciar como los campesinos rehuían de la presencia de la Magistrada y sus agentes incluso a millas de distancia antes de que llegasen; y finalmente encontraron un letrero mugriento y lleno de flechas donde estaba escrito el desvío a una aldea en particular: La aldea Jiochi.

Tras recorrer un par de millas al dejar el desvío, comenzaron a ver campos de cultivo abandonados desde hacía semanas, donde la lluvia había empantanado algunas zonas y donde comenzaba a apreciarse las primeras casas de un poblado fantasma. En este lugar podían ver la inequívoca señal de la muerte, bandadas y bandadas de cuervos revoloteando por el cielo, perros salvajes que se paseaban por la zona, y ganado desatendido que había roto sus barreras para poder encontrar alimento.

Cuando se empezaron a acercar lo suficiente, los investigadores se encontraron con una masacre en todo el poblado como nunca habían visto en su vida... Un poblado entero lleno de cadáveres se encuentraban desperdigados en diferentes estados de descomposición por todo el pueblo, dependiendo de lo descubierto que se hubiera quedado el cuerpo. Era difícil contabilizar el número de bajas, pero seguramente varios centenares de muertos.

Hombres, mujeres, niños...todo el pueblo había muerto.

Los eta también estaban muertos, por lo que todos los cuerpos seguían ahí, cubiertos de moscas y algunos parcialmente devorados por las bestias y carroñeros. 

El hedor era simplemente insoportable.

Tras una tranquila noche de descanso, la comitiva se puso en marcha de nuevo hacia uno de los lugares en los que el informe parecía más escabroso. El envenenamiento del pozo de Jiochi.

Aunque ningún informe los había preparado para una visión como la que les esperaba en aquella aldea dejada de la mano de los kami. Decenas, centenares de cuerpos tirados a la intemperie, descomponiéndose lentamente en una putrefacta y macabra escena que parecía no tener fin. El estómago de Satoru, que llevaba ya un tiempo revolviéndose, dio un vuelco, y a punto estuvo el shugenja de verse obligado a girarse y vomitar. En su lugar, detuvo su montura y se cubrió el rostro con un paño para evitar lo peor del hedor.

Fue un maullido lastimero lo primero que rompió el silencio, cuando una cabecita anaranjada asomó para quejarse. Tal vez intuía las emociones de su dueño, o tal vez el olor a muerte de aquel lugar estuviera perturbando su ánimo.

-Chsst, Tameiki, tranquila. -Murmuró a la pequeña gatita que se revolvía, inquieta, dentro de su ropa de viaje, y la obligó a entrar dentro de la jaula de madera que llevaba para ocasiones como aquella. -Quédate ahí dentro.

-Oh, por todos los kami….  -Masculló, obligándose a ver más allá del horror para buscar las pistas por las que habían llegado, aunque sabía que esas imágenes lo perseguirían en las noches venideras. -Tenemos que intentar sacar algo en claro de aquí antes de irnos.

-Tendríamos…. -Se giró hacia el resto de la comitiva, que guardaba aún el silencio de los velatorios, mientras pensaba en voz alta. -Tendríamos que saber cómo pasó esto… si fue un veneno en el pozo, alguien debería haberse dado cuenta de lo que sucedía antes de que todos murieran a menos que fuese algo lento… pero no veo que haya carroñeros muertos cerca, y sí parecía que… los cuerpos hayan sido devorados. Deberíamos comprobar el perímetro.

-Y… creo que dijeron que en la aldea había algunos samuráis. Puede que hayan recogido sus cuerpos, pero podría ser… que dejaran algo escrito antes de morir. Algo que nos ayude a entender esto.

Hizo una pausa para tomar más aire infecto. A pesar del paño que le cubría la boca y la nariz, el olor resultaba casi insoportable.

-Yo… yo voy a inspeccionar el pozo y ver si hay algún sótano oculto o similar en este lugar. -Declaró, mientras bajaba de su montura y tomaba un pergamino de entre sus estuches. -Mientras tanto, si es posible, sacad un par de cubos de agua de ese pozo. Los kami de agua podrían ayudarme a ver quién fue el responsable de esta monstruosidad si realmente fue envenenado.

Tomando aire con evidente disgusto, el fénix comenzó a pronunciar una plegaria en el arcano idioma de los kami.

Y, al terminar de declamar la última sílaba de la plegaria, Satoru se hundió en el suelo y desapareció como si nunca hubiera estado allí.

Satoru comenzó a comulgar con los espíritus, buscando recodos ocultos en las cercanías del pozo, más nada extraño pudo encontrar.

Akodo Isshin y Kakita Mirai caminaban entre los cuerpos medio putrefactos... el hedor era insoportable y a cada paso salían moscas y aves carroñeras.

Al principio parecía que la afección solo afectaba a las personas, pero conforme los samurai se acercaban al centro del poblado, pudieron ver algunas aves y animales de abasto muertos, incluso un par de caballos...
 

Lentamente, como un fantasma emergiendo del suelo, la silueta de Satoru comenzó a elevarse desde uno de las pocas zonas de suelo que aún permanecían limpias hasta que la magia que lo había unido a los kami de Tierra acabó por disiparse y lo devolvió al mundo de los mortales.

El rostro del maestro del aire estaba pálido, y su respiración algo entrecortada por el olor que de nuevo lo asaltaba.

-No he encontrado nada en las profundidades. -Musitó con voz apagada y llena de repugnancia. -Parece que quienquiera que haya hecho esto, lo hizo desde la superficie.

Con un suspiro, sacó de nuevo uno de sus pergaminos y entonó una nueva y rápida plegaria.

-¿Habéis encontrado algo? -Preguntó con voz más firme, mientras se unía a Isshin y Mirai en su lento caminar en busca de pistas. Lo cierto era que algo parecía haber cambiado en el shugenja, como si la mirada de sus ojos negros se hubiese tornado de golpe más inquisitiva, más inteligente.

Los samurai vagaron un poco por la repulsiva escena, visitando el centro del pueblo.
La escena era dantesca, y para un Rokugani, caminar entre cadáveres impuros era algo arriesgado, los espíritus del Gakido podrían alertarse ante este foco de impureza y atraer criaturas indeseables... Los cadáveres parecían haber muerto de forma lenta, muchos tenían gesto de haberse retorcido de dolor y haber muerto tras fuertes arcadas con vómito sanguinolento...

Ikoma Kazuo señaló que en el pueblo había samurai.. unos pocos soldados Unicornio muertos aparte de los campesinos, pero había algo más. Algunos cadáveres presentaban heridas claras de flechas... al parecer no todo el mundo había sido muerto de la enfermedad, y aquellos que no habían muerto y trataban de escapar del poblado, habían sido asesinados con arco, y luego se habían arrancado las flechas para disimular el ataque

Akodo Isshin y Mirumoto Megumi siguieron caminando por el poblado y hallaron algo extraño, un almacén del interior del poblado no contenía arroz ni trigo como sus puertas estaban abiertas y un guardia unicornio estaba muerto con el rostro hundido en su propio y fétido vómito... El almacén había sido convertido de forma improvisada en otra cosa. Una puerta guardaba secretos en oscuridad...

Satoru caminó entre los cadáveres, percibiendo las heridas de flecha que no eran fácil de distinguir.
El Isawa observó la inmundicia de los vómitos sanguinolentos y analizó el rastro de cadáveres hasta su origen: El Pozo del pueblo.

Para el desconocedor de tales materias, era fácil confundir enfermedad epidémica con un envenenamiento en toda regla. Pero allí estaban las evidencias... El veneno había sido volcado en el pozo del pueblo. Los habitantes habían comenzado a ingerirlo con el agua diaria, rápidamente comenzaron a mostrar signos de vómito y deshidratación, esto aumentaba las ganas de beber para rehidratarse y empeoraba la intoxicación.
El veneno era claramente de efecto rápido, las reses y animales cercanos al pozo habían muerto igual que los hombres, lo que descartaba una enfermedad... raramente una enfermedad afectaba por igual a gallinas, gatos, caballos y humanos.

Los abrevaderos alrededor del pozo estaban rodeados de aves muertas.

- Espero que ninguno tenga la idea fugaz de sacar agua del pozo... no encontraría nada raro salvo la muerte.

El cortesano se tapó la boca con la manga de su kimono y retuvo las ganas de vomitar. No pensaba acercarse al centro del poblado, ahora mismo empezaba a añorar la compañía de Bantaro-sama.

- Deberíamos ir con cuidado. Si alguien se ha mantenido vivo en este pueblo durante días solo puede ser alguien mentalmente muy inestable.

Satoru caminaba entre los cuerpos, observando con ojo crítico las heridas que presentaban y convenciéndose cada vez más que aquella masacre era obra de cobardes. No sólo habían envenenado toda la aldea, sino que habían aguardado para rematar el trabajo con flechas… y luego las habían retirado.

Mientras meditaba sobre si ese acto era simplemente un torpe intento de encubrimiento, o algo más, se fijó en el almacén que parecían haber encontrado Isshin y Megumi, pero antes de llegar a prestarles atención, fue el Ikoma el que habló.

-Sí que tengo que sacar algo de agua de ese pozo, Kazuo-san… necesito que esos kami me muestren qué es lo que sucedió. -Respondió con el gesto torcido por la repulsa. -Ellos vieron a quienquiera que hiciera esto.

-Pero manteneos lejos de ella. -Añadió, mientras entonaba una nueva plegaria a los kami para luego avanzar hasta el ominoso agujero del pozo. -No sabemos si envenena sólo al beberla, o también al tocarla.

Con cuidado, cogió uno de los cubos, y dejó caer la cuerda hasta que escuchó el sonido del agua. Suspirando, asió la misma soga que los habitantes del pueblo habían usado para tratar de saciar su sed con un veneno mortal, y tiró hasta sacar el cubo. El agua era clara, transparente, casi atractiva.

Conteniendo sus sentimientos, el fénix llamó a los kami de agua para que le mostrasen el infausto momento en el que habían sido envenenados.

Según nos habían informado, todos los habitantes de la aldea Jiochi habían muerto a causa del envenenamiento del agua del pozo. Sin embargo cuando llegamos a la aldea comprobamos con nuestros propios ojos el tamaño del infortunio y es que allí había tanto hombres como mujeres y niños, desparramados por el suelo en clara evidencia de haber muerto entre vómitos y retorciéndose de dolor.

Me cubrí el rostro con un pañuelo, evitando así que el olor a mortandad y a la carne en deshecho me perturbara más de lo que veían mis ojos. Sin duda el panorama era estremecedor.

Tanto Satoru como Kazuo desmontaron de sus cabalgaduras para comprobar in situ la destrucción de la aldea. Avanzando entre cadáveres fuimos sorteando a los diferentes habitantes buscando encontrar huellas y rastros que confirmasen unas pesquisas que, en principio apuntaban a que la causa del infortunio estaba en el agua del pozo – han muerto todos, hombres, mujeres, niños y bestias del campo – hasta los etas se encontraban allí tirados. 

Recordando, era cierto que, nos habían comunicado que algunos samurai habían sobrevivido, mas desde que habíamos accedido a la aldea, no habíamos visto a nadie vivo – Parece que no todos murieron a causa del envenenamiento – había rastros de que algunos había muerto a consecuencia de flechas que posteriormente habían sido arrancadas para esconder tal dato – quien lo haya hecho, no quería que sobreviviera nadie. A ninguno dejó vivo – sin duda, un testigo podría describirnos qué había sucedido y posiblemente quién también.

Fui avanzando, sorteando cadáveres hasta el interior de la aldea – dudo que alguien permanezca vivo aún, pero quizás en las casas hayan dejado algún testimonio de lo ocurrido – quizás alguna carta, alguna prueba de lo que ocurría. Observé qué casas tenían sus puertas cerradas y cuáles tenían mejor apariencia, fijandome en si las ventanas del primer piso – en aquellas que hubiere – constatasen algún rasgo de vida o cualquier circunstancia extraña, contemplando aquel panorama. Así como huellas entre los cadáveres, por si a pesar de no ver animales carroñeros, aquella destrucción pudiera haber traído algún otro tipo de criatura. Tampoco pretendo ser temeraria y procuraría no perder de vista a Kakita Mirai ni al resto del grupo.

Las señales empezaron a aparecer a las a fueras de la aldea, animales desatendidos, campos sin cuidar, aves carroñeras sobrevolando la aldea.

Entonces llegó el olor golpeando con dureza, un hedor fétido a muerte y descomposición, era inolvidable, daba igual el tiempo que pasara, ese olor se quedaba grabado en la mente, no había nada igual, era inconfundible. Para Isshin al menos lo era.

Al llegar a la aldea el origen de ese repugnante olor hizo presencia, el pueblo entero muerto y tirado cual basura, descomponiéndose.
Madres, padres, hijos y ancianos, todos ellos muertos, envenenados.

Cruzaba la aldea mirando los rostros descompuestos de lo que en su día fueron familias y endureció su mirada, mientras su expresión se volvía cada vez más funesta, y un odio se adueñaba de él. Los cadáveres que ahora sorteaba en su día fueron familias enteras, felices y leales al emperador, los habían masacrado como si nada sin ningún tipo de sentido. Mientras cruzaba ese campo de muerte, se juro una cosa, fuera quien fuera el responsable, lo mataría. en la guerra había normas, un código y por encima de todo estaba el honor. Esto era un crimen una afrenta, una barbarie y mataría al ser que fuera responsable.

Al llegar a un almacén junto a la magistrada y se dispuso a entrar para encontrar cualquier prueba que ayudará a identificar a los responsables.

Isawa Satoru se aproximó al centro del pueblo. Vio el pozo y dio unos pasos hasta llegar al borde. Unos cuervos posados sobre el pequeño muro circular salieron volando, pero se pusieron cerca, como esperando a que Satoru se despistase para regresar a su lugar de nuevo.

Satoru miró al interior del pozo y vio las aguas tranquilas y apacibles que reposaban a unos ocho metros de profundidad. Estaba oscuro, pero con el sol tan alto, se percibía un reflejo circular, un reflejo de remanso y paz.

El Shugenja se subió al pequeño muro y se sentó en la posición del loto. Kazuo pensó que podía caerse en cualquier momento, era una zona muy inestable, pero el shugenja se quedó quieto durante unos minutos y subió un poco de agua. Acto seguido comenzó a recitar un sutra, unas palabras en un lenguaje incomprensible, mientras con las manos extendía un pergamino sacado de su furoshiki. El Ofuda se extendió sobre sus piernas como si estuviese dotado de vida, y los Kanjis que allí había escritos comenzaron a refulgir con una luz sobrenatural, alimentados por los cánticos del Shugenja.

La oración continuó unos minutos, y Megumi pudo percibir como una sospechosa ventisca se originaba alrededor de Satoru, levantando hojas a su alrededor y provocando ondas en el agua del pozo.

Isawa Satoru hizo las plegarias adecuadas, susurró a los Kami las peticiones en su idioma. Pudo percibir una gran cantidad de agua en el pozo, proveniente de un manantial subterráneo... el agua era pura, pero había algo más. Un componente claro de espíritus de Tierra y Fuego que no deberían estar allí. no provenían del manantial, eran extraños para el resto de espíritus. Sin duda alguien había lanzado algún tipo de toxina en el pozo. 

Satoru cerró los ojos y llamó a los espíritus de agua para interrogarles, cuando abrió los ojos, una figura de forma acuática se había levantado de las aguas, tomando una forma amorfa con brazos y cabeza poco humanos. Detrás de la figura, otros espíritus menores de agua flotaban escondiéndose y jugueteando cerca del mayor y más grande. Obviamente solo él podía ver a los espíritus.

Isawa Satoru preguntó a la criatura, con respeto, con calma.
El Kami de agua creó unas facciones extrañas en su superficie y con cierta lentitud, cerró los ojos y se inclinó a modo de respeto, aceptando la plegaria del shugenja.

Satoru volvió a repetir sus preguntas con calma. El Kami extendió un tentáculo de agua hacia el pozo y con cuidado, tocó la superficie del agua. Esto creó ondas en la superficie negra y se generaron imágenes.
Satoru sabía de sobra que los kami de agua no les gustaba hablar, preferían enseñar visiones o imágenes antes que soltar una palabra, todo lo contrario que sus primos los Kami de aire.
Las ondas reflejaron al shugenja una vuelta atrás en el tiempo, el sol comenzó a retirarse y con gran celeridad el tiempo empezó a retroceder, las nubes de la noche surcaban la noche estrellada, los astros y los cielos retrocedían en sus largos caminos durante días sin que nada perturbase la tranquilidad de las aguas del pozo. 
Hasta que de pronto la imagen se detuvo en un anochecer de hace unas semanas. Satoru pudo ver como una figura estaba asomada al pozo, leyendo un pergamino y entablando un cántico. Es un shugenja. lleva ropajes oscuros, un sombrero de paja grande en forma de cesto que le cubre el rostro, ceñido por varias correas. Sin mon alguno, el shugenja solo lleva una cicatriz oblicua en el mentón, ascendente hacia el oído derecho...un pequeño detalle que solo podía verse gracias a que la visión estaba enfocada desde debajo, desde la perspectiva del agua.

Luego, la imagen se torna oscuridad absoluta.

Isawa Satoru entendió claramente, no había visto ningún campesino o samurai extraer agua, o beber, nada...solo calma, y el primer recuerdo de aquellos espíritus era un shugenja terminando un hechizo.... no hacía falta ser un gran experto en la materia para saber que después de envenenar el pozo, mucho después de que los habitantes del poblado hubiesen agonizado o muerto, alguien había venido a limpiar la zona y expulsar a los espíritus. Era lo que llamaban "Silenciar los Kami". Aquellos espíritus eran nuevos, no habían presenciado nada, ... nada salvo la imagen del culpable antes de irse.  

Hacía falta una experiencia notable en hechicería para lograr silenciar tanta agua... no era una tarea para un shugenja aprendiz, ni para un ronin sin escuela.

Akodo Isshin y Mirumoto Megumi abrieron con cautela las puertas del almacén.

Sin duda era el almacén más grande de la aldea, donde deberían guardar las reservas de grano y arroz que se paga a los Yoriki como diezmo para el Emperador.

Sin embargo algo estaba diferente. El interior del almacén no contenía arroz ni trigo. Sus puertas estaban entreabiertas y un guardia unicornio estaba muerto con el rostro hundido en su propio y fétido vómito... El almacén había sido convertido de forma improvisada en otra cosa.

Dentro habían varios cadáveres de hombres con kimonos oscuros, algunos de ellos atados. Tanto los guardias unicornio como los hombres de negro habían tenido espasmos, convulsiones y vómitos muy violentos antes de morir.

Akodo Isshin avisó a Kazuo del extraño almacén. El cortesano caminó con precaución detrás del Bushi. Vio a todos aquellos hombres de ropajes oscuros muertos también por veneno. 

¿quienes serían aquellos infelices?

Megumi comenzó a caminar por la estancia en penumbra, repleto de cajas y herramientas...
Examinó a aquellos misteriosos hombres que estaban fuera de lugar y en una caja encontró ropajes gastados y sucios de soldados escorpión.

Aquellos hombres eran prisioneros del ejército Soshi.
Prestando mayor atención a los hombres aun atados a las argollas y cadenas, Megumi pudo ver señales de tortura: dientes y uñas arrancadas, dedos rotos, tobillos y rodillas fracturadas, marcas de quemaduras. Dentro de unas cajas cercanas, encontró herramientas de tortura que los Unicornio habían usado con los prisioneros.

Isshin contempló los rostros contorsionados por las muecas de dolor, y luego los utensilios de tortura. Apretó los puños mientras su rostro inexpresivo se convertía en una máscara que ocultaba su ira.

Todo en esta aldea era un insulto a todo lo que creía, a todo lo que era sagrado.

Respiro ondo ignorando el fétido olor a muerte y putrefacción.

-Os espero fuera magistrada- dijo gelidamente. Dio media vuelta y volvió a la plaza del pueblo rodeado de cuerpos en descomposición.

Con los ojos entrecerrados, Satoru habló con los kami del pozo, implorándoles que le mostrasen lo que había sucedido. Sin embargo, y para su sorpresa, lo que vio fue muy distinto a lo que había esperado, e hizo que el shugenja se levantara con el ceño fruncido, tratando de fijar la imagen que había visto en su memoria.

-Esto no ha sido un envenenamiento típico. -Declaró, levantándose del borde del pozo y dejando caer de nuevo el agua a su interior. -Ha sido algo más, mucho más.

-No es sólo el veneno. Después de que todo acabara, trajeron a un shugenja poderoso. -Continuó. El Isawa parecía verdaderamente preocupado cuando añadió. -Tal vez incluso más poderoso que yo mismo. Él ahuyentó a los kami que pudieron haber visto el envenenamiento. No quedan espíritus en el pozo para ayudarnos.

Hizo una pausa, mirando a sus compañeros, pero se detuvo cuando sus ojos pasaron por el siniestro almacén del que acababa de salir el Akodo.

-Sin embargo… ese almacén… -Sintió un súbito escalofrío al pensar en lo que había entrevisto allí. -Es importante. Los han torturado… pero…

-Chitao. -Llamó al eta, sin ningún deseo de entrar allí él mismo. -Necesitaríamos saber… si los cuerpos de ese almacén son más o menos recientes que los de los heimin.

- Parece que los Unicornio tenían aquí prisioneros del clan Escorpión. Alguien envenenó el agua para acabar tanto con prisioneros como carceleros. Tal vez para borrar pistas o para evitar que los secretos de los prisioneros saliesen del pueblo.

El Ikoma se agachó frente a un cuerpo que tenía una flecha clavada. Era uno de los soldados Unicornio y siguió la estela imaginaria de la flecha para saber de dónde provenía.

- Al parecer el veneno no mató a todo el mundo. Algunos solo enfermaron pero no llegaron a morir. Alguien vino con flechas para terminar lo que el veneno no había conseguido.

El cortesano se levantó con gesto cansado y salió al exterior para poder respirar aire puro.

- Los Unicornio nunca harían esto con su propio poblado. Pero los Escorpión si que serían capaces de matar a sus propios hombres para evitar que desvelasen algún secreto.

Aquella aldea venía a ser la conclusión de todo lo visto anteriormente - este lugar no tiene aparentemente nada de estratégico - ni había grandes tropas acantonadas y tampoco suponía un enclave importante. Sin embargo el hecho de que estuvieran muertos todos sus habitantes ocultaba un misterio.

Fue en el almacén donde en parte se reveló la causa - tenían prisioneros escorpión y los torturaron. Seguramente hallaron una información importante - en contraste con la información que a través de sus hechizos Satoru es capaz de darme, cruzo junto lo que mis ojos ven - esa información no podía salir de aquí. Por eso alguien vino a matarlos a todos... envenenó el pozo y luego volvió para eliminar los rastros de su acto - y por lo que revela nuestro shugenja se trataría de un hechicero poderoso - ese dato es importante, quizás... ¿un maestro de fuego?

- No es la táctica habitual de los unicornio - ellos eran más de hacerse notar, para nada coincidía con actos enmascarados y silenciosos, astutos y despiadados. Más bien aquella forma de matar apuntaba hacia el escorpión, aunque viendo que unos y otros estaban en conflicto abierto, parecían imponer un conflicto cerrado entre sólo esos dos bandos - Alguien está muy interesado en borrar sus huellas...

Asentí a que el eta comprobase que los cuerpos hallados en el almacén hubieran muerto en el mismo tiempo que los demás.

El hombre se acercó a algunos cadáveres con cierta pereza, y con un bastón movió algunos de los cuerpos para inspeccionar con detenimiento los signos de putrefacción, siempre sin dejar de mascar un trozo de paja.

- Pues la verdad... no murieron de la misma causa, pero no pasó mucho tiempo. Seguramente todos el mismo día. Los heridos por flechas también estaban enfermos.

-Es muy difícil de decir qué tipo de shungeja era. -Contestó Satoru, sombrío. -He comprobado que ha ahuyentado a los kami de agua, pero estoy seguro de que si hago la prueba, el resto darán respuestas similares. Probaré con los kami de aire… sólo para asegurarme de que realmente lo hizo con todos los elementos.

-Pero aunque bloqueó el momento del veneno… he visto su rostro. -Añadió en voz baja hacia la magistrada. -No lo conozco, pero podría reconocerlo si nos topamos con él.

-Una cuestión importante es… un ataque como este a una aldea Unicornio iba a señalar directamente a los Escorpión. -No tenía dudas de lo que diría al respecto el magistrado Unicornio, e incluso Norie tendría problemas para argumentar al respecto. -Tal vez sea difícil de probar, pero todos creerán que han sido ellos. Y a pesar de todo, se han esforzado mucho en borrar los rastros.  Algo completamente distinto que con el ataque a la familia del daimio Iuchi, donde reconocieron su culpa y hubo un seppukku como respuesta.

-¿Por qué actuar de forma tan diferente cuando el otro ataque es más grave a ojos de la ley Imperial? -Preguntó el Fénix, mientras seguía pensando. -¿Creéis que podríamos estar ante una tercera facción que alienta la guerra?

Los espíritus del aire, invocados por la lengua ancestral del poderoso Isawa, se materializan de inmediato, cantarines, juguetones y susurrando respuestas evasivas y chistosas.

Pero entre todos los chismes y bromas, un maestro de aire sabía discernir las frases importantes.

- Un maestro silenció a nuestras hermanas... él se fue solo, cuando ya había silencio en toda boca de los mortales cuyos espíritus viajaban al meido.