Partida Rol por web

Era mucha más gente de la que esperaba y mucho más atenta. No eran orcos o trasgos. Estaba claro que iba ser complicado lidiar con la gente de Valder. Y no tenía mucho tiempo. Observó la escena en busca de las llaves. ¿Estarían en un lugar fijo colgadas? ¿Las tendría una especie de encargado de aquellos energúmenos?

También buscó con su aguda mirada de elfo cualquier cosa que pudiera servirle de distracción. Monturas, suministros... Hasta botín. Cualquier cosa que pudiera atraer la atención de aquellos brutos el tiempo suficiente como para poder actuar.

     Welf se aprovechó de la presencia de Ainar para avanzar y centrarse en el combate que tenía delante, quería seguir abatiendo enemigos pero no era sencillo acabar con ellos cuando todo se había complicado, había cuerpos por el suelo, charcos de sangre... era complicado maniobrar y afianzar los pies para golpear con fuerza.

En el bosque no había muchos lugares donde dejar unas llaves, así que Vanwa pudo pensar que lo más lógico es que alguno de esos bandidos las cargara consigo. El campamento era muy escueto, similar al que habían visto en la anterior ocasión. Había tiendas de campaña, sacos de dormir y restos de su presencia allí: hoguera, basura, restos de comida... La mayoría de las tiendas estaban vacías, al igual que los sacos, pues los hombres que las ocupaban estaban batallando contra los beórnidas y sus amigos. Había una zona de intendencia, con un barril y varias cajas con comida, pero era una zona bien custodiada. Tres bandidos estaban allí jugando a las cargas sobre el barril. 

La dura acometida de Baldbrand sirvió para librarse de otro de los bandidos, el hoja de su gran hacha hendedora abrió una profunda herida en el cuerpo del rival y le hizo caer con las rodillas tambaleantes y la vista nublada. Cuando Ainar llegó junto al beórnida, su enemigo ya estaba muerto y caía al suelo para sumarse a sus otros compañeros. El enano que blandía su hacha y preparaba el escudo para detener un posible ataque contra su compañero solo pudo lanzar un gruñido a medio camino entre la satisfacción y la desilusión, lo primero por el gran golpe de Baldbrand, y lo segundo por no ser él quien lo hubiera ejecutado. 

Welf se lanzó contra el arquero que ahora se hallaba desprotegido sin sus compañeros pero erró el ataque. La flecha de Miriel impactó bajo la axila del rival, en un pequeño hueco de su armadura. Un tiro certero. Viéndose sin posibilidades de salir de allí con vida, el arquero dio media vuelta y retrocedió buscando protección entre las filas del resto de sus compañeros, a los que les iba igual de mal. 

Los beórnidas defendían su tierra con uñas y dientes ante los invasores, quienes se vieron sorprendidos por la fiereza de aquellas gentes que les obligó a retroceder. También pudieron ver a Odorico luchando contra varios de los bandidos que habían sido hasta hacía nada sus compañeros, matando a uno en ese mismo instante e hiriendo a otro mientras se defendía de los envites de un tercero. El ejercito de Valter se desperdigaba, debilitado en los flancos y el centro, así que Valter mandó a los suyos que se reagruparan. Se produjo una especie de pequeña tregua entre un bando y el otro. Valter se mantenía la retaguardia de su ejército de forajidos y trataba desesperadamente de reorganizar a los suyos. Entonces ocurrió algo. Los beórnidas se colocaron formando un muro y empezaron a golpearse los escudos con sus hachas o el suelo con la contera de sus lanzas y gritaban al unísono y a pleno pulmón una única consigna. 

—¡Beorn! ¡Beorn! ¡Beorn!

Entonces un enorme oso cargó contra el flanco de los hombres de Valter, dando zarpazos a diestro y siniestro, matando enemigos con una facilidad pasmosa y rugiendo de modo tal que incluso ellos mismos sintieron una brizna de miedo. Los bandidos se enfrentaban a una tormenta hecha de carne. El efecto no pudo ser más devastador: muchos tiraron sus armas y se rindieron a los pies de aquella bestia, otros huyeron despavoridos, otros fueron aplastados o hechos jirones por el gigantes e iracundo oso. A la batalla no le costó mucho más finalizar. Valter el Sanguinario no fue inmune a aquel espectáculo, dio media vuelta y echó a correr junto a varios de los suyos que sensatamente huían de aquella aplastante derrota. 

El golpe del hacha de Baldbrand resultó ser letal. Buscó con la mirada su siguiente objetivo, el arquero, pero este salió huyendo por un flechazo de la dama elfa. No había oponentes que abatir en las inmediaciones, se había producido una especie de extraño reagrupamiento por parte del enemigo. Fue un momento casi de confusión para el joven beórnida, que parecía haberse contagiado de la furia guerrera por las que empezaban a ser conocidos los suyos.

Entonces el resonar de armas y los gritos a Beorn fueron como una especie de salida a esa furia. Sin dudarlo, Baldbrand se unió a los gritos enarbolando el enorme hacha y pateando el suelo como una fiera salvaje.

Y entonces apareció el Gran Oso. Los ojos de Baldbrand se quedaron en una especie de trance al ver a aquel prodigio sobrenatural irrumpir en la batalla con la propia furia de la naturaleza. Si alguna vez había existido alguna duda respecto a su caudillo, en ese instante desapareció completamente. Es más, aquel acto le inspiró un alarido victorioso mientras enarbolaba el hacha por encima de su cabeza, como una especie de acto de agradecimiento primordial.

Una vez que fue evidente la derrota del enemigo, el espíritu de Baldbrand pareció volver a un estado más sereno en el que una idea se abrió paso en su cabeza. Miró a sus compañeros y comentó:

-¿Y maese Vanwa? ¿Necesitará nuestra ayuda?

El señor elfo le había sacado de sus casillas en alguna ocasión durante aquel viaje, pero también había encontrado muchos puntos en común. Se había deslizado para liberar a los esclavos de Valter en un acto valiente pero también... solitario.

Evaluó la posibilidad de derribar una tienda encima de la hoguera, o iniciar un fuego en el extremo más alejado de donde estaban los prisioneros. Algo que pudiera centrar la atención de los guardias en un punto lejano de los esclavos para poder liberarlos. No había armas, pero un grupo de hombres desesperados* con cadenas podían ser un fiero adversario.

- Munin, ¿eres capaz de imitar una voz humana?- Si el cuervo podía hablar entre los árboles del bosque, sería un reclamo aún más poderoso. Si lograba con esa treta que un grupo de hombres se adentraran en la floresta, alejándolos del campamento, podría poner los números más a su favor.

Con la llegada de Beorn Welf retrocedió unos pasos alzando el escudo, de forma instintiva quería proteger a Miriel en caso de que el oso enfurecido se girara. Nunca había presenciado tal furia y dudaba muy seriamente del control que tuviera la criatura y viendo las caras de los suyos parecía que toda precaución era poca.

¿Y Odorico? Cuando se acordó del hombre por el que habían empezado toda esta avetura lo buscó con la vista, ahora más que nunca era importante que no le atacaran ni los unos ni los otros y que él tampoco tuviera la tentación de huir aunque viendo la forma de actuar de Beorn ....

Munin miró a Vanwa primero con un ojo y luego con el otro girando su cabeza y lanzó un graznido que el elfo supo interpretar a la perfección. No, Munin no era capaz de hablar en humano. El cuervo se quedó a la espera de ver qué se le ocurría a Vanwa, por si acaba él también involucrado en el plan. 

Era algo peliagudo. Crear una distracción podía servir para que picaran fácilmente y fueran a apagar un fuego o ver qué estaba ocurriendo en una zona concreta, pero cabía la posibilidad de que más de uno de ellos se mantuvieran en sus puestos vigilando a los prisioneros. 

Ainar había visto la furia de Beorn. No era la primera vez, aunque la primera vez lo había hecho de lejos, y más preocupado por sobrevivir y luchar junto a su padre y su abuelo. Pero no dejaba de ser un espectáculo apabullante. ¿Qué se podía hacer ante tal fuerza de destrucción? No imaginaba la estrategia para defenderse de eso, aunque seguramente la encontraría algún día. Por lo pronto, era de agradecer que Beorn fuera un aliado y no un enemigo.

Las palabras de Balbrand sólo hicieron que los pensamientos que venía teniendo desde que estaban venciendo a los bandidos que protegían a Valter, cobraran sonido fuera de su cabeza.

-Vamos a buscarlo, que si el ejército en retirada se encuentra con él en plena faena no va a tener un buen final esto- dijo el enano, haciéndoles un gesto a Miriel y Welf para que los siguieran.

-Bien luchado, muchacho- dijo el enano dándole una palmada al beórnida.

Miriel observó la desbandada frente al terror peludo que era Beorn. Era algo lógico que huyeran así, pero siempre era desconfiada. ¿Podría ser una estratagema de estos hombres malvados para llevarlos hasta a una trampa que hubieran preparado más atrás? A priori no deberían haber esperado la emboscada cuando Odorico los trajo hasta aquí, pero imaginaba que Valter era un hombre astuto y artero.

- Vayamos a por Odorico y después a por Vanwa – le dijo a Welf al llegar a su lado – Él conocerá mejor el campamento. – lo que implicaba que podría ahorrarles tiempo de buscar donde habían dejado a los esclavos, además de que podría darles información de si realmente Valter había preparado una emboscada más atrás al fingir una retirada. Sin contar que lo estarían protegiendo de represalias por parte de otros beornidas. O tal vez fuera simplemente el instinto maternal de la elfa.

Miriel desconfiaba de que la huida del enemigo fuera real. En demasiadas ocasiones había visto o sabido de enemigos corrompidos por la Sombra que fingían retirarse de un combate solo para volver y pillar a los rivales celebrando la falsa victoria. Pero por la manera de correr desorganizada y caótica de los enemigos supuso que ésta no era una de aquellas veces. Los enemigos huían en direcciones diversas. Algunos se dirigían en dirección al Bosque Negro, otros al Anduin y la mayoría por donde habían venido, hacia el norte. Otros se quedaban paralizados ante la visión de Beorn, algún inconsciente incluso se atrevió a enfrentarlo solo para caer bajo sus fauces o sus poderosas zarpas. La derrota del enemigo era total y absoluta. Aún así Beorn, todavía convertido en oso, los persiguió sin tregua para asegurarse de que no volvieran a causar problemas. 

Odorico, quien había luchado con fiereza, solo bajo las armas cuando los enemigos ya se encontraban bien lejos, dejando atrás el Folde Sombrío. Tenía la cara salpicada de sangre y jadeaba por el brutal esfuerzo físico, miró hacia atrás y sus ojos se encontraron con los del grupo y los saludó con la cabeza. Se sentía bien por haber hecho lo correcto. Algunos beórnidas le felicitaron aunque otros, especialmente los de Vado de Piedra, le miraron con recelo. Ava se acercó hasta él y cruzó unas palabras, Odorico asintió y soltó su arma para después dejar que le ataran las manos con una cuerda. Lo llevarían a la Carroca, donde sería juzgado por el propio Beorn cuando terminara todo aquello. 

Quedaban todavía algunos asuntos pendientes. Vanwa había ido a liberar a los prisioneros y era posible que se viera en poco rato rodeado por un grupo de enemigos que huían y que no dudarían en librarse de él si era necesario. 

Miriel no sabía por cuales de aquellos bandidos sentía más lástima, si por los desgraciados que acabarían encontrando su final en el Bosque Negro, letal para cualquiera que no lo conociera como los elfos que allí vivían, o por los que serían perseguidos por beorn y sus seguidores a lo largo del Anduin, o los que se dirigían al norte cerca de los orcos de las montañas.

Odorico parecía a buen recaudo ahora que se había entregado. No le cabía duda de que los beornidas se comportarían con honor con un prisionero.

- Démonos prisa. Vanwa nos necesitará y no descarto que esos mal nacidos no pretendan pasar a cuchillo a los prisioneros antes de huir. – dijo a sus compañeros avanzando decidida a la carrera para llegar lo antes posible al campamento de Valter el sanguinario.

- Mejor... Eso que te ahorras...- Le contestó A Munin, con una sonrisa.- Bueno, amigo mio, pues vamos a tener que hacer algo grande... Nuestros compañeros dependen de nosotros y de este apoyo extra.- Añadió, consciente que cada minuto allí era un minuto de lances a muerte con espadas y hachas.

Se puso en acción. Preparó la distracción. Todo lo grande que pudiera ser- tenía que ser un incendio potente, para atraer el máximo de gente para apagarlo. Estaba seguro que si perdían los suministros, Valter no iba a estar nada contento, así que seguramente pondrían su máximo empeño. 

Un fuego en el extremo más alejado de los prisioneros, cerca de la hoguera. Era algo palusible y lo bastante peligroso como para tomar atención. Dejarían las armas para usar cubos y mantas. Todo lo que fuera ganar tiempo...

Le habría gustado disponer de más tiempo para poder generar una distracción más elaborada, y que Munin pudiera ser más útil, pero el tiempo era vital.

- Munin, ¿crees que podrías deshacer el nudo de una de las tiendas? Que se cayera?- Si lo podía hacer, sería una distracción extra. y si no... Bueno, siempre iba a agradecer la compañía del cuervo. Era mucho más listo que su dueño.

Se dispuso a crear un fuego con la basura y trapos cercano a la hoguera, que pudiera contagiarse a las tiendas vacías cercanas, y una vez preparado eso, salir a posicionarse cerca de la zona de los prisioneros, para actuar con presteza. Busco de entre ellos a uno que fuera de brazos recios, que pudiera manejar las herramientas de Ainar con mayor maña que él.

La victoria estaba en sus manos finalmente. Aquellos malcarados salían despavoridos, aunque el joven beórnida pensó que igual no era bueno dejar que se reagruparan en su campamento.

No obstante, aún quedaba una cosa. Odorico. Cuando vio que Ava se acercaba a él para atarle las manos asintió. Era lo que debía hacerse y esta vez pasaría el juicio que le esperaba desde hacía días. Tenía que reconocer que tanto el maese Welf como el elfo, habían apostado bien por aquel hombre. En cierto modo, se había redimido y se había comportado bien cuando su gente le había necesitado. Sólo esperaba que Beorn lo viera igual... por su bien.

Al escuchar a la dama elfa, buscó con su mirada a sus camaradas del Arroyo Serpentino.

-¡Nos encaminamos al campamento de estos malencarados para terminar de liberar a sus esclavos! -no sabía si aquello calaría en alguno, pero si lo hacía, igual no iban tan solos en ayuda de Vanwa. Dicho aquello, se dispuso a correr en aquella dirección, sin dejar de mirar a su alrededor por si a alguno de aquellos cobardes se le ocurría alguna mala acción.

Vanwa se escurrió entre las sombras de los árboles para llegar al extremo más alejado de los prisioneros en el campamento de los bandidos y prendió fuego a la basura y a sus trapos, haciendo que el fuego se propagara rápidamente entre las tiendas cercanas. En cuestión de segundos, ávidas llamaradas lamían las copas de los árboles entre los que se ocultaba el campamento. Tal y como Vanwa había esperado, los hombres se apresuraron a intentar apagar el fuego, pero como no eran demasiados como para crear una cadena humana para transportar agua, intentaron apagarlo a golpes con mantas o como podían. 

Vanwa corrió hacia los prisioneros. Todavía había un par de guardias custodiándolos, aunque pendientes de lo que ocurría con el fuego. Se situó en el extremo más alejado para acercarse a un tipo fornido al que legarle las herramientas de Ainar, pero, puesto que era fornido, a éste lo tenían bien atado. Si quería que le ayudase a romper las cadenas de sus camaradas tendría que romper las suyas primero. 

Se apresuraron a ir tras los pasos de Vanwa y de los bandidos que huían de vuelta a su campamento. No les costó demasiado seguir su rastro, pues, a pesar de que huían con buena carrera, era evidente hacia dónde se dirigían. Baldbrand logró envalentonar a los beórnidas para sumarse en la persecución y consiguieron dar alcance a varios bandidos que quedaron sin fuerzas y terminaron rindiéndose. Los beórnidas los fueron atando y los custodiaron hacia Vado de Piedra, lo cual hizo algo más lento de lo que esperaban aquella persecución. Algunos incluso se atrevían a presentar batalla, la cual duraba más bien poco, pues enseguida eran derrotados y forzados a rendirse. 

Tras un buen rato de camino, vieron un pequeño bosque del cual surgía una columna de humo enorme y unas tremendas llamaradas que lamían el cielo. Una corazonada les dijo que los bandidos debían haber ocultado allí su campamento para evitar ser vistos por los beórnidas mientras tramaban sus planes de conquista. Pensaron en el medio centenar de prisioneros y en su amigo Vanwa, quienes serían pastos de las llamas si es que todavía estaban allí. 

Welf corría con la sangre martilleando en sus sienes. Dejó el escudo en la espalda para ir más ligero junto al hacha y empuñó el arco más pendiente de asustar a sus objetivos que de hacer daño realmente cuando les encontraran.

Ignoró todo lo que pudo a los rezagados centrado en el pensamiento de Vanwa y la pobre gente que quedó atrás ¿Serían tan crueles de haber atacado a esa gente para ahogar su derrota?

¡¡¡Vamos, vamos, vamos!!!! gritaba mientras sentía el viento azotar su cara a la carrera. Saltaba rocas y evitaba las zonas de zarzales que sabía que sólo relentizarian su paso si intentaba atravesarlas intentando guiar a sus compañeros todo lo rápido que le permitían sus piernas

Al escuchar las voces de Welf y divisar la columna de humo que se levantaba del pequeño bosque, a Baldbrand le quedó meridianamente claro que debían apretar la marcha. Era posible que el caos y la muerte se hubiese desatado en el campamento de los bandidos.

Simplemente asintió al hombre del bosque e intentó seguir su ritmo endiablado.

Se escurrió como pudo hasta el prisionero más fornido, hizo gesto de silencio y se puso a hurgar con sus cadenas y la palanca. De verdad que aquellas artes parecían mucho más sencillas cuando la shacia el enano cabezón. Se dijo que debía apreciar más aquellas labores, que aunque toscas, podían ser útiles como en aquel momento.

Se maldijo pues no iban a estar mirando eternamente al otro lado los guardias. Tenía lanza y escudo cerca. A mano, por si tenía que recurrir a ellos.

¿Le iba a dar tiempo de volver a intentarlo, con más maña, antes de que lo vieran? Quizás si ponía el diente entre los dos eslabones y tiraba... Era una tarea tan aburrida... pero necesaria. Y peligrosa en aquel momento.

Welf era rápido, pero no podía competir con las décadas de entrenamiento de Miriel y los pies ligeros de los elfos. Verla correr entre los árboles que eran su medio natural era magnífico, aunque no tuvieran el tiempo de deleitarse en ello o tampoco fuera tan fácil verla, pues a pesar de la velocidad que alcanzaba se mezclaba entre las ramas, troncos y hojas volviéndose poco más que un borrón sobre el fondo.

Sus agudos ojos buscaban la ruta más sencilla y directa entre los árboles, pero también posibles peligros. Algún hombre desesperado podría intentar atacarles o aún podría haber otros peligros; mantenerse siempre desconfiada le parecía una buena formula para alcanzar el próximo siglo de vida.