Partida Rol por web

Las cosas se precipitan y me pongo de un brinco en pie, llevado por la exhaltación del momento.

¡Vale que el viejo...!

Comienzo a gritar, dispuesto a pelear, gritar, discutir o algo... pero empalidezco por momentos mientras mi voz se pierde. Miro detrás de mi primo, casi en un punto vacío, y retrocedo medio paso.

No... no.

Intento reafirmarme, sin demasiado éxito, entonces mi mente casi parece comprender algo. Ignorando los intentos del Laird por tranquilizar la situación, corro donde se encontraban sentadas mis primas.

No, no tiene sentido...

Murmuro, haciendo caso omiso de mi entorno y esquivando en caso de ser necesario el pronto de mi primo. Trato de comprender la ira, los arrebatos, la violencia, pero...

... Me fijo un poco más en concreto donde se encontraba mi prima Cora. ¿Hay marcas de dedos, de haberse sentado? ¿De ser... real? No quiero sacar conclusiones precipitadas... probablemente esté perdiendo la cabeza, pero pocas cosas tienen sentido... salvo que la locura sea contagiosa. Y la locura no es contagiosa... ¿o sí?

Laird Scott intenta tranquilizar a su primo que, al principio parece ignorarle, como si no existiera. Pero ya sea por sus palabras o por que ya se ha desahogado, lo cierto es que poco a poco, su furia va remitiendo

-¿Alejarme?- comenta ante la pregunta del noble escocés -No. El motivo para enviarme allí era más absurdo. Solo por honor. Porque nadie dijese que los Carrington huían de las batallas...- su mirada se pierde quizás en los recuerdos de la guerra.

Pero él no es el único que parece perdido divagando. Jake, como si estuviera contagiado del espíritu familiar, empieza a murmurar y a moverse por el salón revisando muebles.

En ese momento, el mayordomo, el Sr. Flint, entró por la puerta indicando que tenía instrucciones de Lady Anna de preparar el equipaje de quienes quisieran partir de inmediato y esperó ver quién le daba esas instrucciones.

La primera fue la Sra. Bell, que después de consultar y que le indicasen que podían conseguirle un coche de alquiler, confirmó que partiría inmediatamente.

Observas en detalle la silla. No ves marcas especiales, aunque tampoco tenía demasiado polvo.

Escuchó a su primo Jacob, tranquilizándose al ver que este se calmaba mientras le explicaba los motivos que llevaron al viejo Vizconde a poner la vida de su hijo en peligro. El honor de una familia noble era algo de enorme valor y que no se podía pagar con dinero. Era lo que les diferenciaba de los nuevos ricos, que volvían de las Indias con inmensas fortunas y creían por ello tener derecho a un puesto en la alta sociedad. Igualmente, el precio que había pagado su familia, por querer mantener lord Carrington el orgullo familiar, era demasiado alto. No pudo evitar sentir cierta pena por los herederos desheredados del Vizconde.

Apenas tuvo tiempo para profundizar en estos sentimientos cuando el nuevo Vizconde llamo su atención. Miró al señor Laker no sin cierto recelo mientras este parecía desvariar. Si había una maldición reposando sobre la familia Carrington, sus efectos parecían actuar rápidamente.

– ¿Señor Laker? ¿Se encuentra usted bien? Quizás la inesperada noticia del testamento le haya supuesto un pequeño shock. – Se acercó a la ventana para abrir esta y dejar entrar algo de aire fresco –. Acérquese aquí, hombre, y respire hondo.

En ese momento entro el mayordomo por la puerta preguntando, quien precisaba de un coche para abandonar Grove Manor. Scott dudo un segundo, viendo como se estaban desarrollando las cosas en ese momento, pero, pensándolo bien, ya tenía todo aquello por lo que había venido a aquella casa. Y pasar otra noche entre aquellos muros no era una idea agradable para el Laird. Así que, al igual que la señora Bell, también él pidió un coche que le llevará de vuelta a casa.

Cuando el Laird se acerca a mí, le miro, con los ojos aún confusos e intentando comprender algo que se me escapa como el agua entre los dedos. Asiento lentamente y respiro un poco, tratando de recobrar la compostura. Sí, debe ser un shock... Pienso. Y acto seguido repito en un murmuro.

Sí, debe ser un shock...

Me pongo en pie, serio, con un aspecto más calmado. Miro a quien recién ha entrado para ofrecer una salida a quien lo desee, y aunque por un momento me planteo aceptar, hay algo que debo hacer antes. Me acerco hacia mi primo, quien ha ido a la guerra... camino con el paso firme, extiendo mi mano hacia él, con cierto aire de duda, para posar mi mano en su hombro.

Lo... lo siento.

Le digo, realmente comprendo el dolor que tiene que ser ir a una guerra que no es la tuya. Pero hay algo más, algo que necesito... comprobar.

Espere...

Pido al Laird, casi inconscientemente, mientras extiendo la mano hacia mi primo para posarla con cierta delicadeza. Supongo que su presencia me hace sentir algo más... cómodo. O al menos por que ha mostrado interés por mí momentos atrás.

El mayordomo asiente y sale para reclamar los coches necesarios. También confirma que en un par de horas, los que han comunicado su interés en partir, tendrán sus equipajes listos y el coche esperando en la entrada.

Sir Reginald se levanta de su asiento para abandonar la habitación -Si me disculpan...- os dice, aunque está claro que le da igual si le disculpais o no -Voy a tomar algo fuerte que me ayude a "tragar" la noticia- No pasa desapercibido el hecho de que no ha ido tras su mujer para consolarla y tampoco parece que le importe cómo se encuentre el resto de su familia política.

Cuando abres la ventana ves a Harry, el guardes. Es obvio que estaba pegado a la ventana escuchando la lectura del testamento. Sus ojos reflejan una profunda tristeza.

Cuando te acercas y tocas a Jacob te empiezas a sentir enfermo. La cabeza te da vueltas y una nausea fuerte se apodera de ti...

Estoy un poco asustada con la situación. Cuando el mayordomo entra preguntando quién quiere irse de inmediato, me falta tiempo para pedirle que prepare mi equipaje. Y que por favor me traiga un poco de agua.

Agradezco con un gesto que Laird Scott abra la ventana y recibo con alivio el aire fresco que entra por ella.

Me acerco despacio a Jake, a Lord Laker, quiero decir y apoyo mi mano en su brazo.

- ¿Se encuentra usted bien?- le pregunto, pero no dejo de dirigir miradas al señor Jacob no sea que le de por volverse a alterar.

Justo en el momento en que posas tu mano sobre Jacob, en ese contacto, te sientes enfermar. Tu estómago se retuerce de ansiedad y notas una arcada que consigues controlar. La cabeza te da vueltas como si estuvieras mareado. Un olor putrefacto y nauseabundo, inunda tus fosas nasales.

Retiras la mano inmediatamente, como si el contacto quemase y todas esas sensaciones cesan al instante.

Mi rostro está un poco más pálido que dos segundos antes y me cuesta respirar un poco.

No obstante, con el aire fresco no tardo demasiado en empezar a recobrar algo similar a la normalidad. Es entonces cuando siento una mano en mi brazo y, siguiéndola, veo el rostro de Lady Gray y entonces intento dedicarle una débil sonrisa.

Estoy... bien, no se preocupe, sólo es que... no lo entiendo.

Niego con la cabeza, y miro a mi primo. Me pongo en pie y me balanceo levemente, producto de un suave mareo.

Creo que será mejor irnos cuanto antes. O eso o...

No termino la frase, sacudo la cabeza, no quiero terminar la frase.

... esto es de locos...

Mascullo entredientes.

Cuando abrió la ventana para dejar entrar un poco de aire fresco encontró al guardes escuchando a escondidas la lectura del testamento. Y a juzgar por la expresión de profunda tristeza en su rostro, no solo lo había escuchado, si no que además entendía perfectamente las consecuencias. Iba a perder a su querida Anna. La mujer a la que parecía querer aún más que a su propia vida. ¿Qué sería ahora de su vida? ¿Lograría recuperarse o sería una víctima más de las excentricidades del antiguo Vizconde? Había hombres que, no viendo otra salida, tomaban una decisión tan trágica como incorregible.

Al Laird le daba igual. El destino de un sirviente era algo que le traía al pairo. Él tenía sus propios problemas de los que ocuparse y le importaba bastante poco lo que sería del guardes en el futuro. Volver a su casa, ahora que había recibido su pellizco de la herencia, era su principal interés de momento. Por no decir el único. Pero entonces Lord Laker le pidió de manera bastante directa que esperará. ¿Para qué? Scott quería poner la mayor distancia posible entre su persona y aquella mansión, pero por otra parte no hacer caso de la petición del nuevo Vizconde no era la mejor manera de iniciar su relación con él y nunca se sabía cuando podía necesitar de su influencia.

– ¿Lord Laker? Si le puedo ser de ayuda en algo en particular, no dude en pedírmelo. Estaré encantado de serle útil. 

Cuando el Laird me habla con tal servicialidad no puedo evitar sentirlo extraño. Sacudo la cabeza y abro los ojos, intentando mantenerme coherente y centrado.

En realidad sí. Me gustaría una... opinión más. O dos -digo, mirando a Lady Gray-. Ustedes... ¿ven algo... inusual?

Digo, señalando los objetos que mi primo ha tirado en un ataque de rabia, y varias zonas de muebles polvorientos. Acto seguido les miro a ellos, esperando sus correspondientes veredictos. Luego miro al abogado y recuerdo algo.

Además... a riesgo de ser un pájaro de mal agüero... aún tenemos que terminar la última voluntad del... -respiro profundamente para controlarme- señor. ¿Cierto, señor Owen?

Cuanto antes terminemos... antes podré ir a casa... ¿estará bien?

El Laird se sorprendió ante la petición del nuevo Vizconde. ¿Qué querría decir con eso de《algo inusual》? Desde que había llegado a Grove Manor las situaciones inusuales se habían sucedido casi constantemente. Y el señor Laker parecía darse cuenta ahora de ello. Scott no movió ni un musculo de la cara. No quería mostrar su asombro y falta de comprensión. ¡Bien! Si eso es lo que interesaba en este momento al Lord, le seguiría la corriente.

Sin saber que es lo que podía esperar, volvió a mirar en la dirección en la que Jake les indicaba. ¡Dios! ¡Qué ganas tenia Laird McAdams de volver a su preciada casa y su adorada familia!

Os fijais donde el nuevo Lord Jake señala, en las cosas y muebles que su primo ha tirado y que él mismo revisaba hace un rato. No veis nada peculiar... salvo por el hecho de que las cosas que han caído al suelo no se han roto y de que los muebles parecen llenos de polvo, mucho polvo (¿estaba así antes?) pero no aparecen las marcas de los dedos de Jacob, pese a haberlos agarrado, el polvo, es uniforme por todas partes.

Sin duda la petición de Lord Laker era cuando menos curiosa, aunque su últimas actuaciones tras la lectura del testamento no habían sido menos extrañas. No viendo porque no iba a concederle un favor tan sencillo de cumplir, Scott miro en la dirección que le indicaba Jake, y a la que hace poco había dirigido su atención, sin saber muy bien que se esperaba que viera.

En un primer momento paso por alto los detalles sin ver nada especial en la escena que se le presentaba. Allí estaba su primo Jacob, los muebles antiguos y seguramente de gran valor, la alfombra, posiblemente de procedencia persa, los objetos que no hacía mucho había arrojado Jacob enfurecido al suelo. Su cerebro le mando señales indicándole, que algo en esa imagen no encajaba. Algo en la composición que se le ofrecía a sus ojos rompía con toda lógica. Y entonces lo vio con total claridad. Cada una de las piezas del servicio de delicada porcelana, que hasta no hace mucho reposaban en una de las mesas del salón y que su primo de un manotazo había tirado violentamente al suelo, se encontraban en perfecto estado. Ni una sola se había hecho añicos o mostraba la mas mínima señal de rotura. Mirando ahora con más detenimiento la mesa, descubrió que una capa de polvo cubría esta hasta no dejar ver el color original de la madera de caoba de la que estaba hecha. Para acabar de rematar aquella imagen, que desafiaba a la cordura, allá donde debería de poder verse el rastro seguido por la porcelana hasta caer al suelo, solo se encontraba esa capa homogénea de polvo.

El Laird apretó los dientes. Las imágenes del día y la noche anteriores volvieron a tomar presencia en su mente. Se giro con expresión adusta en su rostro, pero no en dirección al Lord Laker, si no hacia el último de los Carrington que aún se encontraban en la sala.

– Jacob, primo, creo que nos merecemos una explicación. Desde que he llegado a esta casa no han dejado de ocurrir sucesos difíciles de explicar ¿Qué se supone que esta pasando aquí? – preguntó sin separar la mirada de los ojos de Jacob.