Partida Rol por web

En el espacio nadie puede oir tus gritos.

Plaga
Puente de muerte

El puente de mando era un lugar en penumbra, las luces internas estaban encendidas, pero la mayoría de ellas estaban rotas o arrancadas del techo, en un salvaje destrucción responsable de lo que había en el suelo. Una montaña de cuerpos, humanos, servidores y xenomorfos inundaba la estancia, las paredes se habían teñido de negro y granate y había armas por todas partes. Destacaba, en el centro, una criatura espantosa, más grande que ninguna otra vista hasta ahora. Con afiladas garras del tamaño de un hombre. Cientos de impactos láser y balas, quemaduras de explosivos y otras armas de gran potencia habían acabado con ella, una de sus garras había sido cercenada. Pero no eran pocas las criaturas de menor tamaño muertas que había en el puente. Había sido una lucha brutal.

El trono de capitán, y las computadoras de control estaban operativas, aunque impregnadas de sangre. Al fondo, la gran vidriera de observarción permanecía indemne, mientras destellos de colores poblaban la vista espacial que ofrecía.

Nicodemus revisa la sala antes de entrar, se supone que alguien ha activado la energía y puede haber sorpresas. Intentaba además dilucidar lo que había pasado y el resultado final.

El Dr. Linus recargaba los cartuchos de su escopeta con calma mientras observaba al tecnosacerdote herido.

¿Cómo está? -preguntó, por radio.

Las cosas no estaban bien del todo, así que agarrando al maltratado Anton de un hombro, lo hice sentar un momento en el suelo y me coloqué frente a él, de rodillas mientras con una mano tomaba a través del traje mi colgante de hueso espectral para canalizar mi poder. Aquel Foco Psíquico me había sacado de muchos líos en mi vida, y esperaba que no me fallase. Intenté concentrarme lo más que pude para no fallar esta vez.

Una masacre, una puñetera masacre es lo que había ahí dentro. El puente de mando era una ensalada de tiros láser, vísceras y cadáveres mezclados de humanos y xenos. Y un monstruo brutal y salvaje carente de toda vida, para alegría y relajo del comando.

Pero Slavick no estaba como para disfrutar del paisaje, el tiránido le había dejado tan hecho papilla que cuando fue medio arrastrado por su camarada Crairman fue dejando un reguero de sangre según su pierna se movía por el suelo. Al final el psíquico sentó al tecnosacerdote en el piso y la sangre comenzó a fluir con mayor rapidez. La vida se le iba a chorros por el descosido del traje y Anton, muy versado en máquinas pero no tanto en cuerpos, no podía hacer nada para remediarlo y sentía como cada vez estaba todo más y más lejano, como si él estuviera drogado o medio dormido.

- Eh... Crairman... Ayudame...-

consiguió balbucir mientras se agarraba patéticamente al psíquico mientras yacía en un charco de su propio fluído vital.

El loco se aproximó hacia ellos, con una escopeta de preboste en la mano, sonriendo, mostrando sus dientes sucios, sin máscara de oxígeno...

Con los ojos cerrados escuché las palabras de nuestro compañero, y por un segundo pensé que había perdido la vida definitivamente. Tenía que concentrarme al máximo, así que apreté con más fuerza el colgante. En un principio pareció que había resultado, pero fue un nuevo fracaso porque tras unos segundos intenté ver si Anton se encontraba bien y descubrí que la disformidad no había logrado hacer nada en su cuerpo. Era imposible, había algo en aquella nave, perdida en el vacío, que me impedía ejercer mi habilidad correctamente. No puedo... Dije frustrado con chorretones de sudor bajándome por la frente por el esfuerzo. No... soy... capaz... Apretaba los dientes intentando concentrarme.

Nicodemus mira de reojo a sus compañeros en el umbral mientras él inspecciona la habitación con la mirada: Crairman, cúrale de una vez antes de que salgan bichos por ese maldito agujero del techo.

Slavick se miró la herida, al parecer, el traje se había adherido a la piel y cerrado malamente la hemorragia. No era poco, dado que el tecnosacerdote había estado muy cerca de desangrarse. La prueba palpable de ello era el rastro de fluído vital que había dejado hasta el lugar en el que estaba y el charco sobre el que estaba sentado.

Por su parte, Crairman hacía lo que podía para echarle un cable, en ocasiones como estas se agradecía tener un camarada así al lado.

- Y este qué quiere.-

dijo en voz alta Anton al ver que el tarado se les acercaba con una escopeta. El tecnosacerdote no tenía muy claro hasta qué punto podían fiarse de este tipo, con lo taladrado mentalmente que estaba.

Mientras Nicodemus vigilaba y Crairman atendía a Anton el Doctor Linus se aproximó al Doctor Davies. Con su linterna iluminó la cara del loco y movió la luz para comprobar la reacción de este. Esperó unos treinta segundos para comprobar su auspex.

El aire es limpio, podemos quitarnos los trajes.

Eso hizo, abrió la escafandra y respiró.

¡Dios-Emperador, qué peste! -se lelvó de inmediato la mano a la nariz.

Estaba agotado, y en un último esfuerzo conseguí abrir un canal y hacer fluir la energía hasta el cuerpo del Tecno-Sacerdote. La Disformidad fluyó y dudaba de como lo notaría Anton, pero seguro que se sintió mejor cuando todas sus heridas se cerraron de golpe y una vitalidad renovada lo invadió. Ya... está....compañero. Comenté segundos antes de, en la posición de rodillas en la que me encontraba, caer como un saco de patatas hacia un lado. Una vez en el suelo plegué las piernas y las envolví con los brazos quedándome en la típica posición fetal. El proceso había sido agotador y frustrante, y me había dejado secuelas desde luego. Hasta había tenido que rezar a la suerte dos veces seguidas para que todo saliera bien. Las cosas de la disformidad, nunca eran fáciles.

De repente, Slavick se sintió mejor. La sangre fluyó con fuerzas renovadas por sus venas y comprobó que se econtraba sano y en un estado más que aceptable. Las artes sanatorias de su compañero Stahl lo habían reanimado para volver a la lucha y cumplir su misión.

- Gracias amigo Crairman, te debo la vida. No lo olvidaré.-

le dijo al psíquico dándole una palmada en la espalda. Un gesto de agradecimiento muy humano, algo raro en el tecnosacerdote, más ligado a las máquinas que a las personas.

- Deberíamos de echarle un vistazo al ordenador y sistemas del puente; hay que encontrar los datos, el diario de vuelo y las cartas de navegación.-

comentó.

Ni Nicodemus ni Linus se fiaban de que no hubiera enemigos, ambos se separaron para cubrir terreno en el puente. Crairman vigilaba al loco, ahora armado con uan escopeta mientras el tecnosacerdote, con energías renovadas gracias a las muy escasas bendiciones de la disformidad, encnedía un vata de incienso y consultaba los datos del espíritu de l ordenador central.

Entre mucha charla binaria insulsa encontró algunos documentos importantes, el primero de ellos el diario del capitán, capitana en este caso, del Ejulve.

Nicodemus se quita el casco para ahorrar el suministro del traje.

Por fin estábamos en una atmosfera respirable, aunque algo viciado, y para no gastar más oxigeno de las reservas, desactivé el flujo y me quité la escafandra, colgándomela del enganche del cinturón. Lo primero que hice fue tomarme unos segundos para en un movimiento lento y calmado, pasarme las dos manos por el pelo echándomelo hacia atrás y quitándole el sudor que lo empapaba. Luego, lentamente, saqué un pitillo y me lo encendí.

El panorama mejoraba con un pitillo entre los labios, así que busqué un asiento libre del puente y me senté en el, con el HellGun colocado sobre las piernas. Le hice una seña al Dr. Jeremy Davies para que viniera y se sentara en la silla de al lado. Ven hombre ven. Por fin podemos hablar. Siéntate y cuéntanos con calma paso a paso, y sin dejarte nada, que es lo que ha pasado aquí. ¿Va? Desde el principio, despacito y con buena letra. Le tendí el paquete de pitillos y le pregunté: ¿Fumas? Creo que te lo has ganado vamos...

- Vaya, vaya, vaya. Si que se puso "interesante" la situación por aquí-

dijo Anton al terminar de leer el diario de la Capitana. En conclusión: el asunto se había ido de madre y ahora estaban como estaban, con decenas de muertos, xenos pululando a sus anchas por la nave y un tal Dr. Smith nada tranquilizador en algún sitio.

Mal asunto, concluyó Slavick. Pero al menos estaba sanado y con fuerzas gracias a las artes de su compañero Stahl, de manera que aún tendría alguna oportunidad de sobrevivir a aquel infierno.

El tecnosacerdote se acercó al psíquico; iba a iniciarse una importante conversación -o eso esperaba Anton- en la que el tarado alias Dr. J. Davies arrojaría algo de luz a todo aquel maldito embrollo.

Slavick escuchó con atención mientras se quitaba el casco y respiraba aire más o menos "puro".

Un diario estremecedor. Imposible saber de él qué había sucedido después; aunque no era difícil imaginarlo, en cierto modo. Linus se negaba a creerlo.

No puede ser, el Doctor Smith es un gran hombre, de integridad intachable. Goza de la confianza del Inquisidor Eisenhorn.

Las órdenes del Inquisidor Ravenor incluían eliminar a ese Smith, pero los miembros del Ordo Xenos podrían tener otra opinión. Crairman se aproximó a Davies, siempre sonriendo, con su escopeta en la mano, apuntando al techo, como un idiota.

¡No se puede fumar! -exclamó el loco- ¡Perdemos oxígeno! La capitana no lo permite. Ellas nos dispararon

Había información en otros ordenadores, mientras el tecnosacerdote seguía conectado a ellos se produjo una serie de destellos al otro lado de la vidriera.

¿Qué eran esas luces y resplandores que iluminaban el espacio? ¿Son acaso explosiones? La ventana de observación permitía ver el desarrollo de la batalla, o al menos las luces que indicaban el desarrollo de una. La distancia era grande y los ojos de los mortales no podían contemplar, en toda su magnitud la pureza de la visión contemplada. Sin duda era hermoso, pero tan lejano...No se dejaban engañar por el tamaño de los masas metálicas que luchaban en el espacio. Un cuerpo esférico azul oscuro destacaba sobre un lienzo de negra infinitud, las estrellas del firmamento eran simples puntos de luz blanca comparadas con los destellos multicolores que  centelleaban tras el cristal, provocadas por las armas de la humanidad. Se estaba librando una dura batalla, y distaban mucho de saber quién estaba ganando. Pero el Emperador protege, siempre.

Dos nuevos documentos aparecieron. Uno de ellos era esperado, una llamada de emergencia que había alertado a los Sagrados Ordos de la presencia de la Ejulve, antes de la llamada de socorro de Davies.

El otro, sin embargo, le quitaba toda la inocencia de los actos cometidos al Doctor Smith.

Le ruego que se detenga, tecnosacerdote. Está accediendo a archivos clasificados de la Inquisición.

Aquella IA surgía de la nada, proyectada por una holopantalla.