Partida Rol por web

Con todo listo, salvo el equipo básico que debíais llevar, todos os retirasteis, dejando al Coronel con sus asuntos y la mala leche de siempre, y la sensación, bastante inequívoca, de que aquella misión sería la última para vosotros. Ahora sólo debíais escoger a los hombres que irían con vosotros y después... esperar a la llegada de la noche.

De los hombres que quedaban en vuestro pelotón, tres se quedarían en casa, como quien dice, mientras el resto se jugaba la puta vida en aquella selva llena de amarillos.

A medida que os acercabais a ellos, analizabais las ventajas y los inconvenientes que tenían cada uno de ellos. 

Sonrei amargamente por el comentario del Capitan. Si alguna caia herido estabamos seguro que no habia extraccion, no habia sanitario, no habia regreso, ni lindas enfermeras. 

Era el final, y abrace el sentimiento.

- Tendremos que morder primero, dije en voz baja y de manera seria. 

Ya no se me veia tan jovial y despreocupado. Y no estaba preocupada por mi, habia chicos mas jovenes que yo que merecian vivir un poco mas, follar un poco mas.

Maldita guerra. 

Pero estabamos listos.

MacReady sonrió para sus adentros cuando escuchó que el capitán continuaba el chiste del matasanos a causa de aquella anécdota que había protagonizado el malherido teniente. Para el soldado raso, desde luego no quedaba ninguna duda de que Oddball podía ser recordado por muchas cosas, pero si sobrevivía a la guerra, el momento de Oddball tirado en el barro mientras solicitaba la ayuda de un médico se le había quedado grabada a fuego en su mente.

-Creo que sería adecuado que Kansas nos acompañara, o quizá Stalin o Ice... -sugirió MacReady, tímidamente-. Será una misión difícil, capitán. Escoja a los mejores -dijo, aunque sin querer influir en la decisión del capitán Penwater.

- Tienes razón Rhys. - Le dio un leve y amistoso peñetazo en el hombro. - Sabes escoger a los buenos. - Sonrió. - Los tres vendrán y Chicken. 

Los nombres estaban dados. Esos eran los elegidos. Cuatro buenos soldados, cuatro buenos hombres que tendrían que enfrentarse junto a ellos a un muerte probable, que les convertiría en héroes y mártires, pero que ayudaría a que muchos otros sobrevivieran y salvaran una grave papeleta para las fuerzas aliadas. Sólo esperaba que el precio a pagar no fuera demasiada alto y ninguno de sus hombres cayera en aquella incursión, aunque lo veía difícil. 

- Iré a comunicárselo. - Resopló. - Descansad, o lo que querías... Quedan menos de cuatro horas para partir.

Penwater se marchó a dar la noticia a los elegidos. Una noticia amarga, pues tendrían honor de ser una parte fundamental en aquella historia de guerra, pero a la vez era una jodida putada, pues no todos regresarían al campamento, si es que alguno regresaba...

Mientras los jefazos se reunían en el "Palacio Presidencial", Kansas tomaba una ducha fría mientras bebía una cerveza caliente, que era a lo más que se podía aspirar en un lugar como aquel.

Con el cuerpo mojado y una toalla alrededor de su cintura, no era precisamente Betty Grable, pero no tardaron en oírse los silbidos mientras se dirigía hacia los barracones.

-¡Qué os follen! -exclamó Kansas sin soltar el puro que siempre tenía en la boca, incluso debajo de la ducha, por lo que estaba empapado.

Cuando llegó, vosotros estabais entrando.

-Bueno, "Cap". ¿Cuáles son las órdenes? -preguntó, mientras buscaba su ropa para vestirse.

- Nada muy difícil. - Comentó. - Nos metermos en una de las malditas junglas que nos rodean, superaremos con sigilo a todo amarillo apostado que nos quiere volar la cabeza, llegaremos a su base, volaremos un radar sin ser detectados y huiremos de regreso al campamento en tiempo récord y sin una sola baja. - Explicó Penwater. - Así nuestra Armada podrá atravesar los canales hasta situarse en posición ventajosa. ¿Fácil verdad?

Kansas miró a Penwater sin inmutarse, aunque masticó un poco más de lo debido el puro.

-Bueno, mientras solo sea eso, no hay problema, aunque me jode que los de la armada no se mojen los pies mientras nosotros hacemos el trabajo duro. Pero supongo que por eso marcamos la diferencia, ¿verdad?

Kansas se quitó la toalla, dejando todas sus "vergüenzas" al aire, y se puso los calcetines en primer lugar, para continuar con todo lo demás.

-¡Qué! Me gusta ponerme antes los calcetines.

- ¡Y que horror causa a los que ven como lo haces! - Bromeó Penwater. 

Estaba contento y orgullo de que Kansas no se hubiera prácticamente no inmutado ante la "mala noticia". Era uno de sus mejores hombres y siempre estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta. Era un veterano que sabía trabajar y alguien indispensable en su unidad. Esperaba que nunca le faltara, pues le echaría mucho de menos tanto en el plano profesional, como en el personal. 

- Os quiero listos en menos de tres horas. - Afirmó rotundamente el capitán. - ¡El tiempo vuela! - Y se marchó a preparar su propio equipo.

Stalin no estaba para muchas bromas. El calor le estaba volviendo más irascible y aunque no le apetecía jugarse el cuello, cualquier cosa era mejor que quedarse allí tocándose las pelotas.

-Capitán, cuente con nosotros. Esos amarillos de mierda no sabrán de dónde hemos llegado, pero se acordarán de lo que le hagamos eso seguro -dijo en voz alta, mientras desmontaba su arma y la limpiaba.

Después, miró a los demás.

-Venga, chicos. Hay que prepararlo todo. Sargento, será mejor que esconda eso, vaya a atraer a algún japonés marica.

Kansas, Stalin, Ice y Chicken. Sin duda se trataba de un buen equipo. MacReady se sentía más tranquilo sabiendo que les iban a acompañar algunos de sus compañeros más competentes. Y puede que Chicken fuera un tanto gallina, pero también era un soldado que, llegado el momento, podía ser muy capaz.

Al recibir la orden del capitán, el joven soldado se dispuso a prepararse para la misión, tomando el armamento mínimo y un rifle de francotirador, que podía serle útil para cubrir a sus compañeros a larga distancia.

-Señor, protégenos en este día, en la misión que está por venir... -murmuró, persignándose.

A Chicken todo aquello no le hacía la más mínima gracia. ¿Corretear por la selva haciendo de diana? No iba con él.

-Capitán, usted perdone, pero ¿dónde hay que firmar para que irse de vacaciones? 

Chicken miró a su alrededor, molesto por la misión.

-Acabamos de llegar y ya nos están diciendo que nos marchemos, y para hacer el trabajo de otros, nada menos. Joder con la puta armada.

-Tranquilo, Chicken. Si una bala lleva tu nombre, dará igual dónde vayas. Te alcanzará igual. Así que haz como nosotros. Aprieta los dientes, agárrate bien los huevos, ponte dos pares de calcetines y asegúrate tener una carta escrita para tu novia, por si no puedes hacer otra.

Ice empezó a preparar el petate. Las órdenes eran claras y los japos, les esperaban.

Confiaba en mis compañeros, pero como Teniente tenia la obligacion por velar por todos asi que me di una pasada para revisar a los nuevos que iban a acompañarnos. Se notaban que estaban curtidos, tal vez tanto como nosotros. 

Estariamos bien. 

Para cuando llegó la noche, todos estabais listos y con los materiales básicos a vuestras espaldas. Raciones para un par de días, armas ligeras, equipo ligero que os permitiera moveros con rapidez. Diez minutos antes de la hora, todos salisteis hacia el lugar por el que debíais cruzar.

Todo estaba en silencio, pero sabíais que estaban allí, al otro lado de la árida explanada que separaba el campamento de la selva.

El Coronel se colocó a vuestro lado.

-Está bien, muchachos. Empezaremos el bombardeo con morteros en dos minutos. No tenemos munición para más. Corred todo lo que podáis y... joder, buena suerte.

El Coronel levantó una mano y al bajarla, el bombardeo comenzó. El límite más alejado se llenó de explosiones e incluso pudisteis oír algún grito que otro, a medida que los proyectiles iban cayendo al lado de los amarillos y haciéndolos saltar por los aires.

Después de un minuto y medio, el Coronel os miró y dijo únicamente una palabra.

-¡AHORA!

Teníais una ventana de 30 segundos para llegar al otro lado.

Tras el aviso no quedaba mas que hacer nuestro trabajo. 

- A por ellos....

Y sali con mis compañero a buscar quien habia quedado vivo tras el bombardeo mientras avanzabamos hacia el radar. Porque no habian bombardeado de una vez radar. Preguntas que nunca tendrian respuestas.

Cuando el coronel indicó que era el momento, MacReady no lo dudó.

Con el fusil en las manos y ligeramente agachado, echó a correr junto con sus compañeros, todo lo rápido que podía con la intención de conseguir alcanzar la selva. No disponían de munición de mortero para más, por lo que únicamente tenían una sola posibilidad. Si ellos fallaban, la misión habría fallado.

-Señor, protégeme en lo que está por venir -murmuró MacReady para sus adentros, mientras corría.

- Suerte hermanos... - Les deseó Penwater a sus hombres.

Acto seguido salió corriendo como alma que trae el diablo y momento después hubo desaparecido de la vista de todos. De haber estado en las olimpiadas ese día, sin duda hubiera ganado alguna medalla. En ese caso, la adrenalina del momento, le valió para correr a toda velocidad.

Kansas no esperó a que se lo dijeran dos veces. Se lanzó a través del campo despejado, sabiendo que además correr no era su fuerte, pero que en todo caso, no iba a dejar de intentarlo. Vio como le adelantaban muchos de sus compañeros, pero se agarró el casco y tiró hacia delante como pudiera.

Venga, Kansas, coño. Corre, maldita sea, se dijo a sí mismo, mientras movía sus piernas y rezaba porque llegase antes de que un japo le tuviese en su punto de mira.

Ice estaba mirando al coronel cuando agitó el brazo y vio que alguno ya salía a toda velocidad.

-Me cago en la leche -susurró, mientras se echaba a correr en zig zag, intentando disminuir el contacto que ofrecía a los japos. El capitán parecía una jodida gacela pero otros, como MacReady, parecían tener dificultades en aquel terreno pedregoso y lleno de desnivel.

Lo que en un principio no había parecido muy mala idea, ahora le estaba pareciendo una horrible. 

Con indferencia, Stalin observó el otro lado de aquella explanada que debían recorrer. No parecía que hubiese nada peligroso en ella pero por experiencia, sabía que la jodida muerte podía aparecer en cualquier momento y lugar.

Y esos putos japos eran unas jodidas alimañas traicioneras, por lo que no se fiaba en lo más mínimo.

Cuando empezó el bombardeo, entrecerró los ojos, pero rápidamente se adaptó a los fogonazos nocturnos, se colocó bien la mochila y esperó a que el Coronel diese la orden. Hacía tiempo desde la última carrera de velocidad que realizó, pero ahora parecía un buen momento para no cagarla y hacerlo bien.

Claro que no era lo mismo moverse por una pista deportiva, que por un campo de jodidas cabras.

Joder, más que correr, vamos dando saltos, pensó.