Partida Rol por web

A la mañana siguiente el día amanece tranquilo y despejado. Todo está tal como lo dejásteis y habéis dormido bien. Bueno, todos menos Sinódaso, que tiene pinta de haber pasado muy mala noche y no haber pegado ojo.

Si seguís caminando algunas horas más en dirección a la gran torre, a mediodía llegaréis a un lugar como este:

La ciudad devastada parece llegar a su fin. Aún os queda al menos una hora avanzando entre las ruinas, pero podéis ver los últimos edificios a lo lejos, empieza a haber vegetación, algún árbol seco por ahí, verde hierba por allá, musgo... Hasta ahora el paisaje era completamente seco e inhóspito, no había ni tan siguiera un pájaro, ni un ruido. Pero aquí, quizá debido a la proximidad de las montañas, ya podéis ver algún pajarillo, algún nido en alguna cornisa, y puede que algo más grande. Pero esas montañas nevadas parecen interponerse entre vosotros y la torre a la que os dirigís.

Kynortas, tras una noche de descanso y su turno de guardia, se siente con fuerzas renovadas. Parece que el joven centauro también ha podido descansar, aunque no se puede decir lo mismo de Sinódaso. Al hoplitale sorprendía: sabía que el centauro estaba acostumbrado a pasar noches al raso. Evidentemente, algo le carcomía. ¿Serían sus mismas preocupaciones las que no habían dejado dormir al viejo? Kynortas se lo preguntaría, pero conocía la respuesta: un gruñido y alguna referencia a su madre.

Mientras avanzan en dirección a la torre, Kynortas va marcando las estatuas que ve con la cruz y un número como hizo anteriormente, mientras mantiene los ojos alerta por si ve algo... o a alguien. 

El centauro estira los músculos, desperezándose de estar toda la noche en la misma postura. Lo cierto es que no ha pegado ojo y, de hecho, le ha parecido oír una especie de risa en la lejanía. Se frota la cara para despejarse y saca algo de comida de las alforjas. Serían imaginaciones mías, este sitio no me gusta un pelo.

El sol de la mañana contrae sus pupilas, así que vuelve a ponerse el yelmo para que éste le haga un poco de sombra y le permita mejor visibilidad.

Nedras se despertó completamente descansado. Se avergonzó incluso al darse cuenta que ninguno de sus compañeros le había llamado para hacerles el relevo. Había babas suyas sobre todo el pelo de sus patas. Quizás habria sido ese el motivo.

Observó a Sinódaso y vio que había descansado poco. Sabía que los centauros adultos descansaban menos que los jóvenes.
La próxima vez haré yo guardia. Dijo animado con ganas de subir la estima de su compañero. Y bueno... incluso podría tocar alguna música... quizás te ayude un poco. Concluyó con una sonrisa y cerró la boca. Tampoco quería tentar a la suerte de los humores de aquellos dos personajes tan secos.

Simplemente se limitó a seguir a los compañeros. Deseaba que alguno sacara algún tema de conversación. Ese laberinto era enorme y completamente distinto a lo que había imaginado. Veía más factible morir de cualquier otra forma que por encontrarse aleatoriamente con aquel Minotauro

Todavía a un buen trecho de abandonar las ruinas, el frío de las montañas ya se hace notar. La nieve de esas cimas y las sombras entre las rocas enfrían el viento que baja hasta el límite de esta grotesca ciudad.

Sinódaso aún cansado tras la noche en vela, aturdido por esas risas que cree haber oído, y Nedras preocupado por caer bien y crear conversación, ninguno estáis atento a vuestro alrededor. Cometéis un error, un descuido y no percibís la trampa. Los guijarros y escombros sobre los que camináis en este último trecho tiemblan y se desmoronan, y el suelo comienza a hundirse bajo vuestros pies.

Kynortas, tú vas más atento a tu entorno, a las ruinas que te rodean, y te das cuenta de que algo va mal y en el último instante te apartas, poniéndote a salvo, pero sin tiempo de avisar a tus compañeros de viaje.

Sinódaso, algo adormilado, no consigue darse cuenta del hundimiento del suelo hasta que ya es demasiado tarde. En esos segundos de caída, quiere pensar que no ha sido culpa suya. Quiere pensar que no ha caído debido a no estar atento, al contrario de Kynortas, sino porque él es más grande y, en definitiva, pesa más. El centauro cae relativamente bien, con la grupa por delante. Así es como debe caer un guerrero para no lastimarse las patas.

¡Por los caballos del carro de Hermes!, maldice para sí.

¡Chico!, piensa de repente Sinódaso, mirando hacia arriba para ver si ve caer a Nedras y prepararse para amortiguar su caída. Puede que su cuerpo no aguante el impacto. Esperaba que Nedrón o Megalippos le hubieran enseñado al chico a moverse y, sobre todo, a caer.

¡Kynortas! ¡Tengo una cuerda, agarra el extremo, te lo lanzo!, grita hacia arriba y sacando de su alforja la cuerda de 9 metros que convenientemente llevaba. Al fin y al cabo, un centauro debe mirar por duplicado por donde pisa.

Sinódaso había conocido a su padre, había luchado con su padre... Es cierto que su padre murió cuando él estaba bastante crecido, sin embargo más cierto es que apenas habían profundizado su relación.

¿Debería preguntarle por él a Sinódaso? Empezaba a hacer frío. Ese pobre humano iba a congelarse, apenas tenía pelo y sus pieles eran muy finas. ¿Y si lo que le contaba Sinódaso sobre su padre no le gustaba? Da igual. Ese silencio era largísimo.

Sinó... Sus pezuñas se empiezan a hundir y resbalar. Siente el peligro. Institivamente mira a Sinódaso. También se está hundiendo. Mira a Kynortas. Él se ha detenido. Nos ha tendido una trampa. Rápidamente empieza a dar pequeños saltos, ligeros, como hacía cuando jugaba de pequeño en las laderas de las Montañas de Helicón cuando la tierra se desprendía. Rápidamente pudo salir. Incluso fue un juego.

Sin embargo cuando salió de aquello observó como Sinódaso no corría tanta suerte y descendía. Un grito impulsivo salió de él ¡NOOO!. No podía imaginar que perdía aquel Centauro. Escuchó la caída.

¡Kynortas! ¡Tengo una cuerda, agarra el extremo, te lo lanzo!

Se asomó con una sonrisa al verlo.
Ata la cuerda a mi tronco y entre los dos lo sacaremos rápidamente. Le dijo a Kynortas completamente decidido.
¡Te vamos a sacar Sinódaso!

Kynortas esquiva la trampa de un salto, rodando por el suelo.

Para cuando clava su mirada en el pozo, solo ve a Nedras. Mierda. Aunque jamás lo admitiría, siente un gran alivio cuándo oye a Sinódaso llamar desde abajo. De una carrera, Kynortas se planta frente al pozo para agarrar la cuerda y atarla al potrillo.

- ¡Aguanta, viejo! - grita el hoplita mientras tira de la cuerda - Ya llega la caballería. ¿Listo, chico?

Al caer no es el golpe lo que te hiere. Te cortas, es un corte. Ha sido una caída de unos cuantos de metros y has aterrizado sobre unos objetos puntiagudos y cortantes. Te atas la cuerda rápidamente y pides a tus compañeros que te ayuden a salir. Pero mientras Kynortas ata el otro extremo a Nedras, notas algo.

Miras a tu alrededor, y al acostumbrar la vista a la penumbra te das cuenta de que con lo que te has cortado son las armas y armaduras de una docena de héroes que, como vosotros, cayeron en esta misma trampa hace tiempo, aunque con menos suerte. Tú estás aún con vida, y ellos no son más que un puñado de huesos. Además notas una corriente de aire húmedo proveniente de un lado. Ese pozo comunica con unos cuantos túneles. Vuelves a oír esas risas lejanas, ahora con más claridad que durante la noche.

Con ayuda de la cuerda y con un poco de paciencia conseguís sacar a Sinódaso del pozo. Ya estáis los tres arriba, a salvo, y el viejo centauro sólo tiene algunos cortes. Si miráis hacia abajo, hacia el fondo de la trampa, veréis que es un pozo algo amplio y profundo, y muy sombrío, del que asciende una corriente de aire húmedo. Aunque está oscuro, el polvo ya se ha posado, y podéis apreciar algo que brilla ahí abajo, hay algo metálico entre los escombros.

Sinódaso consigue llegar hasta arriba gracias a sus extraños compañeros de viaje. Aunque no está acostumbrado a dar las gracias, esta vez no puede evitar hacerlo al ver a Nedras con la cuerda atada a su torso. Gracias..., admite a regañadientes, incómodo. Antes de que Kynortas pueda decir nada, el centauro le echa una mirada de no te acostumbres mientras ayuda al chico a desatarse la cuerda.

Trota en amplios círculos durante unos segundos para desentumecerse tras la caída y comprobar que no ha sufrido ninguna lesión. Después de ello, comienza a hablar de nuevo:

He visto cadáveres al fondo del pozo, con armas y armaduras. Claramente guerreros que se aventuraron en este lugar maldito antes que nosotros. Guerreros sin compañeros ni cuerdas de nueve metros, probablemente, ríe sonoramente para quitarle hierro al asunto. He visto unos túneles. He oído voces. Llevo desde anoche oyendo voces, pero desde abajo se oyen de forma más clara. Se frota los ojos, cansado. Tenemos que volver a bajar, seguro que avanzamos más que dando palos de ciego por aquí en la superficie, con templos, templos, ruinas, estatuas..., entorna los ojos. Sinódaso nunca ha sido muy aficionado al arte en ese aspecto. En ese ni en ninguno.

Seguidamente, mira alrededor con renovados ánimos, cuerda en mano, para ver si hay alguna estatua cerca sobre la que poder atar la cuerda para bajar los tres de forma segura.

Sinódaso sale por fin de aquel lugar y Nedras lo recibe con una sonrisa pletórica.

Gracias...

No ha sido nada, somos un equipo y estamos para ayudarnos. Para querer quitarle importancia al asunto, el tono de voz de Nedras es bastante grandilocuente.

He visto cadáveres...

Las palabras del centauro reavivan por fin la curiosidad de Nedras, quién se asoma un poco al agujero y ya sin el miedo inicial puede observar un poco y vislumbrar algo de lo que dice Sinódaso.

Tenemos que volver a bajar, seguro que avanzamos más que dando palos de ciego por aquí en la superficie, con templos, templos, ruinas, estatuas...

Aunque Nedras no era ningún cobarde, en cualquier otra situación esas palabras le hubiesen producido algún recelo en su interior. Sin embargo, ante el aburrimiento y desesperación del camino que llevaban hasta ahora y sobre todo, lo poco que había demostrado su valía ante esos dos poderosos guerreros, le pareció una idea fantástica.

Yo puedo ir el primero, peso menos que usted Sinódaso. Y quizás Kynortas pesa más que yo con esa armadura. En caso de que haya algo, podría salir más fácilmente. No me importaría arriesgarme, soy bastante valiente. Esa última frase suena demasiado forzada. Si bajamos todos y no hay salida más adelante, será más difícil salir. No sé qué opináis.

- Si de verdad el viejo ha oído risas... - ... y no son una alucinación por la falta de sueño - Entonces es peligroso que bajes solo, chico. Y en caso de que lo hagas, debes limitarte a valorar el tamaño de esos túneles: si cabe Sinódaso, bajamos todos.

Dicho esto, el hoplita se pone a inspeccionar sus alrededores en busca de algo dónde atar la cuerda: una ruta de escape. A fin de cuentas, él también llevaba una y podrían atarla más lejos en caso de necesidad.

Los túneles son amplios, Sinódaso podría entrar por ellos aunque rozándole el penacho de su yelmo contra el techo. También encontráis un lugar cercano en el que dejar atada una de las cuerdas, la de Kynortas en este caso. Si seguís por los túneles la cuerda quedará ahí atada.

¡No se hable más!, sentencia Sinódaso de forma unánime. No vamos a dejar al pobre potrillo solo. Yo voy delante, soy el más grande y puedo haceros de pantalla. Kynortas, tú detrás, puedes girarte más rápido que yo en ese sitio tan estrecho. Algo bueno tenía que tener ser un incompleto con sólo dos piernas, piensa. Chico, tú en medio, no queremos que te sorprendan.

Sinódaso ata la cuerda en la estatua cercana y empieza a descender torpemente por ella, volviendo al fondo del pozo. Ahí, saca de su alforja yesca y pedernal y enciende su antorcha.

¡Desfilando!

Sinódaso encabeza el grupo en el primer túnel, el que parece ir en dirección a la torre bajo las montañas. El aire que viene de ahí es ligeramente más frío. No alcanza a ver el final, pues la oscuridad es tremenda. Con ayuda de la antorcha puede caminar sin miedo a tropezar. Kynortas cierra la fila en retaguardia, habiendo dejado atrás su cuerda, atada a aquella estatua.

Las risas, aunque lejanas, se siguen oyendo con claridad.