Partida Rol por web

Sinódaso sigue avanzando, lanza en ristre. Sus pasos resuenan por el túnel. Claramente, el ruido que produce un centauro adulto no es fácil de enmascarar. Su respiración es fuerte y sus cascos resuenan, pesados pero armónicos, allá donde pise.

Frunce el ceño, intentando acostumbrar sus ojos a la poca iluminación ambiente, tratando de ver más allá de la tenue luz que proporciona la antorcha. Sujeta su lanza fuertemente contra su axila, en horizontal con el suelo y para mantener a cualquier amenaza a una distancia prudencial del grupo.

Sinódaso se adentra en uno de los túneles, pretendiendo no hacer ningún ruido pero sin conseguirlo. Mirando hacia atrás ve a sus compañeros rebuscar entre los cascotes de la trampa y los restos de los héroes muertos.

Aún no te has separado mucho de tus compañeros como para perderlos de vista, pero desde aquí no ves qué han encontrado. Lo que sí percibes es que las risas se acercan, y que son varias, no sólo una.

Sinódaso se ha separado de vosotros, se ha adentrado en uno de los túneles sin esperaros, pero aún le veis allá, iluminado por su antorcha en mitad de la penumbra.

Entre los dos rebuscáis entre los restos de los héroes caídos. Hay algunas cosas oxidadas, dobladas, abolladas, llenas de mugre o de una especie de plasta putrefacta que deben ser vísceras. Algunos parecen haber sido partidos en dos, abiertos, descuartizados, como una ternera o un gorrino al que han quitado las mejores partes, las comestibles. Está claro que no simplemente han muerto por la caída, también han sido devorados, antes o después.

En el montón de armas y armaduras que aún pueden utilizarse hay una daga, un hacha bárbara, tres flechas, dos antorchas, una coraza y un escudo. Nada más, sólo cascotes, huesos y amasijos de hierro.

Entre toda esa mezcla de cementerio y carnicería, Nedras examina las flechas con cuidado, le produce algo de recelo esa situación. Con tantos cadáveres a su lado, no se encuentra nada cómodo.

¿Puedo quedármelas? Le pregunta a Kynortas pidiendo permiso. Mientras mira de reojo al túnel. Vamos a darnos prisa, no podemos perderlo de vista. Se nota un cierto nerviosismo en su voz.

 Sí, claro. - responde Kynortas absorto.

Sea lo que sea lo que vivía en esos túneles, había hecho un destrozo a esos desgraciados. El chico tenía razón, había que ir con Sinódaso cuánto antes.

- Vamos.

Tras echarle un ojo al hacha y volver a dejarla, Kynortas hace un gesto a Nedras y se dirige hacia dónde viene la luz de la antorcha de Sinódaso.

Sí. Se limita a decir Nedras obedeciendo. Y es él quien abre el camino para acercarse al gran centauro. Vamos. Dice a Kynortas mirando hacia detrás.

¡Sinódaso! ¡Espéranos! Susurra lo más fuerte que puede Nedras a ver si su compañero deja de avanzar.

Los tres os volvéis a reunir en torno a la antorcha de Sinódaso. El centauro hace bastante ruido con sus cascos sobre el suelo de piedra así que el esfuerzo de los otros dos por pasar desapercibidos es en vano. Durante una hora o dos recorréis los oscuros túneles bajo la montaña, persiguiendo las risas, que dejan de escucharse de golpe cuando llegáis a un ensanchamiento de un túnel, justo donde se cruza con otro. En este espacio son cuatro las bocas de túnel que confluyen.

Cuando a Sinódaso le empieza a rugir el estómago, baja la lanza y echa mano de su alforja De ella saca unas grandes spanakópitas que compró ayer en el mercado del puerto de Hagia. Las engulle rápidamente, puesto que no se encuentra en el momento ni en el lugar para explayarse comiéndolas. De las prisas, se le atascan en la garganta, así que da un largo trago a su pellejo de agua.

Cuando termina, con la barba llena de migas, mira con desaprobación sus manos aceitosas. Nunca le ha gustado comer con las manos y los demás centauros siempre se habían burlado de él en su tierra natal. Eso es algo que le gustaba de vivir en Zetos: los humanos eran algo más civilizados en ese aspecto.

En un momento en el que sus compañeros no le ven y haciendo una mueca, se limpia las manos como puede en el grueso y corto pelo de su grupa.

Kynortas, al ver al centauro darse un hartazgo, decide echar mano de una de sus raciones también. Con tanto pozo y tanta historia, se le había olvidado lo hambriento que estaba.

Sentado en el suelo y sumido en sus pensamientos, el hoplita se acaba su ración y finalmente pega un largo trago de agua para bajarlo todo. Esperaba poder encontrar algún manantial o algo para rellenar el pellejo. Sino, tendría graves problemas.

Por suerte, tanto a un lado como a otro paran sus dos compañeros. Tenía tanta hambre que estaba pensando empezar a tocar la flauta para que no se escuchara el rugir de su barriga.

De una bolsa saca un poco de Hortári especiado que aún le quedaba de su aldea, lo acompaña con un poco de Psomí que había comprado en el puerto. Un buen trago a su bota de agua hicieron que aquello cogiese forma en su cuerpo.

Mientras el resto terminaba de comerse sus raciones, Nedras se incorporaba un poco y preguntó a Sinódaso. Mi padre ¿cómo era? Fue una pregunta seca y directa. Y no se amplió más

Quizá sea por ir el primero, por tener la antorcha más cerca, o por continuar alerta mientras comes, pero Sinódaso, eres el único de tus compañeros en darte cuenta de que un peligro se acerca a gran velocidad. Por ambos lados del túnel, dos figuras menudas cargan contra vosotros con un grito agudo:

- AAAAAAHHHHHH -son las mismas criaturas que reían hace un rato.

Son una especie de menudos hombrecillos grises muy cabreados, armados con espada y porra.

El primer golpe de la pequeña criatura sobre Kynortas es un golpe errado. Su porra golpea tu coraza, pero nada más. El pequeñajo abre sus ojos como platos y mira su arma, sorprendido.

Cita:

¿Mmm?, gruñe Sinódaso, sobresaltado por la pregunta de Nedras mientras creía que nadie le veía limpiarse las manos sobre sí mismo. Bueno, Nedrón no era muy hablador, pero coincidimos en la guerra de Helicón, hace muchos años. Segundo batallón de élite centáureo, recuerda, sonriendo con nostalgia. Por aquél entonces éramos jóvenes y buscábamos gloria en la batalla. ¡Por los venados de Atenea, nadie corría tan rápido como nosotros ni disparaba con tanta precisión a esa velocidad!

Sinódaso da otro trago a su pellejo y suspira profundamente. Megalippos, empieza, cambiando el tono, que era el oficial de mayor rango en la unidad, tomó una decisión muy difícil cuando nos flanquearon las tropas helíconas, y en consecuencia, tu padre salió herido. Mira entonces a Nedras con cierta tristeza. Después de eso, nos separamos...

Tras soltar su monólogo, el centauro calla, apesadumbrado. Seguidamente, se da cuenta de quizás no es lo que el chico esperaba oír. Lo que quiero decir, joven, es que tu padre era un buen guerrero... y un buen hombre, consuela secamente y forzando una sonrisa un tanto siniestra, una sonrisa de alguien que ha olvidado cómo se sonríe de verdad.

Cuando el hombrecillo trata de golpear a Sinódaso, éste no puede evitar reírse de su ridiculez. ¡Habrase visto!

Sin decir ni una palabra, el centauro aprieta los dientes y ensarta con su lanza sin miramientos ni ningún tipo de respeto al extraño atacante. Aún atravesado en su lanza, lo atrae hacia sí y con una de las patas delanteras, libera su arma, pisoteando el orgullo del enemigo caído.

Kynortas estaba tan absorto en el relato de Sinódaso que no ve venir a su atacante. Cuando recibe el golpe en la coraza, el hoplita despierta por fin, apartando de un escudazo a su enemigo y clavándole su lanza en el costado a ese pequeño energúmeno.

Lo que quiero decir, joven, es que tu padre era un buen guerrero... y un buen hombre

Nedras se quedó en silencio, reflexivo. No le habían sorprendido las palabras de Sinódaso, tampoco le entristecían. En realidad, no tenía ninguna idea sobre qué esperaba escuchar. Pero menos aún qué responder. Por eso se quedó en silencio, ensimismado, un poco triste. Instintivamente ante aquella sensación taciturna cogió su flauta pensativo...

AAAAAAHHHHHH

Ese grito agudo le sacó de su ensimismamiento. Por suerte, tanto a un lado como otro, sus compañeros aplacaron los ataques. Si llega a ser él...

En un santiamén tuvo que decidir hacia qué lado ir, aquello era tan estrecho que le dejaba poco margen de maniobra para girar sus cuatro patas. Ni se planteó echar mano a la lanza, era imposible sacarla en esa situación sin acabar dañando a sus compañeros, pero tampoco al arco, no había espacio ni distancia para poder hacer nada. Seguía con la flauta en la mano. ¿Qué podía hacer?

Observó el golpe que Sinódaso asestó a aquella cosa y luego la respuesta de Kynortas sobre el otro y comprobó que aquello iba a ser pan comido. Así que se quedó quieto para estar preparado a cualquier ayuda a sus compañeros.

Sinódaso ni siquiera da la oportunidad al hombrecillo grisáceo de devolverle el golpe, que ya es casi un puré tras ser pisoteado humillantemente. Kynortas hiere al derro, que ante la clara superioridad de su contrincante sale corriendo gritando.

No hay nadie más. Ha sido un pequeño ataque, que pretendía ser por sorpresa, pero que les ha salido mal. Habéis estado siestros y habéis actuado con firmeza. Pero incluso os ha sabido a poco. Ahora no se oye nada, aunque el pequeño superviviente va dejando un rastro de sangre fácilmente visible.