Partida Rol por web

En cuanto Ameleón vió que Deseo lanzaba un grito que no llegó a entender bien por el fragor de la batalla paró su movimiento de retirada y pudo ver como un Derro golpeaba al hipaspista. Aprovechó el retroceso para lanzarse en carrera contra el Derro que había herido a Indikos. La estocada fue tan contundente que el Derro prácticamente se abrió en dos y cayó contra el siguiente que venía. Ameleón ganó con ello unos segundos para señalar a Indikos que se pusiera a su espalda tras su escudo -¡Íbero, cúbrete! Mi escudo y armadura aguantará los golpes por los dos. No podemos permitirnos perder tu brazo.

A pesar de que todavía sentía las quemaduras levantando ampollas en la piel, saber que el Derro que manejaba el fuego había caído le dio fuerzas renovadas al hoplita que volvía a recuperar el buen humor -Verás que risa cuando acabemos con esto y volvamos a casa montados en ese chisme...

Indikos sintió el lanzazo del derro con efecto retardado, el intento dolor de las quemaduras que crecía con el tiempo, había entrado en una ridícula competición en su cerebro con el dolor del lanzazo por ver cuál le atormentaba más, sin embargo, se encontraba poseído por esa furia de la batalla que provoca que el dolor no sea tan intenso el el momento, consciente del peligro que corrían, miró de reojo a Deseo, y escuchó su voz

¡Ameleón, ayuda a Indikos! No vengáis! ¡Voy a intentar acabar con las hachas!

Observó que la asiática había recibido una herida, pero por cómo se movía su vida no corría peligro, de momento, cumpliría su orden.

Ameleón puso su escudo frente a él creando un muro

¡Íbero, cúbrete! Mi escudo y armadura aguantará los golpes por los dos. No podemos permitirnos perder tu brazo.

Era una decisión lógica e falange, los hipaspistas no estaban pensados para atacar en falange con los hoplitas, era infantería ligera que se utilizaba para hostigar los flancos del enemigo mientras la infantería pesaba avanzaba lenta pero inexorablemente hacia la frontal en formación de falange.

¡Gracias Ameleón! No habría aguantado mucho tiempo frontalmente con mi armadura y mis heridas.

Se colocó tras el Hoplita esperando su oportunidad para lanzarse al flanco del primer derro que les enfrentase, el cual sufriría ahora (en miniatura), lo que era enfrentarse a la infantería griega, su hubiesen tenido un arquero y un peltasta en la retaguardia, no habría ya ningún derro vivo, o puestos a pedir, algún hondero de las islas al este de Ampurias.

Pero no había tiempo de soñar, quedaba un derro vivo enfrentándoles, aprovechando la defensa de Ameleón, Indikos surgió de la retaguardia del ateniense y asestó un nuevo golpe con su espada de metal íbero a la lastimosa criatura.

El metal íbero era demasiado para la débil armadura de los derros, para su falcata, no había diferencia entre la carne y ésta, el golpe fue devastador y el derro sufre el mismo destino que los otros dos que habían probado la mordedura de su espada

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El derro que queda a los mandos del ingenio decide enfrentarse a Deseo, intentando pincharla con su pequeña lanza, sin éxito.

Indikos retrocede, y queda protegido por albos lados por sus compañeros. Ameleón hace de escudo contra el pequeño grupo de derros, que cada vez es menos numeroso; está rodeado, y tres de ellos lanzan ataque con lanzas y espadas diminutas, pero no la alcanzan, pues la defensa y las armaduras del ateniense son formidables.

El segundo grupo de miniguerreros se acerca por detrás de la máquina, y alcanzarán a Deseo en el próximo asalto.

Ameleón mueve su lanza ante los tres derros que le plantan cara. Todos estrellan sus armas contra su escudo y tan solo alguno rebasa esta barrera para estrellarse inútilmente contra su coraza y sacarle una carcajada al hoplita que mientras más concentrado en la batalla está más fuerte parece volverse. 

Acerca su yelmo a la cara del derro riendo como poseído por el espíritu de la batalla y clava su lanza al pobre engendro hasta ensartarlo, luego con un movimiento estudiado lo acerca hacia sí y lo desclava con la ayuda del escudo para terminar fintando con la lanza preparándola para el siguiente envite.

 Con un ojo siempre puesto en la máquina, que ya esta inmóvil, en Indikos que sigue sangrando, y mucho, aunque su brazo sigue en alto y dispuesto... ¡y en el grupo de derros a punto de echarse encima de Deseo! 

-¡Cuida tu retaguardia, pelirroja! En cuanto me acabe la merienda estoy contigo-

Le tranquiliza saber que la extranjera ha sido la menos perjudicada hasta el momento y confía que podrá aguantar sola un par de asaltos al envite de los derros hasta que ellos terminen de destrozar a su grupito de enanos. 

Con el muro presentado por el ateniense, Indikos se encontraba libre de los ataques, sin embargo, sangraba profusamente, era consciente que un ataque más sería letal, decidió cambiar su rol momentáneamente en aquella formación improvisada, -¿No querías un peltasta? Pues haz tu de peltasta- pensó para si mismo.

De reojo vio como un grupo de criaturas se acercaba a Deseo, escuchó a Ameleón dirigirse a ella, parece que de momento era la más entera de los tres, sería divertido que lo salvase una vez más, y vista la situación, era algo que podía ocurrir perfectamente. Mientras pensaba todo esto, se preparó para actuar como peltasta, sacó una de las jabalinas y buscó su objetivo, uno de los dos derros que quedaban vivos acosando a Ameleón. Apuntó, tensó el brazo y arrojó la jabalina hacia su objetivo.

Sin embargo, no era tan bueno con la jabalina como con la falcata, el proyectil pasó de largo sin rozar siquiera al derro, eran objetivos diminutos y estaba muy oscuro, si a eso añadimos la sensación de mareo por la pérdida de sangre, estaba claro que le sería más difícil acertar que con la espada, pero al menos podría atacar a distancia.

Preparo su segunda y última jabalina, esta vez intentaría concentrarse más para su segundo disparo...

Los dos hoplitas seguían plantando batalla con uñas y dientes, y la asiática estaba enzarzada con los derros que manipulaban la máquina, con la intención no sólo de neutralizarlos, sino de hacerse con ella .

Sólo quedaba vivo el derro que había conducido el engendro, tanto el que manejaba el cañón de llamas como el que estaba al cargo de las dos tremendas hachas habían sucumbido, pero el pequeño e insidioso tercer tripulante parecía que iba a tomar cartas en el asunto para colocarse el el lugar de uno de los otros dos caídos. Tanto si se hacía con el fuego como con las hojas, sería una amenaza demasiado grande, así que aunque Deseo quería ir en ayuda de sus dos compañeros, le quedaba trabajo por hacer.

Con ambas manos enarbolando las respectivas armas hizo un molinete que vibró en el aire llenándolo de un zumbido desgarrador.

Tan desgarrador como el resultado, ya que la cabeza del conductor cayó de sus hombros, rodando y rebotando en el suelo.

-¡¡YA ESTÁ!!

Pero no estaba todo.

Se giró, para enzarzarse, ahora sí, con aquellos de los que ateniense e íbero la estaban avisando. Ya habría tiempo de probar los controles del Minotauro de Metal, para avanzar con él los tres, en busca del otro, el real...

Por el lado del ateniense quedaban apenas cinco derros, pero al destrozar éste a uno de ellos, y de qué manera, y al ver que desde atrás el íbero comenzaba a lanzar jabalinas, salen huyendo. ¡Huyen!, y este flanco de la refriega ya está ganado.

Sin embargo por el otro, al otro lado de la infernal máquina, se acerca otro grupo. Deseo acaba de decapitar al último de los tripulantes del ingenio, y se prepara para la carga de los hombrecillos grises. Es cierto que podríais utilizar al falso minotauro en vuestro favor, pero ¿sabréis hacerlo?

Aprovechando que los derros huían despavoridos, Indikos recuperó la jabalina que había arrojado al derro y que había rebotado con una de las paredes de roca y se volvió al grupo.

No me lo puedo creer amigos, parecía imposible la batalla y al final le hemos dado la vuelta a la situación.

Indikos observó el ingenio derro no sin cierta admiración y sorpresa, se preguntaba cómo era posible que unas criaturas tan aparentemente primitivas, han podido idear algo así.

Bien, tratemos de averiguar cómo funciona ésta cosa...

Observó de cerca el artilugio, tratando de descifrar su funcionamiento para poder usarlo, aunque comprender este tipo de artilugios no era su punto fuerte.

Sin embargo en esta ocasión fue diferente, por asombroso que pareciese, la bestia metálica no era tan difícil de usar como parecía al contemplarla a simple vista.

Es indudable que está pensada para la medida de esas pequeñas criaturas, pero cualquiera de nosotros podríamos usarla sin mayores inconvenientes.

El funcionamiento se materializó en la mente del íbero de forma milagrosa.

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Después de deshacerse del último derro y levantando toda su envergadura los otros cuatro vieron que poco podrían hacer contra semejante guerrero. Los engendros salieron despavoridos y Ameleón puso de inmediato sus ojos en el segundo grupo de derros que se aproximaba a Deseo. 

Vio como Indikos se montaba en el artefacto y le pareció lo más idóneo dado que el metal del artefacto le haría de coraza. Avanzó hasta ponerse en primera línea de batalla y a repartir órdenes como acostumbraba.

-¡Chicos repliegue y posición de ataque. Yo recibiré las embestidas de los derros.... extranjera, golpea cubriendo mis flancos...¡¡¡Indikos!!!, ¿no querías arqueros? ¡Ahora tenemos un minotauro...fuego a discrección!-

Y se  colocó en primera línea de combate con la lanza ya preparada para recibir al primer derro del rebaño embistiendo al grupo, ensartando a uno y dispersando al resto.

Por fin habían acabado con el miniejército, aunque estaba claro que los que habían huído regresarían con refuerzos. Quizá más de ellos, o quizá... algo mucho mayor. En su fuero interno Deseo oró para que lo que llegara, de una vez por todas, fuera el Minotauro real, y no una réplica de hojalata, por mortífera que fuera. 

Para alivio y admiración de la asiática, que estaba mirando las palancas y mecanismos del trasto, Indikos en un segundo se hizo con el funcionamiento, mostrando con cuatro gestos que podía perfectamente asumir su control.

-Perfecto, íbero, eres ágil de mente. Quédate ahí, sí, y nosotros protegeremos esta cosa durante el avance.

Indikos parece comprender el funcionamiento del minotauro mecánimo, y se coloca a los mandos, incómodamente, pero lo hace. Aquí dentro, además, está más seguro, pues la construcción del ingenio derro es sólida y le protegerá.

Ameleón y Deseo se colocan a los flancos, preparados para recibir la embestida de los pequeños hombrecillos cabreados. Desde aquí también podrán mover al ingenio, aunque necesitarán aunar fuerzas para ello.

Una vez preparados, tenéis tiempo de observar a vuestro enemigo. No parecen estar desorganizados, ni moverse de un modo caótico, aunque al principio os lo pareciese. Llevan distintas ropas y distintas armas, y se dividen en dos grupos. Atrás queda el que podría ser su jefe, más cabezón y cubierto enteramente por una armadura de bronce. Junto a él una docena de arqueros, tomando posiciones. Corriendo hacia vosotros otra docena de infantería, armados con lanzas y espadas, unos con armaduras y otros con simples harapos, parecen ser los menos instruidos. El jefe no parece ser muy listo, pues ha mandado la infantería antes de hacer una descarga de flechas, eso está de vuestro lado.

Uno de ellos va en avanzadilla, pero se encuentra de lleno con la lanza de Ameleón.