Partida Rol por web

Cuenta la leyenda que todo aquel relato que se inicia con: "cuenta la leyenda..." inmediatamente acontece cierto e incuestionable. Y de ello te has servido toda tu vida, mil historias preceden al Héroe enmascarado, pero también es cierto que toda ficción parte de una ligera realidad y un fogonazo de magnesio disparado en plena noche evita que un hombre le dispare a otro ¿no merece ser contado? ¿no es heroico salvarle la vida a hombre tan desinteresadamente que ni sabias que lo hacías? ¡Pues claro que sí!

¿Por qué lugares pasearas esta noche? ¿A quién acosas hoy le guardas la espalda?

(Tienes hasta el domingo para dar un nombre)

Era un hombre de muchos rostros, quizás más que los que había podido capturar con sus fogonazos de magnesio, casi tantos como oficios había empleado, y cada uno de ellos no era menos sincero u honesto que los demás. No obstante, no todos podía dejarlos a la vista de la opinión y aprobación pública.

Wyatt tenía una faceta que jamás podría confesar. Y era su corazón enamoradizo por la gente de su mismo sexo.

Unos hombros fuertes y torneados, unas facciones severas y rudas o una mirada fría le cautivaban infinitamente más que unas largas piernas o unos senos bien abultados. Aunque ambas cosas jamás las había visto de cerca. Por lo general las mujeres le inspiraban escasos anhelos. Quedaba fascinado por los hombres capaces de emprender cualquier acción más allá de su seguridad física, en un sentido que iba más lejos que la simple admiración que suele poseer un niño por sus héroes.

Por lo tanto, había otra razón inconfesable por la que Wyatt el fotógrafo era incapaz de abandonar la Ciudad Bala Dorada. No solo el ser incapaz de dejar atrás un ser vivo desvalido como el sr. Wallace. Sino que en cuanto pisó el lugar, vislumbró un misterioso cowboy cuya luz de sus harmoniosas facciones se habrían quedado grabadas no es sus placas de sino en sus propios latidos para siempre más.

Él era Francis Prescott. Y la Diosa fortuna fue propicia a hacer correspondido ese amor.

Y precisamente inspirado por ese amor, Wyatt veía en sí mismo fuerzas que hasta el momento creyó desconocidas. Una capacidad de emprender actos y sacrificios que solo había visto en otros. Por su amor era capaz de darlo todo e incluso con ello perder su vida y mientras suspiraba bajo su ventana resistiéndose a reconciliarse con su manto de heno se prometió que no permitiría que a su amado le ocurriese nada malo, porqué la vida sin él carecería de sentido.

Acunado con este pensamiento se durmió entre matorrales peligrosamente bajo el manto frío de la noche.

Las pilas de ropa que empezaban a inundar la lavandería del viejo Wallace ataban a Wyatt a ocupar sus horas diurnas encerrado en la mal iluminada, húmeda y maloliente caseta, alejado de toda imagen que pudiese hacer brillar su verdadera pasión. No es que en la lavandería no encontrara qué fotografiar, tampoco que no pudiera hacer arte con la suciedad de otros, pero la ausencia de novedad era lo que más le dolía; aquello que le inducía a sentir frío en sus tobillos por unos grilletes fantasma que le sujetaban a ese lugar.

Y si la calma de la rutina no era suficiente tempestad en su alma, todavía había de llegar el huracán.

Wyatt oyó abrirse la puerta de la lavandería y al dirigir su mirada e intención de recibimiento a quien se encontrara en ella se encontró con Emily.

- Wyatt Stolesouls, el de los mil empleos. Lavandero, fotógrafo. - se situó con su mirada perdida en su libreta negra, una que empezaba a parecer una prolongación de sí misma. Levantó la vista y ojeó el lugar sin detenerse en wyatt más tiempo del que dedicaba a cada una de las pilas de ropa - Para que apresurarse a entregar la ropa limpia si al día siguiente pueden estar muertos. - concluyó para sí, en un comentario plano, sin intención dañina, descaro ni vergüenza. Un simple pensamiento.

- Buenas tardes. - se dirigió finalmente a Stolesouls - ¿Disfruta su estancia en el pueblo? - preguntó con una entonación que denotaba que no era realmente una pregunta a pesar de haberla formulado como tal - ¿no le parece curioso como el tiempo jamás suele estar de nuestra parte?

Volvió a mirar a su alrededor, pero esta vez su mirada había dejado de ser analítica y se limitaba a la búsqueda de algo concreto.

El lavandero por mucho que se esforzaba no conseguía hacer descender aquellas colinas de ropa sucia. No se concentraba y no conseguía lavar nada, porqué nada estaba tan manchado como las manos de toda la gente de Bala Dorada. ¿Quién les dio posteastad para ser juez y verdugo? A ojos de los hombres... el nuevo Sheriff. A ojos de Dios, y los suyos propios: nadie.

Al salir corriendo había ido a refugiarse en el trabajo pero no lo consolaba. Estaba hundido y con la cabeza apoyada contra un montón. Cuando de pronto oyó la puerta y se cuadró. Siendo lo más profesional posible frente algún nuevo cliente.

Pero su rostro se amargó al reconocer a Emily, quién momentos antes, sin vacilar siquiera, descargó sendos tambores de sus dos pistolas sobre el niño. -A serle sincero, señorita. Éstos días no mucho.-Dejó que hablase su aflición. Luego se forzó a recordarse que Giesie era culpable y que probablemente merecía su suerte.

-No. Nunca está de nuestra parte. Ni el tiempo, ni Dios, según parece.- sonrió con tristeza mientras no podía cesar de observar como se móvia libremente por la tienda. -Si me dice lo que busca, igual puedo ayudarla.- concluyó decir. -¿Qué necesita de mi? Dudo mucho que busque mis servicios de lavandero puesto que no trae nada para lavar y dudo que esté interesada por la ropa sucia...- Observó.

Emily mostró una mueca en la cara, difícil de definir, pero probablemente se tratase de un intento de sonrisa. - Necesito que tenga cuidado. Sus excursiones nocturnas son completamente contraproducentes a diferencia de lo que usted pueda creer.

¿Ha disparado alguna vez, señor Stolesouls? Un arma. - puntualizó. - ¿Ha estado en cementerios? El común, a diez kilómetros de aquí ¿tal vez? ¿Tiene alguna imagen?

-¿Contraproducente?- Desordenó sus preguntas según en el grado que lo habían desconcertado. -¿Cómo que "Mis excursiones nocturnas"?- Preguntó sorprendido e intentando ni confirmar ni negar aquella afirmación.

Luego dejó asomar una sonrisa tímida como la del niño que le pillan con la mano en el tarro de las galletas. -Agente de Pinkerton.- Repitió al recordarlo. -No suelen elegir gente al azar o poco competente. Pues la empresa goza de buena reputación y cobra unos buenos salarios por sus trabajos.- Era una obviedad para la gente que sabía algo acerca de la agencia de detectives. Pero él lo alegó como entendiendo que hubiese descubierto su pequeño secreto.

-¿Por qué dice que son contraproducentes?- Volvió ya a repetir al fin, viendo que no tenía sentido negar sus salidas.

Seguidamente hizo una negación sutil con la cabeza sin saber si sentirse avergonzado por no haber empuñado siquiera un arma. -No. Nunca.- Su expresión se tornó livida cuando recordó como esa misma mujer ni una hora antes había vaciado sus dos cargadores sobre el joven Giesie. -No creo en la violencia.- Aclaró. 

Rebuscó en un arcón de madera que tenía y sacó un papel fotográfico que esgrimió al aire. -Pero la muerte no me es un concepto ajeno, ni vivo en el país del arcoiris si es lo que se refiere usted.- 

*

Y como para hacer válidas sus palabras mostró, o mejor dicho lanzó con algo de resentimiento, la foto contra el mostrador.

Finalmente, Wyatt se dejó de rodeos, y pusó ambos codos sobre la madera, a lado y lado de la fotografia, ignorando la misma para ir dedicar su atención y clavar su mirada en los ojos de la señorita. -¿Qué es lo que quiere?- Al quedar tan cerca de ella, algo en su espiritu se agitó, como en un Déja vu. -Perdone que se lo pregunte. ¿Nos conocemos?- Su rostro le era extrañamente familiar.

Los finos dedos de Emily necesitaron un par de intentos y recurrir a sus uñas para conseguir levantar la fotografía del mostrador. Ignorando las palabras lavandero que, de momento, se encontraban en lista de espera para ser procesadas.

- ¿Cuantos años tendrá esa imagen? - se planteó al observar las tumbas perfectamente alineadas - Eso es importante. - levantó la mirada hacia el autor de la fotografía con insistencia como si no pudiese entender -y de hecho no entendía- porqué no le había respondido todavía con la urgencia palpable de conocer esa información.

Volvió a ojear la fotografía y luego hizo volar algunas páginas de su liberta, arrugándolas con el paso de sus dedos sobre ellas para que se apartasen de su camino con más facilidad. Se detuvo en una de las páginas sobre la cual descansaban una fina, pero importante, pila de imágenes.

- Mire.- señaló volteando su libreta hacia Wyatt, sin dejar el contacto con ella, y posando con una caricia la fotografía al lado de la ilustración que mostraba el mismo cementerio revuelto. No añadió más palabra, no las creía necesarias pues a ella no le hacía falta explicación alguna.

- ¿Conocernos? Wyatt Stolesouls ¿había oído ya ese nombre? Quizás en Oxville. No, no. - apretó los labios formando una fina línea mientras los engranajes de su cabeza seguían trabajando - Si nos hemos visto estará en la libreta. -se dijo finalmente, aparcando de nuevo aquel asunto.

Aquella mujer era un misterio. Siempre suscitaba más preguntas de las que respondía. Y de hecho no llegaba a responder ninguna. Cada vez que se movía, cada palabra que profería era un nuevo enigma.

Wyatt tuvo que repasar dos veces en su cabeza lo que acaba de pasar antes de concluir: no entenderlo.

La agente de Pinkerton había hecho una pregunta a media voz. Si a él o si misma, no sabría decirlo. Esfuerzos le había costado ya oírla. -¿Cuántos años?- Repitió echando un cálculo en su mente. El lavandero no se acordaba, hacía tiempo que no prestaba atención al calendario, la memoria cada vez menos era su punto fuerte y las circunstancias actuales parecían nublar el pasado.

Observó fascinado, bebiendo de los rápidos y ágiles movimientos táctiles de la detective. Sin saber a dónde lo quería conducir. El fotógrafo estiró el cuello para ver qué buscaba en esa desgastada libreta. Pero sus esfuerzos eran innecesarios, dado que ella le iba a facilitar donde quería que dedicase su atención.

Stolesouls examinó lo que le mostraba, sin comprender. Aquella ilustración que parecía un calco de su fotografía pero como si alguien hubiese profanado y exhumado sus cuerpos. –¿Ha husmeado usted entre mis fotografías?- Se quejó molesto, encontrando la explicación más plausible. Y al final repitió por tercera vez su pregunta. Marcando sus palabras una a una y exigiendo una explicación:

-¿Qué… quiere… de… mí?

Emily entornó los ojos al techo manifestando que su interlocutor era tonto de remate - ¿Para qué le iba a pedir una fotografía que ya había visto? - golpeó con sus uñas la página de la libreta extendida junto a la fotografía - Están robando tumbas. Más que eso. Cuerpos - se corrigió.

Cerró la liberta de un plumazo, guardando con ese gesto la fotografía en su interior y volvió a custodiar su mente materializada lejos de Wyatt.

- De usted quiero que evite merodear fundido en las sombras. No sería de mi agrado...Wyatt, sí, no siempre ha llevado ese apellido. - el brillo de una ligera y fugaz sonrisa que desconocía su lugar habitual se dibujo en ojos - Si fuera usted, me subiría a Harry y abandonaría Bala Dorada cuanto antes.

Usted no es agente de Pinkerton. - le recordó - No actúe como tal, - desenfundó uno de sus revólveres y lo dejó sobre el mostrador, plano, con el gatillo mirando hacia Stolesouls- o aprenda a disparar.

Considérelo un pago por la imagen. - espetó con despreocupación y sin dejar lugar a rechazos antes de salir de la lavandería.

Era la entrevista más surrealista de su vida.

Aquella mujer consiguió que el fotógrafo se sintiera estúpido con la naturalidad con lo que le contestó, no obstante a él la pregunta le había parecido pertinente aunque en cuanto Emily siguió hablando hasta olvidó aquél hecho en pos de temas más macabros y alarmantes: -¿Robando cuerpos?- Repitió atónito y notando como lo inundaba un escalofrío. -¡¿Para qué?!- De nuevo quedaría sin respuesta.

Pero lo sacó de sus ensoñaciones cuando bruscamente cerró su cuaderno de anotaciones, cortando de un estijerazo el hilo de sus pensamientos. -¡Eh!- Protestó al percibir como se guardaba la foto. Pero se desinchó rápidamente, y cesó pronto cualquier reclamación al saberla inútil. Escuchándola con resignación pintada cuanto le quedaba por decir.

Wyatt pensó que si ella fuera él, haría muchas cosas de forma muy distinta. No por ello, iba o podía hacerle caso. Pero no despegó sus lavios y con esfuerzo guardó sus ironías donde debían quedarse.

Se quedó mirando aquella pistola que reposaba tranquila sobre el mostrador, sin casi percatarse de que su extraña visitante disponía a irse. Con una ceja levantada y casi sin creer real aquél revolver nada de lo que cabría esperar de una señorita. No era una derringuer ni siquiera una peacemaker por lo contrario era toda Colt Walker del calibre 44. Una arma pesada y antigua recalibrada y ajustada a los usos y necesidades modernas.

^*

Al final, llegó a la conclusión, que a diferencia del déspota del Sheriff Roca, ella sabía bien cúal era su trabajo, hasta sabía el nombre de su mula.

-¡Espere un segundo!- Fue capaz de retenerla al último segundo. -Tiene razón, no soy un agente de Pinkerton. Y no he disparado nunca una de esas.- Aseguró de nuevo casi sin atreverse a tocarla. -Pero un hombre. Una persona.- Rectificó para que no se malinterpretarse. -Ha de hacer lo que ha de hacer. Esté preparado para ello o no. A veces no basta con que las personas de bien no hagan cosas malas. Si sigues tu camino sin mirar al necesitado que agoniza a tu lado... estás faltando a tu deber. Basta para que cinco hombres malos triumfen si quién podría impedirlo, aún a coste de su vida, no hace nada para detenerlos.- Dijo ésta vez con conocimiento de causa y recordándo un momento en el tiempo.

-Si.. si hay que aprender a disparar.- Tragó saliva. -Aprenderé a disparar. Pero no puede pedirme que me quede de brazos cruzados. Que mire para otra parte cuando la gente, que han sido mis vecinos y conocidos por un tiempo, son masacrados sin sentido.

Dicho ésto le aguantó la mirada tanto como le fue posible, demostrando que su voluntad era fuerte.

-Otra cosa.- Hizo acopio de todo su valor. -Debo pedirle un favor. No puedo estar en todas partes.- Declaró con su habitual lógica y charla innecesaria. -La vida del Reverendo Strong corre grave peligro. Ayer fue herido, y hoy su Sheriff le ha puesto una diana aun mayor. Puede, solo por ésta noche. ¿Vigilar que nada le ocurre?

Pensando que podía negarse y cómo la necesitaba le recordó. -Usted sí sabe disparar. ES una agente de Pinkerton.- El lavandero hacía tiempo que había apilado dinero suficiente para irse y más, así que sin saber cuanto le cobraría, estaba incluso dispuesto a pagar.

La determinación de las palabras de Wyatt llevaron a Emily a detenerse y hasta volteó la cabeza para mirar, curiosa, la expresión confiada del lavandero. Le escucho de medio lado, regalándole más tiempo del que había programado para esa visita, y aquello, ya era un gran elogio, un reconocimiento tácito de que conocía su valía.

- Deber. – intercaló su voz con el discurso de Wyatt con escepticismo, en una entonación que iba mucho más allá de que creyera o no que aquello era una cuestión de deber, sino que se extendía al recelo de la existencia del valor en sí.

Y en cuanto el fotógrafo inició por su propio pie un pulso de miradas con ella, Emily terminó de girar su cuerpo y le prestó verdadera atención.

- Lo haría. De hecho lo haré, tengo un ojo en todos ustedes, señor Stolesouls. En todos y cada uno de ustedes. Pero ante todo soy agente de Pinkerton y atenderé primero a mis propios asuntos.

Volvió a girarse para irse, recalculando el tiempo del que disponía para redactar sus informes, terminar las visitas y preparar el material para hacer noche en el desierto. Aun así se concedió tres segundos más. – Aléjese de Bala Dorada y todo lo que quede al Este. Desearía que alguien me hubiese dado ese consejo. 

El fotógrafo habría querido seguir su consejo, aún sin saber si podía.

Pensó en el pobre Wallace y lo que sería abandonarlo a su suerte, y pensó en alguien de una forma insospechada, se sorprendió a sí mismo más aún al verse incapaz siquiera de pensar en su nombre.

Hacía demasiado tiempo que no era la falta de dinero lo que lo retenía a Bala Dorada. Aun así, dejó caer levemente la cabeza en señal de asentimiento. Pudiera o no seguirlo, había oído el consejo de Emily, la detective de Pinkerton, y lo creía sensato. Y la propia reflexión a ese mismo consejo, fue lo que lo llevó a comprender a la mañana siguiente que la cazarrecompensas hubiese huido de ese infierno.

El reloj es como el poder del vidente. Lo sumas al tuyo de protector mientras lo tengas en tu poder.

Sip. Tienes doble protección :)