Partida Rol por web

[Música ambiental]

El ruido del asedio es ya solo un rumor en la lejanía. Solo el sonido de la noche salvaje y las exhalaciones de vuestros corceles llegan a matar el silencio. Wisigarda mira de tanto en tanto hacia atrás, a la par que espolea a su caballo para que mantenga el ritmo. Delante solo hay oscuridad, pues ni la Luna se digna a presentarse en una noche tan aciaga. La franca mira hacia atrás durante unos cuantos segundos y se vuelve para mirarte a ti. Te hace un gesto con la mano para que aminores el paso y poco a poco ella misma tira de las riendas para ponerse al trote.
—No creo que nos sigan —dice mientras se quita el yelmo, dejándolo por delante de la ingle— O se esconden muy bien o yo he perdido los sentidos.
Justo a unos metros vais a dar con el río Tiber, por lo que tendríais que dar un rodeo hasta toparos con un puente, si es que queréis seguir hacia el Este.
—Lamento no haber podido hacer mucho por vuestro Sire, signora. Pero él mismo decidió su destino al querer quedarse atrás. Solo...
Antes de poder continuar, el ruido de unos cascos os sorprende por vuestra espalda. Wisigarda pega un respingo en su montura y vuelve a mirar hacia atrás mientras se prepara y coge su espada bastarda.

Ariel ha seguido a Wisigarda de forma mecánica en la huida, como si fuera una ensoñación. Cuando detienen a sus monturas y escucha lo que le dice, le llega amortiguado, como si sus palabras vinieran de un lugar muy lejano.

Asiente a lo que dice sobre su sire, y como recordando aquello, se enjuaga las lágrimas sanguinolentas que surcan sus mejillas. Recuerda dejarle atrás, gritarle para que viniera. Podía haber venido. Podía haberlo hecho. Sabía que iba a morir. ¿Se había sacrificado por ella? 

Ella también escuchó el sonido de cascos y se esforzo por mirar en aquella dirección, escrutando la oscuridad con sus sentidos mucho más agudos que los de un mortal. ¿Sería un soldado fiel de su padre que les seguía? ¿O miembros de las tropas invasoras?

La sangre aviva tus sentidos por encima de lo normal, permitiéndote ver el camino viejo y sinuoso por el que habéis transitado hasta ahora. Los alrededores están llenos de pequeños núcleos de vegetación salvaje que no recorren más allá de unos metros, como si estuvieran cercados por una fuerza civilizadora invisible que los somete, haciéndolos desaparecer poco a poco hasta ser solo hierba.
A lo lejos pero cada vez más cerca, dos figuras se aferran con fuerza a las riendas para ajustarse a la velocidad de sus caballos. Jadean tanto los hombres como los corceles, y uno de los primeros porta una antorcha con mango corto, improvisada con algún paño y combustible para prenderla rápido. Ambos van con vestimenta de guerra, una no muy elaborada pero útil para aguantar algún corte. No reconoces sus caras y desde luego no portan ninguna enseña de tu Sire. A esta distancia todavía no parecen haberos visto, pero con el paso al que vais lo más probable es que os terminen por encontrar en unos instantes.

Ves a Wisigarda indecisa entre intentar resguardarse tras la maleza o confrontarles directamente. En ese tiempo, tú tienes la iniciativa sobre lo que hacer.

- Son dos. Parecen enemigos. Apartémonos de la senda.- Pide a Wisigarda. - Hoy ya se ha vertido demasiada sangre.- No quiere Ariel matar a nadie, si lo puede evitar.

Dos mortales a caballo y portando solo una pequeña luz era posible que siguieran el camino de noche y pasaran de largo sin verlos.

Ariel se apresuró a apartarse del camino, en busca de la mejor cobertura posible, lejos del camino, esperando que la oscuridad les pudiera ayudar a ocultarse. No era muy abundante la vegetación y menos con caballos, pero los necesitaban y mejor tenerlos con ellos a dejarlos y que los descubrieran los soldados y empezaran a buscar por los alrededores.

- Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genetrix. Nostras deprecationes ne despicias in necessitatibus. Sed a periculis cunctis libera nos semper, Virgo gloriosa et benedicta...- Fue recitando, en voz baja, mientras guiaba a su caballo fuera de la luz y la senda, esperando que Wisigarda la siguiera. Estaba segura que la oración a la Virgen María les ayudaría a que Ella intercediera por ellos y les librara de más maldad por aquella noche.

La brujah asintió tras escucharte y guarda su espadón a la espalda para rápidamente mover su caballo. Hace que este de un rodeo llevándolo un poco más adelante en el camino, para luego sacarlo de la tierra hacia la hierba y a continuación realizar un quiebro para acercarse a donde te escondes. Intenta mantener los caballos entretenidos con algo de pasto reseco, aunque no podéis evitar que respiren con fuerza después de un buen rato a galope.
—Estaos atenta, si se acercan demasiado me lanzaré la primera —dice sin quitar la mirada del camino.
La pareja de soldados se acercan a toda prisa, pero aminoran la marcha a unos ciento y pico metros de vuestra última localización. El de la antorcha mira el suelo ayudándose de la escasa luz que le ofrece esta y comienzan a pasar a vuestra altura, pero sin salirse del camino.

Se concentró para que su sangre sobrenatural fluyera por sus miembros, haciéndola más ágil y así le ayudara a evitar las ramas y los arbustos en busca de un escondite mejor. Podía notar como sus pies casi flotaban sobre la hierba, y su aguda vista le permitía ver las ramas y hojarasca que un mortal no vería. Creía que hacía menos ruido que un ratón, y por fortuna Wisigarda mantenía a los corceles ocupados.

Posó la mano suavemente sobre el antebrazo de Wisigilda despés de escuchar sus palabras. Sabía de su amor por las armas, así que era inútil razonar más sobre eso. Ya era mucho que hubiera aceptado esconderse. Sonrió tímida ante su prueba de valor.

Se mantuvo quieta como una estatua, observando a los mortales, mientras seguía rezando para que la Virgen los protegiera con su manto.

A la vez que percibes los beneficios de la maldición de Caín, tu espíritu bestial se resiente, clamando por que te arrojes sobre cualquiera de esos humanos y los dejes secos.
Ambas permanecéis en silencio durante un rato y observáis a los soldados, que os pasan por delante siguiendo el camino. El de la antorcha inspecciona el suelo lo mejor que puede y solo parece confundirse más. Mira en varias direcciones y le dice algo a su compañero, que puedes escuchar a la perfección gracias a tu Auspex.
—Esas zorras se han escapado. Debía llevarlas el mismísmo Diablo para irse tan rápido
El otro para en cuanto su compañero le habla y examina los alrededores, sin fijarse en nada en concreto.
—Vamos de vuelta. Ya se las comerán los lobos —dice el otro antes de agarrar las riendas y voltear su corcel hacia la dirección por la que habían venido.
Ambos abandonan la búsqueda y se alejan del lugar.

Wisigarda suelta el mango de su bastarda y se gira hacia ti.
—Esto ha ido de un pelo, mi señora —su voz ronca deja entrever su decepción por no haberse podido enfrentar a los perseguidores.— Bueno, la cuestión es ver ahora lo que hacer —pone a punto al caballo y lo acaricia mientras habla— De momento un lugar para que no nos pille el Sol es lo más sensato, pero Piero, me temo, no contaba con amigos cercanos que nos puedan guarecer. Mucho menos ayudarnos con nuestra situación. Por mi parte conozco a un viejo capitán mercenario del norte que quizá nos tienda una mano, pero a saber cómo andará a día de hoy; además, son varios días de camino hasta allí. ¿Se le ocurre algo?

- El Señor está con nosotras...- Le responde, con voz suave, ante su apreciación de que, efectivamente, ha ido de un pelo.- Solo eran dos mortales llevados por el odio y el miedo. Si el Señor puede perdonarlos por sus faltas, nosotras también.- Le dice, aunque haya sentido el impulso de su Bestia para matarlos. Algo que ella ha interpretado como la tentación del Maligno.- No había gloria en matar a esos soldados.- Remata, conociendo el ímpetu guerrero de su amiga.

Asintió a las palabras de la brujah. No sabía nada de ese capitán mercenario, y poco tenían para ofercerle a un hombre de armas cuya lelatad está en el oro y la plata, pero poco o nada sabía de los asuntos de armas, así que confió plenamente en el criterio de su amiga.

- Conozco a no pocos buenos samaritanos que nos pueden dar cobijo en tiempos de necesidad... Y también conozco algunas cuevas cercanas, donde a veces me he retirado para la oración y la meditación. Todas esas opciones nos pueden servir para pasar un día, e ir acercándonos hasta llegar hasta ese capitán que decís.- Le informa.*- Si creeis que nos puede ayudar, toda ayuda es bienvenida, amiga mia.

Wisigarda asiente ante la propuesta y se prepara para marchar.

[Música ambiental]

A menos que se te ocurra hacer algo más, comenzáis a recorrer el camino en la dirección por la que íbais, con la guerrera liderando el paso. No apretáis del todo la marcha, pero tampoco os quedáis rezagadas para prevenir que os pille cualquier partida de búsqueda. 
Tus experiencias en la búsqueda de grutas os lo dejan muy sencillo para encontrar refugios seguros. De hecho, para cuando el día va asomando poco a poco en el horizonte, ya os habéis resguardado en la oquedad de un monte rocoso; una que alcanza una gran profundidad y por el que es difícil que penetre la luz. Dejáis No tardáis en sumiros en el letargo y pasan las horas rápidamente. Una vez el Sol vuelve a hundirse en el horizonte, recuperas la consciencia, solo para ver que la franca parece haberse despertado un rato antes. La encuentras trabajando torpemente una pieza de madera con sus propias manos—algo que no le permite hacer una talla nada fina, pero parece entretenerla. En cuanto se da cuenta de que estás despierta guarda la pieza de madera y recoge sus pocos efectos personales.
—La noche parece más viva que la anterior. Al menos iremos más iluminadas —De una manera un tanto descortés te mira con fijación, como si te pudiera leer el alma— ¿Podréis aguantar un tiempo sin cazar? Quedan unos cinco días hasta llegar a Lucca, y a menos que no os importe arriesgar, no pasaremos por ningún asentamiento —aguarda en silencio unos instantes, meditando sus propias palabras— Esta será la última oportunidad de hacer algo por aquí antes de marcharnos. No creo que volvamos en un buen tiempo. Por su bien.
Eso último lo sientes como un ultimatum. Mientras espera una respuesta, echa un vistazo desde dentro de la gruta hacia los caballos, mostrándose ansiosa por ponerse en marcha, sea en la dirección que sea.
 

¿cinco días? Eran muchos días y si ya sentía el Hambre crecer en su interior, podía ser un problema en los próximos días. Aunque en el pasado había forzado ayunos,podía ser peligroso llegar tan hambrienta a un sitio desconocido, y más después de la muerte de su Sire. La Bestia podía aprovecharse de ese momento de debilidad.

- Mejor evitar a la gente...- Comentó, asintiendo a la propuesta de su compañera.- Aunque si conseguimos algo de caza en el bosque sería mejor.- Le propuso, sin tener que citar los motivos obvios. Ella sabría perfectamente las razones. Llegar a un fuerte, lleno de gente cálida, cuando la Bestia está hambrienta... Siempre puede ser peligroso, y aunque Ariel acostmbra a mortificarla con ayunos, no se atreve a ponerla mucho a prueba en su estado actual.

- Por mi parte nos podemos poner ya en marcha. Hablar con alguien de por aquí puede ponerlos en peligro ahora mismo.- Razonó ella, tomando también sus escasas posesiones.

Pero antes de partir se detuvo y miró a su compañera.- Wisigarda... ¿Estáis segura que queréis seguir con esto? Habéis hecho todo lo posible por Piero. Permanecer conmigo os pone en peligro. Yo os libero de cualquier voto que pudierais tener con él. No deseo que sufráis algun mal por mi culpa.

La franca, sin mirarte, guarda silencio un par de minutos tras escuchar tus últimas palabras.
—Signora, los votos que pudiera contraer con vuestro padre o con vos no son lo que me mueve en el momento —se levanta y se ajusta las tiras de los brazaletes— Si estáis lista, partamos.
No aguarda a que le contestes y se limita a salir por la entrada de la gruta con cierta dificultad, hasta alcanzar los caballos.
Una vez montáis y comenzáis el camino, Wisigarda te va comentando sobre el mercenario al que vas a conocer. Tedesco d'Acri lleva siendo el oficial independiente mayor renombre en el norte de la península desde hace casi dos décadas. El oficio de condottiero no está muy extendido, y eso acentuaría en parte su fama, pero las hazañas que te narra desde luego no las habías oído nunca antes: asaltos de torreones cercanos a relieves rocosos con pértiga; asedios ganados antes de comenzar gracias al increíble manejo de su caballería en el corte de rutas; escaramuzas que despedazan ejércitos enteros de un solo plumazo, usando estrategias de rodeo germanas antiquísimas. Una tras otra ves que hasta a Wisigarda, siempre seria y fría, se le dibuja una sonrisilla de la emoción.
—Llevo sin verle unos cuantos años. Tantos como los que llevo sirviéndoos, vamos. Seguro que ha envejecido fatal ese desgraciado —No puede evitar exagerar un poco más la sonrisa.— Si con él no estamos a salvo, más nos vale enterrarnos en una zanja y vivir así el resto de la eternidad.

Pasan las horas, y las horas se hacen días. En cuanto menos lo esperas ya lleváis medio camino recorrido. Pero de la misma forma, tu Bestia interior cobra más fuerza que nunca. Oyes sus alaridos chirriantes retumbando en tu cabeza. Si antes sentías la seducción de la Sangre, ahora te apuñala con sus garras, exigiéndote que te alimentes ya, lo que sea, y en gran cantidad. En estas noches habéis tenido poca suerte al encontrar presas asequibles. Quizá algún conejo que habéis rastreado hasta su madriguera, pero que no os ha dado ni para empezar.
Para la siguiente parada habéis localizado una zona cavernosa muy húmeda, que probablemente te haga resentirte de tus viejos huesos, incluso en tu estado de inmortalidad. No es el mejor sitio para quedarse, pero cualquier otro os habría dejado demasiado expuestas a curiosos, bandidos y otros viajeros. Tu compañera franca se quita la armadura con mucha pesadez y algo de rabia. Se le nota alterada, quizá por la falta de alimento o por otra razón que desconoces. Tu Sire te explicó alguna vez que la gente de los de su "Casa" suelen retener un exceso de bilis de sus humores mortales. Quedarán aún unas horas de noche por delante, pero desde luego que ir a dormir en estas condiciones será un ejercicio de disciplina complicado.

Le sorprende escuchar tantas cosas extraordinarias de alguien del oficio de las armas. Desde luego, gracias a Wisigarda podría llegar a valorar a las personas que hacen de la violencia su forma de vida. Se maravilla de las cosas que le cuenta del condottieri. Lo que no acaba de entender es para qué van a verle. No se pueden refugiar con el mercenario y si la idea de la brujah es contatarlo para liberar tegina, no sabe como puede pagar los servicios del veterano y sus hombres.

En cualquier caso parece que Wisigada lo conoce bien, así que nada dice al respecto, confiando en el criterio de ella.

- ¿Qué habrá querido decir con los votos?- Se pregunta, por eso. ¿Quizás tiene pensado entregarla al mercenario? Quizás espera con ello conseguir alguna ventaja... Pero aparta de si esos penamientos, tomándolos como fruto del Tentador. Wisigarda es una mujer de honor. Es su barrera ante la Bestia. Renunciar a él sería entregarse a la bestia. No lo haría nunca.

Ya lleva unos días de marcha. Quizás ya no falta mucho. O eso espera. La cueva es húmeda y desagradable. Puede sentir a la Bestia creciendo en su interiro. con cada día de ayuno le da más control al Maligno que se agazapa en su interior. Si no la alimenta se puede hacer con el control. 

- Deberíamos salir a cazar.- Propone, con voz ronca.- No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.- Se dice para sus adentros, recurriendo a las Escrituras para justificar su cesión ante el Hambre. Tienen una oportunidad para alimentarse y eso también lo ha puesto Dios ahí para que ellos lo aprovechen.

No puede presentarse ante el condottiere en ese estado de excitación. Y menos Wisigarda. Deben salir a alimentarse. Y de algo mayor que una liebre.

[Música ambiental]

Wisigarda se detiene en su labor cuando dices eso en voz alta. Se te queda mirando con una mezcla de frustración y apatía hasta que se arranca de cuajo las piezas que le quedaban por quitarse, rompiendo alguna de las tiras que ayudan a fijarlas al cuerpo en el proceso. Sin contestar te coge del brazo con rudeza y te lleva así hacia fuera de la cueva.
—No podemos mantenernos con malditos bichos —dice, no sabiendo si te lo dice a ti o simplemente habla en alto. Dais unas cuantas vueltas por la zona boscosa cerca a la caverna buscando cualquier cosa a la que incarle los colmillos, hasta que veis no muy a lo lejos una hoguera en medio de un claro. Os acercáis con precaución evitando el fuego en la medida de lo posible, y podéis ver que este campamento es demasiado pobre como para ser algo más o menos permanente. Se te ocurre que quizá se trate de algún cazador que hace la noche fuera para vigilar sus trampas o algo del estilo. Wisigarda se yergue en el sitio para ver por encima de la maleza, y segundos después te da un golpe en el brazo.
—¡Ahí! —te dice en un susurro. Señala en una dirección y desde donde estás puedes ver el cuerpo de un hombre tendido en el suelo. Por su postura no parece estar en una situación cómoda, pero poco más puedes sacar desde donde estás.

La muchacha se siente intimidada por los ademanes y las rudas palabras de Wisigarda. Simplemente se ve casi arrastrada hasta que llegan a la hoguera donde yace una persona.

Entrecierra los ojos para ver mejor y escucha con atención, en busca de indicios que le den más información. Se concentra para escuchar algo por encima del crepitar de la hoguera. Quizás una respiración dificultosa, un grogojeo... La postura del yaciente no es natural. Quizás está herido o enfermo.

Expande su visión y su mente, en busca de los patrones que iluminan el alma de todos, ya sean mortales o inmortales. Ese halo común a todos y que nunca miente.

Observa con atención y puede ver como los secretos del alma de ese solitario se desplegan ante sus ojos.

Haces uso de tus habilidades sobrenaturales para mirar más allá de lo mundano, cerciorándote de la naturaleza del ser que yace en el suelo a unos cuantos metros de ti. Un aura depresiva de colores vivos rodea a la figura, confirmando que se trata de un humano; uno que se encuentra a las puertas de la muerte, aún medio consciente.
—Si no lo quieres tú, lo cogeré yo —Wisigarda se adelanta, ya dejando de lado el sigilo, para acercarse con paso rápido hacia el hombre.
Por tu parte comienzas a sentir en tu interior la sensación de unos zarpazos rabiosos que te despedazan las tripas. Tus habilidades y tu hambre impulsan tu olfato, permitiéndote captar el aroma a sangre fresca destilando desde el interior del mortal. No sabes si puedes o si ni tan siquiera quieres contenerte más.

Ariel nota la punzada del hambre, la Bestia que araña para abrirse paso fuera de ella. El Demonio quiere tomar el control. Está familiarizada con eso.

Duda que pueda detener a Wisigarda con una orden así que sale junto a ella. Se adelanta con pasos ligeros hasta plamntarse al lado del yaciente.- Está moribundo. Dame unos momentos, para confortar su alma y compartamos su sangre en comunión.- Le pide. Ese hombre es un regalo de Dios. No quita una vida, pues ya ha sido llamado por la Parca. Solo va a ayudar a que el Viaje sea más placentero. El Beso trae paz... En realidad es deseo lo que trae, pero la salubri evita esa palabra pecaminosa.

Se agacha junto al enfermo. Le llega el cálido baho del cuerpo caliente por la fiebre. En su famélico estado, el cuerpo febril es una invitación, como tener delante una fuente de salchichas recién hechas. Ha de hacer un esfuerzo supremo para no abalanzarse. Respira hondo, no porque necesite hacerlo, sino para calmar su agitada alma.- Te recomiendo carísimo hermano a Dios omnipotente. Te entrego al mismo que te creó, para que después que hayas pagado con la muerte la deuda común de los hombres, vuelvas...  - No puede alargarlo más. Ni por ella ni por Wisigarda. Toma el brazo derecho del moribundo y se lo tiende a la brujah, tras lo cual toma el izquierdo y le abre las venas de la muñeza con delicadeza, para beber de él, para que muera con suavidad. O esa era la idea. Lleva demasiado tiempo sin alimentarse. Succiona con fuerza por las venas abiertas. Su Bestia le pide más sangre y ella, ya con el dulce sabor de la sangre en la boca, no se lo puede negar. Deus lo vult.

Al acercarte puedes ver que la razón de su estado es el ataque de un depredador. Algún animal le ha abierto casi por completo el torso, pero está tan destrozado que no sabrías identificar la manera en que lo ha hecho.
La franca casi se abalanza sobre el cuerpo del hombre, pero de alguna manera verte en una posición tan clemente para con su situación le ayuda a calmar su ansia. Donde habría habido una sangría, se da una cena casi ritual, con cada una sorbiendo la sangre que pudiera contener aún el moribundo. Os alimentáis cuanto podéis y la vida del mortal abandona poco a poco su cuerpo. A menos que elijas lo contrario, dejáis el mínimo de sangre necesario para que pueda irse de forma natural¹. Wisigarda acaba antes que tú para dejarte más alimento y se pone a vigilar, esperando que termines. Sin mediar palabra, vuelve por donde habéis venido, pasando por el pequeño campamento. Ahí te fijas mejor en los detalles y aprecias que el hombre se trataba de algún tipo de cazador de piezas grandes. Algunos jabalíes amontonados bajo una lona de cáñamo y, a su lado, un par de lobos.
De vuelta en vuestro refugio aprovecháis lo poco que os queda de noche antes de dormir.
—Mañana haremos lo posible por acortar camino —dice de espaldas a ti, en postura de reposo— Descanse, signora.

[Música ambiental]

La noche siguiente la pasáis en el camino, con Wisigarda intentando hacer memoria de algún que otro atajo que os permita llegar antes a Lucca. Para vuestra suerte, incluso conseguís llegar bien entrada la madrugada a la ciudad. Dejáis vuestras monturas en las caballerizas del exterior por un dinero, y conseguís entrar a duras penas gracias a la bondad de un guardia, pero tenéis que apañároslas para buscar un lugar donde pasar el día. El sótano de una casucha ruinosa cerca de los muros os llega a servir, aunque hasta a la hora de dormir os sobrecoge el miedo de que alguien pueda entrar y descubriros; sin embargo, despertáis² bajo una nueva Luna sin un rasguño y con todo el equipo intacto. Salís a las calles nocturnas, ahora con más tiempo para conocer el lugar.

Ciudad de Lucca

Parlascio, antiguo anfiteatro. Zona común de reunión, mercadeo, ejecuciones y demás eventos públicos

Volto Santo di Lucca (Santa Faz de Lucca). Talla venida de la misma Palestina hace siglos. Se encuentra en una pequeña iglesia cerca de la residencia del gobernador. Lugar de peregrinación y orgullo de los creyentes de la ciudad.

Lucca es el lugar más grande que quizá hayas visto —a menos que hayas estado en Roma o Florencia— y desde luego también el más cosmopolita: gentes de diversa proveniencia, dada su vestimenta y lenguas, recorren las calles aún en la noche. Las calles mal iluminadas no dejan ver con claridad la pobreza que atesta las calles cercanas a los muros, ni las reuniones secretas entre gentes mejor y peor ataviadas. Conoces los lugares de mayor interés con lo que te va contando Wisigarda, que parece haber pasado un tiempo en el lugar muchos años atrás. Tras un recorrido rápido pero interesante, llegáis a un palacete en el norte de la ciudad para ver al tal Tedesco. En el exterior de este puedes ver hecho en piedra un blasón, que según Wisigarda se trata de la enseña de la familia Canossa. Matilde de Canossa es la actual condesa que domina estas tierras, y es a su familia a la que el viejo Tedesco ha estado sirviendo hasta la fecha.
A las puertas del palacete os dan el alto un par de alguaciles a los que no consigue terminar de convencer tu compañera.
—¡Nada de alboroto a estas horas! —dice una voz chillona desde el interior del edificio. Quien habla se acerca a la entrada con un rostro amargado y lleno de arrugas, pero tras fijarse en Wisigarda el gesto le cambia a uno de emoción.— ¡Bendito sea Dios, jajaja! —de un golpetazo aparta a uno de los guardias y se tira a estrechar de los hombros a tu compañera, que le recibe también con alegría.
—Cuánto tiempo, viejo matón...
—¡Desde luego que mucho tiempo! ¡Demasiado! —la suelta y se recoloca las vestiduras, que ahora que te fijas, no parecen muy de la clase de hombre que vende su espada por dinero, a no ser que le haya ido realmente bien— No has escrito ni una vez, maldita... si ya decía mi señor padre, que Dios lo tenga en Su gloria, que jamás hay que fiarse de una mujer.
Poco le cambia el gesto cansado a Wisigarda para reaccionar a las palabras de Tedesco, y en su lugar cambia de tema radicalmente.
—Disculpadme. Esta es mi signora, Ariel Casadei —se hace a un lado mientras te señala, para que dejes de estar en segundo plano— Venimos del sur, desde muy lejos, mi señor, y buscábamos asistencia en nuestra hora más negra. Quizá vuestra signora tenga a bien a prestaros para que nos ayudéis en un asunto.
El viejo se te queda mirando a la espera de que digas algo, a la vez que echa de cuando en cuando miradas fugaces a Wisigarda.

Ariel seguía maravillándose de la ciudad cuando Wisigarda le presentó al viejo mercenario. Le dedicó una humilde reverencia y cuando su compañera terminó d ehablar parecía que aquel veterano esperaba que ella, la pequeña Ariel, hablara.

Sonrió apenas y lo miró.- Lo que os dice mi amiga es el perfecto resumen de lo sucedido para un viejo amigo a la puerta de su casa...- Comenta, con una leve inclinación.- Será un honor explicaros con más detalle lo ocurrido las últimas jornadas, aunque por lo que me ha contado Wisigarda de vos, me avergüenza que no esté a la altura de vuestras hazañas y os parezca una simpleza.- Le dice, teniendo en cuenta lo que la brujah le ha contado de él.- Pero nos sería de mucha ayuda saber la opinión de alguien de vuestra valía. Por lo que dice Wisigarda de vos, sois el César de este siglo.- Comenta. Sabe de la debilidad de los hombres ante los halagos, y duda que Tedesco sea de una pasta distinta.

Tedesco echa una mirada cómplice con Wisigarda y se sonríe al oir que te ha estado contando sus historias.
—Me alegra que estéis tan bien informada sobre mis talentos, signora. Pero no he llegado a tanto en la vida como para decir que esto sea de mi propiedad —señala con el pulgar al palacete— En cualquier caso, por supuesto sois bienvenidas a quedaros los días que necesitéis. ¡Seguidme!
El viejo empieza la marcha, dejando detrás a los guardias confundidos con el intercambio que ha tenido lugar. Recorréis las calles de la ciudad y oyes en diversas direcciones una serie de campanadas. Tedesco os lleva hasta un edificio reminiscente de la era romana, enmarcado entre dos hileras de edificios residenciales y, justo en frente, una pequeña iglesia románica bastante antigua. Varios fieles se arremolinan en la entrada de la misma, quedándose muchos fuera por la falta de espacio. Escuchas que se está dando una misa en el interior.
—Aquí estamos. Esta, signora Ariel, podría decirse que sí que es mi hogar, aunque no sea mío, ¡jajaja!
—¿No es este el edificio del gobernador? ¿Qué no me has contado, viejo?
—¡Ah, que qué no te he contado dice! Mira muchacha, para ser tú la que ha abandonado a un pobre hombre como yo a los polvos del tiempo, no iría pidiendo explicaciones —pone gesto de haberse tomado a pecho el comentario.
—Cómo sea. La cuestión, ¿acaso ahora sirves a los Canossa por la voluntad, o es que confían en los mercenarios para gestionar sus tierras?
—Ah, pues como podéis ver, así es. He dejado atrás esa vida de peligros para servir a la casa de los Canossa como uno de sus regidores —hace ostentación de sus ropas coloridas y los avalorios que lleva al cuello y las manos.
Wisigarda te echa una mirada de preocupación, confirmándote que quizá esto no estaba en sus planes.

Se ha limitado a la pareja, que se comportan como un matrimonio en el que el hombre reacciona como la amante despechada. Ariel simplemente se mantiene en un discreto segundo plano, escuchando lo que dicen, y con todos sus sentidos al máximo, en busca de percibir el sonido de la respiración del mercenario, o los latidos de su corazón. pequeñas señales que le cnfirmen lo que ya cree, que están ante un mortal y no un vampiro.

Asiente con la mirada ante la preocupación de Wisigarda. hasta para alguien poco versada en la políica como Ariel se hace evidente que un mercenario podría haber ayudado a la liberación de Tregina por un precio. Un hombre con lealtades... Bueno... Ese era otro asunto que debía abordarse de distinta forma.

- ¿Y creeis posible que los Canossa esten dispuestos a actuar contra un grupo de asaltantes que han tomado Tregina a sangre y fuego?- Preguntó Ariel. Sin duda el precio podía ser otro que no fuera oro, pero un precio habría. Siempre lo había cuando se trataba de nobles.- Bueno, casi siempre...- Se obligó a rectificarse, al recordar a su buena amiga Miriam. Y con ello empezó a pensar en lo útil que podía ser ahora que ella ayudara a Tregina, como ya hizo hace una década.

Esperó la respuesta de Tedesco. Sería importante ver si tomaba alguna iniciativa en esa respuesta, o bien se limitaba a decir que lo transmitiría a sus signores.